El amor prohibido entre el cura y la criada
El sacerdote de una aldea gallega y la limpiadora de la parroquia intercambiaron cartas c¨®mplices y subidas de tono a principios del siglo XX
De ¨¦l se sabe que era cura, le gustaba la caza, la cerveza, los gallos de raza, y que ten¨ªa tanta fe en Dios como en la hipnosis y la magia. De ella, que era su criada, la que hac¨ªa la comida y zurc¨ªa la ropa. Sobre los dos, que fueron unos amantes que aprendieron a amarse sin ser vistos en una remota aldea gallega a principios del siglo XX.
Los protagonistas de este amor furtivo se intercambiaron cartas apasionadas, c¨®mplices, subidas de tono, despechadas, llenas de reproches y acusaciones, hasta que un buen d¨ªa se dieron de bruces con la realidad: ¨¦l ya estaba comprometido. El alzacuellos le apretaba como una soga. Los enamorados estiraron lo que pudieron una ficci¨®n, una mentira, de la que un buen d¨ªa se despertaron de golpe.
La correspondencia entre ambos ha permanecido olvidada en el fondo de un ba¨²l hasta que una bisnieta de un hermano del p¨¢rroco, Marita Fern¨¢ndez Gra?a, profesora de lat¨ªn, se molest¨® en leerla un siglo despu¨¦s. Ella se ha encargado de rescatar esta historia, ahora que todos los testigos se han callado.
?l se llamaba Jos¨¦ Mar¨ªa Gra?a Couce y rondaba los 50 cuando conoci¨® una pasi¨®n que le har¨ªa pasar las noches en vela. Cay¨® rendido a la joven que limpiaba la casa rectoral de Noguerosa, en A Coru?a. El nombre de ella es un misterio. Los enamorados se guardaron de dejarlo por escrito.
"Apreciable y estimad¨ªsima esposa", escribe ¨¦l sin ning¨²n reparo a principios de los a?os veinte. Le pide que le lleve leche a su casa y de paso se quede a dormir el fin de semana. Le sugiere que ponga una excusa en su casa, como que tiene que "arreglarle" unos chorizos y repasarle una ropa. Remata la misiva con "besos y abrazos de tu esposi?o".
Ella cuenta de regreso que ha ido al m¨¦dico y este le ha dicho que no est¨¢ embarazada, que solo tiene "la sangre disgustada". Un retraso de tres d¨ªas en la menstruaci¨®n los hab¨ªa alarmado. Ella aprovecha para lanzarle un reproche: "Me causa mucha extra?eza el decir que estamos casados y que no estamos juntos. Pudiendo estar yo de otra manera. Pues todos los novios que yo tuve se van casando, as¨ª que si no fuera as¨ª [que ¨¦l es cura] yo podr¨ªa tener novio pero parece que hay que conformarse as¨ª".
El cura le hace ver que tienen un compromiso firme de esposos. Recalca que le debe fidelidad y saca a relucir el apodo de un pretendiente de ella, el Gallego, al que el cura se referir¨¢ m¨¢s adelante como "el sinverg¨¹enza". La competencia lo desvela: "Hace unas cuantas noches que no me dejas dormir nada".
En esta ¨¦poca sin Tinder, los j¨®venes que cortejaban a las criadas ten¨ªan permiso para presentarse los mi¨¦rcoles en sus casas. Charlaban a trav¨¦s del postigo de la puerta, como barrera f¨ªsica que evitara suspicacias. El cura, desde la ventana, espiaba a los interesados en su amada. Despu¨¦s escrib¨ªa herido: "?Hablas con ¨¦l para martirizarme a m¨ª?".
Aunque con menos intensidad, a ella tambi¨¦n le muerden los celos. La casa del cura le da mucho trabajo. Ha de limpiar vajillas, juegos de caf¨¦ de porcelana china, cristaler¨ªa. Entre la ropa de cama encuentra dos colchas, cuando antes solo ten¨ªa una, la que ella le hab¨ªa bordado. "?De d¨®nde sale esta?", le cuestiona, y aprovecha para decirle que oye rumores sobre su fama de mujeriego.
La correspondencia entre ambos ha permanecido olvidada en el fondo de un ba¨²l hasta que una bisnieta de un hermano del p¨¢rroco, Marita Fern¨¢ndez Gra?a, profesora de lat¨ªn, se molest¨® en leerla un siglo despu¨¦s.
En esos a?os el se?or cura goza de una amplia vida social. Organiza cacer¨ªas a las que invita a los personajes m¨¢s destacados de la comarca. Curas de otras parroquias, se?oritos, alcaldes. En una litograf¨ªa firmada por Jesito, un amigo profesor cuyo autorretrato forma parte de los fondos del museo de Bellas Artes de A Coru?a, posa orgulloso con una escopeta, el brazo izquierdo en jarras, la mano derecha sujetando el ca?¨®n del arma. Un sombrero lo protege del sol. El alzacuellos ajustado a la garganta. Del zurr¨®n le cuelga un conejo de buen tama?o. En ese preciso momento el mundo es suyo.
Despu¨¦s de las monter¨ªas sirve vino y cocido en casa. Un Gatsby de aldea gallega. Las fiestas se prolongan hasta altas horas de la noche. La peque?a ¨¦lite cultural del lugar, lectora de Joyce y Pound, compuesta por poetas de pueblo, maestros de escuela, pintores, m¨¦dicos, respeta tambi¨¦n la autoridad del cura y se deja ver en las comilonas. Es imposible saber lo que hierve en un hombre por dentro pero, a juzgar por lo de fuera, el padre Gra?a goza la vida que le ha tocado.
La monta?a de documentaci¨®n que dej¨® el cura tras su paso por esta vida fue recopilada por sus herederas, que la guardaron en los cajones del escritorio de madera en el que el cura escribi¨® su correspondencia. El mueble permaneci¨® guardado en la buhardilla de una casa de piedra de Monfero, un pueblo en el interior de A Coru?a.
All¨ª permaneci¨® olvidado hasta que Marita Fern¨¢ndez, junto a dos de sus hermanas, restaur¨® el edificio para convertirlo en la Casa Gra?a da Acea, un alojamiento de turismo rural. El escritorio del cura ahora es parte de la decoraci¨®n del lugar. En las paredes hay colgados varios retratos suyos, a la vista de unos clientes que no imaginan que est¨¢n ante un cura de vida turbulenta, que tuvo que elegir entre la vocaci¨®n religiosa y el amor carnal. Y escogi¨® el camino del medio, justo el que no le llevaba a ninguna parte.
La verdad es que fue un cura at¨ªpico. La cercan¨ªa del monasterio de Caaveiro, en las fragas de Eume, donde los monjes oraron y llevaron una vida sencilla durante siglos, no produjo ning¨²n hechizo en ¨¦l. Amaba la vida p¨²blica, el alcohol, las fiestas con amigos. No quiso ser santo, y hay suficiente documentaci¨®n que acredita que logr¨® su prop¨®sito.
Rehu¨ªa la espiritualidad pero le chiflaba lo esot¨¦rico. En unas cartas que recibi¨® en 1913 de la academia de Ciencias Ocultas de Par¨ªs, presidida por el profesor J. Catal¨¢, se entrev¨¦ que le interesa algo m¨¢s que escuchar secretos en el confesionario. La academia le manda una "flor del amor" que debe llevar puesta en el lado del coraz¨®n y pensar mucho en quien desee. Para convertir la casa parroquial en un nido de amor pod¨ªa echar mano de unos polvos llamados incienso de los Reyes Magos, que, seg¨²n la publicidad, ahuyentaba los malos esp¨ªritus y creaba ambientes de paz, felicidad y buena suerte.
De repente, una tercera persona se entromete en la correspondencia de los enamorados. "Don Jos¨¦, tengo que hablarle a solas de una cosa secreta", escribe una vecina, Consuelo Pi?eiro. Le dice que elija ¨¦l donde pueden verse y una advertencia muy clara: "No le diga nada a su muchacha".
Quiz¨¢ fue un adelanto de lo que est¨¢ por ocurrir. La burbuja de los enamorados estalla en febrero de 1921. El p¨¢rroco de Betanzos, un lugar cercano, le escribe para alertarle de que los vecinos andan escandalizados por "el trato il¨ªcito" que mantiene con una joven. "En poder de los vecinos andan cartas obscenas de usted y esa mujer y de ella a usted. Por Dios le pido que si es cierto lo que denuncian trate de evitarlo. Y si no lo es, procure no hablar a solas con ella y andar con cuidado. Pues le vigilan y le amenazan con serios disgustos", le advierte.
Gra?a no se dio por enterado. Se cartea con la editorial Mateos, que tiene sedes en Espa?a, Am¨¦rica y Filipinas. En su cat¨¢logo hay t¨ªtulos tan sugerentes como Fisiolog¨ªa del amor f¨ªsico, Historia de la prostituci¨®n o Solo para hombres y casadas. Pero Gra?a se encapricha con Matrimonio y noche de boda, por el que paga 3 pesetas. Se trata, seg¨²n el cat¨¢logo, de una exposici¨®n de episodios trascendentales de la vida en pareja, desde la pasi¨®n hasta el hast¨ªo y la infidelidad.
La burbuja de los enamorados estalla en febrero de 1921. El p¨¢rroco de Betanzos, un lugar cercano, le escribe para alertarle de que los vecinos andan escandalizados por? ¡°el trato il¨ªcito¡± que mantiene con una joven
No es su ¨²nica distracci¨®n. Aprende a fabricar cerveza casera con un manual que le env¨ªan por correspondencia. Se escribe con criadores de gallinas de raza, patos, ocas, conejos. Paga religiosamente su suscripci¨®n a la revista El Cultivador moderno. Desde una aldea remota, Gra?a enviaba se?ales de humo al mundo entero.
Acab¨® enrolado en pol¨ªtica a trav¨¦s del sindicato agr¨ªcola Santa Eteria, promovido por la Iglesia en las zonas rurales para acaparar el voto conservador. En las homil¨ªas saca a relucir su talento de orador. En julio de 1919 dice en misa, seg¨²n consta en un borrador: "Ya pod¨¦is decir en voz muy alta que se acab¨® el caciquismo, sea quien sea el que lo ejerza. Sois libres para dar el voto a quien os plazca. Ya no pueden desafiaros. Vivan las personas honradas. Abajo los traidores. Descubrid vuestra frente. No se¨¢is carneros. Huid del lobo que viene disfrazado con piel de oveja".
En las cartas con su amada tambi¨¦n hay reproches, quejas, p¨¢rrafos llenos de sobreentendidos que de alguna forma transmiten que la relaci¨®n camina hacia el precipicio. Ella suelta una bomba a principios de 1924: est¨¢ pensando en irse a vivir a Madrid. El padre Gra?a le insiste en que si es por dinero, a ¨¦l no le debe nada y que todo lo que le ha prestado no tiene que devolverlo.
Ella no atiende a razones. Escribe: "En esta casa quien naci¨® para burra ha de serlo siempre ?Cu¨¢ntas noches me paso sin cenar por causa de las rabias que me dan? Estos l¨ªos son las causas de mi enfermedad y ser¨¢n mi muerte si no marcho".
El p¨¢rroco intenta disuadirla: "Ten presente que no es lo mismo estar en casa de los padres, aunque haya disgustos, que ganarlo entre desconocidos para comer y si hay alguna enfermedad tener que ir al hospital". En un callej¨®n sin salida, surge lo peor de ¨¦l: "Por lo que veo es que has de llegar a ser una mujer de las cuatro letras". Y saca su perfil inquisidor, anim¨¢ndola a que se confiese con frecuencia y saque todo lo que est¨¢ oculto, "haciendo un examen bien hecho y detenido". "A pesar de ser tan ¨¢spero comprender¨¢s que deseo tu salvaci¨®n. Feliz viaje y Dios te ilumine", se despide.
En borradores escribe con las tripas p¨¢rrafos que no sabemos si llegaron a manos de ella. "Yo tampoco admito l¨¢grimas de cocodrilo, el cual est¨¢ callado y pac¨ªfico hasta que llega el momento de hacer de las suyas". Otra frase suelta en esos papeles: "Tampoco admito besos fingidos, puesto que Judas antes de vender al Divino Maestro acabara de darle un beso". Ahora despechado: "Por causa m¨ªa puedes ponerte tranquila e irte donde tu mala cabeza te incline".
Diecinueve d¨ªas antes de que parta el tren que la ha de llevar a Madrid, ella manda su ¨²ltima carta: "Debo decirle que por m¨ª no espere ni tenga pena. Por m¨ª traiga a quien quiera [para remplazarla]. Por m¨ª pueden venir 20. ?Sabe lo que dicen? Que ha de traer 20 muchachas y ninguna ha de parar".
El padre Gra?a, angustiado, da palos de ciego. Se vienen halagos e insidias a partes iguales. Dice que ahora comprende que el ni?o que ella cre¨ªa esperar podr¨ªa ser de cualquiera, lo que no impide que vaya a guardar el retrato de ella como oro en pa?o. Poco a poco, dice, ir¨¢ deshaciendo las marcas de la ropa en la que aparecen las iniciales de los dos, como el matrimonio fingido que fueron.
El fin est¨¢ cerca. Una de las ¨²ltimas frases que escribe el cura: "Puede suceder que alg¨²n d¨ªa que est¨¦ solo en casa queme todo cuanto me has hecho y regalado para no tener recuerdos que me martiricen". El padre Gra?a muri¨® de un ataque al coraz¨®n pocos meses despu¨¦s, el 11 de noviembre de 1924.
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