_
_
_
_
LECTURA

El matrimonio amateur

Anne Tyler explora los hilos que sostienen a una pareja incompatible y las consecuencias de su uni¨®n a lo largo de tres generaciones. Tyler obtuvo en 1988 el Premio Pulitzer por la novela Ejercicios respiratorios

A la venta a partir del 10 de mayo

Fragmento del cap¨ªtulo 1

Vox p¨®puli

En el barrio cualquiera habr¨ªa podido contar c¨®mo se hab¨ªan conocido Michael y Pauline.

Ocurri¨® un lunes por la tarde, a principios de diciembre de 1941. Era un d¨ªa normal y corriente en St. Cassian, una modesta calle de estrechas casas adosadas t¨ªpicas de la zona este de Baltimore, peque?os hogares muy bien cuidados entre los que se intercalaban tiendas no m¨¢s grandes que salitas de estar. Las gemelas Golka, con id¨¦nticas pa?oletas, comparaban los coloretes del escaparate de la droguer¨ªa Sweda. La se?ora Pozniak sali¨® de la ferreter¨ªa con una diminuta bolsa de papel marr¨®n que tintineaba. El Ford Model B del se?or Kostka pas¨® despacio, seguido por el Chrysler Airstream de un desconocido, que produjo un elegante silbido; luego pas¨® Ernie Moskowicz en la maltrecha bicicleta de reparto del carnicero.

M¨¢s informaci¨®n
El cielo de Madrid
Nuestra incierta vida normal
Que el cielo la juzgue
Testigo de la historia
Los amores confiados

En el colmado Anton —un cuchitril oscuro y abarrotado con un mostrador de madera con forma de L y estantes que llegaban hasta el techo—, la madre de Michael envolv¨ªa dos latas de guisantes para la se?ora Brunek. Las at¨® fuertemente y se las entreg¨® sin sonre¨ªr, sin un ?Hasta pronto? ni un ?Me alegro de verla?. (La se?ora Anton no hab¨ªa tenido una vida f¨¢cil.) Uno de los hijos de la se?ora Brunek —?Carl? ?Paul? ?Peter? Todos se parec¨ªan mucho— peg¨® la nariz al cristal de la vitrina de las golosinas. Una tabla de madera del suelo cruji¨® cerca del expositor de cereales, pero no eran m¨¢s que los huesos del viejo edificio, que se asentaban un poco m¨¢s en la tierra.

Michael estaba colocando pastillas de jab¨®n Woodbury en los estantes, detr¨¢s de la parte izquierda, la m¨¢s larga, del mostrador. Ten¨ªa veinte a?os; era un joven alto e iba vestido con prendas mal combinadas; ten¨ªa el pelo muy negro y lo llevaba demasiado corto; la cara era demasiado delgada, con un oscuro bigote que, pese a que se afeitaba con frecuencia, no tardaba en volver a aparecer. Estaba amontonando las pastillas de jab¨®n formando una pir¨¢mide: una base de cinco pastillas, un piso de cuatro, otro piso de tres?, aunque su madre hab¨ªa declarado en m¨¢s de una ocasi¨®n que prefer¨ªa una disposici¨®n m¨¢s compacta y menos creativa.

De pronto se oy¨®: ?Til¨ªn, til¨ªn! y ?Zas!, y lo que a primera vista parec¨ªa un torrente de jovencitas irrumpi¨® por la puerta. Con ellas entraron una r¨¢faga de aire fr¨ªo y el olor a gases de tubo de escape. ??Socorro!?, chill¨® Wanda Bryk. Su mejor amiga, Katie Vilna, rodeaba con el brazo a una chica desconocida ataviada con un abrigo rojo, a la que otra joven apretaba la sien derecha con un pa?uelo manchado de sangre.

—?Est¨¢ herida! ?Necesita ayuda! —grit¨® Wanda.

Michael dej¨® de amontonar pastillas de jab¨®n. La se?ora Brunek se llev¨® una mano a la mejilla, y Carl o Paul o Peter aspir¨® produciendo un silbido. Pero la se?ora Anton ni siquiera pesta?e¨®.

—?Por qu¨¦ la hab¨¦is tra¨ªdo aqu¨ª? —pregunt¨®—. Llevadla a la droguer¨ªa.

—La droguer¨ªa est¨¢ cerrada —dijo Katie.

—?Cerrada?

—Eso dice en la puerta. El se?or Sweda se ha alistado en los guardacostas.

—?Que ha hecho qu¨¦?

La chica del abrigo rojo era muy guapa, pese al hilillo de sangre que resbalaba junto a una de sus orejas. Era m¨¢s alta que las dos chicas del vecindario, pero m¨¢s espigada, de complexi¨®n m¨¢s delgada, con una melena corta de cabello rubio oscuro, cortado a capas; su labio superior ten¨ªa dos picos tan marcados que parec¨ªan dibujados con bol¨ªgrafo. Michael sali¨® de detr¨¢s del mostrador para verla mejor.

—?Qu¨¦ ha pasado? —pregunt¨®, s¨®lo a ella, mir¨¢ndola de hito en hito.

—?Trae una tirita! ?Trae yodo! —le orden¨® Wanda Bryk. Hab¨ªa ido a la escuela primaria con Michael, y por lo visto se cre¨ªa autorizada para darle ¨®rdenes.

—He saltado de un tranv¨ªa —dijo la chica.

Ten¨ªa una voz grave y ronca que contrastaba con la d¨¦bil y aguda voz de Wanda. Sus ojos eran de un azul viol¨¢ceo, como los pensamientos. Michael trag¨® saliva.

—Hay un desfile en Dubrowski Street —iba explicando Katie a los dem¨¢s—. Los seis hijos de los Szapp se han alistado, ?no os hab¨¦is enterado? Y tambi¨¦n un par de amigos suyos. Han hecho una pancarta: ??Preparaos, japoneses! ?Vamos a por vosotros!?, y todo el mundo ha salido a despedirlos. Se ha congregado tanta gente que apenas pod¨ªan circular los autom¨®viles. Y Pauline, que volv¨ªa a casa del trabajo (hoy todos cierran antes de la hora), va y salta de un tranv¨ªa en marcha para unirse a la multitud.

El tranv¨ªa no pod¨ªa circular muy deprisa si el tr¨¢fico estaba casi detenido, pero nadie lo coment¨®. La se?ora Brunek emiti¨® un murmullo de comprensi¨®n. Carl o Paul o Peter dijo:

—?Me dejas ir, mam¨¢? ?Me dejas? ?Puedo ir a ver el desfile?

—Pens¨¦ que deb¨ªamos apoyar a nuestros chicos —le dijo Pauline a Michael.

Michael volvi¨® a tragar saliva y dijo:

—Ya, claro.

—Si te quedas lela no vas a poder ayudar mucho a nuestros chicos —observ¨® la chica que sujetaba el pa?uelo. Su tono, tolerante, indicaba que Pauline y ella eran amigas, aunque ella era menos atractiva: morena, con expresi¨®n reposada y unas cejas tan largas y rectas que parec¨ªa no tener emociones.

—Creemos que se ha golpeado la cabeza contra una farola —a?adi¨® Wanda—, pero con todo el jaleo, nadie estaba seguro. Ha aterrizado en nuestras faldas, por as¨ª decirlo, y esta chica, Anna, iba detr¨¢s de ella. ??Jes¨²s!?, he dicho yo. ??Est¨¢s bien?? Bueno, alguien ten¨ªa que hacer algo; no pod¨ªamos dejarla morir desangrada. ?No ten¨¦is tiritas?

—Esto no es ninguna farmacia —dijo la se?ora Anton. Y entonces, por asociaci¨®n de ideas, a?adi¨®—: ?Qu¨¦ mosca le ha picado a Nick Sweda? ?Como m¨ªnimo debe de tener treinta y cinco a?os!

Mientras tanto, Michael se hab¨ªa apartado de Pauline y se hab¨ªa reunido con su madre detr¨¢s de la parte m¨¢s corta del mostrador, donde estaba la caja registradora. Se agach¨®, desapareci¨® unos instantes, y volvi¨® a aparecer con una caja de puros en las manos.

—Vendajes —explic¨®.

No eran tiritas, sino un anticuado rollo de algod¨®n envuelto con papel azul oscuro, igual que el de los ojos de Pauline, un carrete de esparadrapo blanco y una botella de tintura de yodo de color sangre de buey. Wanda se adelant¨® para agarrarlos, pero no, Michael desenroll¨® ¨¦l mismo el algod¨®n y arranc¨® un pedazo de una esquina. Lo empap¨® con tintura de yodo y sali¨® de detr¨¢s del mostrador para colocarse frente a Pauline.

—D¨¦jame ver —dijo.

Hubo un silencio respetuoso y atento, como si todo el mundo comprendiera que aquel momento era muy importante; hasta la chica del pa?uelo, a la que Wanda hab¨ªa llamado Anna, aunque ella no pod¨ªa saber que Michael Anton era, por lo general, el chico m¨¢s reservado del barrio. Anna le apart¨® el pa?uelo de la sien a Pauline. Michael le levant¨® un mech¨®n de su cabello, como quien separa el p¨¦talo de una flor, y empez¨® a aplicarle el pedazo de algod¨®n. Pauline se qued¨® muy quieta.

La herida era una l¨ªnea roja de cinco cent¨ªmetros, larga pero no profunda, y ya se estaba cerrando.

—Ah —dijo la se?ora Brunek—. No va a necesitar puntos.

—?Eso no lo sabemos! —grit¨® Wanda, reacia a abandonar el dramatismo.

Pero Michael confirm¨®:

—No es nada.

Arranc¨® otro pedazo de algod¨®n y se lo aplic¨® a Pauline en la sien, sujet¨¢ndolo con dos trozos de esparadrapo entrecruzados. Ahora Pauline parec¨ªa la v¨ªctima de una pelea de historieta, y se ri¨®, como si lo supiera. Result¨® que ten¨ªa un hoyuelo en cada mejilla.

—Muchas gracias —le dijo a Michael—. Ven a ver el desfile con nosotras.

—De acuerdo —acept¨® ¨¦l.

As¨ª de f¨¢cil.

—?Puedo ir yo tambi¨¦n? —pregunt¨® el hijo de la se?ora Brunek—. ?Puedo ir, mam¨¢? ?Por favor!

—?Chssst! —dijo la se?ora Brunek.

—Pero ?qui¨¦n me va a ayudar en la tienda? —le pregunt¨® la se?ora Anton a Michael.

Michael, como si no la hubiera o¨ªdo, se dio la vuelta para descolgar su chaqueta del perchero que hab¨ªa en un rinc¨®n. Era una chaqueta de colegial, de gruesa tela a cuadros grises. Michael se la puso y se la dej¨® desabrochada.

—?Listas? —pregunt¨® a las chicas.

Los otros se quedaron mir¨¢ndolo: su madre y la se?ora Brunek, y Carl o Paul o Peter, y la anciana y menuda se?ora Pelowski, que casualmente se acercaba a la tienda en el preciso instante en que Michael y las cuatro chicas sal¨ªan disparados por la puerta.

—?Qu¨¦?? —pregunt¨® la se?ora Pelowski—. ?Qu¨¦ demonios?? ?Ad¨®nde??

Michael ni siquiera aminor¨® el paso. Ya hab¨ªa recorrido media manzana, con tres chicas detr¨¢s y una cuarta junto a ¨¦l. Pauline se hab¨ªa agarrado del brazo de Michael y caminaba junto a ¨¦l con su brillante abrigo rojo.

Ya entonces, dijo m¨¢s tarde la se?ora Pelowski, supo que Michael estaba perdido.

En realidad, ?desfile? era una palabra demasiado formal para describir el tumulto de Dubrowski Street. Varias docenas de j¨®venes caminaban por el centro de la calzada, eso era verdad, pero todav¨ªa iban vestidos de civil y ni siquiera intentaban marcar el paso. El hijo mayor de John Piazy llevaba la gorra de marinero de John de la Gran Guerra. Otro chico, de nombre desconocido, se hab¨ªa echado sobre los hombros, a modo de capa, una manta reglamentaria del ej¨¦rcito. Formaban un desgre?ado, andrajoso y descuidado peque?o regimiento, con las caras cortadas y las narices goteando de fr¨ªo.

Aun as¨ª, la gente estaba entusiasmada. Agitaba letreros y banderas americanas hechos en casa y la primera p¨¢gina del Baltimore Sun. Vitoreaba los discursos, cualquier discurso, cualquier frase que gritara alguien por encima de las cabezas de los dem¨¢s. ??Por A?o Nuevo ya habr¨¦is vuelto a casa, chicos!?, exclam¨® un individuo con orejeras, y ??Por A?o Nuevo! ?Hurra!?, se oy¨® circular en zigzag por la multitud.

Cuando apareci¨® Michael Anton con cuatro chicas, todo el mundo dio por hecho que ¨¦l tambi¨¦n hab¨ªa ido a alistarse. ??A por ellos, Michael!?, grit¨® alguien. Aunque la esposa de John Piazy dijo: ?Ah, no. Su madre se morir¨ªa, pobrecilla, con todo lo que ha sufrido ya?.

Una de las cuatro chicas, la que iba de rojo, pregunt¨®:

—?Vas a ir, Michael?

No era m¨¢s que una desconocida, pero muy atractiva. El rojo de su abrigo realzaba el resplandor natural de su piel, y el vendaje de la frente le daba un aire desenfadado y alocado. No es de extra?ar que Michael le lanzara una larga y reflexiva mirada antes de contestar.

—Pues? —dijo al fin, y entonces dio una peque?a sacudida con los hombros—. ?Pues claro que s¨ª! —dijo.

Todos los que estaban cerca de ¨¦l lo aclamaron a gritos, y otra de las chicas —Wanda Bryk, de hecho— empuj¨® a Michael hasta que ¨¦ste se hubo mezclado con los j¨®venes que caminaban por el centro de la calle. Leo Kazmerow iba a su izquierda; las cuatro chicas correteaban por la acera a su derecha.

??Te queremos, Michael!?, grit¨® Wanda, y Katie Vilna dijo: ??Vuelve pronto!?, como si fuera a embarcarse hacia las trincheras en aquel preciso instante.

Y Michael qued¨® olvidado. La corriente lo arrastr¨® y lo sustituyeron otros j¨®venes. Davey Witt, Joe Dobek, Joey Serge. ??Id a ense?arles a esos japos con qui¨¦n se la est¨¢n jugando!?, gritaba el padre de Davey. Pues al fin y al cabo, iba diciendo un hombre, ?qui¨¦n sab¨ªa cu¨¢ndo tendr¨ªan otra ocasi¨®n de vengarse por lo de Polonia? Una anciana lloraba. John Piazy le dec¨ªa a todo el mundo que ninguno de sus hijos conoc¨ªa el significado de la palabra ?miedo?. Y varias personas estaban empezando la t¨ªpica conversaci¨®n de ?d¨®nde estabas t¨² cuando se supo?. Uno no se hab¨ªa enterado hasta aquella ma?ana; estaba enterrando a su madre. Otro se hab¨ªa enterado enseguida; hab¨ªa o¨ªdo el primer anuncio de la radio, pero lo hab¨ªa descartado creyendo que se trataba de otro enga?o de Orson Welles. Y una mujer estaba en la ba?era cuando su marido llam¨® a la puerta. ?No te lo vas a creer?, le dijo ¨¦l. ?Me qued¨¦ all¨ª sentada —dijo ella—, sin moverme, hasta que se enfri¨® el agua?.

Wanda Bryk volvi¨® con Katie Vilna y la chica morena, pero sin la de rojo. La chica de rojo se hab¨ªa esfumado. Era como si se hubiera ido a la guerra con Michael Anton, coment¨® alguien.

Todos se dieron cuenta; todos los que, entre aquella multitud, conoc¨ªan a Michael. Fue lo bastante sorprendente para que se fijaran y lo comentaran unos con otros, y lo recordaran durante cierto tiempo.

Al d¨ªa siguiente se supo que hab¨ªan rechazado a Leo Kazmerow porque era dalt¨®nico. ?Dalt¨®nico!, dec¨ªa la gente. ?Acaso necesitabas distinguir los colores para luchar por tu pa¨ªs? A menos que no pudiera reconocer el color del uniforme de otro soldado, claro. Si estaba apuntando a alguien con su arma en medio de una batalla, por ejemplo. Pero todo el mundo estuvo de acuerdo en que hab¨ªa maneras de solucionar eso. ?Que lo pongan en un barco! ?Que lo sienten detr¨¢s de un ca?¨®n y que le ense?en d¨®nde tiene que apuntar!

Esa conversaci¨®n tuvo lugar en el colmado Anton. La se?ora Anton estaba hablando por tel¨¦fono, pero tan pronto como colg¨®, alguien le pregunt¨®:

—?Y qu¨¦ noticias hay de Michael, se?ora Anton?

—?Noticias? —dijo ella.

—?Se ha marchado ya?

—Michael no va a ir a ninguna parte —afirm¨® la se?ora Anton.

La se?ora Pozniak, la se?ora Kowalski y una de sus hijas se miraron. Pero nadie quiso discutir. La se?ora Anton hab¨ªa perdido a su marido en 1935, y luego, dos a?os m¨¢s tarde, a su primog¨¦nito, el atractivo y encantador Danny Anton, que muri¨® de una enfermedad degenerativa que se lo llev¨® cent¨ªmetro a cent¨ªmetro y m¨²sculo a m¨²sculo. Desde entonces, la se?ora Anton ya no era la misma, y ?qui¨¦n pod¨ªa recrimin¨¢rselo?

La se?ora Pozniak pidi¨® un paquete de cereales Cream of Wheat, jab¨®n Fels Naptha y una lata de jud¨ªas en salsa de tomate Heinz. La se?ora Anton puso cada art¨ªculo, cansinamente, encima del mostrador. Era una mujer muy seria, gris de pies a cabeza. No s¨®lo su cabello era gris, sino tambi¨¦n la piel, fl¨¢ccida y apagada, y los ojos sin brillo, y el deformado y desgastado jersey de hombre que llevaba encima de un vestido de algod¨®n a cuadros. Ten¨ªa la costumbre de mirar por encima del cliente mientras lo atend¨ªa, como si abrigara esperanzas de que apareciera alguien m¨¢s, alguien m¨¢s interesante.

Entonces son¨® el timbre de la puerta y entr¨® una chica con un abrigo rojo, con un paquete envuelto con papel en las manos.

—?Se?ora Anton? —dijo—. ?Se acuerda de m¨ª?

La se?ora Pozniak no hab¨ªa terminado su pedido. Se dio la vuelta, con un dedo apoyado en la lista de la compra, y abri¨® la boca para protestar.

—Me llamo Pauline Barclay —explic¨® la chica—. Me hice un corte en la frente y su hijo me lo cur¨®. Le he tejido una bufanda. Espero que no sea demasiado tarde.

—Demasiado tarde ?para qu¨¦? —pregunt¨® la se?ora Anton.

—?Todav¨ªa no se ha marchado Michael al frente?

—?Al frente?

La se?ora Anton pronunci¨® aquella palabra separando un poco las dos s¨ªlabas, como si se atascara. Daba la impresi¨®n de que se estaba imaginando la fachada de una casa, o la cara de alguien.

Antes de que Pauline pudiera explicarse mejor, la puerta volvi¨® a tintinear al abrirse y apareci¨® Michael con su andrajosa chaqueta a cuadros. Deb¨ªa de haber visto a Pauline en la calle; se not¨® por el fingido respingo de sorpresa.

—?Pauline! ?Eres t¨²! —dijo. (Nunca se le hab¨ªa dado bien el teatro.)

—Te he tejido una bufanda —replic¨® ella. Le mostr¨® el paquete sujet¨¢ndolo con sus manos enguantadas e inclin¨® la cara, de delicadas facciones. La peque?a tienda estaba tan abarrotada que las narices de Pauline y Michael casi se tocaban.

—?Es para m¨ª? —dijo Michael.

—Para que te la lleves al frente.

Michael le lanz¨® una fugaz mirada a su madre. Luego tom¨® a Pauline por el codo y dijo:

—Vamos a beber una Coca-Cola.

—Ah, bueno, me parece?

—?Michael? Acaban de hacerme otro pedido por tel¨¦fono —dijo la se?ora Anton.

Pero Michael contest¨®:

—No tardar¨¦ —y condujo a Pauline hasta la puerta.

Dejaron atr¨¢s un espacio mayor del que hab¨ªan ocupado, o eso pareci¨®.

La se?ora Pozniak hizo una larga pausa, por si la se?ora Anton ten¨ªa algo interesante que decir. Pero no. Miraba con seriedad a su hijo mientras pasaba una mano por los bordes de la caja de Cream of Wheat, como si quisiera cuadrar las esquinas.

La se?ora Pozniak carraspe¨® y pidi¨® una botella de melaza.

Las ventanas de los salones de St. Cassian Street estaban decoradas con motivos militares; de la noche a la ma?ana, las v¨ªrgenes benditas, los caniches de porcelana y las flores de seda hab¨ªan sido sustituidos por banderas americanas, lazos de cinta de color rojo, blanco y azul y libros de geograf¨ªa de primaria abiertos por la p¨¢gina del mapa de Europa. Aunque, en algunos casos, los art¨ªculos religiosos permanecieron en su sitio. Las hojas de palma del Domingo de Ramos de la se?ora Szapp, por ejemplo, siguieron donde estaban incluso despu¨¦s de que engancharan una bandera con seis estrellas de raso al marco de madera de la ventana. Y ?por qu¨¦ no? Cuando todos tus hijos arriesgaban la vida por su pa¨ªs, necesitabas toda la mediaci¨®n que pudieras conseguir.

El se?or Kostka pregunt¨® a Michael en qu¨¦ cuerpo del ej¨¦rcito se hab¨ªa alistado. Fue en la droguer¨ªa Sweda, que hab¨ªa vuelto a abrir, regentada ahora por el cu?ado del se?or Sweda. Michael y Pauline estaban sentados a una de las mesas con tablero de m¨¢rmol; desde hac¨ªa unos d¨ªas, se los ve¨ªa juntos a menudo.

—En el Ej¨¦rcito de Tierra —contest¨® Michael, y el se?or Kostka repuso:

—?En serio? Pens¨¦ que te alistar¨ªas en la Marina.

—Es que me mareo —confes¨® Michael.

—Pues mira, jovencito, el Ej¨¦rcito de Tierra no te va a mandar al frente en autom¨®vil, ?sabes? —le espet¨® el se?or Kostka.

Michael puso cara de susto.

—?Y cu¨¢ndo te vas al campamento? —inquiri¨® el se?or Kostka.

Michael hizo una pausa, y luego respondi¨®:

—El lunes.

—?El lunes! —era s¨¢bado—. ?Ya ha encontrado tu madre a alguien que la ayude en la tienda?

Uf, agudo; muy agudo. Todo el mundo sab¨ªa que la se?ora Anton no ten¨ªa ni idea de que Michael se hab¨ªa alistado. Pero ?qui¨¦n iba a dec¨ªrselo? Hasta la se?ora Zack, famosa por entrometerse en todo, afirmaba que no ten¨ªa valor para hacerlo. Todos estaban esperando que lo hiciera Michael; pero all¨ª estaba ¨¦l, tom¨¢ndose una Coca-Cola con Pauline, y lo ¨²nico que dijo fue:

—Estoy seguro de que encontrar¨¢ a alguien.

Pauline volv¨ªa a ir vestida de rojo. Por lo visto el rojo era su color favorito. Un jersey rojo sobre una impecable blusa blanca con cuello redondo. Ahora ya se sab¨ªa que viv¨ªa en un barrio al norte de Eastern Avenue; que ni siquiera era cat¨®lica; que trabajaba de recepcionista en la agencia inmobiliaria de su padre. Y ?c¨®mo se sab¨ªa eso? Pues gracias a Wanda Bryk, que de la noche a la ma?ana se hab¨ªa convertido en la mejor amiga de Pauline. Fue Wanda quien asegur¨® a todos que Pauline era la persona m¨¢s simp¨¢tica del mundo. ?Y tan divertida! ?Tan vivaracha! Siempre estaba planeando alguna diablura. Pero hab¨ªa otros que ten¨ªan sus reservas. Los que ahora estaban sentados en la helader¨ªa, por ejemplo. ?Creen que no aguzaban el o¨ªdo para o¨ªr las tonter¨ªas que Pauline pudiera estar meti¨¦ndole en la cabeza a Michael? Y adem¨¢s la ve¨ªan reflejada en el espejo que hab¨ªa detr¨¢s del mostrador. Ve¨ªan c¨®mo agachaba la cabeza y escond¨ªa la cara, toda recatada, con sus hoyuelos en las mejillas, jugueteando, coqueta, con la pajita de su Coca-Cola. La oyeron murmurar que no podr¨ªa pegar ojo por las noches, que iba a sufrir mucho por ¨¦l. ?Qu¨¦ derecho ten¨ªa ella a sufrir por ¨¦l? ?Pero si apenas lo conoc¨ªa! Michael era uno de ellos, uno de los muchachos predilectos del barrio, aunque hasta ahora nunca lo hab¨ªan considerado un tipo rom¨¢ntico. (Desde hac¨ªa unos d¨ªas, unas cuantas chicas, Katie Vilna y algunas m¨¢s, hab¨ªan empezado a preguntarse si tendr¨ªa cualidades insospechadas.)

La anciana se?ora Jakubek, que se estaba tomando un agua de Seltz en la barra con la se?ora Pelowski, explic¨® que la noche anterior se hab¨ªa acercado a Pauline en el cine y le hab¨ªa dicho que se parec¨ªa a Deanna Durbin.

—Es la verdad, se parece un poco —se defendi¨®—. Ya s¨¦ que ella es rubia, pero tiene la misma? ay, no s¨¦ c¨®mo decirlo, esa piel suave y blandita, como para hincarle el diente. Pues ?sabes qu¨¦ me contest¨® ella? ??Deanna Durbin??, dijo. ??No es verdad! ?Yo soy como soy! ?No me parezco a nadie!?

La se?ora Pelowski chasque¨® la lengua, solidariz¨¢ndose con su amiga, y repuso:

—Y t¨² s¨®lo intentabas ser amable con ella.

—A m¨ª me encantar¨ªa que alguien me dijera que me parezco a Deanna Durbin.

La se?ora Pelowski ech¨® el cuerpo hacia atr¨¢s, sin bajarse del taburete, y examin¨® a la se?ora Jakubek.

—Oye, pues ?sabes que te pareces? La forma de la barbilla, un poco —dijo.

—Yo s¨®lo puedo pensar en la pobre madre de Michael. Y esa chica no es nadie, no tiene ra¨ªces. Ni siquiera es ucraniana. ?Ni italiana! Si fuera italiana, podr¨ªa aceptarlo. ?Pero una ?Barclay?! Michael y ella no tienen absolutamente nada en com¨²n.

—Es como Romeo y Julieta —observ¨® la se?ora Pelowski.

Ambas cavilaron un momento; luego volvieron a mirar hacia el espejo. Vieron que Pauline estaba llorando, y que Michael se hab¨ªa inclinado sobre la mesa para sujetarle con ambas manos aquella cabeza que parec¨ªa un crisantemo.

—La verdad es que parecen muy enamorados —afirm¨® la se?ora Jakubek.

Aquella noche hab¨ªa una gran fiesta de despedida en honor a Jerry Kowalski. Los Kowalski siempre armaban m¨¢s jaleo que nadie. Otras familias hab¨ªan despedido a sus hijos aquella misma semana y no hab¨ªan organizado m¨¢s que una sencilla cena hogare?a, pero los Kowalski alquilaron el sal¨®n de actos de la Asociaci¨®n de Hijos de Varsovia y contrataron a Lenny Zee y los Dulcetones para que tocaran. La se?ora Kowalski y su madre cocinaron durante d¨ªas; llevaron barriles gigantescos de cerveza. Invitaron a toda la parroquia de St. Cassian, as¨ª como a unos cuantos miembros de la de St. Stan.

Y asistieron todos, por supuesto. Hasta hab¨ªa ni?os de pecho y cr¨ªos de varias edades; incluso fue el se?or Zynda en su silla de ruedas de madera con asiento de mimbre. La se?ora Anton lleg¨® con una blusa con volantes y una falda con peto ribeteado que la hac¨ªa parecer m¨¢s gris que nunca, y Michael llevaba un traje que le quedaba peque?o y que seguramente hab¨ªa heredado de su padre. Las mu?ecas, desnudas y bastas, le asomaban por las mangas. En la barbilla ten¨ªa un trocito de papel higi¨¦nico blanco pegado a un corte.

Pero ?d¨®nde estaba Pauline?

No cab¨ªa duda de que la hab¨ªan invitado, al menos impl¨ªcitamente. ?Ven con quien quieras?, le hab¨ªa dicho la se?ora Kowalski a Michael (delante de su madre, nada menos. Bueno, la se?ora Kowalski ten¨ªa fama de p¨ªcara). Pero las ¨²nicas chicas que hab¨ªa all¨ª eran las del barrio, y cuando empez¨® a sonar la primera polca, fue Katie Vilna quien se acerc¨® a Michael y lo arrastr¨® a la pista de baile. Era la m¨¢s atrevida del grupo. Le tom¨® la mano con fuerza, a pesar de que ¨¦l ofrec¨ªa resistencia. Al final, Michael cedi¨® y empez¨® a brincar torpemente, mirando de vez en cuando hacia la puerta como si esperara ver aparecer a alguien por ella.

El sal¨®n de actos de la Asociaci¨®n era una especie de almac¨¦n, con suelo de madera astillado y vigas de metal, iluminado con bombillas desnudas colgadas del techo. Pegadas a la pared del fondo hab¨ªa unas cuantas mesas de juego cubiertas con manteles bordados a mano, verdaderas reliquias, y era all¨ª donde se hab¨ªan reunido las mujeres m¨¢s ancianas, inspeccionando los pierogi de la se?ora Kowalski y colocando bien, con mucho remilgo, los ramitos de perejil de adorno cada vez que alguno de los hombres se acercaba a llenarse el plato. Cuando se retiraban y se quedaban de pie contemplando el baile, sol¨ªan agarrarse las manos sobre el est¨®mago como si llevaran encima un delantal que se las tapara, aunque ninguna de ellas llevaba delantal. Hicieron comentarios sobre los ¨¢giles pasos del abuelo Kowalski, sobre la evidente frialdad entre los Wysocki (reci¨¦n casados) y, como es l¨®gico, sobre el incre¨ªble descaro de Katie Vilna.

—Esa chica es una desvergonzada —asever¨® la se?ora Golka—. Me morir¨ªa de verg¨¹enza si alguna de mis hijas persiguiera a un chico de ese modo.

—De todos modos, no tiene muchas posibilidades, con esa tal Pauline rondando por aqu¨ª.

—Por cierto, ?d¨®nde est¨¢ Pauline? ?No os parece que deber¨ªa estar aqu¨ª?

—No va a venir —anunci¨® Wanda.

Wanda se les hab¨ªa acercado sin que ellas se dieran cuenta, pues la m¨²sica hab¨ªa apagado el ruido de sus pasos; de otro modo, las mujeres jam¨¢s habr¨ªan hecho aquel comentario sobre Katie. Wanda se sirvi¨® una kielbasa* en el plato y dijo:

—Pauline est¨¢ ofendida porque Michael no ha pasado a recogerla.

—?Pasar a recogerla?

—Por su casa.

—Pero ?por qu¨¦??

—Michael no quer¨ªa molestar a su madre. Ya saben c¨®mo se pone a veces la se?ora Anton. Le dijo a Pauline que se encontrar¨ªan aqu¨ª; fingir¨ªan que hab¨ªan tropezado el uno con el otro por casualidad. Y al principio a ella le pareci¨® bien, pero creo que despu¨¦s se lo pens¨® mejor, porque esta noche, cuando la he llamado por tel¨¦fono, me ha dicho que no pensaba venir. Me ha dicho que ella es la clase de chica de la que un chico deber¨ªa sentirse orgulloso, y no avergonzado y acobardado.

Wanda se dirigi¨® hacia la mesa de los postres, dejando tras ella un rastro de silencio.

—Bueno, tiene raz¨®n —concluy¨® la se?ora Golka—. Las chicas tienen que marcar ciertas pautas.

—Pero ¨¦l s¨®lo lo ha hecho pensando en su madre.

—Ya, pero ?de qu¨¦ le va a servir eso, si me permites preguntarlo, cuando Dolly Anton est¨¦ muerta y enterrada y Michael se haya convertido en un triste solter¨®n?

—?Por el amor de Dios! —exclam¨® la se?ora Pozniak—. ?El chico s¨®lo tiene veinte a?os! Le queda mucho todav¨ªa para convertirse en un triste solter¨®n.

La se?ora Golka no parec¨ªa convencida. Segu¨ªa con la mirada a Wanda.

—Pero ?lo sabe ¨¦l? —pregunt¨®—. ?O no lo sabe?

—Si sabe ?qu¨¦?

—Si sabe que Pauline est¨¢ enfadada. ?Se lo ha dicho Wanda?

Varias mujeres empezaron a inquietarse.

—?Wanda! —grit¨® una—. ?Wanda Bryk!

Wanda se dio la vuelta, con el plato en alto.

—?Ya le has dicho a Michael que Pauline no piensa venir?

—No, ella quiere hacerlo sufrir —contest¨® Wanda; se dio la vuelta de nuevo y, con un r¨¢pido movimiento, tom¨® una pasta de una fuente.

Hubo otro silencio, y luego las mujeres dijeron a la vez:

—Ah.

Los Dulcetones dejaron de tocar y el se?or Kowalski dio unos golpecitos en el micr¨®fono, produciendo una serie de ruidos rasposos y estridentes que recorrieron la sala.

—En nombre de Barbara y en el m¨ªo propio? —dijo. Ten¨ªa los labios demasiado cerca del micr¨®fono, y cada B produc¨ªa una explosi¨®n. Varias personas se taparon los o¨ªdos. Mientras tanto, los ni?os jugaban al pilla pilla, y los beb¨¦s intentaban dormirse en los nidos que sus madres les hab¨ªan hecho con los abrigos; varios j¨®venes que estaban cerca de los barriles de cerveza se estaban poniendo cada vez m¨¢s gritones y fanfarrones.

De modo que nadie se fij¨® en que Michael se hab¨ªa escabullido. O quiz¨¢ no se escabull¨®; quiz¨¢ se march¨® sin ning¨²n disimulo. Hasta su madre estaba entonces concentrada en lo que ocurr¨ªa, en los discursos para desearle suerte a Jerry, en la oraci¨®n del padre Pasko, en los v¨ªtores y los aplausos.

En cambio, s¨ª se fijaron en Michael cuando regres¨®, eso sin duda. Entr¨® por la gran puerta de tablones, tan valiente, con Pauline de la mano. Y cuando la ayud¨® a quitarse el abrigo —algo que nadie se hab¨ªa dado cuenta de que Michael supiera hacer— result¨® que Pauline llevaba un vestidito negro que la diferenciaba de las otras chicas con sus chalecos acordonados, sus blusas fruncidas con cintas y sus faldas bordadas de volantes. Pero lo que llam¨® m¨¢s la atenci¨®n fueron sus ojos, que estaban h¨²medos. Cada una de aquellas largas pesta?as era una p¨²a mojada y separada de las dem¨¢s. Y la sonrisa que le dirigi¨® a Wanda Bryk fue la sonrisa l¨¢nguida, compungida y contrita de quien acaba de pasar un rato llorando.

En fin, resultaba evidente que Michael y ella hab¨ªan estado hablando.

Pauline mir¨® a Michael con expectaci¨®n; ¨¦l hizo acopio de valor, se puso derecho y volvi¨® a tomar a Pauline de la mano. Entr¨® con ella en la sala, pas¨® por delante del micr¨®fono donde Jerry se hab¨ªa quedado plantado, con una sonrisa tonta en los labios; por delante del acordeonista, que coqueteaba con Katie; y lleg¨® junto a las mujeres que estaban sentadas en su corrillo de sillas plegables.

—Mam¨¢ —le dijo a su madre—, te acuerdas de Pauline, ?verdad?

Su madre ten¨ªa un plato apoyado en el borde de su regazo, sujeto con ambas manos; en el plato, un trozo de remolacha nadaba en salsa de r¨¢bano picante. Levant¨® la cabeza y lo mir¨® con gesto sombr¨ªo.

—Pauline es? mi novia, por as¨ª decirlo —dijo Michael.

Pese a lo tarde que era, el ruido era ensordecedor (con tanto ni?o cansado suelto), pero donde estaba sentada la se?ora Anton el silencio se extendi¨® como las ondas que se forman alrededor de una piedra al caer al agua.

Pauline dio un paso adelante; esta vez compuso una sonrisa sentida y se le marcaron mucho los hoyuelos.

—?Vamos a ser muy buenas amigas, se?ora Anton! —dijo—. Nos haremos compa?¨ªa mientras Michael est¨¦ fuera.

—?Fuera? —dijo la se?ora Anton.

Pauline sigui¨® sonri¨¦ndole. A pesar de las pesta?as h¨²medas, ten¨ªa una especie de j¨²bilo natural. Su piel parec¨ªa emanar luz.

—Me he alistado en el ej¨¦rcito, mam¨¢ —anunci¨® Michael.

La se?ora Anton se qued¨® de piedra. Entonces se puso en pie, pero de un modo tan vacilante que la mujer que estaba a su lado se levant¨® tambi¨¦n y le quit¨® el plato de las manos. La se?ora Anton lo solt¨® sin siquiera mirarla. Dio la impresi¨®n de que, de no ser por la intervenci¨®n de la otra, ella lo habr¨ªa dejado caer al suelo.

—No puedes hacer eso —le dijo a Michael—. Eres lo ¨²nico que me queda. Jam¨¢s te obligar¨ªan a alistarte.

—Pues me he alistado. El lunes tengo que presentarme para la instrucci¨®n.

La se?ora Anton se desmay¨®.

Cay¨® de una forma muy extra?a, en vertical, no desplom¨¢ndose hacia atr¨¢s sino hundi¨¦ndose despacio, completamente erguida, en los pliegues de su falda. (Como cuando la bruja malvada se fund¨ªa en El mago de Oz, as¨ª lo describi¨® m¨¢s tarde un ni?o.) Habr¨ªan podido sujetarla, pero nadie fue lo bastante r¨¢pido. Tambi¨¦n Michael se qued¨® mirando, estupefacto, hasta que su madre lleg¨® al suelo. Entonces dijo: ??Mam¨¢??; se arrodill¨® de golpe junto a ella y empez¨® a darle palmadas en las mejillas. ??Mam¨¢! ?Dime algo! ?Despierta!?

—Ap¨¢rtate y d¨¦jala respirar —le ordenaron las mujeres. Se levantaron, retiraron las sillas y echaron de all¨ª a los hombres—. Tumbadla. Bajadle la cabeza —la se?ora Pozniak agarr¨® a Pauline por los codos y la hizo a un lado. La se?ora Golka envi¨® a una de sus gemelas a buscar agua.

—?Llamen a un m¨¦dico! ?Llamen a una ambulancia! —gritaba Michael, pero las mujeres le dijeron:

—Se pondr¨¢ bien —y una de ellas, la se?ora Serge, una viuda, exhal¨® un suspiro y dijo:

—D¨¦jala descansar, pobrecilla.

La se?ora Anton abri¨® los ojos, mir¨® a Michael y volvi¨® a cerrarlos.

Dos mujeres la ayudaron a incorporarse; despu¨¦s la levantaron y la sentaron en una silla, sin parar de decir:

—Te pondr¨¢s bien. Tranquila, con calma.

Cuando se hubo sentado, la se?ora Anton se dobl¨® por la cintura y se tap¨® la cara con ambas manos. La se?ora Pozniak le dio unas palmadas en el hombro y chasque¨® d¨¦bilmente la lengua.

Michael se qued¨® a cierta distancia, con las manos metidas bajo las axilas. Unos cuantos hombres le daban palmadas en la espalda para tranquilizarlo, pero no parec¨ªa que eso sirviera de nada. Y Pauline se hab¨ªa esfumado. Ni siquiera Wanda Bryk la hab¨ªa visto marcharse.

Los Dulcetones se paseaban sin saber qu¨¦ hacer entre sus instrumentos; unos ni?os se estaban peleando; Jerry Kowalski segu¨ªa plantado junto al micr¨®fono, con la boca abierta. Hab¨ªa un velo de humo de cigarrillo suspendido bajo las altas vigas. Ol¨ªa a col en vinagre y a sudor. Las mesas estaban arrasadas: hab¨ªa platos casi vac¨ªos con restos de jugos amarronados, cucharas de servir manchando los manteles, ramitos de perejil mustios y enmara?ados.

M¨¢s tarde todos coincidieron en que aquella fiesta hab¨ªa sido un error. Dijeron que no organizas una fiesta cuando tus hijos se marchan de casa para ir a morir a la guerra.

Portada del libro 'El matrimonio amateur' de Anne Tyler.
Portada del libro 'El matrimonio amateur' de Anne Tyler.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores cr¨ªticos en nuestro bolet¨ªn semanal
Rec¨ªbelo

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo

?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?

Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.

?Por qu¨¦ est¨¢s viendo esto?

Flecha

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.

En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PA?S
Recomendaciones EL PA?S
Recomendaciones EL PA?S
_
_
seductrice.net
universo-virtual.com
buytrendz.net
thisforall.net
benchpressgains.com
qthzb.com
mindhunter9.com
dwjqp1.com
secure-signup.net
ahaayy.com
tressesindia.com
puresybian.com
krpano-chs.com
cre8workshop.com
hdkino.org
peixun021.com
qz786.com
utahperformingartscenter.org
worldqrmconference.com
shangyuwh.com
eejssdfsdfdfjsd.com
playminecraftfreeonline.com
trekvietnamtour.com
your-business-articles.com
essaywritingservice10.com
hindusamaaj.com
joggingvideo.com
wandercoups.com
wormblaster.net
tongchengchuyange0004.com
internetknowing.com
breachurch.com
peachesnginburlesque.com
dataarchitectoo.com
clientfunnelformula.com
30pps.com
cherylroll.com
ks2252.com
prowp.net
webmanicura.com
sofietsshotel.com
facetorch.com
nylawyerreview.com
apapromotions.com
shareparelli.com
goeaglepointe.com
thegreenmanpubphuket.com
karotorossian.com
publicsensor.com
taiwandefence.com
epcsur.com
mfhoudan.com
southstills.com
tvtv98.com
thewellington-hotel.com
bccaipiao.com
colectoresindustrialesgs.com
shenanddcg.com
capriartfilmfestival.com
replicabreitlingsale.com
thaiamarinnewtoncorner.com
gkmcww.com
mbnkbj.com
andrewbrennandesign.com
cod54.com
luobinzhang.com
faithfirst.net
zjyc28.com
tongchengjinyeyouyue0004.com
nhuan6.com
kftz5k.com
oldgardensflowers.com
lightupthefloor.com
bahamamamas-stjohns.com
ly2818.com
905onthebay.com
fonemenu.com
notanothermovie.com
ukrainehighclassescort.com
meincmagazine.com
av-5858.com
yallerdawg.com
donkeythemovie.com
corporatehospitalitygroup.com
boboyy88.com
miteinander-lernen.com
dannayconsulting.com
officialtomsshoesoutletstore.com
forsale-amoxil-amoxicillin.net
generictadalafil-canada.net
guitarlessonseastlondon.com
lesliesrestaurants.com
mattyno9.com
nri-homeloans.com
rtgvisas-qatar.com
salbutamolventolinonline.net
sportsinjuries.info
wedsna.com
rgkntk.com
bkkmarketplace.com
zxqcwx.com
breakupprogram.com
boxcardc.com
unblockyoutubeindonesia.com
fabulousbookmark.com
beat-the.com
guatemala-sailfishing-vacations-charters.com
magie-marketing.com
kingstonliteracy.com
guitaraffinity.com
eurelookinggoodapparel.com
howtolosecheekfat.net
marioncma.org
oliviadavismusic.com
shantelcampbellrealestate.com
shopleborn13.com
topindiafree.com
v-visitors.net
djjky.com
053hh.com
originbluei.com
baucishotel.com
33kkn.com
intrinsiqresearch.com
mariaescort-kiev.com
mymaguk.com
sponsored4u.com
crimsonclass.com
bataillenavale.com
searchtile.com
ze-stribrnych-struh.com
zenithalhype.com
modalpkv.com
bouisset-lafforgue.com
useupload.com
37r.net
autoankauf-muenster.com
bantinbongda.net
bilgius.com
brabustermagazine.com
indigrow.org
miicrosofts.net
mysmiletravel.com
selinasims.com
spellcubesapp.com
usa-faction.com
hypoallergenicdogsnames.com
dailyupdatez.com
foodphotographyreviews.com
cricutcom-setup.com
chprowebdesign.com
katyrealty-kanepa.com
tasramar.com
bilgipinari.org
four-am.com
indiarepublicday.com
inquick-enbooks.com
iracmpi.com
kakaschoenen.com
lsm99flash.com
nana1255.com
ngen-niagara.com
technwzs.com
virtualonlinecasino1345.com
wallpapertop.net
casino-natali.com
iprofit-internet.com
denochemexicana.com
eventhalfkg.com
medcon-taiwan.com
life-himawari.com
myriamshomes.com
nightmarevue.com
healthandfitnesslives.com
androidnews-jp.com
allstarsru.com
bestofthebuckeyestate.com
bestofthefirststate.com
bestwireless7.com
britsmile.com
declarationintermittent.com
findhereall.com
jingyou888.com
lsm99deal.com
lsm99galaxy.com
moozatech.com
nuagh.com
patliyo.com
philomenamagikz.net
rckouba.net
saturnunipessoallda.com
tallahasseefrolics.com
thematurehardcore.net
totalenvironment-inthatquietearth.com
velislavakaymakanova.com
vermontenergetic.com
kakakpintar.com
jerusalemdispatch.com
begorgeouslady.com
1800birks4u.com
2wheelstogo.com
6strip4you.com
bigdata-world.net
emailandco.net
gacapal.com
jharpost.com
krishnaastro.com
lsm99credit.com
mascalzonicampani.com
sitemapxml.org
thecityslums.net
topagh.com
flairnetwebdesign.com
rajasthancarservices.com
bangkaeair.com
beneventocoupon.com
noternet.org
oqtive.com
smilebrightrx.com
decollage-etiquette.com
1millionbestdownloads.com
7658.info
bidbass.com
devlopworldtech.com
digitalmarketingrajkot.com
fluginfo.net
naqlafshk.com
passion-decouverte.com
playsirius.com
spacceleratorintl.com
stikyballs.com
top10way.com
yokidsyogurt.com
zszyhl.com
16firthcrescent.com
abogadolaboralistamd.com
apk2wap.com
aromacremeria.com
banparacard.com
bosmanraws.com
businessproviderblog.com
caltonosa.com
calvaryrevivalchurch.org
chastenedsoulwithabrokenheart.com
cheminotsgardcevennes.com
cooksspot.com
cqxzpt.com
deesywig.com
deltacartoonmaps.com
despixelsetdeshommes.com
duocoracaobrasileiro.com
fareshopbd.com
goodpainspills.com
hemendekor.com
kobisitecdn.com
makaigoods.com
mgs1454.com
piccadillyresidences.com
radiolaondafresca.com
rubendorf.com
searchengineimprov.com
sellmyhrvahome.com
shugahouseessentials.com
sonihullquad.com
subtractkilos.com
valeriekelmansky.com
vipasdigitalmarketing.com
voolivrerj.com
worldhealthstory.com
zeelonggroup.com
1015southrockhill.com
10x10b.com
111-online-casinos.com
191cb.com
3665arpentunitd.com
aitesonics.com
bag-shokunin.com
brightotech.com
communication-digitale-services.com
covoakland.org
dariaprimapack.com
freefortniteaccountss.com
gatebizglobal.com
global1entertainmentnews.com
greatytene.com
hiroshiwakita.com
iktodaypk.com
jahatsakong.com
meadowbrookgolfgroup.com
newsbharati.net
platinumstudiosdesign.com
slotxogamesplay.com
strikestaruk.com
techguroh.com
trucosdefortnite.com
ufabetrune.com
weddedtowhitmore.com
12940brycecanyonunitb.com
1311dietrichoaks.com
2monarchtraceunit303.com
601legendhill.com
850elaine.com
adieusolasomade.com
andora-ke.com
bestslotxogames.com
cannagomcallen.com
endlesslyhot.com
iestpjva.com
ouqprint.com
pwmaplefest.com
qtylmr.com
rb88betting.com
buscadogues.com
1007macfm.com
born-wild.com
growthinvests.com
promocode-casino.com
proyectogalgoargentina.com
wbthompson-art.com
whitemountainwheels.com
7thavehvl.com
developmethis.com
funkydogbowties.com
travelodgegrandjunction.com
gao-town.com
globalmarketsuite.com
blogshippo.com
hdbka.com
proboards67.com
outletonline-michaelkors.com
kalkis-research.com
thuthuatit.net
buckcash.com
hollistercanada.com
docterror.com
asadart.com
vmayke.org
erwincomputers.com
dirimart.org
okkii.com
loteriasdecehegin.com
mountanalog.com
healingtaobritain.com
ttxmonitor.com
nwordpress.com
11bolabonanza.com