Walter White es mucho peor persona que Tony Soprano
El repaso de dos cl¨¢sicos como ¡®Los Soprano¡¯ y ¡®Breaking Bad¡¯ es gozoso, terrible y confirma la certeza de que uno asiste a dos obras de arte plenamente vigentes
La sobreabundancia puede llevar a crisis de vac¨ªo creativas. Ocurre estos ¨²ltimos a?os en parte con las series de televisi¨®n. And¨¢bamos mal acostumbrados en la primera d¨¦cada del siglo XXI, la dorada del g¨¦nero. El exceso descuajaringa la originalidad. Las ideas se venden baratas. Hace aguas el riesgo. Eso te hace refugiarte en el gusto de repasar, de revisar (lo que un pedante afectado de anglicismo cr¨®nico dir¨ªa revisitar). Volver a los t¨ªtulos que ya son cl¨¢sicos. Y de ah¨ª esta comparativa entre Los Soprano y ...
La sobreabundancia puede llevar a crisis de vac¨ªo creativas. Ocurre estos ¨²ltimos a?os en parte con las series de televisi¨®n. And¨¢bamos mal acostumbrados en la primera d¨¦cada del siglo XXI, la dorada del g¨¦nero. El exceso descuajaringa la originalidad. Las ideas se venden baratas. Hace aguas el riesgo. Eso te hace refugiarte en el gusto de repasar, de revisar (lo que un pedante afectado de anglicismo cr¨®nico dir¨ªa revisitar). Volver a los t¨ªtulos que ya son cl¨¢sicos. Y de ah¨ª esta comparativa entre Los Soprano y Breaking Bad a trav¨¦s de sus protagonistas. No hace falta un doctorado en psicolog¨ªa para llegar a la siguiente conclusi¨®n: Walter White es mucho peor persona que Tony Soprano. De lejos¡
Empecemos por el mafioso de Nueva Jersey. Los c¨®digos, el ambiente, Livia, su madre, el cabr¨®n del t¨ªo Junior, la carga de ser un padre de familia que desea cortar los lazos del destino cara al futuro de sus hijos con algo de prestigio y los estudios que ¨¦l no tuvo¡ La culpabilidad y la devoci¨®n que siente por Carmela, su mujer, la presi¨®n del liderazgo, las cuitas de la banda y el enfrentamiento con otras familias, el fanfarr¨®n de su sobrino, sus cu?ados psic¨®patas y su hermana tocapelotas. El donjuanismo como otra obligaci¨®n m¨¢s de macho alfa, ese dar la talla cara al sexo contrario, le conducen a una depresi¨®n, le producen desmayos, crisis de ansiedad. Reniega de su supuesta hombr¨ªa con discreci¨®n y decide visitar a una psiquiatra, la doctora Melfi. No entiende, no se entiende.
Tony es un t¨ªtere dentro de un mundo en que no encaja. Un universo que trata de desentra?ar en camiseta y trajes a medida, comiendo pasta y a medio camino entre los misterios de su nevera o los documentales hist¨®ricos que se traga endulzando las batallas con helado en la televisi¨®n. Ese es su refugio seguro, su base puertas adentro, ya no puede confiar ni siquiera en salir a la piscina o prender la barbacoa. M¨¢s all¨¢ de ese mundo interior decorado con Lladr¨®, se pierde. Decide desentra?arse, mejorar, comprender, pero es demasiado servil a sus instintos y a sus propias leyes. Porque s¨ª, porque as¨ª ha sido siempre, aunque algo le diga que debe frenar, transformarse, conocerse m¨¢s all¨¢ de los propios mandamientos que le atosigan y liberarse de s¨ª mismo para trascender hacia una figura que le permita mirarse en el espejo.
Walter White emprende el viaje contrario. Parte de la dignidad y el respeto que le profesan los dem¨¢s y con el que no est¨¢ conforme para perderse en el infierno. Es Fausto. Al completo. Tanto como Jekyll y Hyde. Parece que Vince Gilligan, su creador (que proviene de la inmensa cantera de guionistas visionarios que crearon Los Soprano, con David Chase a la cabeza y Matthew Weiner o Terence Winter, entre otros talentos descomunales en el equipo), conoce perfectamente que el pacto con el diablo del personaje m¨ªtico lo hizo no en pos de la eterna juventud, sino de no poner barreras ¨¦ticas ni morales a la ciencia.
La qu¨ªmica pasa del ideal mediante el que Walter White es capaz de explicar la nobleza y la belleza del mundo con ayuda de Walt Whitman y sus Hojas de hierba al elemento mediante el que Heisenberg se corrompe a s¨ª mismo y destruye todo lo que le rodea para vengar su propia frustraci¨®n. El trasunto del creador del principio de incertidumbre, el cient¨ªfico que puso las bases de la f¨ªsica cu¨¢ntica es el nombre que elige el protagonista para su metamorfosis. No hace con ello sino ensuciar sus iniciales, W. W., clavadas no por azar al del m¨¢s grande poeta norteamericano. Es un yin y un yang magistral que conduce gran parte de la serie.
Ese descenso lo realiza White bas¨¢ndose en dos caracter¨ªsticas que aumentan su capacidad miserable: su propio ego y el placer que le produce infligir da?o. Ambas variantes multiplican su veneno. Todo eso le arrastra y le confiere una satisfacci¨®n que le pierde. Porque es el gozo de la perversi¨®n, del poder, de la venganza hacia un mundo que le neg¨® el ¨¦xito y que ¨¦l se ha decidido a contaminar mediante el tr¨¢fico antes de que lo venza la enfermedad. Cuando cruza la l¨ªnea prefiere dejar una huella maligna antes que un recuerdo feliz. Porque la bondad en ¨¦l se diluye sobre la base de su propia f¨®rmula para fabricar droga, cocinada entre m¨¢scaras protectoras y delantales, pero en calzoncillos.
Para eso abunda en la avaricia, pero sobre todo en la mentira. Son dos pulsiones que no se plantea apartar de s¨ª, sino m¨¢s bien en llevarlas al l¨ªmite grotesco de sus propias posibilidades. El personaje es tan poderoso que arrastra la primera visi¨®n de la mano de Bryan Cranston. Al repasarlo lo pierde todo ante los ojos del espectador, mientras que Tony Soprano en el cuerpo del gran James Gandolfini es tan aut¨¦nticamente carnal, tan parad¨®jicamente humano, que gana. La brutalidad en caso del mafioso es, en gran parte, una condena, un determinismo, un destino marcado, mientras que en el profesor se trata de una elecci¨®n. Consciente. Walter no merece a nuestros ojos una segunda oportunidad: lo condenas. Es absolutamente deleznable. Tony, en cambio, s¨ª.
M¨¢s si a la segunda te dejas llevar en el universo descarnado de Alburquerque por la fragilidad y el desamparo de Jesse Pinkman, los c¨®digos morales y la astucia de su cu?ado Hank, incluso por los malabares de Saul Goodman y las tentaciones finalmente redimidas de Skyler, su esposa. A ¨¦l, al gran brujo, al siniestro demonio de Walter White, en cambio, lo llegas a detestar completamente. Eso si resistes de nuevo la revisi¨®n. Porque Breaking Bad, como Los Soprano, es una obra maestra, desde luego, pero se trata quiz¨¢s de la serie m¨¢s descarnada y desesperanzada con la condici¨®n humana que se haya concebido hasta el momento.