Un mundo de robots
EPS visita Carnegie Mellon, una de las instituciones m¨¢s entregadas a la tarea de idear m¨¢quinas en EE UU
Construyen coches, limpian el mar, exploran volcanes y planetas, ayudan al ej¨¦rcito, juegan al f¨²tbol? Los robots son parte ya de la vida cotidiana aunque est¨¦n lejos de ser esos humanoides sensibles recreados por la ciencia-ficci¨®n. Una pel¨ªcula, 'Yo, robot', imagina un mundo repleto de ellos.
En la Carnegie Mellon, en Pittsburgh, Pensilvania, cuelga una pancarta que resume la filosof¨ªa de esta universidad, la ¨²nica creada en el siglo XX que ha conseguido un hueco en el top 20 educativo mundial (lo dice un folleto, y da n¨²meros: 250 investigadores, 100 proyectos, 45 millones de d¨®lares anuales de presupuesto): "Where the future is what it used to be" ("Donde el futuro es lo que sol¨ªa ser").
Esta instituci¨®n es una de las m¨¢s entregadas en EE UU a la tarea de idear m¨¢quinas aut¨®nomas, ya sean brazos articulados, cacharros que juegan al f¨²tbol, ordenadores m¨®viles como Grace o Valerie, que saluda al visitante internacional con alguna canci¨®n popular de su pa¨ªs (tipo Que viva Espa?a)? Todos, ingenios electr¨®nicos que un buen d¨ªa fueron so?ados, dise?ados, programados, ensamblados, puestos en marcha?, ?dotados de vida? El aire aqu¨ª huele a tecnolog¨ªa, a algoritmos y programas, a computadores que nunca tienen descanso y a cient¨ªficos que tampoco. Un grupo de ellos -Jim Osborn, Red Whittaker, Manuela Veloso, Reid G. Simmons- atiende a la veintena de periodistas europeos invitados por la productora Twentieth Century Fox y el equipo de Yo, robot, la nueva pel¨ªcula de Alex Proyas (El cuervo, Dark City), inspirada, a grandes rasgos, en relatos del genial Isaac Asimov. El objetivo es presentar en sociedad a su estrella protagonista, Sonny, un robot de ficci¨®n que se incorpora as¨ª a la saga de los resultones robots de ficci¨®n.
El lugar elegido es perfecto. Porque en Pittsburgh saben mucho de m¨¢quinas informatizadas; no en vano, a la anta?o industrializada capital del acero la llaman algunos Robotsburgh, dada su pasi¨®n tecnol¨®gica, sus muchos institutos dedicados al tema, su Robot Hall of Fame? Cuando el muro ca¨ªa en Berl¨ªn en 1989, ellos andaban creando el primer doctorado en rob¨®tica del mundo. Lo cuenta el profesor de arte dram¨¢tico Don Marinelli -un aire a Buffalo Bill, bigote, pelo largo y cano- mientras parodia a personajes del cine: "?La tecnolog¨ªa es el nuevo acero!", grita. Y simula ser robot ¨¦l mismo: "Est¨¢ en marcha nuestra invasi¨®n silenciosa? Si alguien mira a su alrededor descubrir¨¢ que los robots le construimos el coche, le limpiamos la piscina, le ayudamos en una operaci¨®n ¨®ptica o quir¨²rgica?". Sigue luego: "Que los literatos pongan nombre a sus criaturas es l¨®gico, pero que los propios cient¨ªficos bauticen a sus robots es todo un detalle. Los humaniza. Ah¨ª es donde se desvelan sus intenciones". Cierto. Crece una nueva etnia de aut¨®matas. Ah¨ª est¨¢n Grace (americana), Asimo y Aibo (japoneses), Argos, Lauron (del Instituto de Rob¨®tica de Barcelona), Ferm¨ªn, Lupe (de la Universidad de Cantabria)? Y as¨ª hasta sumar en el mundo m¨¢s de un mill¨®n de m¨¢quinas programadas, la mayor¨ªa ocupadas en empresas de automoci¨®n. Ingenios a imagen y semejanza de insectos, hombres, con ruedas o patas, con ojos, sin ellos, pensados para la investigaci¨®n o la industria, siervos que s¨®lo el nombre rescata del anonimato.
'Sonny' es un primor: de mirada franca y un tanto lastimera, rostro expresivo, cuerpo de metal y silicona, transparente, musculoso, de movimientos dulces, elegante, servicial y amable, un tanto enigm¨¢tico, sensible. Se trata de un androide NS-5, un asistente dom¨¦stico de ultim¨ªsima generaci¨®n, ideal para cuidar de tu casa y tus ni?os. Pero no lo tiene f¨¢cil este reci¨¦n llegado, el m¨¢s "realista, emocional y completo personaje tridimensional creado por el cine", presume Patrick Tatopoulos (Godzilla, Independence day), el progenitor de Sonny y dise?ador de los efectos especiales de Yo, robot, mientras muestra bocetos del proceso de gestaci¨®n de su criatura. No lo tiene f¨¢cil porque el list¨®n de la empat¨ªa en ciencia-ficci¨®n cinematogr¨¢fica est¨¢ muy alto. Hay un antes y un despu¨¦s. Un tope sentimental rob¨®tico. ?Recuerdan? Cuando Batty, un replicante Nexus 6, a punto de caer al vac¨ªo se desahoga ante Harrison Ford en Blade Runner, versi¨®n en cine de ?Sue?an los androides con ovejas el¨¦ctricas?, de Philip K. Dick: "Yo he visto cosas que vosotros nunca creer¨ªais. Atacar naves en llamas m¨¢s all¨¢ de Ori¨®n. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhausser? Todos estos momentos se perder¨¢n en el tiempo?, como l¨¢grimas en la lluvia. Es hora de morir". Millones de corazones humanos quedaron arrebatados por la escena. Sabido es que crecieron los fans como hongos, y se abrieron luego, cuando la Red se hizo inmensa, p¨¢ginas y p¨¢ginas en Internet dedicadas a esos nuevos seres. Baste citar una: www.replicantes.tk. "Replicantes (a tribute to 'Blade Runner'). Iguales derechos para los replicantes. M¨¢s humanos que los humanos".
Tatopoulos, tras hacer un repaso por los m¨¢s famosos robots del cine -de Metr¨®polis (1929) a Minority report (2002)- y presumir del coche del detective Spooner (Will Smith), un espectacular RSQ dise?ado por Audi, augura: "En breve iremos a la tienda de la esquina a comprar un robot igual que ahora vamos a por una tele".
El sue?o de imaginar el futuro, de construir una m¨¢quina a imagen y semejanza, es recurrente en el hombre, pero no es hasta la revoluci¨®n industrial cuando se convierte en algo tangible. Y ah¨ª ayud¨® mucho que la ciencia-ficci¨®n, eso tan t¨ªpicamente americano, se materializara en literatura y cine. "Julio Verne nos llev¨® a la Luna antes de que lo hiciera la NASA", puntualizan en la Carnegie. ?Le dio Verne, pues, la idea a la NASA? Quiz¨¢. Dif¨ªcil se?alar la l¨ªnea de salida en esta carrera. ?Fue en 1920, cuando el checo Capek escribi¨® RUR, esos aut¨®matas que acaban con los humanos e inician una nueva era felizmente solos? ?Con las revistas Amazing Stories, Astounding Sciencie-fiction o Galaxy desde 1926? ?O con esos escritores que dibujaban el m¨¢s amplio horizonte posible, digamos Asimov, Bradbury, Anderson, Clarke, Kuttner, Heinlein, Wells??
Las infinitas posibilidades de la ciencia, el avance t¨¦cnico y tecnol¨®gico, los extraterrestres, mundos lejanos o viajes en el tiempo y el espacio fueron obsesiones literarias de un siglo. Los escritores inventaban y los cient¨ªficos tambi¨¦n. La realidad hoy es la ciencia-ficci¨®n de ayer: ?d¨®nde si no clasificar los logros en medicina, en gen¨¦tica, en biolog¨ªa molecular, en ordenadores, en inteligencia artificial, en realidad virtual, en telefon¨ªa, en exploraci¨®n espacial??
Fue el prol¨ªfico Asimov el primero en escribir de forma realista y sin arrogancia de los aut¨®matas, en acu?ar la palabra rob¨®tica. Con ¨¦l, las m¨¢quinas dejaron de ser parientes de Frankenstein para convertirse en colaboradores queridos. Asimov solucion¨® en la ficci¨®n el asunto de la seguridad a la hora de convivir con ellas mediante las tres leyes de la rob¨®tica. Ley n¨²mero uno y ejemplo: "Un robot no puede causar da?o alguno a un ser humano ni permitir que, por su pasividad, lo sufra". Pero ?y si se incumplen?, ?y si un robot se rebela, enga?a, mata? ?Y si de repente uno se da cuenta de que un aparato como Sonny siente y sue?a? De resolver una situaci¨®n as¨ª trata la pel¨ªcula de Proyas.
Por supuesto, los cient¨ªficos de carne y hueso de la Carnegie Mellon ni se plantean, de momento, tales cosas. Sus batallas cotidianas son otras. Osborn, Simmons, Whittaker? Los aqu¨ª reunidos son culpables de que esta universidad haya parido algunos hitos de la rob¨®tica (los Dante, el Terregator, exploradores de la Ant¨¢rtida?) y, en consecuencia, son todos hiperactivos. Quien no est¨¢ especializado en microcirug¨ªa ha ido a Alaska o a Chern¨®bil a probar robots de la NASA, controla el mundo de los sensores ¨®pticos, dise?a estos d¨ªas un asistente para personas mayores o un veh¨ªculo autodirigido en el que, dicen, tiene mucho inter¨¦s el ej¨¦rcito; ense?a a sus alumnos y preside varias empresas de producci¨®n o software que ¨¦l mismo ha creado. ?Uf!
"Quiz¨¢ son aut¨®matas", bromea alguien por lo bajo. Claro, podr¨ªan haber fabricado cl¨®nicos electr¨®nicos de s¨ª mismos, y no tener as¨ª que atender tareas ingratas, como contestar preguntas absurdas de los periodistas? Pero, ?y sus mentes?, ?se podr¨ªan llegar a reproducir alg¨²n d¨ªa? La investigadora portuguesa Manuela Veloso -menuda, morena- se r¨ªe ante tal idea: "?Uf! De momento, pura ficci¨®n". Nos cuenta que ella ya tiene bastante con demostrar que sus robots pueden cruzar muchas l¨ªneas: acci¨®n, percepci¨®n, soluci¨®n de problemas, trabajo en equipo? "Uno de los aspectos m¨¢s desconocidos de los robots es que son capaces de aprender. Reaccionan distinto con la pr¨¢ctica, con la experiencia. Se les programa con respuestas distintas, es verdad, pero son ellos los que eligen una u otra en funci¨®n de la situaci¨®n; es decir, aprenden".
As¨ª, esta mujer niega una de las tres carencias que tradicionalmente se achacan a los robots (inteligencia, movilidad y capacidad de aprender) y se afana en ense?ar a sus m¨¢quinas a jugar cada vez mejor al f¨²tbol: "Son verdaderos campeones". Aviso para forofos: el inter¨¦s no est¨¢ en el resultado del partido, sino en el experimento, en "?participar!", se r¨ªe. Para entender la afici¨®n internacional que se ha creado con los robots futbolistas sirva un dato: en Portugal, paralela a la Eurocopa de carne y hueso, se celebr¨® la RoboCup: decenas de pa¨ªses participantes en diversas categor¨ªas (por tama?os, humanoides?). Un deporte ¨¦ste que tambi¨¦n es usual en Espa?a entre equipos universitarios (Girona, la Rey Juan Carlos de Madrid?).
Nuevo tema de discusi¨®n en la sala: "?Sustituir¨¢n los robots alg¨²n d¨ªa a los humanos?". "Ya lo hacen", afirma Whittaker. "Ya han asumido parte de un trabajo que no es c¨®modo o seguro para el hombre. Basta mirar exploraciones peligrosas en desiertos o glaciares, en acciones de guerra, en incendios, en Marte, en operaciones quir¨²rgicas, pronto tendr¨¢n mucho que hacer en el ej¨¦rcito?". Y sigue el paseo por la rob¨®tica: sus or¨ªgenes, avances, repercusi¨®n, ¨¦tica, literatura? Conclusi¨®n: se vive un boom evidente. Hay mucho inter¨¦s de la industria en su desarrollo, mucho dinero. Y el territorio se ampl¨ªa: robots para el hogar, para centros de ocio, para el ej¨¦rcito.
"La ciencia no se mantiene inm¨®vil... sutilmente se disuelve y cambia mientras la observamos. No puede captarse en cada detalle y en cualquier momento temporal sin quedarse atr¨¢s al instante", dej¨® escrito tambi¨¦n Asimov. En la ambientaci¨®n de Yo, robot hacen gui?os continuos con esto: objetos, comidas, zapatillas y equipos de m¨²sica de 2004 que son reliquias para los habitantes del a?o 2035 como los son para nosotros los viejos computadores de hace apenas medio siglo? Y, ?qu¨¦ es la rob¨®tica sino esa vieja historia? As¨ª, por orden, nada ser¨ªa lo mismo sin las m¨¢quinas del ingeniero Vannevar Bush, sin las aportaciones del matem¨¢tico Norbert Wiener, sin la invenci¨®n del transistor, sin los microchips? Aqu¨ª, en Pensilvania, tambi¨¦n hubo prehistoria. En 1945 se cre¨® el primer gran computador, el ENIAC, que pesaba 30 toneladas y necesitaba 14.000 metros cuadrados de espacio. Comparen?
?ngel Jordan -navarro y americano, f¨ªsico e ingeniero electr¨®nico; hoy jubilado, pero en absoluto inactivo- ha vivido en directo toda esta gran zancada cient¨ªfica. Ha sido impulsor y protagonista. Fund¨® con Raj Reddy y Tom Murrin el Instituto de Rob¨®tica (RI) de Pittsburgh en 1979: "Cuando la industria del acero decay¨® intentamos buscar otro camino, otro punto de atracci¨®n en la zona, y ¨¦ste fue la tecnolog¨ªa". Hoy, el RI es una referencia, como los son otros centros art¨ªsticos o culturales de esta ciudad que abunda en imperios (el del ketchup Heinz, sin ir m¨¢s lejos, cuya heredera es la esposa de John Kerry, candidato a la presidencia norteamericana). Sentado en un hotel de este lugar milagro de la reconversi¨®n industrial, Jordan cuenta c¨®mo, por diversas circunstancias, abandon¨® Espa?a en los a?os cincuenta y aterriz¨® aqu¨ª.
"Con el RI quer¨ªamos agrupar y consolidar todas las ramas implicadas en rob¨®tica, mec¨¢nica, electr¨®nica, computadores, inteligencia artificial; producir investigaci¨®n global", afirma. Ahora dirige el Instituto de Ingenier¨ªa del Software, que fund¨® en 1984. Porque es en el software, dice, donde est¨¢n puestas ahora todas las miradas, las esperanzas. Y habla de las posibilidades de China e India, de c¨®mo Jap¨®n es primera potencia productiva, de c¨®mo los americanos tiran a¨²n de la cuerda en investigaci¨®n? "Se trasladar¨¢ todo a Asia", vaticina Jordan. Y a?ade: "T¨² lo ver¨¢s, yo no".
El 'software' es, pues, la madre del cordero. Algo que saben bien cient¨ªficos como Michael Gonz¨¢lez, de la Universidad de Cantabria, experto en inform¨¢tica aplicada a la industria y ocupado hoy con robots de instalaciones nucleares. "Este boom se produce por el empuje de la inform¨¢tica. Los computadores son miles de veces m¨¢s r¨¢pidos, m¨¢s capaces, lo cual implica mayor inteligencia; los programas m¨¢s elaborados? Pero el software es a¨²n muy costoso. Programar un robot simple puede suponer un mill¨®n de instrucciones, que una persona tiene que escribir una por una, teclear a mano? El objetivo hoy es elaborar sistemas, modelos conceptuales que puedan programar en gen¨¦rico, sin necesidad de escribir hasta la ¨²ltima coma". Y a la hora de construir un robot especial, como el que extrae fuel del Prestige o los de las nucleares, cuesta m¨¢s la programaci¨®n que la mec¨¢nica, porque se fabrican pocos. Eso no ocurre con los industriales, puesto que el coste se divide entre todos los fabricados, a veces miles. Unos son masa. Otros, ¨²nicos. Tambi¨¦n entre los m¨¢quinas hay clases.
En Yo, robot, los NS-5 son ingenios a la carta que las familias futuras podr¨¢n elegir con musculatura y color de ojos al gusto. Tan completo men¨² a¨²n no existe en la realidad, pero s¨ª software que se va incorporando al robot ya comprado, tal y como hace Sony con el perrito Aibo, por ejemplo, seg¨²n va fabricando generaciones nuevas del chucho. El humanoide japon¨¦s Asimo se pasea en p¨²blico con regularidad. Los japoneses lo tienen claro: en ambos, juguete y humanoide, est¨¢ la levadura del negocio. Whittaker, en la Carnegie, prefiere considerarlos, de momento, "herramientas, no juguetes". Carme Torras, del Instituto de Rob¨®tica de Barcelona, donde se afanan en que sus m¨¢quinas tengan el mejor sentido de la vista posible y puedan explorar exteriores, se?ala la importancia del software libre, esos programas que se intercambian, que se mejoran entre la comunidad universitaria, donde "se cree m¨¢s en compartir que en comercializar".
?Y c¨®mo acab¨® la sesi¨®n en Pittsburgh? Tras contemplar a Will Smith correr por la pantalla pistola en mano en pos de una masa de robots, Manuela Veloso fue de nuevo interrogada: "?Qu¨¦ piensa una cient¨ªfica como usted al ver algo as¨ª?". Respuesta: "Siempre me pregunto por qu¨¦ raz¨®n el h¨¦roe persigue al robot para matarlo, cuando bastar¨ªa con acceder al programa de ordenador". Y agrega, como disculp¨¢ndose, que no tiene mucho tiempo para pel¨ªculas.
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