La superaci¨®n del autoenga?o
La sinceridad es imprescindible para realizar los deseos porque estos no se pueden cumplir si son meras intenciones
Es bien sabido que Freud interpreta los sue?os en clave de la realizaci¨®n virtual de nuestros deseos inconscientes. Un sue?o es una representaci¨®n s¨ªgnica que sustituye a algo el¨ªptico; algo que se halla ausente porque no puede comparecer: un deseo muy profundo.
La gran pregunta filos¨®fica concierne a las razones por las cuales nuestros deseos m¨¢s ¨ªntimos se ocultan y no se dejan ver ante nosotros. Una de las mejores respuestas las ha dado Tarkovsky, un genio del s¨¦ptimo arte, cuya obsesi¨®n era explorar el verdadero Deseo de un modo inquietante y perturbador ¡ªcomo dice Eugenio Tr¨ªas¡ª. Para ello, muestra en sus pel¨ªculas el mundo del sue?o como si sus cosas y personas no difiriesen de las de nuestra vida cotidiana: ¡°La indistinci¨®n entre vida inconsciente y consciente da a este cine su m¨¢xima intensidad, su valor de verdad y su capacidad de evidencia; entrelazando sue?os, realidad presente y recuerdos con un c¨®digo de color diferenciado (sepia/color)¡±.
En la pel¨ªcula de 1979 del mismo t¨ªtulo, un stalker o gu¨ªa conduce de forma clandestina a las personas que le pagan para que les dirija por dentro de la Zona, una fantasmal ¨¢rea damnificada y degradada, en cuyos adentros se ubica la c¨¢mara de los deseos: un cuarto que tiene el sobrenatural poder de hacer cumplir los deseos de todas las personas que logran acceder a ¨¦l. Pero ?qu¨¦ deseos?, ?los conscientes o los profundos que no se ponderan en el coraz¨®n?
En ¡®Stalker¡¯, de Tarkovsky, un gu¨ªa conduce de forma clandestina a las personas que le pagan para ir a la Zona, que tiene el sobrenatural poder de hacer cumplir los deseos
La respuesta de Tarkovsky es clara: s¨®lo se pueden conceder los deseos m¨¢s rec¨®nditos de nuestra alma. Para ello, es indispensable una virtud cardinal que, a diferencia de la mayor¨ªa de las ¨¦ticas no religiosas, han promulgado todas las religiones: la sinceridad con uno mismo. La veracidad reflexiva es imprescindible para realizar nuestros deseos por cuanto estos s¨®lo se pueden cumplir si son verdaderos deseos, no aparentes intenciones.
La encarnaci¨®n de esta cualidad espiritual es el propio stalker, que, cual Virgilio, gu¨ªa a los peregrinos por esa suerte de decadente purgatorio que es la Zona. Es un personaje sencillo y humilde, al que los dos intelectuales que est¨¢ guiando en el periplo tachan de simpl¨®n o ridiculizan. El escritor que no escribe hace el viaje para recuperar la inspiraci¨®n; el f¨ªsico no aplica el m¨¦todo cient¨ªfico por cuanto realiza el viaje para destruir aquello que no comprende, bajo el pretexto de evitar que alg¨²n loco o malhechor acceda a ¨¦l. Pero el stalker es como aquel ni?o que se?ala la desnudez del rey ante quien todos vuelven la vista, precisamente, porque la sinceridad les har¨ªa vulnerables.
Al llegar al sanctasanct¨®rum de la Zona (la c¨¢mara de los deseos), los viajeros desisten de entrar. Les invade el miedo de enfrentarse, sin tapujos, a sus verdaderas intenciones y deseos. Se quedan ante su umbral, en un pr¨®logo permanente sin decidirse a dar un paso m¨¢s. La sinceridad del protagonista es tan fuerte que provoca ese efecto inesperado en sus acompa?antes: el escritor finalmente renuncia a entrar en la c¨¢mara; el f¨ªsico desmonta la bomba con la que pretend¨ªa cumplir su prop¨®sito. En el charco donde lanza el ya in¨²til artefacto hay objetos arrojados por otros viajeros, probablemente, en la ¨²ltima etapa de su recorrido: monedas, iconos cristianos, instrumentos m¨¦dicos y otros art¨ªculos. Tal vez sus portadores se percataron de la inanidad de los mismos al enfrentarse a su verdad interior.
Y es que esta idea de la sinceridad con respecto a las propias acciones acompa?a a los viajeros a lo largo de toda su traves¨ªa. Al final del camino solo los sinceros encuentran lo que andaban buscando, incluso aunque no supieran que lo andaban buscando. En efecto, mientras ambos viajeros finalmente se abstienen por no estar seguros de su sinceridad, el propio stalker no ve la necesidad de entrar justo por lo contrario: sus intenciones son transparentes a s¨ª mismo, ya que act¨²a en el fondo por hacer un servicio a los viajeros, a pesar de la ingratitud que recibe. De ah¨ª que cuando regresa a su hogar, una horrible casa desolada, recibe, contra pron¨®stico y rompiendo los h¨¢bitos familiares, la luz del amor de su esposa y de su hija, precisamente lo que llevaba buscando toda su vida sin saberlo. El poder invisible que gobierna la Zona, donde las leyes no son las de la f¨ªsica cotidiana, sino de una f¨ªsica m¨¢s cu¨¢ntica, relativista y telequin¨¦tica, premia, as¨ª, la sinceridad de las personas consigo mismas.
La respuesta a nuestra interrogaci¨®n inicial no se hace esperar: los verdaderos deseos no comparecen porque la mayor¨ªa de las personas no nos decimos la verdad. Sentimos miedo al autosinceramiento descarnado, no vaya a ser que nos encontremos con el primer ¨¢ngel de Emanuel Swedenborg, quien visita a los fallecidos en la antesala del m¨¢s all¨¢ y hace que lo de dentro de cada cual quede expuesto ante todos y, a¨²n m¨¢s terrible, ante uno mismo sin poderlo ocultar.
Ello le conduce al stalker a concluir que los que autodisimulan tienen atrofiado el ¨®rgano de la fe.
Arash Arjomandi es fil¨®sofo y profesor de ?tica en la UAB, y Karlos Alastruey, cineasta y f¨ªsico en la UPNA.
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