2. Javier Mar¨ªas. Las confesiones del guajiro
El novelista de 'Tu rostro ma?ana' repasa su obra en un coloquio con estudiosos en el ciclo Lecciones y maestros
Ves a Javier Mar¨ªas ah¨ª arriba, ante la mesa de caf¨¦ antiguo, desgranando datos de su autobiograf¨ªa, es m¨¢s, de su m¨¢s remota autobiograf¨ªa, y notas alrededor c¨®mo se para el tiempo de los que le escuchan.
Cuando termin¨® de hablar el autor de Negra espalda del tiempo, en esta segunda jornada del ciclo Lecciones y maestros que organiza la Fundaci¨®n Santillana en Santillana del Mar, son¨® en el sal¨®n de la Torre de Don Borja un aplauso ciertamente sobrecogido, como si el escritor hubiera terminado de desnudarse y hubiera dejado dicho un manifesto que comprende su actitud literaria, y en su caso vital, humana.
Y no estaba desnudo. Segu¨ªa con su traje oscuro, su camisa azul, su pin de William Shakespeare en la solapa, y su caja de cigarrillos intacta (para su desgracia) y su sustitutivo de regaliz; lo que pasa es que dentro de esa ropa, y m¨¢s a¨²n, en la imaginaci¨®n con la que distorsion¨® la realidad para hacerla suya, el escritor dijo, en un discurso redondo, lo que sabe de s¨ª mismo para decir lo que sabe de la literatura: de la suya y de la ajena.
No habl¨® de sus maestros sino de su familia; desde la Cuba lejana le lleg¨® el influjo de un bisabuelo que fue escritor y que adem¨¢s fue patriota (espa?ol) y que sufri¨® muy joven a¨²n una maldici¨®n gitana (se supone que gitana) que se cumpli¨® con todas sus consecuencias.
Aquella familia cubana hizo el viaje de vuelta a Espa?a y ¨¦l se cri¨® con t¨ªas y abuelas, o t¨ªas-abuelas, que le llamaban (a ¨¦l y a sus hermanos) guajiros o guachinangos, cada vez que se portaban mal o peor. Les trataban de ustedes (a los hermanos y a ¨¦l), le dejaron vocablos cubanos, y le metieron, a ¨¦l y a su familia, en una enso?aci¨®n sucesiva que ¨¦l hered¨® en forma de materiales que siempre han revoloteado en sus libros, como es evidente en Coraz¨®n tan blanco, en Negra espalda del tiempo o en la trilog¨ªa que acaba de concluir, Tu rostro ma?ana; bueno, no es una trilog¨ªa, es una novela en tres vol¨²menes, de m¨¢s de 1.600 p¨¢ginas, que escribi¨® a partir de cuatro folios de notas (como revel¨® su amigo, y exegeta en la reuni¨®n de hoy) Manuel Rodr¨ªguez Rivero.
Esa autobiograf¨ªa de Mar¨ªas, que fue diciendo a veces entre la carcajada p¨²blica y el regocijo privado, porque parece evidente que Mar¨ªas disfruta con lo que hace, con lo que escribe y con lo que dice, fue la que ahora, cuando ya ha alcanzado la madurez, incluso acad¨¦mica, le permite enfrentarse a la realidad para decirle a la cara lo que piensa de ella. "La realidad es una novelista p¨¦sima".
Con todo lo que le sucedi¨®, y con lo que a¨²n le sucede con aquel acontecimiento autobiogr¨¢fico, Mar¨ªas trabaja como un hombre libre frente a la p¨¢gina en blanco, se enfrenta a ella con la libertad del lenguaje, y hace lo que le da la gana; uno de los intervinientes del coloquio dijo que le asombraba el ritmo literario de Mar¨ªas, capaz de aunar m¨²sica y pensamiento, de escribir como si estuviera encabalgando una melod¨ªa, deteni¨¦ndose a veces como si la respiraci¨®n fuera para ¨¦l pan comido.
En medio de ese ritmo que ya es Mar¨ªas, y que se reconoce como de Mar¨ªas, surgi¨® una referencia suya que ya marc¨® la sustancia del coloquio, que tuvo como p¨®rtico una reflexi¨®n sobre su obra de Elide Pittarello, profesora italiana que se lo sabe todo del autor de Todas las almas. Mar¨ªas explic¨® que su novela (o casi novela, o novela falsa) Negra espalda del tiempo hab¨ªa sido recibida con reticencia por los alcaldes del gusto. Esa reflexi¨®n desat¨® luego mucha pol¨¦mica, en el coloquio y en el p¨²blico, porque algunos pensaron (Jordi Gracia) que esa novela fue un tr¨¢nsito, y otros (Rodr¨ªguez Rivero, entre otros) apostaron por ella como la gran novela de Mar¨ªas, en la que tom¨® m¨¢s riesgo y en la que sin duda alcanz¨® a romper los l¨ªmites del pudor; una novela inaugural y no una transici¨®n, una novela que vino a poner sus cartas boca arriba y que acaso todav¨ªa no ha cumplido la misi¨®n de su eco ins¨®lito.
Esa es una novela extra?a a la que ahora se ha asomado, casi por primera vez en diez a?os, su propio autor; hace una d¨¦cada casi no quiso hablar de ella, por eso, por el pudor, porque hablaba en ella de situaciones y personas que ya no exist¨ªan o que estando vivas pod¨ªan sentirse retratadas?; pero ahora ya la novela alcanza su propio vuelo, y los especialistas, pero sobre todo los lectores, la ven surgir como su manifiesto principal... El pudor. Fue muy emocionante lo que cont¨® Mar¨ªas de un t¨ªo suyo, fusilado sin sentido en la guerra civil; ¨¦l quiso poner su retrato, cad¨¢ver, y alguien, Carme L¨®pez Mercader, una amiga suya, le advirti¨®: ¨¦l era reacio a utilizar o que se utilizaran fotos de quienes ya no est¨¢n, c¨®mo iba a sacar en su libro esa foto, el ¨²nico vestigio real de su t¨ªo asesinado?
Y le hizo caso a Carme. Su t¨ªo, esa foto, no est¨¢. De modo que su t¨ªo es una per¨ªfrasis pero es tambi¨¦n una presencia; y como dijo Pittarello, ese t¨ªo suyo y muchos otros personajes que sue?an o pasean o desaparecen y est¨¢n sin ser vistos, figuran en la esencia de una literatura en la que el azar y el misterio surgen como venganzas de la realidad.
Mar¨ªas escribe con br¨²jula, y no con mapa; eso dijo ayer. Por eso sorprende (porque no usa mapas, porque usa br¨²jula) como ha sido capaz de escribir esa larga novela Tu rostro ma?ana, como si la estuviera oyendo, y como si la estuviera oyendo con el lector. Dec¨ªa Vargas Llosa en la sesi¨®n inaugural de estos coloquios que contar bien una historia es acortar la distancia entre la historia y el lector; Mar¨ªas dijo algo parecido, y a?adi¨® algo que subraya tambi¨¦n los prefijos con los que se conecta Vargas Llosa a la literatura: el dominio lib¨¦rrimo del tiempo.
Escuchando ayer a Javer Mar¨ªas, vestido y desnud¨¢ndose, sobre el escenario de la Torre de Don Borja, es obvio que, como los grandes poetas, tiene dentro una caja de m¨²sica que no deja que nada se le pierda por el camino. Nada de lo que a ¨¦l le da la gana, porque la realidad, esa puta mentirosa, no es capaz de doblarle el brazo.
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