La pol¨ªtica de los supervivientes
Carlos Fernando Gal¨¢n y Rodrigo Lara compitiendo por la Alcald¨ªa de Bogot¨¢, as¨ª como varios congresistas, nos recuerdan que la nuestra es una pol¨ªtica de supervivientes. O de hu¨¦rfanos, si se prefiere, y tendr¨ªamos que pararnos dos segundos a pensar qu¨¦ dice esto de nosotros
Hace unos diez d¨ªas, cuando escrib¨ª en este peri¨®dico acerca de la muerte de Pablo Escobar, de la cual se cumplir¨¢n treinta a?os en diciembre pr¨®ximo, no se me ocurri¨® ni siquiera que pocos d¨ªas despu¨¦s fuera a ser elegido alcalde de Bogot¨¢ el hijo de una de sus v¨ªctimas m¨¢s conocidas o recordadas: Luis Carlos Gal¨¢n. No ser¨¦ el primero, supongo, en notar que Carlos Fernando Gal¨¢n compet¨ªa con Rodrigo Lara Restrepo, hijo de otro de los hombres asesinados por el Cartel de Medell¨ªn durante esa d¨¦cada de horror que nos cambi¨® para siempre. En cierto sentido, es con el crimen de Rodrigo Lara Bonilla como comenz¨® todo. La historia no suele respetar la cronolog¨ªa: as¨ª como el siglo XX comenz¨® en 1914 y termin¨® en 1989, la d¨¦cada de los 80 en Colombia comenz¨® tarde, en abril de 1984, y termin¨® tarde tambi¨¦n: en diciembre de 1993. Aunque en m¨¢s de un sentido ¨Cnadie me lo tiene que decir¨C no haya terminado todav¨ªa.
Cada cierto tiempo me asaltan las im¨¢genes de estos cr¨ªmenes, porque forman parte de mi memoria, o de la memoria colectiva de varias generaciones entre las cuales est¨¢ la m¨ªa. Cada cierto tiempo recuerdo el lugar de la calle 127 donde los sicarios de Pablo Escobar dieron alcance al Mercedes blanco de Rodrigo Lara, y recuerdo las im¨¢genes de los vidrios destrozados a balazos, del asiento trasero manchado de sangre y de los dos libros abandonados all¨ª como una met¨¢fora de mala pel¨ªcula: Diccionario de historia de Colombia y Cadena perpetua. Y cada cierto tiempo recuerdo, tambi¨¦n, el video de la tarima de Soacha ¨Cque no he vuelto a ver para escribir esto que escribo¨C, con esos hombres de vestido y corbata, esas pancartas levantadas en la multitud, esa c¨¢mara inestable que trata de fijarse en algo y luego el traqueteo de las ametralladoras y la secuencia inveros¨ªmil de los cuerpos que caen. ¡°Y ca¨ª como un cuerpo muerto cae¡±, escribe Dante en la Divina Comedia: nunca he pensado en el crimen de Gal¨¢n sin recordar ese verso. No s¨¦ cu¨¢ntas veces he visto esas im¨¢genes dolorosas, pero siempre lo he hecho sorprendido por lo que nos toc¨® vivir; y tengo miedo del d¨ªa en que ese crimen grabado en video deje de sorprenderme o de entristecerme, porque eso querr¨¢ decir que la imagen me ha anestesiado.
?sta es una de las formas de entender el pa¨ªs que nos ha tocado: la nuestra es una pol¨ªtica de supervivientes. O de hu¨¦rfanos, si se prefiere, y tendr¨ªamos que pararnos dos segundos a pensar qu¨¦ dice esto de nosotros: qu¨¦ dice de nosotros el hecho de que compitieran por la alcald¨ªa de Bogot¨¢ los hijos de dos hombres asesinados, mientras en el partido de gobierno hay por lo menos tres congresistas valiosos ¨CIv¨¢n Cepeda, Mar¨ªa Jos¨¦ Pizarro y Mar¨ªa del Mar Pizarro¨C, que no s¨®lo tienen en com¨²n la testaruda defensa de la paz, sino el ser hijos de hombres que murieron en la violencia. Pienso en ellos y se me ocurre que se habr¨¢n visto en cada sesi¨®n del congreso con Enrique G¨®mez Mart¨ªnez, sobrino de otro hombre asesinado, y tambi¨¦n con Miguel Uribe Turbay, cuya madre muri¨® asesinada por Pablo Escobar y el grupo de los Extraditables. Nuestras violencias se encuentran: los que tienen memoria recuerdan que Escobar, para secuestrar a Diana Turbay, le puso el se?uelo irresistible de una entrevista con el cura P¨¦rez, guerrillero del ELN; y la trampa ten¨ªa verosimilitud porque Turbay hab¨ªa entrevistado previamente a Carlos Pizarro. Este es el equipaje que llevan consigo nuestros congresistas cuando se dan cita en el congreso.
Y ¨¦stos no son m¨¢s que los primeros que me vienen a la memoria. ?Qu¨¦ dice esto de nosotros? ?Qu¨¦ implicaciones puede tener? S¨ª, la nuestra es una pol¨ªtica de supervivientes. Es una pol¨ªtica que se hace con dolor, o por lo menos con el fantasma del dolor pasado acompa?¨¢ndonos siempre y tal vez d¨¢ndonos consejo. Esto se puede ver como una herencia y una responsabilidad, y tambi¨¦n de maneras menos fruct¨ªferas, pero no puede no verse. Ya no debe de haber colombianos que no tengan a una v¨ªctima de nuestras guerras diversas entre sus conocidos, pero tendr¨ªamos que preguntarnos tambi¨¦n qu¨¦ pasa cuando las violencias pasadas forman parte de nuestras instituciones: cuando entran en ellas y las habitan con sus fantasmas. Es dif¨ªcil recordarlo, pero hubo un tiempo en que no era as¨ª. Y es f¨¢cil imaginar, en cambio, un futuro pr¨®ximo en que toda la pol¨ªtica colombiana la hagan hombres y mujeres que han sido tocados por la violencia: los hijos y los sobrinos y los viudos e incluso los padres de los que han muerto asesinados en nuestro pa¨ªs de intolerancia extrema y de gatillo f¨¢cil.
Aunque tal vez peque yo por inocencia, o por falta de informaci¨®n: y ese futuro ya est¨¦ aqu¨ª.
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