Ande yo caliente y r¨ªanse en Oriente
Leer noticias sobre movimientos independentistas en el Pac¨ªfico me despert¨® el apetito por las novelas que transcurren en otras islas de Ocean¨ªa
1. En el Pac¨ªfico
Leo con inter¨¦s que en Tungalu, una isla situada en la zona central oeste del Pac¨ªfico y pr¨®xima al archipi¨¦lago de Kiribati, andan revueltos a cuenta del espionaje. Los independentistas irredentos de Olotu, la regi¨®n m¨¢s oriental de Tungalu, se han visto implicados en diversos enfrentamientos con el actual Gobierno del pa¨ªs, vagamente socialdem¨®crata, al que hasta ahora hab¨ªan sostenido no sin reluctancia. Entre esos desencuentros, el m¨¢s grave fue, hace algunos a?os, la realizaci¨®n de un referendo ilegal sobre la independencia de dicho territorio, apoyada por la mitad de su poblaci¨®n. Seg¨²n W(est) P(acific) News, el peri¨®dico m¨¢s le¨ªdo en la regi¨®n, el Gobierno central habr¨ªa autorizado a sus servicios secretos a que espiaran a personalidades y entidades pr¨®ximas al separatismo republicano isle?o, con el fin de controlar movimientos anticonstitucionales que pudieran afectar a la misma configuraci¨®n del Estado (una monarqu¨ªa parlamentaria). El reciente descubrimiento del espionaje ha ahondado a¨²n m¨¢s la brecha entre los tungaleses, dando impulso al victimismo de los secesionistas. Mr. Gaby Rogue, portavoz de los separatistas, a su vez muy divididos, ha mostrado su indignaci¨®n en el Parlamento nacional, amenazando con la ruptura con el Gobierno. Por su parte, la ministra responsable de los servicios secretos, Ms. Margie Oak, blanco de todas las iras (incluyendo las de otros miembros de su ex¨®tico gobierno), ha insistido en la absoluta legalidad de todos los organismos del Estado, al tiempo que se pregunta ret¨®ricamente qu¨¦ debe hacer un gobierno cuando en una parte del pa¨ªs se vulnera la Constituci¨®n y se declara la independencia. Lo que est¨¢ claro, a?ade el columnista de WP News, es que ni esta ni ninguna otra ministra o ministro futuros a cargo de la seguridad desean que los olutuenses (uno de cuyos l¨ªderes vive un exilio dorado en las islas Gilbert) les vuelvan a sorprender con los pantis o los skivvies a media pierna. Leer acerca de lo que ocurre en Tungalu me despert¨® el apetito por las novelas que transcurren en otras islas de Ocean¨ªa. Primero pens¨¦ en releer El se?or de las moscas (1954; Alianza), de William Golding (Peter Brook firm¨® una versi¨®n cinematogr¨¢fica en 1963), en la que un grupo de adolescentes varados en una isla desierta demuestran lo dif¨ªcil y finalmente dolorosa que es la convivencia m¨¢s all¨¢ de leyes y normas; pero luego record¨¦ que hace much¨ªsimo tiempo que no he vuelto a leer La invenci¨®n de Morel (1940; Alianza, DeBolsillo, C¨¢tedra, Austral), de Bioy Casares. Me sumerjo en esta obra maestra de la literatura fant¨¢stica y en la extra?a m¨¢quina inventada por Morel y que era capaz de hacer revivir la realidad una y otra vez: algo capaz de fascinar a los nost¨¢lgicos de toda laya. Si le cojo gusto a mis exploraciones literarias por el Pac¨ªfico, quiz¨¢s contin¨²e con La isla misteriosa (1875; Alianza, Penguin), de Julio Verne, y con La isla del doctor Moreau (1896; Anaya), de H. G. Wells. Y luego, a navegar, que son dos d¨ªas.
2. Villa y corte
Hace muchos a?os, cuando mi familia se traslad¨® de mi Barcelona natal a Madrid, la capital me pareci¨® la ciudad m¨¢s fea y triste del mundo. Dej¨¢bamos atr¨¢s un ¨¢mbito que se me antojaba mucho m¨¢s luminoso y, desde luego, m¨¢s moderno. A mi mirada de ni?o (gilipollas), Madrid se mostraba como un poblach¨®n grande, fr¨ªo, sucio, que desped¨ªa olor a miseria y a frito de aceite revenido, que carec¨ªa de mar y estaba poblado por gentes m¨¢s oscuras, m¨¢s chulescas, menos educadas y, a¨²n sin saber entonces qu¨¦ significaba eso, m¨¢s franquistas. Tard¨¦ muchos a?os en entregarme a esta ciudad, a su ca¨®tica generosidad, a su incesante bullir despreocupado, a su car¨¢cter profundamente ecum¨¦nico, a su a veces irritante incomprensi¨®n de cualquier forma de nacionalismo ¡ªincluido el espa?ol¡ª. Me retras¨¦ mucho en conocerla, en visitar sus barrios, en empaparme de sus diversidades, de su falso casticismo, de su hip¨®crita apresuramiento, de su gusto por la ch¨¢chara y el arte de vivir. Ya de m¨¢s mayor, Gald¨®s ¡ªun canario, como mis padres, como toda mi familia¡ª me revel¨® tambi¨¦n una parte fundamental del pasado de la ciudad: de Lhardy a la Puerta de Toledo, todo me resultaba a la vez viejo y nuevo. Como le ocurre al maestro Vargas Llosa, tan aplicado que se ha le¨ªdo toda la obra del isle?o en poco m¨¢s de a?o y medio, prefiero a Balzac, pero en todo caso estamos hablando de gigantes. Y de uno tan consciente de la ¨¦tica de su trabajo que nunca se crey¨® ¡°superior a sus lectores¡±, seg¨²n cre¨ªa Cernuda. El resultado de ese trabajo-placer es La mirada quieta (de P¨¦rez Gald¨®s) (Alfaguara), un ensayo que habla tanto de Gald¨®s ¡ªa menudo dejando un rastro de saludable controversia¡ª como de ese admirable lector, cr¨ªtico y narrador que es el propio Vargas. Respecto al Madrid galdosiano, considerado por el novelista canario un microcosmos un poco provinciano del mundo, recomiendo un libro que conviene llevar en el bolsillo en los paseos por la ciudad: Los Barrios Bajos de Madrid seg¨²n Gald¨®s (Reino de Cordelia), del ultragaldosiano (y republicano) Jos¨¦ Esteban (fotos de Antonio Tiedra), en el que se explora los rincones, calles, ¨¢mbitos y tipos humanos de una ciudad que a¨²n no hab¨ªa acabado de desperezarse del todo.
3. Masones
Todo cuanto usted quer¨ªa saber sobre la masoner¨ªa y no encontraba d¨®nde encontrarlo. As¨ª podr¨ªa subtitularse La orden (Debate), de John Dickie, a quien ya conoc¨ªamos por sus trabajos sobre la mafia. Instructivos cap¨ªtulos sobre los inciertos or¨ªgenes y modalidades nacionales, sobre la estructura de las logias, sobre sus liturgias y parafernalia, sobre las relaciones de los masones con las dictaduras, sobre el franquismo y el pretendido contubernio de masones, jud¨ªos y comunistas. En fin, un trabajo bien investigado, entretenido y revelador.
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