Grupos anti-suicidio, urgencias psic¨®ticas y falta de medios: el d¨ªa a d¨ªa de un centro p¨²blico de salud mental
La pandemia y una mayor conciencia de la importancia del bienestar psicol¨®gico, la soledad y la incertidumbre han hecho que los pacientes se multipliquen en este edificio de Lavapi¨¦s, en Madrid
En el centro de salud mental del distrito centro de Madrid, en la calle Cabeza, los lunes, a la una, hay prevista una sesi¨®n del grupo de prevenci¨®n de suicidio. Lo integran doce personas que con frecuencia han pensado y piensan en matarse. Algunos lo han intentado alguna vez. Lo dirigen Silvia Oliv¨¢n, una de las tres psic¨®logas cl¨ªnicas del centro, y Carmen Pertejo, una de las tres enfermeras especialistas en salud mental. Los pacientes entran en una sala amplia, algo desangelada, con sillas de oficina dispuestas en c¨ªrculo. Hay desde j¨®venes angustiados de 18 a?os a jubilados de m¨¢s de 70. Empiezan hablando de c¨®mo les ha ido la semana, qu¨¦ tipo de ansiedades les han sobrevenido en los ¨²ltimos d¨ªas. Hasta que enseguida surge un tema concreto que la psic¨®loga utiliza para tirar del hilo: ¡°Que puede ser, por ejemplo, que alguien no aguanta a su madre, o al rev¨¦s: que no te puedes separar de tu madre¡±, explica Oliv¨¢n, con m¨¢s de 20 a?os de experiencia. Eso sirve de detonante. ¡°De lo que se trata es de que conecten consigo mismos. Y a trav¨¦s de los otros es m¨¢s f¨¢cil, porque se produce un efecto espejo: si a este le pasa esto, no es tan raro lo que me pasa a m¨ª. Tienen que ser capaces de atravesar las heridas que cargan, como maltratos infantiles o abusos, que a veces no saben ni siquiera que arrastran, y aprender a enfrentarse a lo que les duele, no a huir de ¨¦l¡±.
Tras la sesi¨®n, la enfermera les llamar¨¢ a todos y a cada uno dos veces a lo largo de la semana para calibrar y contener las posibles ideas suicidas. Para saber de ellos, para que se sientan arropados, para que no se vean solos. El programa colectivo, como se ve, responde a unas necesidades terap¨¦uticas, pero tambi¨¦n a imperativos log¨ªsticos porque es la manera que tiene este centro p¨²blico de salud mental de adaptarse r¨¢pidamente a las circunstancias y ser a¨²n m¨¢s operativo. Los profesionales de la calle Cabeza no dan abasto para contener la avalancha de personas aquejadas de ideas suicidas en los ¨²ltimos a?os, que responde, por otra parte, a una tendencia general: en 2020, ¨²ltimo a?o del que existen datos, se quitaron la vida 3.941 personas en Espa?a, la cifra m¨¢s alta de la serie hist¨®rica. El fen¨®meno afecta especialmente a los j¨®venes: las tentativas de suicidio entre la poblaci¨®n de 10 a 24 a?os se multiplicaron por tres entre 2006 y 2020. Inmersos en un grupo, esta docena de pacientes con riesgo son observados una vez a la semana. Sin esto, solo ser¨ªan vistos en sus consultas individuales, que se producen una cada mes.
El centro de salud mental de la calle Cabeza, en el coraz¨®n de Madrid, perteneciente al instituto de psiquiatr¨ªa y salud mental del Hospital Cl¨ªnico San Carlos, con su veintena de profesionales (psiquiatras, psic¨®logos cl¨ªnicos, trabajadores sociales, enfermeros, administrativos, celador y personal de limpieza) es una especie de term¨®metro mental de la sociedad a la que atiende. Su radio de acci¨®n comprende un ¨¢rea de 150.000 personas donde hay zonas de clase media, con buenos sueldos, y barrios deprimidos donde no es raro encontrar casas con un ba?o compartido para cada piso. Su d¨ªa a d¨ªa sirve para comprender los males psicol¨®gicos que afectan a todos. Pasar una semana all¨ª ¨Dincluso sin poder preguntar a los pacientes por razones de confidencialidad¨D permite contemplar una suerte de radiograf¨ªa psicol¨®gica de Espa?a.
El coordinador del centro, el psiquiatra David Fraguas, siempre atareado, sale al paso cada d¨ªa a los mil problemas que le asaltan a cada momento. Insiste una y otra vez, en su peque?o despacho, en que el secreto de su trabajo radica en la labor de equipo. Muchas veces es necesaria la actuaci¨®n conjunta de varios profesionales para sacar a alguien de su propio infierno. Pone un ejemplo: ¡°Hace meses, una ONG nos alert¨® de un chico joven, de 19 a?os, que hab¨ªa ido a pedir comida a la parroquia. Nos pusimos en contacto con ¨¦l. Padece un trastorno mental grave, una esquizofrenia con delirios en los que mezcla la CIA, la KGB, la polic¨ªa secreta y los esp¨ªas. No se organiza. No sabe vivir. Pero eso es en gran parte tratable. Lo que pasa es que lleva malviviendo a?os en la casa familiar, solo, sin luz ni agua caliente porque no sabe pagar la factura de la electricidad. Lleva a?os sin probar la verdura, comiendo a base de botes y de lo que le dan en las iglesias. Ha habido que empezar a ense?arle h¨¢bitos: lavarse, comer. La enfermera se ocup¨® de la parte m¨¦dica, la trabajadora social se encarg¨®, entre otras cosas, de procurarle una residencia por un tiempo mientras le limpian la casa, le arreglan la caldera, y mirar¨¢ ahora de buscarle un trabajo para cuando salga de esa residencia¡¡±
Hay centenares de casos graves como ese: una se?ora viuda con demencia con un terror a?adido debido a que lleva dos a?os sin pagar el IBI simplemente porque no sabe hacerlo y cree que por eso la van a echar de la casa, lo que aumenta sus ya de por s¨ª frecuentes crisis de ansiedad; una madre con trastorno bipolar a la que tuvieron que ayudar, a base de medicamentos y terapia, para que no perdiera la custodia de su hija peque?a despu¨¦s de que en el colegio saltara la alarma; una se?ora mayor que acudi¨® una vez a la consulta con la cabeza llena de chinches porque era incapaz de cuidarse a s¨ª misma o su casa; otra que s¨®lo com¨ªa yogures naturales porque estaba convencida de que el resto de los alimentos, que no eran blancos, que se vend¨ªan en los supermercados, estaban envenenados¡
Las dos trabajadoras sociales del centro se ocupan sobre todo de ellos. Les llaman, les preguntan, les buscan, les gestionan las ayudas que ellos no saben pedir o que no saben ni que tienen derecho a pedir, hacen de madre o de hermana, les siguen la pista, no les olvidan¡ ¡°Con el aluvi¨®n de casos de depresi¨®n y angustia que nos llegan desde la pandemia, corremos el riesgo de relegar a estos casos graves que muchas veces ni se acercan por aqu¨ª¡±, explica una de ellas.
Es cierto lo del aluvi¨®n: a cualquier hora, cualquier d¨ªa de la semana, la sala de espera se llena de pacientes. Para los enfermos no urgentes (¡°los que no tienen pulsiones suicidas, los que a pesar de padecer ansiedad o depresi¨®n pueden manejarse en su vida¡±, seg¨²n el psiquiatra David Fraguas) la lista de espera es de dos o tres meses. En 2018 atendieron 17.000 citas. En 2021 llegaron a las 20.200. En 2022 superar¨¢n las 22.000. Al equipo de siete psiquiatras y tres psic¨®logos se han incorporado este a?o un psiquiatra m¨¢s y un psic¨®logo a media jornada. Pero los medios siguen siendo claramente insuficientes.
Otro de los psiquiatras del centro comenta que los efectos de la pandemia, sumados a la mayor concienciaci¨®n sobre la necesidad de una correcta salud mental se encuentran detr¨¢s de este aumento. ¡°La pandemia hizo mella sobre todo en las personas mayores y en los j¨®venes. Y el problema, muchas veces, es el mismo: la soledad. La gente est¨¢ muy sola. Los jubilados que viven solos la padecen, pero tambi¨¦n los j¨®venes que est¨¢n todo el d¨ªa en el ordenador. Y ese problema, el de la soledad, va a ir creciendo. No soy optimista¡±.
Todos los d¨ªas hay consultas, de lunes a viernes, de nueve a tres de la tarde. Y todos los d¨ªas de la semana, adem¨¢s, hay grupos de psicoterapia: al de suicidio, entre otros, hay que sumar dos de experiencias traum¨¢ticas, dos de trastornos de la personalidad, dos de trastornos afectivos, uno para personas con psicosis y uno para pacientes con trastornos mentales graves y sus familiares. Las enfermeras, adem¨¢s, convertidas en el primer dique de contenci¨®n, se ocupan, junto con los psiquiatras, de otro sector vital: las urgencias. Lo cuenta Carmen Pertejo, una de las enfermeras: ¡°Hay veces que las personas no aguantan m¨¢s, ven que se pueden suicidar, que la angustia es superior a sus fuerzas y entonces saben que estamos aqu¨ª, que pueden venir, sin necesidad de llamar ni pedir cita. Y vienen llenos de desesperanza, con mucha angustia, mucha ansiedad. Desmesurada. T¨² tienes que contener eso y ayudarles a gestionar su estado emocional. Y para eso es muy importante la calidez. Muchas veces basta con que se sientan acompa?ados, a veces lo mejor es un abrazo¡±.
El centro, ya se ha dicho, es una suerte de term¨®metro social de las calles que le rodean: as¨ª que desde hace unos meses acuden a ¨¦l muchas m¨¢s personas aquejadas de ataques de ansiedad o de depresi¨®n cuya causa ¨²ltima, m¨¢s que m¨¦dica, es puramente social: ¡°Viene una madre que vive con su marido y dos adolescentes y un beb¨¦ en un piso de 20 metros cuadrados, que te dice que o calienta la casa o pone el horno porque para las dos cosas no le da con la inflaci¨®n. Me cuenta que no duerme, que no sabe qu¨¦ hacer, que no sabe c¨®mo va a hacer para llegar a fin de mes, que se deprime, pero yo no puedo hacer nada excepto derivarla a la trabajadora social, porque esa mujer no necesita medicaci¨®n, necesita otra cosa que yo no puedo darle. En estos casos, la barrera entre mala salud mental y una vida precaria y dif¨ªcil es bastante borrosa¡±, explica David Fraguas, que a?ade: ¡°Ahora vienen bastantes personas preocupadas por la econom¨ªa o por la guerra en Ucrania, que tienen miedo al futuro, que les cuesta mucho gestionar eso, que no duermen bien por eso, que les cuesta tomar decisiones y que tienen paralizada su vida porque no saben qu¨¦ va a pasar. La incertidumbre: ese es tambi¨¦n otro gran mal de ahora¡±.
Pero todo tiene un l¨ªmite. Los viernes, a las tres de la tarde, el centro cierra. Si hubiera m¨¢s medios, podr¨ªan abrir por la tarde, o los fines de semana. Pero por ahora, lo que hay es lo que hay. Los profesionales salen, se juntan en un bar cercano a tomar una cerveza. ¡°O¨ªr tantas desgracias, tantas cosas malas diferentes, tantos problemas que ni te imaginas, te vac¨ªa por dentro. Es necesario poder hablarlo con los colegas¡±, dice uno de los profesionales del centro. La psic¨®loga Silvia Oliv¨¢n a?ade: ¡°No somos superh¨¦roes, ni salvadores de nadie. Yo soy feliz haciendo lo que hago, pero al salir desconecto: es la ¨²nica manera de seguir¡±.
Es entonces cuando David Fraguas echa el cierre pensando, sin fiarse del todo, en la semana que viene: ¡°A ver qu¨¦ nos pasa el lunes¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.