Lo que se debe o no descubrir
Ante un fen¨®meno desconocido, lo que se hace es indagar sin motivaci¨®n ni expectativa tecnol¨®gica alguna
En un art¨ªculo titulado Lo que ser¨ªa mejor no descubrir (EL PA?S, 17 de junio de 2023) Antonio Mu?oz Molina alerta sobre las nefastas consecuencias que tienen algunos hallazgos cient¨ªficos y tecnol¨®gicos. Literariamente es, l¨®gicamente, excelente, pero cient¨ªficamente contiene aspectos que se deben considerar. Mu?oz Molina cuenta que charl¨® con un piloto que sobrevol¨® Hiroshima despu¨¦s del bombardeo y sac¨® unas conclusiones que me conmovieron.
Nac¨ª cuatro agostos despu¨¦s de esa atrocidad y, por mi trayectoria profesional, he conocido a siete participantes del proyecto Manhattan con los que he hablado sobre el asunto durante ratos no muy largos, salvo con dos, con los que ech¨¦ horas. La hondura, los silencios y los extrav¨ªos de aquellas miradas pueden justificar los temores del escritor. Se apoya adem¨¢s en que los mitos y cuentos antiguos advierten de que la curiosidad humana puede ser en ocasiones catastr¨®ficas, porque hay saberes y t¨¦cnicas que tienen m¨¢s efectos destructivos que beneficiosos. Estoy de acuerdo, salvo un matiz que creo esencial: no son algunos los saberes potencialmente da?inos, sino todos. Todos. Ese es el matiz.
La inmensa mayor¨ªa de los f¨ªsicos e ingenieros que participaron en el proyecto Manhattan eran pacifistas, progresistas y ninguno cre¨ªa que la bomba se fuera a lanzar contra la poblaci¨®n civil. Algunos de ellos, cuando entrevieron las intenciones de los militares y el presidente Truman, pagaron su oposici¨®n con algo m¨¢s que represalias.
Pensemos en quien hizo el descubrimiento m¨¢s decisivo que no deb¨ªa, el neozeland¨¦s Ernest Rutherford. Lo impuls¨® a ello la contemplaci¨®n de dos im¨¢genes. Una era la radiograf¨ªa de una mano con una moneda y un anillo en la que se ve¨ªan n¨ªtidamente los huesos y tendones. La otra era de la misma mano, pero hecha con el nuevo fen¨®meno de la radiactividad. Una aut¨¦ntica chapuza que no val¨ªa para nada, pero¡ ?cu¨¢l era la naturaleza de esa radiaci¨®n? La anterior era de origen at¨®mico y esta, al parecer, nuclear. Y Rutherford descubri¨® justo eso: la existencia y propiedades b¨¢sicas del n¨²cleo de los ¨¢tomos predichos por Leucipo y Dem¨®crito, ensalzados tan acertada y bellamente por Tito Lucrecio Caro en los miles de versos de su De rerum Natura.
Ante un fen¨®meno desconocido, lo que se hace es indagar sin motivaci¨®n ni expectativa tecnol¨®gica alguna. Creo interesante saber a qu¨¦ se opuso radicalmente Rutherford como algunos hacen ahora, por ejemplo, con la inteligencia artificial, acerc¨¢ndonos as¨ª a la tesis del art¨ªculo de Mu?oz. A la aviaci¨®n. Rutherford dec¨ªa que los aviones se utilizar¨ªan irremisiblemente en las guerras para ametrallar a los pobres soldados. Acert¨®, pero no intuy¨® que la aviaci¨®n iba a marcar en algunos aspectos la evoluci¨®n de la humanidad y no necesariamente para mal. Lo m¨¢s resaltable es que su vaticinio y lucha contra la aviaci¨®n fueron absolutamente irrelevantes. En cambio, no hay hospital que no tenga un servicio de medicina nuclear en los que el n¨²cleo at¨®mico no ofrezca unas im¨¢genes fascinantes del interior del cuerpo humano y su fisiolog¨ªa, que hacen precisos los diagn¨®sticos m¨¦dicos y eficac¨ªsimos los tratamientos contra enfermedades terribles.
Los cient¨ªficos pertenecemos al mundo en tiempos de paz y a nuestros pa¨ªses en tiempos de guerra. No es m¨ªa esta terrible frase, sino de Fritz Haber, qu¨ªmico que sintetiz¨® el amonio, dando con ello paso a los fertilizantes que paliaron el hambre de millones de personas, y durante nuestro primer apocalipsis lo que produjo fue el devastador gas de las trincheras.
Pensemos en cualquier avance cient¨ªfico o t¨¦cnico desde que descubrimos c¨®mo encender fuego. Si no se quiere escrutar hacia tan vasta lejan¨ªa, pensemos en el siglo XX y sus virus, transistores, sat¨¦lites artificiales, radares, manipulaci¨®n gen¨¦tica, microchips¡ Est¨¢ claro, despu¨¦s de la pandemia que hemos sufrido, que un exterminio masivo e incluso global v¨ªrico es mucho m¨¢s viable, barato y eficiente que una barbaridad de bombazos nucleares que a nadie se le ocurrir¨¢ iniciar. S¨ª, a nadie.
Por el lado opuesto, sostengo que la misma prevenci¨®n hay que tener, en ocasiones, con ciertas creencias modernas que utilizan la ciencia torticeramente. Hace poco, unos investigadores estatales suizos y alemanes desarrollaron un arroz transg¨¦nico que pod¨ªa inundar de vitamina A extensas zonas del planeta en las que sus habitantes, normalmente pobres, sufr¨ªan una carencia end¨¦mica de ella.
Los malhadados descubridores renunciaron a patentar el procedimiento. Aquello lo consider¨® la organizaci¨®n Greenpeace un caballo de Troya de las multinacionales para hacer negocio y la campa?a contra el arroz dorado fue feroz. Las autoridades europeas ignoraron el asunto y no apoyaron a los cient¨ªficos: no era cuesti¨®n de enfrentarse a los ecologistas. Hasta que lleg¨® la tremenda carta abierta de 109 premios Nobel de ciencias apoyada por decenas de miles de cient¨ªficos. Reproduzco solo dos frases y la apostilla final:
¡°Acusamos a Greenpeace de tergiversar los riesgos, beneficios e impactos de los alimentos transg¨¦nicos, porque son tan seguros como cualquier otro, si no m¨¢s, seg¨²n todas las evidencias cient¨ªficas. La Organizaci¨®n Mundial de la Salud estima que 250 millones de personas sufren la escasez de vitamina A. Entre ellas hay entre 250.000 y 500.000 ni?os menores de cinco a?os a los que esa carencia les lleva cada a?o a la ceguera. La mitad de ellos mueren dentro de los doce meses posteriores a haber perdido la vista¡±.
La frase final es la que no hay que olvidar: ¡°?Cu¨¢ntos pobres han de morir en el mundo para que consideremos esto un crimen contra la humanidad?¡±. Mejor no hacer cuentas de v¨ªctimas de los horrores.
S¨ª, los terribles castigos que pueden surgir de la caja de Pandora tienen muchas facetas, incluidas la de favorecer el cambio clim¨¢tico por obligar a la mayor potencia industrial europea a quemar el peor carb¨®n, lignito pardo, arrasando, si es menester, aerogeneradores y, por supuesto, a la maldita (aunque declarada verde por el Parlamento Europeo) energ¨ªa nuclear.
No hay que temer a los cient¨ªficos por las posibles consecuencias de sus hallazgos por una raz¨®n: es in¨²til. Quienes manejan sus descubrimientos son los pol¨ªticos con instrumentos poderosos que, en el mejor de los casos, hemos puesto todos a su disposici¨®n: la jurisprudencia, la capacidad de negociaci¨®n internacional y las fuerzas armadas.
Prometeo, Pandora y los dioses implicados son m¨¢s que el mito y el cuento que dice Mu?oz Molina: existen y somos todos nosotros. Somos nosotros los que deberemos decidir, sin amedrentamiento ni lamentos, qu¨¦ hacer con la ingenier¨ªa gen¨¦tica, la conquista del espacio, la inteligencia artificial, la computaci¨®n cu¨¢ntica, la rob¨®tica inteligente y la de escala nanom¨¦trica, las interfaces neuronales cerebro-ordenador-m¨¢quina, la realidad virtual y todo lo que ofrezca el frondoso y fascinante bosque de la ciencia y la t¨¦cnica.
Este atardecer recordar¨¦ a los cuatro John, a Henry, a Rudolph, y, sobre todo, a Lise. S¨ª, a la entra?able Lise Meitner, la llamada madre jud¨ªa de la bomba at¨®mica que jam¨¢s practic¨® el juda¨ªsmo, nunca fue madre y renunci¨® a colaborar en el proyecto Manhattan, pero fue la que descubri¨® la fisi¨®n nuclear.
Mientras se esconde con calma la espl¨¦ndida caldera termonuclear que es nuestro Sol, pensar¨¦ en muchos otros que han hecho posible que m¨¢s del noventa por ciento de los ocho mil millones de personas que somos sobrevivamos por muy lacerantes que sean las desigualdades entre nosotros. Estas y la posibilidad de que nos extingamos ser¨¢n responsabilidad exclusiva de nosotros mismos. La ciencia, toda la ciencia, no har¨¢ m¨¢s que propiciar que evolucionemos libre, pl¨¢cida y equilibradamente si somos sensatos. Lo ¨²nico decisivo que no deber¨ªamos haber descubierto es la guerra.
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