No, perder peso no depende de mi fuerza de voluntad
La obesidad es un problema colectivo cuya expansi¨®n tiene m¨¢s que ver con las ciencias pol¨ªticas que con la biolog¨ªa
Corr¨ªa el a?o 1920 cuando el doctor Gregorio Mara?¨®n advert¨ªa en su ensayo Gordos y flacos sobre los riesgos de la grasa abdominal, su relaci¨®n con la diabetes y la importancia de la prevenci¨®n de la obesidad infantil. Cien a?os m¨¢s tarde, las campa?as sobre la necesidad de mantener un peso saludable apenas han cambiado. Pero los resultados son tan nefastos como entonces. La verdad es as¨ª de cruda: ning¨²n pa¨ªs del mundo ha conseguido reducir los ¨ªndices de sobrepeso y obesidad, de modo que el problema se extiende como una mancha de aceite que ya alcanza al 10% de la poblaci¨®n mundial. ?Es que acaso hemos tirado la toalla?
El endocrino Federico Soriguer, miembro de la Academia Malague?a de Ciencias y autor de La obesidad m¨¢s all¨¢ de los estilos de vida (Ed. D¨ªaz de Santos), apunta que el fracaso es, sobre todo, de los programas de salud p¨²blica. Y remarca la importancia de entender la diferencia entre el abordaje cl¨ªnico, que debe ser tomado caso a caso, frente al poblacional, que desde la estad¨ªstica examina la panor¨¢mica general de la prevalencia. Hay dos formas de entender el fen¨®meno cuando se pone el foco en la poblaci¨®n. Est¨¢ la perspectiva neoliberal, dominada por el laissez-faire y que promueve lo individual por encima de lo colectivo; desde esta posici¨®n, los kilos de m¨¢s ser¨ªan responsabilidad de la fuerza de voluntad de cada uno. Luego hay una perspectiva social, que entiende que la pandemia de la obesidad no es un problema meramente biol¨®gico, sino tambi¨¦n econ¨®mico, cultural, geogr¨¢fico y clim¨¢tico.
De esta segunda concepci¨®n se alimentaba un c¨¦lebre informe de la consultora Mckinsey, de 2014, en cuyas 106 p¨¢ginas los analistas abogaban por medidas como la creaci¨®n de impuestos para las bebidas azucaradas, la prohibici¨®n de la publicidad de alimentos no saludables destinada a menores y bajar los precios de las frutas y verduras para que no sean m¨¢s caros que los ultraprocesados. La propuesta es una referencia para la OMS y organizaciones cient¨ªficas de primer nivel, como la Lancet Obesity Commission. Todo para demostrar que, a pesar de que las cifras de la obesidad se han triplicado en todo el mundo desde 1975, no nos da igual estar gordos. Lo que ocurre es que es muy dif¨ªcil no acabar cayendo en las garras del sobrepeso.
Rosa Ba?os, investigadora de las variables psicol¨®gico-conductuales que influyen en la obesidad y jefa de grupo en el Centro de Investigaci¨®n Biom¨¦dica de la Obesidad y la Nutrici¨®n (Ciberobn), lo explica as¨ª: ¡°No es que la sociedad haya tirado la toalla, sino que la falta de pol¨ªticas p¨²blicas, enfoques sociales y financiaci¨®n hacen que la gente no haya podido cogerla con la suficiente fuerza. Pero ni los ciudadanos han bajado la guardia ni se ha normalizado el tema¡±. A su juicio, los culpables se infiltran en el ¡°ambiente obesog¨¦nico¡±, una mala interacci¨®n con el entorno alimentario resultado de un modelo que confunde confort (lo que nos gusta) con bienestar (lo que nos gusta y nos cuida).
Errores, sesgos machistas y conflictos de inter¨¦s
N¨¦stor Ben¨ªtez, dietista-nutricionista de la Academia Espa?ola de Nutrici¨®n y Diet¨¦tica, a?ade a la f¨®rmula la desconfianza hacia las dietas y los profesionales de la nutrici¨®n. A los l¨®gicos cambios de criterio (la ciencia se actualiza constantemente), hay que sumar mitos tan extendidos como el de que las calor¨ªas son unidades exactas, cuando ya se sabe que el cuerpo no asimila igual las de un d¨®nut que las de un filete de pollo. Es un ejemplo que no est¨¢ puesto al azar. ¡°Hay una larga tradici¨®n en la ciencia de considerar a la biolog¨ªa como una maquina termodin¨¢mica. Tanto entra, tanto sale. Pero la biolog¨ªa humana es una lucha contra las leyes de la termodin¨¢mica. Por eso la obesidad solo puede entenderse desde un punto de vista evolutivo y pol¨ªtico¡±, valora el endocrino Soriguer. Y, adem¨¢s, ha habido muchos fiascos.
Entre los m¨¢s sonados est¨¢ el que destap¨® la revista JAMA en 2016 al publicar una extensa investigaci¨®n que afirmaba que, durante d¨¦cadas, trabajos de referencia sobre la obesidad hab¨ªan estado sufragados por la industria del az¨²car, con pagos de millones de d¨®lares a departamentos de la Universidad de Harvard y a la revista New England Journal of Medicine. El objetivo era minimizar el v¨ªnculo entre la sacarosa y las enfermedades cardiacas, se?alando a las grasas saturadas como principal determinante de estas patolog¨ªas. Varias investigaciones recientes, entre ellas un ambicioso estudio con m¨¢s de 339.000 participantes publicado en la revista The British Medical Journal, concluyen que no hay una evidencia tan directa entre el consumo de grasas saturadas y los trastornos coronarios. Sin embargo, el reclamo ¡°sin grasa¡± sigue funcionando en los envoltorios como una alegaci¨®n de salud cuando, a veces, es muy matizable.
Otro gran problema de ra¨ªz en la lucha contra la obesidad es el infradiagn¨®stico hist¨®rico de las enfermedades cardiovasculares en mujeres. Habla Ben¨ªtez: ¡°Es probable que durante a?os no se diera importancia ni al exceso de peso en las f¨¦minas ni a su empeoramiento a largo plazo, pudiendo comprometer la salud cardiovascular¡±. Una sucesi¨®n de pifias que se resume bien en esta afirmaci¨®n de Tim Spector, profesor de Epidemiolog¨ªa Gen¨¦tica en el King?s College de Londres, a la revista The Economist: ¡°En ning¨²n otro ¨¢rea de la Medicina ha habido hist¨®ricamente tanta falta de rigor como en la ciencia de la nutrici¨®n¡±. Hay quien mira con recelo a la industria de los ultraprocesados como uno de los grandes beneficiarios. Cuidadosamente ideados para ser deliciosos, f¨¢ciles de preparar y baratos. Es la clave del ¨¦xito de esos productos rebosantes de az¨²car, sales y grasas, listos para tragar.
El auge de precocinados, boller¨ªa y platos de r¨¢pido consumo encaja en una sociedad dominada por el estr¨¦s, las jornadas de trabajo extenuantes y la soledad ¡ªsomos la primera civilizaci¨®n que come sin compa?¨ªa de manera rutinaria, rompiendo los v¨ªnculos de la comensalidad¡ª. Es decir, las razones de su boom van m¨¢s all¨¢ de la proliferaci¨®n de cadenas de comida r¨¢pida, m¨¢quinas expendedoras, publicidad agresiva y lineales de supermercado sumamente tentadores. La comida basura es incluso un elemento de la cultura pop, que ha llegado a infiltrarse en el arte con el pop art, o en la propia econom¨ªa con la existencia del ?ndice Big Mac, elaborado anualmente por The Economist para comparar las diferentes unidades de divisa en funci¨®n del coste de la famosa hamburguesa.
Todo est¨¢ montado para que nos atiborremos a helados industriales, con una tramoya que ata?e directamente a la psique: en las sociedades contempor¨¢neas se introduce desde la infancia la vinculaci¨®n entre felicidad y atrac¨®n. Rosa Ba?os, la psic¨®loga investigadora en Ciberobn, destaca el error socialmente perpetuado de acostumbrarnos desde ni?os a relacionarnos con la comida como refuerzo positivo cuando nos ense?an a comer; ese ¡°si te portas bien te compro una golosina¡±, que a la larga lleva a refugiarnos en ellas para tapar emociones negativas, como el estr¨¦s o la tristeza. Es un desajuste en la alimentaci¨®n que repercute directamente en la fisonom¨ªa y la fisiolog¨ªa, definiendo el habitual efecto yoy¨®: cuando te encuentras fuerte adelgazas, y en momentos de angustia vuelves a engordar. Una escenificaci¨®n terrenal del mito de S¨ªsifo, seg¨²n Soriguer: la condena eterna del tit¨¢n a subir una monta?a cargando sobre sus espaldas con una piedra que, antes de llegar a la cima, caer¨¢ cuesta abajo, creando un c¨ªrculo vicioso de esfuerzo in¨²til.
Falsos amigos y ¡®foodies¡¯ petulantes: el enemigo est¨¢ fuera del plato
Una foto en Instagram de un ¡°antes y despu¨¦s¡± con la promesa de bajada de kilos en poco tiempo siguiendo planes espec¨ªficos de restricci¨®n alimentaria y ejercicio; los gur¨²s de las dietas con sus cantos de sirena, o las expresiones grabadas a fuego en el p¨²blico general como ¡°operaci¨®n bikini¡±, ¡°cuerpo de playa¡± o ¡ªahora¡ª los ¡°coronakilos¡±. Es el universo de lo que el mundo anglosaj¨®n denomina Diet Culture (¡°cultura de dietas¡±): seg¨²n los cr¨ªticos, el negocio de vender expectativas condenadas al fracaso. Ba?os ahonda en los motivos: ¡°Cuando tenemos hambre no podemos pensar en otra cosa que en comida. La paradoja de estos sistemas es que, al contar con tantas restricciones, convierten a los alimentos en lo m¨¢s importante del d¨ªa y hacen que no puedan salir de nuestras cabezas. Es la antesala de una conducta de atracones¡±. En lo que tiene que ver con el ejercicio, el problema es parecido: aceptar soluciones r¨¢pidas para problemas de calado es una forma de autoenga?o. Ba?os explica que, en general, estamos predispuestos al sedentarismo, as¨ª que la ¨²nica manera de combatirlo es la incorporaci¨®n gradual y realista de nuevos h¨¢bitos, empezando por bajarse dos paradas antes del autob¨²s o por utilizar las escaleras en lugar del ascensor.
Otro punto inquietante en este camino de trampas es el v¨ªnculo de lo moral con la cultura de dietas. En esta l¨ªnea, Rafael Euba, profesor de Psiquiatr¨ªa en el King?s College, equiparaba en el portal acad¨¦mico The Conversation ciertas conductas de la obsesi¨®n por comer sano a las renuncias al hedonismo establecidas durante siglos por las religiones, algo en lo que coinciden muchos estudios antropol¨®gicos. E igual que hoy paleos, realfooders y veganos presumen continuamente de lo que comen y critican alimentaciones inconvenientes, la lectura del Quijote nos ense?a que lo mismo hac¨ªan los conversos alardeando de los duelos y quebrantos, esa enigm¨¢tica preparaci¨®n con carne y grasa de cerdo. El dietista-nutricionista Ben¨ªtez a?ade: ¡°En la actualidad da la sensaci¨®n de que estamos continuamente intentando diferenciarnos con la alimentaci¨®n. Y, en algunos casos, imposibilitando la discrepancia¡±.
Un problema a la altura del hambre o el cambio clim¨¢tico
Los ¨²ltimos datos de la OMS ¡ªdel a?o 2016¡ª calculan que 3 de cada 10 habitantes del planeta sufren sobrepeso, y m¨¢s de 796 millones, obesidad. A pesar de las cifras, son muchas las voces que lamentan que se hable m¨¢s de comer en exceso que de ausencia de alimentos. Pero los n¨²meros lo vuelven a confirmar: los individuos con obesidad ¡ªconsiderada por la OMS como una forma de malnutrici¨®n¡ª superan hoy a las v¨ªctimas de la hambruna.
El asunto cobra una especial dimensi¨®n en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, donde es frecuente que los casos de kilos de m¨¢s y desnutrici¨®n coincidan en un mismo n¨²cleo familiar. Habla Soriguer: ¡°La obesidad es el s¨ªntoma de un malestar social provocado tambi¨¦n por el cambio clim¨¢tico, dentro de lo que The Lancet denomina sindemia global¡±. Entre las conexiones del desastre medioambiental y el sobrepeso, la prestigiosa publicaci¨®n m¨¦dica destaca el hecho de que si las sequ¨ªas y fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos afectan a la agricultura, subir¨¢n los precios de frutas y verduras, influyendo tanto en la obesidad como en la desnutrici¨®n. ¡°Pero es m¨¢s f¨¢cil so?ar con una p¨ªldora milagrosa que cambiar el modelo de sociedad¡¡±, critica el endocrino y acad¨¦mico.
Mientras llega o no la transformaci¨®n, la capacidad de acci¨®n individual est¨¢ sostenida por la evidencia cient¨ªfica, que determina que la dieta mediterr¨¢nea (frutas, verduras, frutos secos, pescados, huevos y carnes de ave, siempre con AOVE como buque insignia) es un escudo contra el sobrepeso y, a su vez, un elemento a favor de la sostenibilidad, seg¨²n la FAO. Y quiz¨¢ hoy sea el d¨ªa para empezar a abrazarla. De hecho, estudios sobre el impacto en la dieta que tuvo el SARS en la sociedad hongkonesa en 2004, sugieren que uno de los legados de la covid-19 podr¨ªa ser, a medio plazo, la motivaci¨®n de h¨¢bitos saludables, impulsando el abandono del tabaco y la adopci¨®n de actividades f¨ªsicas al aire libre, adem¨¢s de llevarnos a velar m¨¢s por la dieta propia y la de nuestros allegados. En la obesidad, como en la pandemia, en equipo casi todo funciona mejor.
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