20 a?os de una muerte por acoso escolar: el dolor y la angustia de Jokin no eran cosas de ni?os
El ¡®bullying¡¯ en las escuelas sigue sin recibir una atenci¨®n prioritaria en Espa?a dos d¨¦cadas despu¨¦s del suicidio del joven de 14 a?os en Hondarribia
Al principio, nadie sab¨ªa lo que hab¨ªa pasado. Solo que el ni?o hab¨ªa desaparecido. Se hab¨ªa esfumado. Recuerdo perfectamente las primeras llamadas, mi madre al tel¨¦fono: ¡°Jokin no ha ido al colegio, no aparece, llevan tiempo busc¨¢ndole, no est¨¢ en ninguna parte, es todo muy raro¡±. Pasaban las horas. En cada llamada sin noticias aumentaba la preocupaci¨®n. Hasta que, por la tarde, lleg¨® la peor de todas. Debajo de la muralla de Hondarribia, oculto entre el c¨¦sped, hab¨ªa aparecido su peque?o cuerpo de 14 a?os sin vida. No hab¨ªa sido un accidente. Jokin hab¨ªa salido a escondidas de su casa cuando todos dorm¨ªan, hab¨ªa cogido su bici y conducido a un lugar muy alto para lanzarse al vac¨ªo sabiendo que no sobrevivir¨ªa. ?Por qu¨¦? Porque no quer¨ªa ir al instituto. Porque no pudo soportar el inmenso dolor que le produc¨ªa imaginarse all¨ª.
Jokin Ceberio Laboa, mi primo, se suicid¨® el 21 de septiembre de 2004, hace hoy 20 a?os. Fue uno de los primeros casos de acoso escolar que lleg¨® a los medios de comunicaci¨®n y a los tribunales de justicia. Una de las primeras veces en las que se cuestion¨® el ¡°eso son cosas de ni?os¡± que siempre hab¨ªa amparado a matones y maltratadores si no hab¨ªan cumplido los 18 a?os. Como si los chavales, mucho m¨¢s fr¨¢giles y vulnerables que los adultos, tuvieran que aguantar la crueldad ajena. Como si su dolor fuera un juego. Como si no fuera la primera obligaci¨®n de cualquier centro educativo detectar y erradicar el sufrimiento extremo de un ni?o a manos de otro.
La investigaci¨®n en torno a la muerte de Jokin fue espeluznante. La autopsia revel¨® numerosos golpes en el cuerpo del chico de una paliza que le hab¨ªan dado d¨ªas antes del suicidio. Una paliza de tantas. ?l hab¨ªa contado que estaba mal en el colegio, que le estaban pegando cada d¨ªa, pero se neg¨® a dar los nombres de los agresores: ¡°?Qu¨¦ quieres, que me maten a hostias si te digo qui¨¦nes son?¡±, le dijo a su madre.
Los padres hablaron con la escuela, que asegur¨® que garantizar¨ªa la seguridad de Jokin, que pod¨ªa volver tranquilo a clase. Pero ya era tarde. El terror se hab¨ªa apoderado de ¨¦l. Llevaba meses sufriendo golpes, insultos, vejaciones. En la mente de un adolescente el futuro a menudo no existe, solo se vive en presente. Y su presente era tan atroz que probablemente no alcanzaba a imaginar que ese calvario pudiera acabar. No ve¨ªa salida a su sufrimiento. Ni siquiera se permiti¨® pedir ayuda, por si le mataban ¡°a hostias¡±. Unas horas antes de morir, cuatro d¨ªas antes de cumplir 15 a?os, escribi¨® en su chat de internet: ¡°Libre, oh, libre. Mis ojos seguir¨¢n aunque paren mis pies¡±.
La justicia conden¨® a siete alumnos del instituto de Jokin por un delito contra la integridad moral y contra la salud ps¨ªquica. En primera instancia el juzgado de menores les impuso una pena de libertad vigilada porque los chavales pertenec¨ªan a ¡°familias estructuradas¡±. Eran chicos de clase media acomodada, tres de ellos, hijos de profesores del centro. En el juicio, alegaron en su defensa que todo el instituto se met¨ªa con Jokin, que no ten¨ªa ¡°mayor importancia¡±. Como si eso les eximiera, como si fuera perfectamente normal y razonable hacer que la vida de un compa?ero se convierta en un infierno diario. Finalmente, la Audiencia de Gipuzkoa elev¨® el castigo y les impuso una pena de dos a?os de internamiento en r¨¦gimen abierto.
El centro educativo no fue declarado responsable de nada a pesar de que sab¨ªan lo que pasaba. Al principio, el director, consternado, les dijo a los padres: ¡°Estos chicos han estado comport¨¢ndose como una banda de mafiosos. Quiz¨¢s hemos actuado con demasiada lentitud¡±. Pero enseguida todo el mundo call¨®, conscientes de que los indicios apuntaban a que el colegio hab¨ªa hecho caso omiso a algo que sab¨ªan que estaba pasando.
A partir del suicidio de Jokin se habl¨® mucho de acoso escolar. De c¨®mo remediarlo, de protocolos, de ayudas... Pero pronto pas¨®, y se olvid¨®. Ha habido otros casos despu¨¦s, igual de graves. M¨¢s suicidios consumados o intentados, m¨¢s dolor, m¨¢s frases de cr¨ªos de esas que parten el coraz¨®n en dos. Muchas escuelas e institutos han seguido mirando hacia otro lado. Muchos padres y madres siguen prefiriendo ignorar o minimizar el maltrato que sus hijos ejercen sobre los hijos de otros. Muchos chavales se siguen callando sin amparar al que sufre, a veces culp¨¢ndolo por ser d¨¦bil frente a los que agreden.
La familia de Jokin sigue rota por algo que nunca debi¨® pasar. Sus padres, Jos¨¦ Ignacio y Mila. Su hermano, Xabier. Exactamente igual que otras familias con tragedias similares. Cuando hablas con adultos que sufrieron bullying de ni?os o adolescentes, suelen desgranar relatos atroces de c¨®mo ese dolor inmenso e insoportable ha condicionado su personalidad; de c¨®mo a veces a¨²n sienten inseguridad y miedo. Pero la sociedad, y sobre todo los centros educativos, siguen sin darle a este problema social la importancia que tiene. Mi compa?era Sonia Vizoso contaba este verano el caso de X., con ataques de ansiedad e ideas suicidas por c¨®mo le tratan sus compa?eros. A sus 15 a?os lleva meses denunciando ser v¨ªctima de acoso escolar sin que la escuela tome medida alguna. Su madre a¨²n ha tenido que escuchar, en 2024, aquello de que ¡°son cosas de ni?os¡±.
El acoso escolar existe aunque no queramos mirarlo de frente, y erradicarlo sigue siendo una gran asignatura pendiente. Ese era precisamente el t¨ªtulo de una carta a la directora de este peri¨®dico publicada hace unos d¨ªas, que comenzaba as¨ª: ¡°Nunca entend¨ª el motivo por el que sufr¨ª bullying¡±.
Los ni?os no pueden defenderse solos. No podemos dejarlos solos. Quiz¨¢, 20 a?os despu¨¦s de que Jokin cogiera su bici para tirarse desde lo alto de una muralla, ha llegado el momento de que los pol¨ªticos, las escuelas y la sociedad en su conjunto nos lo tomemos en serio de una vez.
El tel¨¦fono 024 atiende a las personas con conductas suicidas y sus allegados. Las diferentes asociaciones de supervivientes tienen gu¨ªas y protocolos de ayuda para el duelo.
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