Extraterrestres de todos los colores
La imaginaci¨®n ha compensado con creces en la literatura y el cine la imposibilidad hasta el momento de ver alien¨ªgenas reales
?Qui¨¦n no recuerda a su primer extraterrestre? Hagan memoria. El m¨ªo ten¨ªa aspecto de lagarto y era muy malo. Se llamaba Kloon y ejerc¨ªa de consejero supremo de la flota imperial gal¨¢ctica de los Lacertus, una raza alien¨ªgena reptiloide y hura?a que proced¨ªa de los rincones m¨¢s oscuros de la galaxia e invad¨ªa aviesamente nuestro sistema solar para esclavizarnos. Afortunadamente se topaban con el as espacial Jim-Alton Lowell. Los Lacertus aparec¨ªan en Se cierne la muerte, 22? entrega de la serie de tebeos de la editorial V¨¦rtice Galaxia Ilustrada. Yo ten¨ªa nueve a?os cuando los conoc¨ª, pero nunca los he olvidado. Anticiparon los escalofr¨ªos de las lagartas comerratas de la serie de televisi¨®n V y precedieron a una larga lista de alien¨ªgenas, entre los que figuraban los no menos inquietantes, aunque antropomorfos, guerreros Skorpi, mortales enemigos de Flash Gordon comandados por el siniestro Bar¨®n Dak Tula ¡ªparece una prefiguraci¨®n de Dark Vader y era tambi¨¦n un gran piloto¡ª, y las diversas razas de Mongo, como los hombres halc¨®n del pr¨ªncipe Vultan.
Hay que ver la cantidad de extraterrestres que se encuentra uno en la vida. Los melanc¨®licos marcianos de ojos amarillos de Ray Bradbury; los pillastres que materializ¨® Tim Burton para que desmaterializaran, precisamente, a Jack Nicholson en Mars Attack!; los vulcanianos y vulcanianas (?comandante T¡¯Pol!) de Star Trek; los humanoides del ?rea 51; el oc¨¦ano pensante de Solaris, de Stanislaw Lem; el popurr¨ª gal¨¢ctico de la cantina de Mos Eisley (en puridad todos los personajes de La guerra de las galaxias son extraterrestres)¡
La ciencia no ha dado a¨²n con ninguno, pero la imaginaci¨®n, en libros, c¨®mics o pel¨ªculas, nos los ha mostrado de todas las formas y colores (incluso azules como los na¡¯vi de Avatar). Y humores. Ha habido una mayor¨ªa de seres de otros mundos malvados e intimidatorios, de aspecto que tiraba para atr¨¢s (entre mis favoritos, el terrible Alcaud¨®n de la novela Hyperion, de Dan Simmons, cubierto de pinchos y cuchillos), aunque tambi¨¦n los hemos tenido amables (con regalos, pese a que no se explicaran bien, como los recientes de La llegada) y hasta tiernos y divertidos, como los de Mi marciano favorito y Alf, y sobre todo el gran icono de la bondad extraterrestre, E. T., con aquellos ojazos (su rostro se bas¨® en el de un perro carlino o pug) y el dedito m¨¢s famoso del universo. En todo caso, es importante no fiarse demasiado de las apariencias. Un feroz wookiee como Chewbacca puede ser un tipo legal, o unos seres con cola de demonio, los grandes padrinos de la humanidad (en El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke). En cambio, hay que ver qu¨¦ malas pulgas gasta la bell¨ªsima Sil (Natasha Henstridge), la criatura de ADN alien¨ªgena hambrienta de sexo en Species.
Por lo general, los malos se parecen a insectos, gusanos, reptiles, cefal¨®podos y peces, mientras que los buenos se asemejan a mam¨ªferos
El concepto moderno de extraterrestre aparece a final del XIX con los progresos de la astronom¨ªa y las nociones de evoluci¨®n y adaptaci¨®n de las especies al medio. Hasta entonces, salvo algunos adelantados como Bernard de Fontenelle y sus Discursos sobre la pluralidad de los mundos (1686), la especulaci¨®n sobre seres de otros planetas consist¨ªa simplemente en poblar los cielos y los astros con seres extravagantes como los que se imaginaba que exist¨ªan en los rincones ignotos de la Tierra.
Eso no quiere decir que no hayamos seguido enviando al espacio nuestras ideas de extra?eza y monstruosidad y los bichos m¨¢s raros (o algunas de sus caracter¨ªsticas) de nuestro propio planeta: Alien, el famoso octavo pasajero, no deja de ser un molusco mutante muy cabr¨®n, y por regla general los alien¨ªgenas malos se parecen a insectos, gusanos, reptiles, cefal¨®podos y peces (con la excepci¨®n de los honrados calamarianos de la Alianza Rebelde), mientras que los buenos se asemejan a mam¨ªferos.
Pero el intento de imaginar extraterrestres con visos de realidad no era posible antes de Darwin y Lamarck, antes de saber c¨®mo funciona, se desarrolla y se modifica la vida influida por lo que la rodea. A Stanley G. Weinbaum se le acredita haber sido el primero, en los a?os treinta del siglo XX, en inventar extraterrestres plausibles, con sus propias razones para existir, como Tweel, la pseudoavestruz inteligente de Una odisea marciana (1934).
Es cierto que la visi¨®n darwinista de la lucha por la existencia produjo (y sigue produciendo) una verdadera invasi¨®n, y valga la palabra, de alien¨ªgenas hostiles que van a por todas, un estereotipo que tiene su mejor ejemplo en los marcianos de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, y que llega hasta los invasores de Independence Day. Con ellos no hay negociaci¨®n posible, es su exterminio o el nuestro. Y lo llevan escrito en la cara. Eso los del filme de Roland Emmerich, porque los de Wells no tienen ni cara; su descripci¨®n es de las m¨¢s espantosas que ha hecho jam¨¢s la ciencia-ficci¨®n: ¡°Los que no hayan visto un marciano vivo se imaginar¨¢n dif¨ªcilmente el horror extra?o de su aspecto, la singular boca en forma de V (¡), el gorg¨®neo grupo de los tent¨¢culos (¡)¡±. En la novela se afirma que un esp¨¦cimen de marciano se conserva en los fondos del Museo de Historia Natural de Londres, por si alguien se anima a ir a buscarlo. Afortunadamente son asexuados, porque solo nos faltar¨ªa. Se limitan a alimentarse de nosotros.
Otros muchos extraterrestres han sido, en cambio, muy rijosos, con una predisposici¨®n especial hacia las terr¨ªcolas bien formadas (toda una galer¨ªa de ellos, solaz¨¢ndose con ellas, ilustr¨® las portadas de las revistas pulp del g¨¦nero). En eso, como en muchos otros rasgos de las razas alien¨ªgenas, el militarismo, el machismo, el racismo o las pulsiones genocidas, lo que hemos hecho es proyectar en el espacio nuestras peores caracter¨ªsticas y morbosas fantas¨ªas.
A menudo, los seres de otro mundo imaginados han tenido apariencia humana. Unos porque eran naturalmente as¨ª (Klaatu, el protagonista de Ultim¨¢tum a la Tierra) y otros porque trataban de camuflarse (los de la serie televisiva de los a?os sesenta Los invasores o los de La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos). Por supuesto que hacer que los extraterrestres invasores sean como nosotros es una buena manera de sospechar de nuestros semejantes, algo de lo que tom¨® buena cuenta el macartismo.
Todo apunta, sin embargo, a que los habitantes de otros mundos deben ser no solo distintos a nosotros, sino muy distintos, incluso extravagantemente distintos. La ciencia-ficci¨®n m¨¢s seria ha tratado de imaginar extraterrestres plausibles. Uno de los intentos m¨¢s esforzados fue el de Hal Clement, que en sus novelas ¡ªusualmente verdaderos tratados de f¨ªsica aplicada¡ª describi¨® alien¨ªgenas producto de las condiciones de su mundo. Es el caso de los habitantes de Mesklin, ciempi¨¦s inteligentes cuya fisonom¨ªa es resultado de vivir en un planeta superjoviano (que no jovial) con una gravedad aplastante. Si usted viera un mesklita ¡ªaunque se tratara como en Misi¨®n de gravedad (1953), de Hal Clement, del capit¨¢n de una nave local¡ª, seguro que lo pisar¨ªa con asco, lo que ser¨ªa no solo un error, sino una desgracia.
Probablemente la criatura alien¨ªgena m¨¢s perturbadora que ha imaginado la ciencia-ficci¨®n, en dura competencia, sea Jeannette, la insectoide que se aparea muy expl¨ªcitamente con el protagonista humano de Los amantes, de Philip Jos¨¦ Farmer, que tanto esc¨¢ndalo provoc¨® en su d¨ªa (1961). Parece una chica de buen ver, pero en realidad es una lalitha, un par¨¢sito mim¨¦tico de a¨²pa¡ En fin, es de temer que criaturas tan interesantes vamos a tardar en encontrarlas por esos mundos. De momento toca seguir imagin¨¢ndolas.
Babelia
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