El domicilio sin techo del se?or Kowalczyk
Un polaco decora y limpia con esmero el espacio de calle donde vive en el distrito de Chamber¨ª. Se ha ganado el respeto de todo el vecindario
El se?or Kowalczyk despierta a las 10.10 sin necesidad de reloj. Su cuerpo se activa de forma natural. Tumbado en el colch¨®n, lee las noticias del d¨ªa en un viejo m¨®vil. Despu¨¦s se levanta, hace la cama y barre con esmero ayudado de escoba y recogedor. M¨¢s tarde toma una pastilla para el coraz¨®n con un poco de cerveza sin alcohol que guard¨® de la noche anterior. Para matar el tiempo, lee alg¨²n libro de esp¨ªas. Cuando se aburre, sale a andar sin rumbo por la ciudad con las manos metidas en los bolsillos.
Cualquiera que pasee por la calle, si se detiene un instante, podr¨ªa observar la rutina diaria de Kowalczyk ¡ªnombre ficticio¡ª, un polaco de unos 50 a?os que desde hace tres vive en el hueco de un edificio del distrito de Chamber¨ª, en Madrid. El lugar llama la atenci¨®n por el esmero que pone este antiguo trabajador de la construcci¨®n en decorar el espacio.
¡ª Siempre he tenido sentido de la est¨¦tica.
El habit¨¢culo donde vive es la puerta ciega de un bajo de oficinas. La fachada pertenece a una empresa. En una pared, el hombre ha colgado un cuadro de tela de un acantilado donde las olas rompen contra las rocas. Al lado, la car¨¢tula de un disco de Enrique Urquijo, y junto a ella, una alcayata donde coloca el recogedor. Aunque no es muy religioso, un rosario pende de un foco de luz.
Del techo cuelgan unos murci¨¦lagos de cartulina que se entretuvo en decorar para Halloween y unos ratones de tela que se encontr¨® en la basura. La campanilla de color oro que sobresale en la acera es un adelanto de lo que est¨¢ por venir en los pr¨®ximos d¨ªas. Kowalczyk, contagiado del esp¨ªritu navide?o de estas fechas, va a colocar un portal de bel¨¦n (ha ahorrado para comprar figuritas de barro) y un peque?o ¨¢rbol de Navidad que planea decorar con bolas rojas y color champ¨¢n. Una estrella fugaz coronar¨¢ la cima.
Los arreglos decorativos de este hombre que est¨¢ a punto de cumplir una d¨¦cada viviendo en la calle tienen un sentido est¨¦tico, pero tambi¨¦n uno pr¨¢ctico: ¡°Me divierto haci¨¦ndolo, aunque tambi¨¦n quiero que la gente que pase se encuentre con un lugar agradable. Para que no digan: ¡®otro cabr¨®n aqu¨ª tirado¡¯. A veces pasan ni?os y llaman la atenci¨®n de sus madres. Eso me deja tranquilo¡±.
Kowalczyk se ha ido poco a poco ganando a la gente del barrio. Los primeros d¨ªas fue visto con recelo. El portero del edificio pidi¨® a los trabajadores de la oficina que llamaran a la polic¨ªa. No lo hicieron. Una vecina le baj¨® un caf¨¦ y unas porras con un cartel: ¡°Aqu¨ª te dejo el desayuno¡±. Los siguientes d¨ªas dej¨® solo el caf¨¦ y las porras. No hac¨ªa falta mensaje, se sobreentend¨ªa. En vez de dormir en el suelo de m¨¢rmol que le helaba la espalda, se hizo de un colch¨®n, unos cartones para protegerse del viento y unas mantas. Entonces era solo un hombre m¨¢s viviendo en la calle. Ah¨ª es cuando pens¨® que, si cuidaba de esa peque?a parcela quiz¨¢, solo quiz¨¢, no trataran de desalojarlo.
Despleg¨® una bandera de Espa?a en la pared frontal, muy acorde con el sentimiento patri¨®tico que se despert¨® en el barrio tras el refer¨¦ndum ilegal del 1 de octubre en Catalu?a. A los lados, l¨¢minas de Dub¨¢i, Venecia, paisajes alpinos y hasta de dinosaurios. Sobre una mesita de noche, estampas de la virgen que las piadosas beatas le dejan al verlo desamparado y hasta una pareja de clicks de Playmobil, un novio vestido de chaqu¨¦ y una novia con ramo. ¡°No, no me he casado. He cometido muchos errores en la vida, pero ese no¡±, explica.
Como ocurre con las otras 650 personas que duermen al cielo raso, seg¨²n c¨¢lculos municipales, cuesta mucho explicar c¨®mo la vida de Kowalczyk lleg¨® a este punto. Lleg¨® a Espa?a hace dos d¨¦cadas y trabaj¨® de repartidor de butano. Con la espalda lesionada, se especializ¨® en instalar calefactores. En la ¨¦poca del boom inmobiliario no par¨® de trabajar. Una arritmia, la operaci¨®n en una mano y otros achaques le apartaron del mundo laboral. Un d¨ªa, resumiendo mucho, se vio sin nada y en la calle. Se arrim¨® entonces a otros sin techo con m¨¢s experiencia. Pronto se dio cuenta de que los albergues no eran su sitio. Aprendi¨® a sobrevivir en el asfalto.
¡°Limpio y ordenado¡±
A Mar¨ªa se le llena la boca al hablar de Kowalczyk: ¡°Es tremendamente limpio y ordenado. Le veo leyendo siempre¡±. Antonio Moreno, otro inquilino del edificio de 63 a?os, un d¨ªa le baj¨® una chaqueta y se la dej¨® en el catre, sin avisarle. ¡°?l hace su cama, sus labores. No pide nada a nadie¡±, dice.
Los trabajadores de la empresa se han acostumbrado a ¨¦l. ¡°No nos molesta. Ha hecho mucho fr¨ªo. Bastante tiene el hombre. Es agradable encontr¨¢rtelo por las ma?anas¡±, dice Antonio Ortiz, inform¨¢tico. Kowalczyk hizo amistad con la se?ora de la limpieza, a la que le regal¨® un reloj. ¡°A m¨ª me da igual la hora que sea¡±, le dijo.
La empresa abandona las oficinas dentro de un mes. El mobiliario solo podr¨¢ salir por el hueco donde duerme Kowalczyk, al que ya han avisado de que al menos ese d¨ªa tendr¨¢ que quitar sus cosas. Los nuevos inquilinos puede que no sean tan permisivos con su presencia. Entonces, este decorador de interiores de esp¨ªritu se marchar¨¢ a otro lugar. El se?or Kowalczyk no quiere molestar a nadie.
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