Jon Fosse, la oraci¨®n del fiordo
Cat¨®lico converso y exalcoh¨®lico, el escritor noruego culmina con ¡®Un nuevo nombre¡¯ la publicaci¨®n de ¡®Septolog¨ªa¡¯. Escribir le permite escapar de s¨ª mismo
Somos paradojas vivientes y s¨®lo las paradojas son ciertas. Por eso la novela es una forma narrativa de la verdad. Frente a ella, la l¨®gica simb¨®lica es una fantas¨ªa, una fe de carbonero, como dir¨ªa Ortega. Los mejores novelistas lo saben: este universo, magn¨ªfico, tiene que tener detr¨¢s una buena historia. El mecanicismo es pobre narrativamente, tambi¨¦n lo es dejarlo todo al azar. Los reinos de la casualidad son opacos. En ambos casos no hay voluntad ni deseo, todo sucede impersonalmente, con g¨¦lida indiferencia. ?Qu¨¦ deseo podr¨ªa tener un reloj? ?Y una ruleta? En ellos no hay emoci¨®n ni tragedia, s¨®lo automatismo o ceguera. La f¨ªsica cu¨¢ntica es loca, imaginativa, extravagante. Con toda probabilidad sintoniza m¨¢s con lo real que esa otra visi¨®n del relojero (Descartes, Newton) o del crupier (Darwin). No deja de ser sorprendente que estas dos visiones, tan incompatibles (mecanicismo estricto y peque?as variaciones fortuitas), sean los dos pilares de la visi¨®n moderna de la realidad.
Fosse llega con su uniforme de escritor. Chaqueta negra y camiseta negra, pantalones vaqueros y botas. El pelo, largo y canoso, recogido en una cola de caballo. Dice que as¨ª viste su personaje Asle y que ¨¦l lo imita. Tiene la voz temblorosa de quien ha visto algo que no se pude contar ni entender. Nuestra conversaci¨®n se desarrolla bajo una premisa esc¨¦ptica, wildeana. Cuando un escritor habla de s¨ª mismo, miente. Cuando se le da una m¨¢scara, dice la verdad. Fosse se muestra como un magn¨ªfico mentiroso. Los encuentros tienen lugar a lo largo de tres d¨ªas. En un hotel junto a la estaci¨®n de Bergen (Noruega), en una taberna del puerto (Fosse bebe agua), en el instituto de secundaria de ?ystese; en el tugurio donde tocaba su banda, Hulen (La Gruta); en los jardines de un hotel decadente en Sandven, en el teatro Hordaland donde estren¨® sus primeros dramas (que siguen los pasos de su admirado Lorca) y en la casa donde transcurri¨® su infancia.
La aldea, unas cuantas casas desperdigadas en una colina, se llama como ¨¦l, Fosse, que significa cascada, torrente impetuoso. Se encuentra en una peque?a bah¨ªa del fiordo Hardanger, cerca de Strandebarm. El fiordo es el modo en que la tierra amortigua la furia del mar. Extiende sus tent¨¢culos y filtra su impulso, transformando el ind¨®mito oc¨¦ano en remanso navegable, espejo de los prados y lugar apacible para la pesca y los juegos. La tierra hace con el fiordo lo que el escritor con las palabras. Apacigua el ¨ªmpetu de ese deseo voraz, inagotable, que llamamos naturaleza. Mediante las oraciones, el mar abierto de las emociones, sin rumbo aparente, adquiere sentido y pausa.
Fosse confiesa que fue un mal m¨²sico y que apenas escucha m¨²sica. Algo frecuente en quienes viven hipnotizados por la m¨²sica de las palabras (o, mejor, de las oraciones). Una novela es una larga oraci¨®n. Los escritores no trabajan con palabras, trabajan con oraciones. Encadenan las frases, las dejan correr o las atan en corto, buscando una melod¨ªa secreta, un vaiv¨¦n, una frecuencia que resuene en el interior del lector y lo atrape. Un balanceo (slow prose frente a fast drama). Urdir un tejido de oraciones. Esa es la red del novelista, pescador de almas.
El alcohol, que reconcilia con el mundo y ofrece cierta calma, acaba domin¨¢ndolo todo y aboca a la depresi¨®n
La m¨²sica de la oraci¨®n es la versi¨®n irracional del silogismo y es m¨¢s cierta que ¨¦ste. Un algoritmo es una sinfon¨ªa mediocre. Insensible a la paradoja, crea pseudorrealidad siniestra, un suced¨¢neo de realidad. Frente a ¨¦l se yergue la oraci¨®n, que permite volver a crearnos (recrearnos) y revitalizarnos (redescubrirnos). La oraci¨®n tiene, adem¨¢s, otras bondades: te baja de las cimas y te rescata de las profundidades. El alcohol, que reconcilia con el mundo y ofrece cierta calma, acaba domin¨¢ndolo todo y aboca a la depresi¨®n. La oraci¨®n es una cadencia y, en el teatro, cuando los personajes se armonizan, una canci¨®n. Cada personaje es un sonido, una vibraci¨®n particular. As¨ª lo ha sido y as¨ª lo sigue siendo para quien haya experimentado el poder salv¨ªfico del arte. Fosse lo tiene muy claro, escribir le da alas, le permite escapar de s¨ª mismo.
En la conversaci¨®n surge el espectro de Heidegger. El lenguaje es la casa del ser. Est¨¢ vivo, tiene sus humores y sus estados de ¨¢nimo, con los que hay que sintonizar. Fosse es superficial en el buen sentido de la palabra. Su prosa es superficie y s¨ªmbolo. Lo primero le confiere brillo; lo segundo, hondura. Sus frases est¨¢n despojadas de todo adorno (ornamento es delito, algo muy septentrional), y su cadencia se mantiene en la traducci¨®n, gracias al excelente trabajo de Cristina G¨®mez Baggethun y Kirsti, su madre. Hay algo en sus personajes que recuerda a El extranjero, de Camus, o El t¨²nel, de Sabato. Su estilo, con sus juegos hipot¨¢cticos y sus fraseos repetitivos que reivindican la musicalidad, tiene algo de Samuel Beckett y de Thomas ?Bernhard. Entre los pliegues de esa prosa se adivina el silencio. Ese que buscaban los cu¨¢queros, a los que conoci¨® en su juventud, que se sentaban en c¨ªrculo, callados, como brah?manes buscando el ?¨¡tman, como monjes de un dojo zen, a la caza de una luz interior.
Hay muchos modos de conocer lo real y todos son leg¨ªtimos. Eso dice la Bhagavadg¨©t¨¡ y eso dice el principio de complementariedad de Niels Bohr (otro n¨®rdico). Nos acercamos a lo real mediante el rito y la comuni¨®n, mediante los sonidos del silencio, mediante una actitud femenina y receptiva, mediante el arte o la literatura. Esta ¨²ltima es la estrategia favorita de Fosse, aunque no desde?a otras. Pero lo divino es incognoscible. Donde antes se ha dicho conocer deber¨ªa leerse desconocer. Que no venga nadie a decirnos que lo ha conocido. Fosse lo sabe, sabe que no sabe, que lo divino es incognoscible (aunque sea capaz de sentir su presencia). Conoce bien la obra de Eckhart y Heidegger, al primero lo lee ahora (y se aventura en disquisiciones teol¨®gicas), al ¨²ltimo lo ley¨® con fruici¨®n en su juventud. Dios no es nada, se esconde en lo m¨¢s pr¨®ximo y en lo m¨¢s lejano, en los pliegues del coraz¨®n y la estrella distante. Los cabalistas dicen que no lo hace por diversi¨®n, sino por generosidad. Para que el mundo sea, para que podamos existir. Para que haya algo en lugar de nada. Si se mostrara, su luz nos abrasar¨ªa. Gracias a que se oculta viven la flor y el escorpi¨®n, la nube y la monta?a, Dante y Beatriz, Asle y Ales. Ese es el juego de la creaci¨®n, un juego del escondite. Los ni?os lo saben. Crear y descubrir son una misma cosa. De ah¨ª que la mejor imagen de Dios sea la nada. Por eso los budistas lo niegan, lo reducen al vac¨ªo. Cada cual con su paradoja.
Asle, el protagonista, no es capaz de crear v¨ªnculos con los dem¨¢s. Solo con Ales, su amada, mediante un v¨ªnculo absoluto. Seguir¨¢ buscando ese lazo despu¨¦s de la muerte de ella
H. H. Price afirma que la cobard¨ªa de nuestras hip¨®tesis sobre lo real, y no su extravagancia, es lo que provocar¨¢ la burla de la posteridad. Price especula sobre el m¨¢s all¨¢ y desarrolla su propia teor¨ªa. Despu¨¦s de la muerte, el yo se encuentra en un mundo on¨ªrico cuyo contenido son los recuerdos e im¨¢genes mentales suscitadas a lo largo de la vida. La propuesta de Fosse en Septolog¨ªa, su gran obra en siete libros que est¨¢ publicando con gran acierto y valent¨ªa Silvia Bardel¨¢s (De Conatus), se acerca a este planteamiento. La imaginaci¨®n puede modelar la materia. El yo es capaz de flirtear con los recuerdos de toda una vida y crear un ¨¢mbito nuevo de im¨¢genes. Cada persona experimentar¨¢ un mundo propio, no necesariamente solipsista, pues los diferentes yoes pueden comunicarse mediante los sue?os. Hay algo en Fosse de la m¨®nada sin ventanas de Leibniz, un asunto muy de n¨®rdicos, denso y reconcentrado. Asle, el protagonista, no es capaz de crear v¨ªnculos con los dem¨¢s. Solo con Ales, su amada, mediante un v¨ªnculo absoluto. Seguir¨¢ buscando ese lazo despu¨¦s de la muerte de ella. Un sentimiento de aislamiento amenaza la vida ps¨ªquica de todos sus personajes.
El escritor conserva el talante del estudiante anarquista, rebelde y solitario, que le¨ªa a Marx y tocaba en una banda de rock
Nuestra ¨¦poca trata el arte como una especie de autobiograf¨ªa. Wilde dec¨ªa que los ¨²nicos artistas encantadores son los malos artistas, los buenos existen s¨®lo en lo que hacen. Fosse entrar¨ªa en esta categor¨ªa. Su vida actual carece completamente de inter¨¦s, la pret¨¦rita (que lo tuvo) fue s¨®lo el pretexto para su arte. Septolog¨ªa, con sus recuerdos inventados, es m¨¢s veraz que el registro riguroso de lo ocurrido. No apela al intelecto ni a las emociones, apela al temperamento art¨ªstico. La ¨¦tica, si hay alguna, es s¨®lo una cuesti¨®n de estilo. Un retrato en el que queda muy poco del modelo y mucho del artista. Que la vida imita al arte, en el caso de Fosse, es m¨¢s que evidente. De hecho, no s¨®lo lo imita, sino que es conformada por ¨¦ste. El converso al que impresiona la liturgia cat¨®lica y el sacramento de la comuni¨®n, el alcoh¨®lico desesperado que reclama la compasi¨®n divina (Kyrie eleison), conserva el talante del estudiante anarquista, rebelde y solitario, que le¨ªa a Marx y tocaba en una banda de rock.
Mentir, decir cosas hermosas y falsas, es el objeto del arte. Pero el pensamiento tiene una vida independiente ah¨ª fuera. Hay que salir en su b¨²squeda, y para ello lo mejor es estarse quieto, encerrase en un gabinete, dejar de viajar. Y hay que ser r¨¢pido, ponerlo por escrito antes de que se nos escape. Fosse tom¨® la decisi¨®n de escribir despu¨¦s de haber tenido a los siete a?os una experiencia cercana a la muerte (ECM). Lo cuenta en Scenes from a Childhood. En ese preciso momento la realidad aparece como un sue?o y el sue?o como una realidad marcada por el brillo de la piedra gris. Se ve sepultado por una avalancha (aunque sabe que no es una avalancha). Se ve tumbado en una camilla, la gente lo rodea, lo evacuan en avi¨®n a un hospital. Lo sorprendente, dice, es que ¨¦l es las piedras de la avalancha que se deshacen y vuelven a formarse hasta que aparece una luz, la luz de la nada, la luz del amor en la piedra. No tiene miedo a morir porque las piedras le dicen que el amor existe, que el amor es. Desde entonces ve la realidad de otra manera.
El mundo puede ser bueno o malo, bello o feo, pero incluso en la peor de las maldades est¨¢ tambi¨¦n lo contrario
Esa experiencia lo abocar¨¢ a una adolescencia rebelde y art¨ªstica. Primero probar¨¢ con la m¨²sica, pero no es un buen guitarrista. Luego, con la literatura. Y, entre medias, el teatro, con el que cosechar¨¢ prestigio y ¨¦xitos. Todas esas palabras, todas esas oraciones, pretenden una transformaci¨®n radical, buscan Otro nombre, Otro yo, Un nuevo nombre. Un tono peculiar, antimoderno, derivado de su conversi¨®n al catolicismo, despu¨¦s de una vida de Karamazov. Esta dimensi¨®n, extempor¨¢nea, da un brillo singular a su obra, pero no es lo m¨¢s importante de ella. La verdad de Septolog¨ªa es sencilla y contundente. Se desvela despu¨¦s de 800 p¨¢ginas, pero su aparici¨®n es m¨¢s una anamnesis que una revelaci¨®n. Es un error explicar a Dios mediante la creaci¨®n. Dios no existe, Dios es. Fosse descubre algo que ya sab¨ªa: los estados de ¨¢nimo no perduran (ese es su atractivo), pero el amor es la fuerza de lo real. El protagonista, Asle, es un pintor. En sus cuadros intenta reproducir una oscuridad luminosa, que es la versi¨®n visual de la coincidentia oppositorum de la que hablaban Her¨¢clito y Nicol¨¢s de Cusa. Ese ¨¢mbito donde los opuestos se reconcilian, donde lo invisible act¨²a en lo visible, donde lo que no muere est¨¢ presente en lo que muere. El mundo puede ser bueno o malo, bello o feo, pero incluso en la peor de las maldades est¨¢ tambi¨¦n lo contrario.
El arte es algo que simplemente ocurre. S¨®lo hay que estar con la antena puesta, ser receptivo. Escribir es, de alguna forma, escuchar. En su realismo m¨ªstico, Fosse insiste en que la forma lo es todo. El contenido no importa. Lo dice una vez, dos y una tercera, como una salmodia, cambiando el orden de las palabras, pero transmitiendo la misma idea, el mismo contenido. El contenido no importa, lo que importa es la m¨²sica de la oraci¨®n. S¨®lo la paradoja es real.
Un nuevo nombre. Septolog¨ªa VI-VII
Autor: Jon Fosse.
Traducci¨®n: Cristina G¨®mez Baggethun y Kirsti Baggethun.
Editorial: De Conatus, 2023.
Formato: tapa blanda (214 p¨¢ginas, 20,90 euros).
900 p¨¢ginas de fr¨ªo noruego
El otro nombre. Septología I
Traducción de Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun
De Conatus, 2019
220 páginas
18,90 euros
El otro nombre. Septología II
Traducción de Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun
De Conatus, 2020
126 páginas
13,90 euros
Yo es otro. Septología III-V
Traducción de Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun
De Conatus, 2022
350 páginas
21,90 euros
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