No use cond¨®n; practique la abstinencia
Los prejuicios y la falta de dinero impiden una eficaz distribuci¨®n de preservativos en ?frica para frenar el VIH
?frica, el continente donde vive el 70% de los m¨¢s de 30 millones de personas que hay en el mundo con VIH, todav¨ªa no ha resuelto un espinoso tema. Se trata de la importancia de los preservativos como herramienta para frenar al virus, que aqu¨ª ha sido siempre de transmisi¨®n (hetero)sexual. Este car¨¢cter es el que hace que haya m¨¢s mujeres que hombres afectadas: sus parejas fijas, las ocasionales, las trabajadoras del sexo y las violadas.
El caso de Ghana puede ser un buen ejemplo. Autoridades como Derek Nii, presidente del Mecanismo de Coordinaci¨®n del Fondo Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria en el pa¨ªs no dudan en reconocer su valor como prevenci¨®n. Pero en un pa¨ªs joven (m¨¢s del 50% de la poblaci¨®n tiene menos de 18 a?os) se encuentra con un problema: no pueden aconsejar oficialmente a los j¨®venes que los usen, ni, mucho menos, facilit¨¢rselo. A pesar de ello, reparten 40 millones de preservativos al a?o, seg¨²n dijo en su encuentro con los periodistas invitados por el fondo para conocer sus proyectos. La opci¨®n, por tanto, con los m¨¢s j¨®venes es seguir con los consejos de que se abstengan lo m¨¢s posible de tener sexo, o de que sean fieles a sus parejas si mantienen relaciones.
El director general del Plan Nacional de Salud de la regi¨®n del Este del pa¨ªs, Sampson Badu Ofari, coincide con que esa es la pol¨ªtica. ?l dirige la atenci¨®n en la zona m¨¢s afectada (un 3,2% de los adultos est¨¢ infectado, frente a un 2% de media en el pa¨ªs), y lo atribuye a varios factores: se trata de una zona de paso, el 41% tiene menos de 15 a?os, hay mucha pobreza y analfabetismo, a cambio hay una buena atenci¨®n sanitaria que propicia que acudan afectados de otras partes y a la vez ofrece una amplia vida cultural. "Y ya se sabe, despu¨¦s vienen las fiestas, el alcohol y el sexo", afirma.
Pero no son solo los menores los que se ven privados -al menos en teor¨ªa- de una herramienta que puede salvarles la vida. Este discurso tambi¨¦n afecta a las organizaciones de inspiraci¨®n religiosa -a juzgar por el n¨²mero de iglesias que se ven, el pa¨ªs vive una ola de fe- que prestan atenci¨®n a los afectados.
Por ejemplo, en el hospital de Koforidua la capital de la regi¨®n, hay voluntarios del Servicio de Alivio Cat¨®lico (CRS, Catholic Relief Service) y de la Agencia Adventista para el Desarrollo y el Alivio (ADRA, Adventist Development and Relief Agency), que trabajan conjuntamente en diversos proyectos. Los adventistas afirman que han repartido 20 millones de preservativos. Los cat¨®licos no pueden por la postura del Vaticano. "Pero damos toda la informaci¨®n correspondiente, e incluso le decimos a la gente d¨®nde los puede conseguir", admite Andrews Asamoah, un joven que trabaja como voluntario para CRS.
Pero esta especie de contradicci¨®n te¨®rica se soluciona f¨¢cilmente en la pr¨¢ctica. Quiz¨¢ un ejemplo elocuente sea una de las reuniones con comunidades (un concepto netamente africano que se refiere a grupos de vecinos o amigos que tienen un jefe) para transmitirles informaci¨®n con la que ayudar a que pierdan el miedo a las personas infectadas y as¨ª reducir uno de los grandes obst¨¢culos para que acudan a los centros y reciban la medicaci¨®n.
En Trom (jard¨ªn en la lengua local), una treintena de miembros de la comunidad esperan el encuentro con los voluntarios de las dos asociaciones, que reciben ambas financiaci¨®n del fondo mundial. En un claro de un bosque, sentados en sillas de pl¨¢sticos, hombres y mujeres, j¨®venes, mayores y algunos ni?os aguardan la sesi¨®n. Es un acto importante. En primera fila, el jefe de la comunidad y alguno de los ancianos.
El acto esta vez es especial. Los periodistas y los miembros del fondo son recibidos con gran formalidad. Uno a uno se saluda a las autoridades locales. Hay discursos de bienvenida y presentaciones. Se puede adivinar que es una comunidad campesina, pobre pero no en la miseria, en la que las mujeres, los hombres y los ni?os se han puesto sus mejores galas.
En una esquina, los miembros de las organizaciones de voluntarios esperan. Por fin llega el turno de Gladys, la facilitadora. En verdad, la mujer es una aut¨¦ntica cuentacuentos, elocuente y expresiva. A pesar de hablar en twa, una lengua local para que todos la entiendan, se puede seguir parte del relato. Y la traducci¨®n de Asamoah hace el resto: una joven que se enfrenta a sus padres y decide irse a vivir la vida a la ciudad. Ah¨ª se infecta con el VIH, y decide volver a casa.
A partir de ese momento, el debate es encendido. ?Qu¨¦ har¨ªa el padre? ?Qu¨¦ la madre? ?Qu¨¦ el resto de la familia? ?Y el jefe de la comunidad? ?Hay peligro para los dem¨¢s? ?Se puede besar a la chica? ?Y dormir con ella? Gladys aplaude las intervenciones, y las va contestando. En su polo, los emblemas de las tres organizaciones, la adventista, la cat¨®lica y el fondo mundial que las financia. No tiene dudas a la hora de hablar de condones. Como no las tiene Alfred, que interviene despu¨¦s para extraer las conclusiones del grupo, que va poniendo en limpio Erika. Estas, en un par de grandes papeles, quedar¨¢n expuestas para todos en el muro com¨²n (que no es m¨¢s que la valla de un recinto donde enfermeras voluntarias aprovechan para hacer la prueba del VIH a quienes quieran).
Con el debate, los recelos se van superando. Llegan los chistes sobre los preservativos -"los viejos ya no los necesitamos, pero los j¨®venes....", dice el jefe-, las historias personales -"mi marido me fue infiel y se infect¨®, ?qu¨¦ debo hacer?", pregunta una joven-. Alfred, camiseta de la organizaci¨®n cat¨®lica CRS, no duda en recomendar los condones en varios casos. Nadie se asombra.
Al final, una foto de familia y unos minutos para hablar con los asistentes. Un periodista pregunta a un joven que si se pueden encontrar preservativos con facilidad. Sol¨ªcito, el muchacho se ofrece a darle alguno -"no una caja, pero s¨ª sueltos", matiza-. El mensaje est¨¢ claro.
Es una terapia de grupo sencilla, de media hora escasa. "Si lo piden, volveremos", dice una de las encargadas. "Solo acudimos si nos llaman, unas dos veces al a?o de media", explican. Porque las palabras no curan, pero ayudan.
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