Alice en el pa¨ªs de los pasteles de nata
Lisboa vive el abril m¨¢s ins¨®lito desde la revoluci¨®n de los claveles en 1974
Alice ha aprendido el WhatsApp antes que el abecedario. ¡°Abuela, ?est¨¢s en casa? Pues ens¨¦?ame mi habitaci¨®n¡±. Con dos a?itos, no se f¨ªa. Hasta que lleg¨® el estado de emergencia Alice pasaba rotatoriamente tres d¨ªas en casa de su mam¨¢ Madalena, otros tres en la de su pap¨¢ Z¨¦ Mar¨ªa y otros tres repartidos entre la casa de la abuela Elena y la de los abuelos Nen¨¦ y Jo?o. Con el estado de emergencia establecido hace un mes, tres generaciones de la familia Forjaz Fidalgo se dedican al malabarismo log¨ªstico por los barrios de Lisboa.
Al inicio fue el caos. ¡°El parvulario cerrado¡±, recuerda Z¨¦ Mar¨ªa, ¡°las clases extraescolares, tambi¨¦n; los abuelos, prohibidos, pasaron de grupo de salvaci¨®n a grupo de riesgo, Madalena y yo, teletrabajando¡±. Pero todo es susceptible de empeorar. ¡°Efectivamente, Madalena cogi¨® una amigdalitis y guard¨® cuarentena¡±. Peor imposible, ?no? ¡°Bueno, no; unos d¨ªas antes me hab¨ªa quedado sin carn¨¦ de conducir¡±.
El primer d¨ªa que Alice falt¨® a casa de los abuelitos hubo que explicarle lo de la covid-19. ¡°Yo no soy muy creativo, me negu¨¦ a decirle que en la calle hab¨ªa un monstruo, como hacen algunos padres. Le dije que nos ten¨ªamos que quedar en casa¡±, recuerda Z¨¦ Mar¨ªa. ¡°Yo s¨ª que le cont¨¦ que algunos bichitos hab¨ªa por ah¨ª¡±, matiza Madalena. Alice pas¨® un par de d¨ªas triste y llorosa, y ya. ¡°Los ni?os se acostumbran pronto a las nuevas situaciones¡±, afirma el padre. Los adultos, no tanto. ¡°De d¨ªas sin verla, pas¨¦ a semanas de 24 horas juntos en un apartamento con una ventana¡±.
Primero fue el nivel de alerta, despu¨¦s 15 d¨ªas de emergencia que acabar¨¢n siendo 45. La polic¨ªa patrulla en las entradas y salidas de las ciudades y a veces tambi¨¦n dentro de la misma Lisboa. Los abuelos van de aqu¨ª para all¨¢ haciendo de glovos, surtiendo de comida y de otros encargos a las casas de sus hijos; afortunadamente nunca les han parado. Su casu¨ªstica no cabe en el decreto de confinamiento.
Es el abril m¨¢s extra?o desde la revoluci¨®n de los claveles de 1974. El s¨¢bado, d¨ªa 25 de abril, por primera vez los manifestantes no bajar¨¢n por la Avenida da Liberdade, ahora sin coches, sin gentes, sin humos ni ruidos. Triste. Vac¨ªos de pasajeros, ni cruje el tranv¨ªa 28 al atravesar Alfama. El r¨ªo Tajo entra y sale de Lisboa sin que nada lo impida. No hay cargueros que lo rasguen, no hay cruceros bienvenidos ni gente que le siga la corriente.
En el Chiado, los vecinos Luis de Camoes y Fernando Pessoa guardan 30 metros de distanciamiento social. Est¨¢n que no salen de su asombro. Al tuerto de Os Lus¨ªadas, las palomas le han dejado de defecar en sus pies; hace semanas que nadie les echa migas de pan. Al miope del Libro del desasosiego no le soban los turistas. La rua Garrett, siempre intransitable, est¨¢ vac¨ªa, con las tiendas cerradas, pero con esos cierres que se adivinan que no son de descanso semanal; la clausura de la iglesia de los italianos lo corrobora y el m¨ªtico caf¨¦ Brasileira lo ratifica, al igual que otras tascas por donde Pessoa iba haciendo sus paradas, Nicola, Martinho de Arcada... Hoy ser¨ªa imposible pillarle al poeta en ¡°flagrante delitro¡±.
Al mes de reclusi¨®n, Alice bate huevos, exprime limones, extiende mozzarella, salsa de tomate y champi?ones sobre la pizza. ¡°Cocinar la cena ha resultado ser nuestra mejor experiencia del d¨ªa, mejor que la pintura o la tele¡±, reconoce Madalena, que teletrabaja en el sector del espect¨¢culo. Z¨¦ Mar¨ªa, dedicado al software futbol¨ªstico, se va a quedar sin variables, pero de momento con sueldo. Hay cerca de un mill¨®n de trabajadores, casi un tercio de la fuerza laboral del pa¨ªs, con suspensi¨®n temporal del empleo.
En el portal de casa, la abuela Elena toca el timbre y deja la compra del supermercado para su hijo y su nieta. Esta vez no incluye los caprichitos de las festividades, pasteles de nata de Bel¨¦m, croquetas de Versalles, arroz de pato del O Chef, los ovos moles de Alcoa, el roastbeef del Gambrinus... Desde hace un mes, prima la pasta y el gel desinfectante.
Tras la ventana, Alice agita las manitas y parece que le grita hola y adi¨®s a su av¨® que, sin o¨ªrla, le responde igual, hola y adi¨®s, desde la ventanilla del coche. Haciendo pucheros, las dos se alejan hasta la pr¨®xima semana de emergencia.
Est¨¢ doliente Lisboa. No huele a la canela de sus pasteler¨ªas, no sabe al cilantro de sus tabernas, no hay quien la abrace, pero s¨ª que tiene un eco del m¨¢s puro Caman¨¦: ¡°Hay un silencio pesado, que no s¨¦ de d¨®nde viene, ni s¨¦ si se llama fado, o qu¨¦ otro nombre tiene¡±.
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