No es ciudad para viejos (y menos a¨²n para viejas)
?Cu¨¢ndo y por qu¨¦ se desecha a quienes nos sonaron los mocos, nos hac¨ªan sopa los domingos y nos ayudaron con el alquiler en la Universidad, los que siempre est¨¢n?
Los veo desde mi ventana, bien de ma?ana, manos que cogen manos tres veces m¨¢s peque?as. Caminan al mismo paso, despacio. Unos porque las piernas no les miden m¨¢s de 40 cent¨ªmetros, los otros porque las suyas llevan m¨¢s de 70 a?os en marcha. Entre septiembre y junio, cada d¨ªa, todos los d¨ªas. S¨¦ que alguno de esos ni?os se llama Alejandro, Celia o Lola. S¨¦ que esas mujeres se llaman abuela, que esos hombres se llaman abuelo.
A su paso se disparan decenas de probabilidades ?¡ªpadres que trabajan o madres que trabajan, en precario o en business, monomarentalidad o monoparentalidad, cero conciliaci¨®n o reuniones importantes¡¡ª y una certeza, que quienes peinan canas o ya no tienen ni una sostienen, apoyan. Est¨¢n. Cuidan nietos despu¨¦s de d¨¦cadas de criar lo propio. Salen al quite. La palabra colch¨®n con la que tantas veces se les identifica se disipa y coge la forma de un salvavidas, grande y naranja.
En Madrid hay 656.791 personas con 65 o m¨¢s a?os, son el 20,4% de la poblaci¨®n, 400.112 son mujeres. De m¨¢s de 80, esa cuarta edad producida por la mejora en la esperanza de vida, son 237.722: 81.572 hombres y 156.150 mujeres. Todos esos n¨²meros probablemente sean besos, lana e hilo, pagas de s¨¢bado, ternura, parches en los vaqueros, achuchones, platos de cuchara, chocolate con pan, bocatas de jam¨®n, cuentos, pellizcos en la mejilla, leche con cacao, un dedo que te limpia un churrete con un poco de saliva y galletas en latas de hojalata. Las circunstancias de la vida y los flecos de la crisis los convirtieron tambi¨¦n en ese flotador enorme. Y, a pesar de todo ello, son v¨ªctimas de maltrato: institucional, f¨ªsico y psicol¨®gico. De abandonos. De olvidos. De edadismo, la discriminaci¨®n por raz¨®n de edad, recrudecida en las mujeres, como todas: por volumen de poblaci¨®n y porque es un a?adido al machismo. Ambas, junto al racismo, son las tres grandes razones de exclusi¨®n del siglo XXI.
Desde enero, la Fiscal¨ªa ha cerrado una residencia en Soto del Real por el peligro para la integridad y la salud de los ancianos que viv¨ªan all¨ª; en la de Los Nogales Hortaleza, Francisco Polonio encontr¨® a su madre con sangre seca en la nariz, dientes rotos y hematomas; y la Comunidad oculta los nombres de las residencias que han sido multadas en los ¨²ltimos cinco a?os con 167 expedientes, algunas con sanciones graves. ?La raz¨®n? No da?ar ¡°el buen nombre comercial de la empresa o su prestigio¡±. En el barrio de Salamanca la Polic¨ªa encontr¨® el cad¨¢ver momificado de Amanda J., de 83 a?os, llevaba cinco a?os muerta; y ocurri¨® lo mismo en Vallecas, con un hombre de 70 a?os que hab¨ªa fallecido hac¨ªa un a?o.
En la calle se les adelanta con humos por la acera porque retrasan el paso, se les ignora a veces, se les apremia en comercios y en bancos y en colas de organismos oficiales. Se les trata como a ni?os en las consultas m¨¦dicas, a veces por los profesionales, a veces por los hijos que los acompa?an, que no les dejan hablar, explicar por s¨ª mismos qu¨¦ les ocurre. La ciudad no est¨¢ pensada para ellos. La vida, esta de urbe, de prisa constante, no est¨¢ pensada para ellos.
?Qui¨¦n y en qu¨¦ momento decide que alguien no sirve para ocupar el mismo espacio en la sociedad que uno, dos, tres a?os antes? ?Cu¨¢ndo se desecha a esas mismas mujeres y hombres que nos sonaron los mocos, nos compraron la primera bicicleta, nos hac¨ªan sopa los domingos y nos echaban mercromina en codos y rodillas mientras soplaban suavecito, esos que nos ayudaron con el alquiler durante la universidad y despu¨¦s de la universidad, lloraron cuando firmamos nuestro primer contrato o cuando tuvimos nuestro primer hijo, el mismo al que cuidaron y cuidan? ?En qui¨¦n o en qu¨¦ nos convertimos cuando hacemos invisible el pasado? ?Y por qu¨¦?
Tal vez sea porque abuelos y tesoro son sin¨®nimos en el mundo en el que yo crec¨ª, el de los pueblos chicos, donde todav¨ªa hoy, la cultura de la vecina y la de ir a por el pan cada ma?ana al mismo ultramarinos lo hacen todo un poco m¨¢s amable. Tal vez sea porque en mi casa solo queda uno, el abu, ¡ªque tiene nombre para el resto del mundo, Agust¨ªn¡ª. Ese al que montamos m¨¢s jarana que nunca, besamos m¨¢s que nunca, hacemos m¨¢s cosquillas que nunca, acariciamos la calva m¨¢s que nunca y jaleamos para que cante m¨¢s que nunca porque por mucho tiempo que le pidamos a la vida, la vida ya no nos puede regalar mucho m¨¢s tiempo. Tal vez por eso, cuando ya no queda ese mucho y ellos han dado tanto, sea incapaz de entender c¨®mo hay quien no mima ese poco que queda. Aunque sea por equilibrio, por reciprocidad, por justicia, por derechos humanos, por empat¨ªa. Aunque sea por compasi¨®n. Y aunque debiera ser, solo y sobre todo, por respeto. Por amor.
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