La denigraci¨®n sin fin de los nativos de Tierra del Fuego: expuestos en zool¨®gicos y museos de Europa
En ¡®Huesos sin descanso¡¯, el investigador chileno Crist¨®bal Mar¨ªn recoge la explotaci¨®n y colonizaci¨®n que sufrieron dentro y fuera de su territorio las etnias fueguinas
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Tierra del Fuego tiene bien ganado su apodo de fin del mundo. El archipi¨¦lago, ubicado en el extremo sur de Am¨¦rica, es temido por los navegantes por los vientos de 100 kil¨®metros por hora que endurecen los picos escarpados de nieve. En este ¨²ltimo punto continental antes de la Ant¨¢rtida, habitan desde hace 10.000 a?os las etnias selk¡¯nam, yag¨¢n, kaw¨¦sqar y haush. Son pueblos n¨®madas cuya historia se ha visto maldecida por colonizadores; primero por los espa?oles, pero principalmente por naturalistas franceses e ingleses, que llevaron contra su voluntad a muchos aut¨®ctonos para ser exhibidos como salvajes en el viejo continente del siglo XIX. Gran parte de su perverso destino, en parte impune hasta hoy, es recogido en el ensayo Huesos sin descanso, publicado en octubre en Espa?a por Debate.
¡°Parece otro planeta. Es un lugar muy extremo y pr¨ªstino en cuanto a geograf¨ªa.¡±, dice el autor del libro, el investigador chileno Crist¨®bal Mar¨ªn, al explicar c¨®mo Tierra del Fuego conect¨® hist¨®ricamente, a trav¨¦s de su gente, a Am¨¦rica y Occidente. El tambi¨¦n prorrector de la Universidad Diego Portales (UDP) ha estado varias veces en ese territorio que vio a naufragar a barcos provenientes de varias latitudes. Sin embargo, conoci¨® el relato de sus habitantes en Londres, cuando realizaba su doctorado en Estudios Culturales, y descubri¨® la traducci¨®n que realiz¨® Andr¨¦s Bello de las cr¨®nicas de viaje de Robert FitzRoy, oficial de la marina brit¨¢nica. En ella, se relata c¨®mo el comandante ingl¨¦s se llev¨® en 1830 a cuatro nativos de la regi¨®n austral (una ni?a de nueve a?os y tres hombres de 14, 20 y 26) a Europa y el cad¨¢ver de un quinto conservado en vinagre.
El objetivo de FitzRoy era demostrar que hasta los seres ¡°m¨¢s primitivos¡±, como los calific¨® Charles Darwin, pod¨ªan ser ¡°civilizados¡±, seg¨²n los c¨¢nones de occidente. Al no tener inmunidad para las patolog¨ªas europeas, las enfermedades fueron lo primero que los atac¨®. El hombre kaw¨¦sqar de 20 a?os contrajo viruela y muri¨® un mes despu¨¦s de su llegada a Londres. Mientras que el cuerpo que lleg¨® en las bodegas del barco fue vendido para sus estudios al Real Colegio de Cirujanos. Al resto, se les impuso el cristianismo, el ingl¨¦s y los comportamientos de la ¨¦poca. Su captor invitaba a sus amigos burgueses a tomar el t¨¦ mientras ve¨ªan los avances de la transformaci¨®n a la que los someti¨®.
Reducidos a animales
¡°Me descolocaron las fotograf¨ªas de los fueguinos vestidos con ropa victoriana visitando en 1831 al rey Guillermo IV y la reina Adelaida. Se convirtieron en un acontecimiento de la vida social londinense¡±, relata Mar¨ªn, quien estuvo recientemente en Madrid presentando el libro. El tambi¨¦n fil¨®sofo y cient¨ªfico social revel¨® que, al menos 100 nativos o sus restos, fueron llevados de Tierra del Fuego a Europa. Despu¨¦s de FitzRoy, y con su mismo objetivo, lo hizo el obispo Waite Hockin Stirling en 1865. Mientras que el alem¨¢n Carl Hagenbeck, famoso por crear los espect¨¢culos antropozool¨®gicos, orden¨® un desplazamiento violento con el rapto de 11 kaw¨¦sqar (cuatro hombres, cuatro mujeres y tres ni?os), que fueron exhibidos en zool¨®gicos a lo largo de 1881 en Francia, Alemania y Suiza.
La primera parada fue en el Jard¨ªn de Aclimataci¨®n de Par¨ªs, donde fueron visitados por cerca de 500.000 personas. Entre ellos, naturalistas y antrop¨®logos famosos que hac¨ªan sesiones especiales en las que analizaban y med¨ªan hasta los ¨®rganos genitales de las mujeres. Fueron trasladados despu¨¦s a Berl¨ªn en el vag¨®n de un tren de carga para ser expuestos por cinco semanas en el Jard¨ªn Zool¨®gico. Luego fueron llevados a Leipzig, M¨²nich, Stuttgart y N¨²remberg. Cuando se dirig¨ªan a Z¨²rich, no pudieron continuar por la tuberculosis, sarampi¨®n y s¨ªfilis ¡ª los guardias y operarios de los lugares donde eran expuestos abusaban sexualmente de las mujeres ¡ª, y fallecieron. Sus restos fueron apropiados por el Departamento de Anatom¨ªa de la Universidad de Z¨²rich.
¡°Las conclusiones de los informes cient¨ªficos sobre los fueguinos eran similares a las opiniones de Darwin y FitzRoy: representaban una raza inferior con una limitada inteligencia y capacidad de progreso¡±, relata Mar¨ªn, quien reconstruy¨® la historia a partir de documentos del Museo Brit¨¢nico, la Biblioteca Brit¨¢nica y el Hunterian Museum, entre otros. Un secuestro m¨¢s vil fue el de once selk¡¯nam en 1888, transportados ¡°con pesadas cadenas, cual tigres de Bengala¡± por el ballenero belga Maurice Maitre a la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs, la misma donde se expon¨ªan obras de Monet o Van Gogh. Les arrojaban carne cruda de caballo y, de forma intencional, los manten¨ªan en suciedad, con ropas viejas y en un estado total de abandono para que tuvieran la apariencia de salvajes.
La exhibici¨®n degradante de originarios americanos no se reduce a los de Tierra de Fuego; en 1879 fueron exhibidos una pareja de aonikenk (Patagonia) con su hijo en Hamburgo y Dresde. Pero tal vez el caso m¨¢s popular fue el de la mexicana Julia Pastrana, quien sufr¨ªa de hipertricosis (exceso de vello en la cara) y fue mostrada como una abominaci¨®n a lo largo de la d¨¦cada de 1850 en Estados Unidos. Luego de su muerte en 1860, su cuerpo momificado fue mostrado por diversas ciudades europeas por m¨¢s de 100 a?os, hasta que en 2013 fue repatriada y enterrada en la ciudad de Sinaloa, en M¨¦xico. ¡°La tumba fue construida con excepcionales medidas de seguridad para que, por fin, sus restos descansen en paz¡±, se lee en Huesos sin descanso.
Huesos sin descanso
Al igual que con Pastrana, la denigraci¨®n de los fueguinos no acab¨® con su muerte. Mar¨ªn calcula que m¨¢s de un centenar de ellos todav¨ªa permanecen en suelo europeo sin su consentimiento. Identific¨® 28 en el Museo de Historia Natural en Kesington, 12 en el Mus¨¦e de¡¯l Homme de Par¨ªs y otros 18 en el Museo de Historia Natural de Viena. ¡°Lo m¨¢s b¨¢sico para el honor humano es recibir un rito funerario. Si van a ser expuestas tiene que ser bajo un contexto, con cartelas que lo expliquen y los sit¨²en¡±, defiende el ensayista. En 2010 y 2016, fueron repatriados los restos de algunos, pero la mayor¨ªa de ellos contin¨²an lejos de su tierra.
El aciago siglo XIX para los nativos de Tierra del Fuego concluy¨® con su explotaci¨®n e intento de extermino en su propia tierra. De manera voluntaria por estancieros, principalmente ingleses, e involuntaria por parte de las misiones salesianas. En el caso de los primeros, los hacendados llegaron a ofrecer una libra esterlina en 1895 por la oreja de un selk¡¯nam muerto porque interrump¨ªan su negocio lanero. Los ind¨ªgenas se alimentaban de los guanacos que hab¨ªan sido desplazados por las ovejas que los selk¡¯nam intentaron expulsar, los latifundistas se vieron perjudicados y ofrecieron recompensa a cazadores armados con fusiles Winchester. El m¨¢s letal de ellos fue el escoc¨¦s Alexander McLennan, quien dijo haber matado a 450 en un a?o.
Los salesianos, por su parte, instalaron una misi¨®n en 1889 en la isla Dawson. Adem¨¢s de ser colonizados espiritualmente, mantenidos a la fuerza bajo una estricta disciplina y alterado su alimentaci¨®n, los infectaron con enfermedades que tra¨ªan desde el viejo continente, en especial tuberculosis y sarampi¨®n. ¡°La isla Dawson se transform¨® en una suerte de prisi¨®n para los selk¡¯nam, un pueblo que hab¨ªa sido n¨®made durante miles de a?os. El cementerio de la misi¨®n con m¨¢s de 1.000 tumbas de ind¨ªgenas es un mudo testimonio de esta cat¨¢strofe. En los distritos perif¨¦ricos, simplemente dejaban a los muertos en los matorrales m¨¢s cercanos. Con certeza muchos de los enfermos vieron que los zorros sal¨ªan de los bosques y devoraban a los cad¨¢veres, pero nadie pod¨ªa defenderse ni espantarlos¡±, recoge en su texto Mar¨ªn.
Responsabilidad del Gobierno
?Qu¨¦ tanto tuvo que ver el Gobierno chileno? ¡°Fue c¨®mplice en cuanto guard¨® silencio¡±, responde el investigador. Para empezar, todas las matanzas y denigraciones se realizaron cuando Chile ya hab¨ªa conseguido su independencia y autonom¨ªa en 1818. Despu¨¦s, fue el Gobierno del presidente Jos¨¦ Manuel Balmaceda el que le entreg¨® una concesi¨®n gratuita a los cat¨®licos. Adem¨¢s, ya en el siglo XX, desde las altas esferas se perpetu¨® esta inferiorizaci¨®n de los fueguinos con el caso en 1940 de Lautaro Ed¨¦n Wellington (Terwa Koyo era su nombre original). Se traba de un ni?o que con 10 a?os fue llevado por la fuerza a¨¦rea chilena desde Puerto Ed¨¦n hasta Santiago , con el prop¨®sito de que se educara en la Escuela de Especialidades y, una vez formado, regresar¨¢ a su comunidad para ¡°civilizar¡± a lo que quedaba de su etnia.
Tambi¨¦n es cierto que la diplomacia chilena consigui¨® repatriar en 1890 a los selk¡¯nam capturados por el belga Maitre. Del mismo modo, a principios de octubre de este a?o, gestion¨® la entrega del cr¨¢neo de un hombre selk¡¯nam por parte del Museos L¨¹beck a una delegaci¨®n de Tierra del Fuego que pidi¨® que se enterrar¨¢ en un cementerio de Berl¨ªn. Los ¡°onas¡±, como los llamaron los antrop¨®logos del siglo XIX, se cre¨ªan extintos pero el Estado los volvi¨® a reconocer en el 2023. Seg¨²n el censo de 2017, existen 1.144 personas que se autorreconocen como selk¡¯nam¡¯; en 1880 eran 3.500, de acuerdo al libro. En cuanto a los yagan¨¦s son 1.600, mientras que hace dos siglos eran 2.500. El libro no ofrece datos de los kaw¨¦sqar, pero se estima que ahora son 250 que solo hablan espa?ol. ¡°Es una herida abierta. Una restituci¨®n lenta de derechos¡±, reconoce Mar¨ªn. Un largo camino para que finalmente sus huesos descansen.
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