De vuelta de la cruzada
A sus 80 a?os y tras una combativa e inconformista trayectoria, el empe?o del creador madrile?o sigue siendo pintar el pr¨®ximo cuadro
El a?o pasado Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) cumpli¨® 80 a?os. Lo celebr¨® con una gran exposici¨®n retrospectiva en la Fundaci¨®n Maeght de Saint-Paul-de-Vence (Francia), cuyo eco persiste en la que se presenta actualmente en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde se muestra el trabajo reciente del artista, el Arroyo del siglo XXI. Como en la melanc¨®lica pel¨ªcula de Peter Bogdanovich The Last Picture Show, el empe?o de Arroyo sigue siendo, despu¨¦s de tantos a?os, pintar el siguiente cuadro, prolongar la ¨²ltima sesi¨®n proyectando sobre la pantalla del lienzo en blanco su literaria visi¨®n del mundo: sus pasiones, historias y conjuros. Cuatro grandes cuadros han salido en el ¨²ltimo a?o de su estudio de Costanilla de los ?ngeles, en Madrid, dos dedicados a sendos pintores, Ferdinand Hodler y Vincent van Gogh, los otros a dos novelas universales, el Ulises de Joyce y El Quijote de Cervantes. Este ¨²ltimo cuadro es, adem¨¢s, un homenaje a la soberbia pintura de Ignacio Zuloaga La v¨ªctima de la fiesta (1910) propiedad de la Hispanic Society de Nueva York pero depositada actualmente en el Museo de Bilbao. Arroyo ha titulado a este personal pastiche suyo Le retour des croisades, convirtiendo a la posmoderna cabalgadura en una met¨¢fora del quijotesco destino de su pa¨ªs, cuando no del propio oficio del pintor en nuestra ¨¦poca.
Puede decirse que la ¡°cruzada¡± de Arroyo comenz¨® con su adolescente fuga a Par¨ªs en 1958, pertrechado tan solo con una natural inclinaci¨®n hacia el dibujo y una declarada vocaci¨®n de escritor. Con esas armas se dio de bruces en la capital francesa con la pintura, pero tambi¨¦n con la bohemia art¨ªstica y reivindicativa parisina. Form¨® pronto su propio grupo de artistas para desestabilizar el vanguardismo rampante y defender las posiciones de la ¡°figuraci¨®n narrativa¡±, uno de los episodios todav¨ªa por recuperar del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX. En ese empe?o colectivo, junto a los tambi¨¦n pintores Gilles Aillaud y Antonio Recalcati pint¨®, entre otros, el pol¨¦mico y monumental pol¨ªptico Vivir y dejar morir o el fin tr¨¢gico de Marcel Duchamp (1965), hoy en el Museo Reina Sof¨ªa de Madrid. A los afanes desmitificadores del joven colectivo, Arroyo sumaba su estrenada condici¨®n de exiliado pol¨ªtico espa?ol en Francia, traducida pronto en una particular obsesi¨®n por Espa?a que tendr¨ªa su correspondiente correlato pict¨®rico y metapict¨®rico.
No se trata ahora de hacer un recuento de sus series y cuadros fundamentales, pero s¨ª, al menos, de describir las dos grandes vertientes de la divisoria de aguas de su combativa e inconformista trayectoria, los dos temas que han protagonizado especialmente su obra: la pintura y la historia. Desde sus ¡°manetianos¡± autorretratos como Robinson Crusoe de los primeros a?os sesenta hasta, de momento, Van Gogh sobre el billar de Auvers-sur-Oise (2017), su ¨²ltimo cuadro, discurre una larga y fruct¨ªfera reflexi¨®n sobre el arte y la condici¨®n del artista que trasciende lo meramente autobiogr¨¢fico para responder a la solitaria, intempestiva e incierta pr¨¢ctica de la pintura como paradigm¨¢tica vigencia de lo art¨ªstico en nuestra ¨¦poca contempor¨¢nea. Un discurso metapict¨®rico, sobre la pintura desde la pintura, arraigado en la cultura art¨ªstica espa?ola desde el barroco, pero que, en el caso de Eduardo Arroyo, se cruza metaf¨®ricamente con otros ¡°peligrosos¡± oficios contempor¨¢neos, como el de torero, boxeador o deshollinador.
Por su parte, la historia, el otro de los grandes asuntos de su trabajo, devuelve a la pintura aquella ejemplaridad, moral o pol¨ªtica, que a mediados del siglo XV reclamaba el humanista Leon Battista Alberti cuando sentaba los fundamentos te¨®ricos del arte occidental moderno. El prestigio de la pintura de historia decay¨® a partir del siglo XIX, y ¨¦sta s¨®lo ser¨ªa revivida, aisladamente, por algunos de los artistas de la vanguardia hist¨®rica; eso s¨ª, en casos tan memorables como el Hundimiento del Titanic (1913) de Max Beckmann y el Guernica de Picasso (1937), entre otros. Por ello, resulta a¨²n m¨¢s singular el reto de la ¡°figuraci¨®n narrativa¡± para actualizar el prop¨®sito de la pintura ¡°grandeur nature¡±. En el caso de Arroyo, entre los Cuatro dictadores (1963) y la citada Vuelta de las cruzadas (2017), por mencionar los ejemplos m¨¢s extremos de su dilatada trayectoria, no ha dejado de pintar historias mortales e inmortales, politicas o universales. Sus Napoleones en el puente de Arcole, las historias de la represi¨®n franquista en Asturias, los retratos de la reina de Inglaterra y de Churchill pintor, la muerte de Ganivet o Companys, el destierro de Ulises y de Blanco White o los nocturnos de Toda la ciudad habla de ello, son temas a los que se suman una cita constante de su particular parnaso literario: Dante, Cyrano, Balzac, Don Juan, Guillermo Tell¡ hasta llegar al Ulyses de Joyce, del que, conviene recordarlo, ha sido su primer y ¨²nico ilustrador.
Los dos temas que han protagonizado especialmente su obra son la pintura y la historia
En definitiva, Eduardo Arroyo concilia perfectamente las dos partes de la c¨¦lebre sentencia ut pictura poesis del poeta latino Horacio. ¡°As¨ª la pintura como la poes¨ªa¡± podr¨ªa ser el emblema de nuestro pintor parlanch¨ªn, que no ha dejado de escribir, de ilustrar libros o de idear decorados para textos y libretos de los teatros de toda Europa. Ha sido, pues, una actividad fren¨¦tica la desplegada por este cruzado de ¡°pu?o y pincel¡± como le ha descrito recientemente F¨¦lix de Az¨²a, que no se ha bajado del tren desde su primera salida transpirenaica, sin dejar de ¡°espa?olear¡±, a la picabiana manera que ¨¦l acostumbra, por las principales capitales art¨ªsticas continentales: Par¨ªs, Roma, Berl¨ªn, Madrid, y, ahora, Bilbao. Aqu¨ª reposan, entre posta y posta y de vuelta a casa, el enjuto caballero andante y su roc¨ªn, en el mismo pesebre que ese otro extraordinario pintor, v¨ªctima tambi¨¦n de la misma fiesta nacional, que fue el vasco Ignacio Zuloaga.