El Congreso lamentable
Los comportamientos decorosos o simplemente dignos est¨¢n cada vez m¨¢s ahogados en el Congreso colombiano. Las voces prudentes quedan hundidas en el esc¨¢ndalo de los que no hablan ni siquiera para los noticieros, sino para las redes
Ya no pasa una semana sin que nuestra clase pol¨ªtica nos d¨¦ una raz¨®n m¨¢s para avergonzarnos de ella. Dir¨ªa que lo m¨¢s peligroso del triste espect¨¢culo que dan todos, en particular tantos congresistas, es la posibilidad de que nos acabemos acostumbrando a la indignidad y a la memez como forma de hacer pol¨ªtica; pero no lo puedo decir, porque la verdad es m¨¢s preocupante y m¨¢s di¨¢fana: ya estamos acostumbrados. Y ah¨ª est¨¢n, entonces, esos congresistas de verg¨¹enza que se las l¨ªan a los alaridos en el capitolio como si estuvieran en una pelea de barras bravas, y que nunca debieron salir de su h¨¢bitat natural: las cloacas de internet. Se creen que est¨¢n en el mundo virtual de sus videos y sus tuits, que son lugares ¨Cen eso estamos de acuerdo¨C donde se queda atr¨¢s el que no insulte o manotee groseramente o agreda con las palabras. Pero no est¨¢n ah¨ª, sino en el mundo real, un mundo donde ocurren cosas que marcan la vida de todos. No deber¨ªan estar en el congreso, pero est¨¢n. Y as¨ª nos va.
El m¨¢s reciente espect¨¢culo nos lleg¨® por cortes¨ªa de un congresista youtuber o influencer (no s¨¦ c¨®mo se defina el personaje de marras, y poco me importa), que se comport¨® durante una moci¨®n de censura como si estuviera en una manifestaci¨®n de plaza o en una de esas peleas baratas del arrabal de cuchilleros que es Twitter. Cuando una senadora pidi¨® que la cosa entera se condujera de otro modo, y habl¨® de respeto y de tranquilidad, cometi¨® el error de llamar perro rabioso al influencer o youtuber. S¨ª, fue un error: en un segundo, ella baj¨® al barrial donde medraba ¨¦l. Lo siguiente fue una de las escenas m¨¢s lamentables que he visto ¨²ltimamente, y saben los dioses que del congreso colombiano llegan con frecuencia escenas lamentables: el youtuber o influencer abalanz¨¢ndose contra la senadora con su tel¨¦fono en la mano, para grabar sus propios gritos hist¨¦ricos y compartirlos con el mundo. De inmediato, otra persona ¨Cdel lado de la senadora, suponemos¨C se acerca con su propio tel¨¦fono celular, para grabar su propio video y compartirlo por sus propios canales, tal vez para denunciar o dejar constancia del comportamiento atrabiliario del hombre.
Pero lo que me llama la atenci¨®n de toda la escena es algo que no tiene que ver con la pelea de turno, ni con el decoro que podemos exigirle a un congresista de la rep¨²blica (no se sabe cu¨¢l de las dos palabras est¨¢ m¨¢s gastada), ni con la raz¨®n o la sinraz¨®n de la moci¨®n de censura. Me llama la atenci¨®n el uso del tel¨¦fono, que para m¨ª es la met¨¢fora perfecta de la degradaci¨®n de nuestra pol¨ªtica. Desde un punto de vista sociol¨®gico, el fen¨®meno es muy interesante. Cuando se sinti¨® insultado, despu¨¦s de insultar ¨¦l mismo, lo primero que hizo el influencer o youtuber fue hacer un video del enfrentamiento con la senadora, sin duda por la convicci¨®n de que lo m¨¢s importante no era lo que estaba pasando: era que lo vieran sus seguidores. La reacci¨®n instintiva de patio escolar ¨Cdel que va a refugiarse con los suyos, con su barra, porque alguien le est¨¢ diciendo cosas feas¨C es fascinante sobre todo por tratarse de un adulto. Y hay algo en toda la escena que definitivamente no es adulto, y eso es quiz¨¢s lo m¨¢s molesto del episodio: la infantilizaci¨®n general.
Y da verg¨¹enza ajena. Muy pronto tendremos que pedirles a nuestros congresistas, echando mano del diccionario de Turbay, que reduzcan el infantilismo a sus justas proporciones. Pues son episodios como ¨¦ste los que nos dificultan a algunos ¨Cno a todos: muchos ya se han acostumbrado¨C ver a estos individuos como adultos responsables. No s¨¦ en qu¨¦ momento llegaron a hacer las leyes que nos gobiernan a todos, pero bien merecido nos lo tenemos. Han llegado all¨ª por votos, y eso es un comentario maravilloso sobre lo que les importa a los ciudadanos; y habr¨¢ que aceptar que no s¨®lo tenemos el gobierno que nos merecemos, sino tambi¨¦n el Legislativo. Pero recibir los votos no viene, al parecer, con un m¨ªnimo de dignidad o de respeto por el cargo, aunque sea un respeto hip¨®crita. Y eso es grave, porque la democracia es un sistema de gobierno que depende de un cierto grado de hipocres¨ªa. Nadie dice en pol¨ªtica lo que realmente piensa, o nadie lo sol¨ªa decir, porque las formas de la democracia son (o eran) lo que nos impide (o nos imped¨ªa) caer en la degradaci¨®n y la violencia ret¨®rica.
Perm¨ªtanme aqu¨ª una peque?a digresi¨®n sobre este tema de la importancia de las formas. A Donald Trump, un estafador con esp¨ªritu de mafioso, acosador sexual, racista de manual, tramposo de constituci¨®n y mentiroso compulsivo, le debemos buena parte del deterioro de la pol¨ªtica contempor¨¢nea; pero quiz¨¢s su legado m¨¢s da?ino, a largo plazo, sea la convicci¨®n que se ha instalado en sus seguidores de que Trump es genuino porque ¡°dice lo que piensa¡± o ¡°dice las cosas como son¡±. Primero que todo, no es verdad: Trump no dice las cosas como son, sino que dice las cosas como son para un adolescente de setenta y tantos a?os, narcisista, mis¨®gino y acomplejado; y sus seguidores sostienen que lo admiran por decir lo que piensa, cuando en realidad lo admiran por pensar lo que dice: porque es lo mismo que piensan ellos, y as¨ª ven legitimados su propio racismo, sus odios, sus prejuicios y su violencia reprimida. Fin de la digresi¨®n.
En este congreso hay lo mismo que ha habido siempre: una minor¨ªa de servidores p¨²blicos genuinos, dem¨®cratas de vocaci¨®n y ciudadanos de compromiso, que tienen que negociarlo todo con una mayor¨ªa m¨¢s o menos venal, m¨¢s o menos corrupta, m¨¢s o menos politiquera. Pero ahora hay un ingrediente novedoso para esa minor¨ªa, pues sus voces prudentes y sus comportamientos decorosos o simplemente dignos quedan fatalmente ahogados o hundidos en el esc¨¢ndalo de los que no hablan para el congreso, ni siquiera para los noticieros, sino para las redes. Para las redes se hacen videos rid¨ªculos de gente que salta frente a la c¨¢mara como ni?atos para celebrar una victoria pol¨ªtica; para las redes se hacen puestas en escena pueriles y vergonzosas, como las de los concejales que se pasearon en moto por su lugar de trabajo. (Si siguen as¨ª, van a llegar a congresistas). Los nuevos congresistas han llevado al congreso sus costumbres y su talante, contaminando con su indecencia un lugar ya lo bastante fr¨¢gil en ese sentido, y donde los decentes ¨Cque los hay¨C se sienten cada d¨ªa m¨¢s solos.
Tan solos como se sienten, seg¨²n me cuentan, los usuarios de Twitter que renunciaron un buen d¨ªa a la ¨¦tica del insulto, a la descalificaci¨®n, a la guerra de mierda. Muchos han cerrado sus cuentas y ahora son felices, pero los congresistas buenos no pueden irse. Y contamos con ellos para que no se vayan, porque dejar¨ªan el patio entero en manos de los fr¨ªvolos, los pueriles, los irresponsables, los indignos.
Parlamentarios, se llaman estas personas: y ser¨ªa para re¨ªrse si no fuera para llorar.
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