Los mamotretos son para el verano
Descansar en vacaciones implica much¨ªsimo esfuerzo y la obligaci¨®n de relajarnos en s¨ª misma puede llegar a ser un agobio, m¨¢s que leer un tocho de mil p¨¢ginas
Una amiga nos propuso leer juntas El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon, entre julio y agosto. El libro se entiende solo a ratos y los tiempos verbales, secuencias narrativas y las escenas, fantaseadas o vividas por m¨²ltiples personajes, bailotean sin orden aparente a lo largo de 1.000 p¨¢ginas. Un personaje ha hecho un viaje por los interiores de un v¨¢ter, en plan Trainspotting. Otro anticipa las bombas alemanas con sus erecciones. Para saber qu¨¦ estamos leyendo, tenemos una gu¨ªa de lectura de 500 p¨¢ginas y un podcast de m¨¢s de seis horas. Y a veces, ni con esas. Vamos resolviendo dudas en un grupo de WhatsApp y prometemos quedar, pero ser¨¢ ya en septiembre, cuando la gente vuelva a la ciudad. Qu¨¦ trabajera para leerse un libro mientras fuera caen 40 grados.
?Qu¨¦ clase de pulsi¨®n autodestructiva nos hace querer esforzarnos en leer las neurosis de Joyce o de Pynchon durante este tiempo, ganado al trabajo?
Sin embargo, sorprendentemente, no somos unos pocos friquis los que se han metido de lleno en lecturas tit¨¢nicas este verano: el otro d¨ªa, otra amiga nos confes¨® que se hab¨ªa puesto por fin a leerse el Quijote. Otra ha empezado con el Ulises y quiere una foto como la de Marilyn. Y he visto un trend en TikTok sobre la Odisea. Los mamotretos son para el verano, ese momento en el que el tiempo parece disponerse por primera vez ante nosotras con relativa tranquilidad. Ante esta breve promesa de tiempo ¡°libre¡± nos llenamos de intenciones, en una suerte de fin de a?o oficioso, aunque es probable que el verano acabe antes de que nos demos cuenta y nos encontremos con los tochos sin terminar en septiembre. Leopold Bloom seguir¨¢ esperando a que ese reloj d¨¦ la hora fat¨ªdica y el famoso hidalgo a¨²n andar¨¢ pensando en volver a sus andanzas. Al fin y al cabo, el verano tampoco es para ponerse metas, ?qu¨¦ queremos demostrar? ?Es que no estamos lo suficientemente cansadas como para ponernos m¨¢s trabajo en vacaciones? Las im¨¢genes del verano son otras: el c¨¦sped artificial, las escapadas, el chiringuito. ?Qu¨¦ clase de pulsi¨®n autodestructiva nos hace querer esforzarnos en leer las neurosis de Joyce o de Pynchon durante este tiempo, ganado al trabajo? ?Es que no sabemos relajarnos?
Para empezar: no, no sabemos relajarnos. Relajarse implica much¨ªsimo esfuerzo y un gran gasto en resorts hoteleros, refugios de monta?a y en suplementos farmac¨¦uticos, porque la obligaci¨®n de relajarnos en s¨ª misma puede llegar a ser un agobio. El verano estresa a una gran parte de la poblaci¨®n: al personal de los centros de salud de zonas tur¨ªsticas, que no da abasto; a las familias trabajadoras, que tienen que conciliar sus 15 d¨ªas con los casi 90 de los colegios; a todo el sector obrero de la hosteler¨ªa¡, pero tambi¨¦n a las personas que quieren meter en dos semanas un viaje a Vietnam, Laos y Camboya para justificar las cinco horas extra semanales de los 11 meses anteriores. Y ya que el hedonismo pasivo de la hamaca eterna suele quedarse en un anuncio de Ryanair, podemos tomar decisiones sobre nuestro verano que no impliquen una lobotom¨ªa buscada con ansiedad. Es del todo in¨²til pensar que el verano escapa de las l¨®gicas del mercado, que de alguna forma nos liberamos de ¨¦l al coger dos trenes y un coche de alquiler y una compra en el supermercado y una reserva en un apartamento y un sitio temprano en la playa. Pero, al menos, podemos decidir qu¨¦ hacer con esa energ¨ªa, con ese trabajo inevitable. Descansar en vacaciones puede implicar much¨ªsimo cansancio, tanto o m¨¢s que dedicarle tiempo a un libro gordo y dif¨ªcil.
Adem¨¢s, hay otro asunto: dedicamos nuestra inteligencia y nuestras energ¨ªas, lo mejor que tenemos, a la jornada laboral. El agotamiento inevitable no puede suplirse con ese sue?o liberal de no descansar nunca, o de la prolongaci¨®n capitalista del desarrollo personal, como un modo de linkedinizaci¨®n de nuestro tiempo privado. Ya el a?o pasado, Juan Evaristo Valls Boix defendi¨® aqu¨ª la pereza como un modo de resistencia a ese agotamiento productivista extendido sine die. Y ahora me gustar¨ªa darle otra forma a ese ¡°deseo de desobediencia¡±, que es dedicar nuestra inteligencia a otra cosa que no es exactamente el trabajo. No quiero ser ingenuo: el ocio lector no escapa de las l¨®gicas del capitalismo ni es un acto revolucionario. M¨¢s bien es una especie de trabajo en el ocio. En los discursos neoliberales, leer se convierte en una tarea de desarrollo personal, en Goodreads tambi¨¦n existen los logros de lectura y este art¨ªculo, que defiende la lectura desinteresada, es fruto tambi¨¦n de un inter¨¦s y conlleva una transacci¨®n. Dedicar nuestra atenci¨®n a perseguir a Slothrop y sus extra?as erecciones pynchonianas, o luchar para acceder a la profundidad m¨ªstica de Eunice Odio en El tr¨¢nsito de fuego puede formar parte de un tipo de trabajo que es evidentemente esforzado, pero tambi¨¦n implica una activaci¨®n de la labor no dirigida a una contrapartida mercantil (o, al menos, no inmediata) y a ponernos por entero al servicio de la reproducci¨®n econ¨®mica. Poner nuestro cerebro ah¨ª, y ponerlo con ganas, es un acto min¨²sculo de resistencia, y tambi¨¦n una demostraci¨®n de que podemos dedicar nuestra creatividad a espacios que no la cuantifican, aunque sea solo un mes o 15 d¨ªas al a?o. Personalmente, no puedo evitar vincular esta defensa de otros modos de vivir el verano con la posibilidad de disfrutar de la resaca una ma?ana de vacaciones: levantarse algo malo de nada grave, con un dolor de cabeza relativamente moderado y dedicar un d¨ªa entero a lamentarse y a recordar la noche anterior me parece un extra?o don. Poder desaprovechar un d¨ªa, sin excursiones ni descubrimientos ex¨®ticos, se parece m¨¢s a tardar demasiado en leer un libro imposible que a ese trabajo de vacacionar.
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