?C¨®mo hablar de Israel?
Hay muchas formas de comentar el ataque perpetrado por Ham¨¢s, pero una cosa es cierta: esto no lo hab¨ªamos visto nunca y no hay manera de imaginar sus consecuencias
Hay muchas formas de hablar de lo ocurrido el s¨¢bado pasado, cuando Ham¨¢s comenz¨® un ataque terrorista contra Israel que inaugura una guerra nueva y que nos aboca a un mundo m¨¢s roto que el mundo roto que ya tenemos. Hay muchas formas de hablar de ello, digo, pero una cosa es cierta: esto no lo hab¨ªamos visto nunca, y no hay manera de imaginar las consecuencias que tendr¨¢.
Ahora tratar¨¦ de explicar estos dos lugares comunes. Cuando digo que no lo hab¨ªamos visto nunca, me refiero a nuestro mundo nuevo de c¨¢maras ubicuas y transmisiones inmediatas, que nos ha puesto frente al horror sin filtros: frente al horror de las familias con ni?os que son secuestradas entre gritos y miedo, frente al horror de los milicianos que entran en lugares poblados y cortan vidas ¡ªindiscriminadamente: nos hemos acostumbrado al adverbio¡ª, frente al horror de los j¨®venes que corren por campos arenosos para escapar de los ataques y llaman a sus padres para avisar de que algo no est¨¢ bien. Un v¨ªdeo muestra la entrada de una camioneta blanca a la ciudad de Sderot ¡ªlleva una metralleta montada en la parte de atr¨¢s¡ª y luego los cuerpos muertos de quienes esperaban el bus en una parada; otro v¨ªdeo muestra una familia acribillada dentro de su coche de familia (una mujer, un padre que hab¨ªa alcanzado a salir, un hijo o hija).
Y cuando digo que no hay manera de imaginar lo que vendr¨¢, estoy pensando en la evidencia de que esta guerra entre Israel y Ham¨¢s no ocurre solamente ente Israel y Ham¨¢s. Los que saben m¨¢s de esto ya hab¨ªan se?alado que la sofisticaci¨®n del ataque, su riqueza de recursos y su organizaci¨®n paciente, son impensables sin la ayuda de Teher¨¢n, y eso, que a tantos les parece tan obvio, lanzar¨ªa la regi¨®n a un estado de tensi¨®n impredecible y diversa. No hay manera de saber qu¨¦ implicar¨¢ esta participaci¨®n iran¨ª en el ataque m¨¢s sangriento de la historia reciente de Israel; ni es posible olvidar que la guerra de Putin contra Ucrania se lleva a cabo desde hace tiempo con drones iran¨ªes, porque de all¨ª saldr¨¢n caminos hacia destinos inciertos. No es posible obviar el hecho de que en la nueva guerra que ahora comienza Israel necesitar¨¢ ayuda militar, y esa ayuda vendr¨¢ de Estados Unidos, igual que vino de Estados Unidos la ayuda que impidi¨® hace medio siglo la derrota de Israel ¡ªel de Golda Meir¡ª en la guerra de Yom Kipur. ?Qu¨¦ significa eso?
Por lo pronto, que una v¨ªctima colateral del ataque de Ham¨¢s a Israel es Ucrania, pues no son ilimitados los frentes que Estados Unidos puede mantener abiertos. No solo es una cuesti¨®n de armas: en nuestra cruel econom¨ªa de la atenci¨®n, en nuestras vidas exhaustas cuya capacidad para asumir el dolor ajeno es limitada, nada peor pod¨ªa pasarles a los esfuerzos ucranios por comunicar su tragedia que la aparici¨®n en el teatro del mundo de una tragedia nueva. En los ¨²ltimos meses, se ha escrito mucho sobre lo que ahora se llama un mundo multipolar, la competencia de actores peque?os por la torta de poder que los grandes han perdido, y tambi¨¦n as¨ª se puede hablar de la nueva guerra: como una prueba m¨¢s de que el orden que sigui¨® al a?o de 1945 ¡ªy la creaci¨®n de Israel en 1948 es parte de ese orden¡ª se descose por varios lugares. Pero esta conversaci¨®n es geopol¨ªtica, y nunca he podido evitar la impresi¨®n de que hablar as¨ª es dejar por fuera muchas cosas importantes: la historia, con todas sus crueles lecciones sobre el momento en que se sembr¨® lo que ahora ocurre; el lenguaje, que sufre diariamente en tiempos de guerra; y, sobre todo, las personas, cuyos cuerpos sufren la violencia. ?Hay espacio en nuestra conversaci¨®n para hablar de todo aquello? Hay que intentar que as¨ª sea; pues solo as¨ª, hablando del sufrimiento individual de seres humanos, se responde a las declaraciones como las que ha hecho el presidente colombiano Gustavo Petro, que, despu¨¦s de abogar por el di¨¢logo (y eso est¨¢ bien pero es vac¨ªo), ha sido incapaz de condenar los ataques, los ha relativizado y ha equiparado a Gaza con Auschwitz.
En cualquier caso, los que hemos seguido la historia de esta guerra grande hecha de guerras peque?as hemos recordado en estos d¨ªas, inevitablemente, lo ocurrido en octubre de 1973, cuando Egipto y Siria escogieron la festividad de Yom Kipur para atacar a Israel. Ahora se ha tratado de la fiesta de Sucot; cuando comenz¨® este ataque, cuando los israel¨ªes de la frontera vieron los primeros cohetes iluminar el cielo de la madrugada, hab¨ªan pasado 50 a?os y algunas horas desde Yom Kipur, y es inconcebible que las fuerzas israel¨ªes no hayan ni siquiera tomado las precauciones del aniversario (cualquiera sabe que a los fan¨¢ticos les gustan los aniversarios: los servicios de inteligencia toman m¨¢s precauciones cuando se acercan ciertas fechas). Pero no parecen ser m¨¢s las similitudes: entonces se trat¨® de una guerra convencional entre dos enemigos convencionales, una guerra entre ej¨¦rcitos y estados. El ataque a civiles de este fin de semana, cruel y cobarde, nos hace pensar m¨¢s en el 11 de septiembre de 2001. Salvo por el ingrediente novedoso y aterrador del secuestro. Y eso lo cambia todo.
El secuestro de m¨¢s de 100 ciudadanos, ni?os y adolescentes entre ellos, que ahora son fichas de intercambio de prisioneros o herramientas para el chantaje terrorista, distingue a esta guerra de las que la han precedido. Ham¨¢s nunca se hab¨ªa atrevido a tanto, o, si lo hab¨ªa contemplado en alg¨²n momento, nunca lo hab¨ªa logrado llevar a cabo. En 2011, Benjam¨ªn Netanyahu intercambi¨® a un soldado israel¨ª secuestrado por m¨¢s de mil prisioneros palestinos; ahora los secuestrados son muchos m¨¢s, y adem¨¢s pueden ser y ser¨¢n usados como escudos humanos, y eso le dificulta considerablemente la vida a Netanyahu, un primer ministro al que buena parte de los ciudadanos de Israel considera indeseable. No solo eso: seg¨²n he podido confirmar, buena parte de los ciudadanos lo culpa de la cat¨¢strofe de seguridad que acaba de ocurrir. Demasiado ocupado subvirtiendo la democracia de su pa¨ªs, intentando verdaderos golpes de Estado contra el poder judicial, Netanyahu no midi¨® (porque nunca ha querido medir) el efecto que tendr¨ªa en su sociedad la divisi¨®n, la polarizaci¨®n y el enfrentamiento que ¨¦l mismo se encarg¨® de sembrar. Durante meses, al parecer, los altos mandos militares le hab¨ªan advertido de que las divisiones sociales y pol¨ªticas estaban provocando una imagen de fragilidad que sus enemigos aprovechar¨ªan. Muchos reservistas, como se cont¨® aqu¨ª en el mes de julio, se estaban rebelando contra el autoritarismo de su Gobierno, contra sus agresiones a la democracia.
Habla un art¨ªculo de Le Monde de los v¨ªdeos que orgullosamente ha publicado Ham¨¢s: ni?os israel¨ªes secuestrados y rodeados de ni?os palestinos que los hostigan; una mujer de 85 a?os, rodeada de sus captores, sonriendo con la sonrisa inconsciente de la senilidad. Todo israel¨ª, tenga la edad que tenga, del sexo o la proveniencia que sea, se ha convertido en objetivo militar de Ham¨¢s, y los ataques del s¨¢bado son la encarnaci¨®n m¨¢s patente de esa degradaci¨®n espantosa. Pero entonces aparece el ministro de Defensa israel¨ª llamando a los palestinos ¡°animales humanos¡±, y podemos aventurar que en esta guerra se sembrar¨¢n las semillas de los ataques futuros. La degradaci¨®n que ahora vemos viene de mucho atr¨¢s, y solo augura degradaciones posteriores. Mientras no haya dos Estados, no hay raz¨®n para pensar que un d¨ªa terminar¨¢n.
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