Literatura y naci¨®n
Hoy, ning¨²n escritor civilizado quiere ver su nombre al lado de ninguna clase de nacionalismo identitario. El ap¨¢trida m¨¢s fascinante fue Kafka
![El escritor Juan Goytisolo, en 1976.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/EQXA7Z4X5PKU5R456UZ4HAU4LE.jpg?auth=74399ef92e1b671b6580acd1b61c22d8b745748eece61af5275ddcb8ee49ad2a&width=414)
Fue en el siglo XIX cuando la literatura descubri¨® su poder para la representaci¨®n social del presente y lo hizo a trav¨¦s de la novela. Esas sociedades de las que se hablaba en las novelas ten¨ªan nombre: Francia, Rusia, Inglaterra, Espa?a. El XIX fue el siglo del nacionalismo y lo fue tambi¨¦n de las ficciones de largo aliento, que se convirtieron en el espejo de las identidades colectivas. Ya no hac¨ªa falta la fuerza bruta de un ej¨¦rcito, o la solemnidad de un Estado, o la efigie de un rey para contemplar una naci¨®n: la novela era un reflejo m¨¢s moderno, m¨¢s sofisticado, m¨¢s universal. La novela compon¨ªa naciones: la Inglaterra de Dickens, la Francia de Balzac, la Rusia de Tolst¨®i o la Espa?a de Gald¨®s. Los novelistas triunfaron, pero tambi¨¦n cargaron en sus hombros con los reci¨¦n estrenados fantasmas de las naciones. La modernidad aceptaba el pacto de novela y naci¨®n a cambio de que el reflejo de las sociedades fuese cr¨ªtico. Pero el maridaje entre escritor y pa¨ªs ya estaba formulado. Ese maridaje, en el siglo XX, acab¨® teniendo toda clase de desencuentros. Thomas Bernhard muri¨® odiando un pa¨ªs entero: Austria. Vlad¨ªmir Nabokov abandon¨® la lengua rusa y a partir de 1938 escribi¨® en ingl¨¦s. Tras la Segunda Guerra Mundial, los escritores huyeron del nacionalismo como de la peste, pero eran conscientes de que iban a ser adjetivados en funci¨®n de su origen nacional. Nadie escapaba a su pa¨ªs, de modo que el Premio Nobel a Albert Camus fue el Premio Nobel a un escritor franc¨¦s. O el Premio Nobel a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, un poeta en el exilio, fue el Nobel a un escritor espa?ol. La nacionalidad adjetiva siempre a la literatura.
Tal vez el primer ap¨¢trida de la modernidad fuese Lord Byron, el primero que experiment¨® la desavenencia con su identidad nacional como un logro ¨¦tico y est¨¦tico. Byron insult¨® a Inglaterra, pero Inglaterra no se sinti¨® insultada por ¨¦l. Todo lo contrario, acab¨® integrando el insulto byroniano como una nueva forma de ser ingl¨¦s. Byron fue el ap¨¢trida errante. La vida errante se institu¨ªa en las letras occidentales como una forma hermosa de desafecci¨®n patri¨®tica y perfilaba el mito de lo que luego se llam¨® cosmopolitismo, que fue una gran invenci¨®n tras la que se pod¨ªan disimular or¨ªgenes nacionales ex¨®ticos, y estoy pensando en Rub¨¦n Dar¨ªo. Del cosmopolitismo, que fue una utop¨ªa parisiense, se pas¨® a ¡°mi patria es mi lengua¡±, una soluci¨®n que evitaba al escritor tener que sufrir la toxicidad de los Estados y zanjar el oscuro asunto de la patria. Aun hubo un remedio casi enternecedor en aquellos escritores que usaban y usan el ¡°mi patria es mi infancia¡±, que fue un hallazgo de Rilke.
Tal vez el primer ap¨¢trida de la modernidad fuese Lord Byron, el primero que experiment¨® la desavenencia con su identidad nacional como un logro ¨¦tico y est¨¦tico
Por mucho que Oscar Wilde maldijera Inglaterra, su destino es estar en el cuadro de honor de la literatura de lengua inglesa. Hasta la poes¨ªa irreductible de Rimbaud sab¨ªa que su destino era Francia. Estados Unidos sigue siendo feudo de Walt Whitman. Y Espa?a pertenece a Antonio Machado. La identidad nacional necesita escritores para existir. Pero los lectores tambi¨¦n consiguen articular su identidad personal cuando ven su pa¨ªs representado literariamente, incluso cuando su ciudad es satirizada, caso de Dubl¨ªn en el Ulises de Joyce. La representaci¨®n negativa de un pa¨ªs, si tiene fuerza art¨ªstica, es v¨¢lida. De la representaci¨®n realista de las sociedades crecidas bajo el nacionalismo decimon¨®nico, la literatura, ya en el siglo XX, sonde¨® zonas simb¨®licas y resbaladizas, como ocurre en Pedro P¨¢ramo, de Juan Rulfo, novela que presenta un retrato distorsionado de un ente fantasmal llamado M¨¦xico. Luces de Bohemia, de Valle-Incl¨¢n, contribuy¨® a la construcci¨®n del mito literario de Espa?a, que pas¨® de la literatura a la pol¨ªtica, y que, lo estamos viendo hoy, a¨²n perdura. Insistiendo en esa idea, y ya casi a t¨ªtulo de perversa iron¨ªa, si Espa?a perdiera su identidad hist¨®rica, obras muy cr¨ªticas con esa identidad, como la de Luis Cernuda o Juan Goytisolo, se volver¨ªan incomprensibles. Estoy pensando en que un libro como Coto vedado ser¨¢ comprensible para un lector futuro en tanto en cuanto siga existiendo Espa?a.
Es muy dif¨ªcil que un escritor no lleve la sociedad y el pa¨ªs que le ha tocado en suerte a las p¨¢ginas de sus libros. Cien a?os de soledad consagraba una ¨¦pica fantasiosa de un pa¨ªs que parec¨ªa de ficci¨®n, pero que acab¨® siendo Colombia. Muy sabedor de esto fue el propio Garc¨ªa M¨¢rquez cuando eligi¨® como vestimenta de gala en la recepci¨®n del Premio Nobel de 1982 el liquilique que ahora se expone en el Museo Nacional de Colombia. Hoy d¨ªa la incomodidad persiste, y ning¨²n escritor civilizado quiere ver su nombre al lado de ninguna clase de nacionalismo identitario. El ap¨¢trida m¨¢s fascinante fue Franz Kafka. La nacionalidad de Kafka es un vac¨ªo. Nadie podr¨ªa decir de ¨¦l que fuese alem¨¢n, ni checo, ni jud¨ªo. Cuando Roberto Bola?o escribi¨® Los detectives salvajes formul¨® una idea del poeta latinoamericano como ap¨¢trida y pobre. El vagabundeo byroniano se encarnaba, en versi¨®n low cost, en los personajes de la novela de Bola?o, quien en su propia vida tambi¨¦n alcanz¨® un alto grado de escritor sin patria, o escritor con tres patrias: Chile, M¨¦xico y Espa?a. Los poetas mendigos de Bola?o son una buena met¨¢fora de la desafecci¨®n de la literatura hacia la patria.
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