Defensa de las bailarinas y del repertorio
La Ribot y Mathilde Monnier traen de nuevo a Madrid una obra que parece destinada a permanecer en una cartelera activa
Mar¨ªa Jos¨¦ Ribot (Madrid, 1962), La Ribot a secas art¨ªsticamente, vuelve a Madrid y trae de la mano a una partenaire tan de lujo como excepcional: Mathilde Monnier (Mulhouse, 1959) con la presentaci¨®n el pasado domingo 4 de marzo de una funci¨®n ¨²nica de Gustavia, un d¨²o de ¨¦xito que han paseado por mundo y medio desde su estreno hace casi 10 a?os. Es una revisi¨®n que vale la pena desde todo punto de vista, tanto por el disfrute mismo como por la defensa del concepto de repertorio activo, en la pr¨¢ctica casi absolutamente desterrado de los h¨¢bitos de la danza contempor¨¢nea que se viste de rabiosa vanguardia transgresiva, la que muchas veces no es tal.
Aqu¨ª entra la responsabilidad de los programadores estrella, empe?ados la mayor¨ªa de las veces en enterrar el pasado que no se acomode a su ideolog¨ªa y a los l¨ªmites de una supuesta cultura epid¨¦rmica nutrida del noticioso global. La historiograf¨ªa de la propia danza moderna pide un an¨¢lisis de lo contrario, hacia la preservaci¨®n como responsabilidad dial¨¦ctica. Pero eso, ya hoy d¨ªa, es arar en el mar. Ribot y Monnier fungen de abanderadas de un pasado reciente que alerta y proclama ciertos valores a conservar.
Locura en la acci¨®n
La Ribot manifest¨® en una entrevista a EL PA?S hace ahora nueve a?os: "Haciendo Gustavia con Mathilde he comprendido mejor mi bagaje de bailarina, de int¨¦rprete. Siempre he puesto en mi curr¨ªculo 'core¨®grafa'. La forma de atacar el trabajo, la forma de trabajarlo, la forma de mantenerlo, pertenece en muchas cosas a la cultura del bailar¨ªn. Mi inter¨¦s por las artes visuales y la capacidad de poder trabajar en v¨ªdeo, o con el live art ingl¨¦s, de mi ¨¦poca inglesa, son cosas que suman y no sustituyen. Las disciplinas son fronteras econ¨®micas y acad¨¦micas, no tanto art¨ªsticas. Empec¨¦ por la danza pues de todas las artes era la que necesitaba una cierta juventud, pero no tiene por qu¨¦ ser el fin. Es el principio y la base, el punto de partida, mi inter¨¦s m¨¢s natural¡±.
Es una revisi¨®n que vale la pena desde todo punto de vista, tanto por el disfrute mismo como por la defensa del concepto de repertorio activo, en la pr¨¢ctica casi absolutamente desterrado de los h¨¢bitos de la danza
Es decir, blanco y en botella. Ella es una gran bailarina, conoce su cuerpo, lo ha moldeado de manera sabia y as¨ª esta: ?estupenda! En el fondo y en la forma. Casi lo mismo se puede decir de Monnier, que da una r¨¦plica soberbia a Ribot, la sigue y la cita, parafrasea hasta alg¨²n gesto t¨ªpico, todo hecho a gran conciencia colaborativa. Ellas deb¨ªan haber hecho un documental detallado del proceso de creaci¨®n: hoy ser¨ªa una pieza did¨¢ctica de obligatoria visualizaci¨®n por los j¨®venes aspirantes a la categor¨ªa de core¨®grafo.
Constantemente en la hora de duraci¨®n de Gustavia ponen a prueba sus capacidades histri¨®nicas, su control esc¨¦nico-espacial y sobre todo, la resistencia. Es Gustavia?agotadora para quienes la interpretan y para quienes la ven. Hay una tensi¨®n teatral muy conseguida y transmitida, del humor socarr¨®n se pasa a la distancia, de la cita de Buster Keaton se pasa a la catarsis, de las relaciones con el teatro del absurdo y de la crueldad se transita hacia la performance (?oh palabro m¨¢gico y trajinado!) pl¨¢stica. Ya dijimos en su momento que el embudo como gorro es tambi¨¦n un exergo de El Bosco y de Brueghel, y as¨ª se lo intercambian: trasvasan su locura en la acci¨®n, la comparten en un oriente humor¨ªstico que se informa de un tipo de proyecci¨®n bailada. No nos enga?emos: esta obra es posible porque est¨¢ en manos de dos bailarinas de verdad, de su honestidad carnal, de su bagaje.
La Ribot (que vive en Suiza) tiene en Espa?a dos meses fetiche: febrero y junio. ?ltimamente en febrero de 2017 estuvo en la sala negra de Teatros del Canal con Another distingu¨¦e; antes, en febrero de 2009 visit¨® junto a Monnier el Teatro del Instituto Franc¨¦s con el deb¨² de Gustavia y en junio 2010 se vio Ll¨¢mame mariachi en La Casa Encendida. Citemos el trabajo de presentaci¨®n en el MARCO de Vigo en febrero de 2012 y en junio de 205 El triunfo de la libertad en el Teatro Valle Incl¨¢n de la Plaza de Lavapi¨¦s. Siempre sus presentaciones llaman a la reflexi¨®n y, a partes iguales, a ese disfrute con cierta retranca.
En Gustavia la revisi¨®n de 2018 es rigurosa y literal. No han cambiado muchas cosas, pero en la Sala Verde de Teatros del Canal se ha visto much¨ªsimo mejor que en el modesto palco anterior. El poderoso alzado de las cortinas negras ideadas Annie Tolleter, la luz po¨¦tica y efectiva de Eric Wurtz, el cuidado vestuario de Dominique Fabr¨¨gue enmarcan y redondean un elegante trabajo donde la intensidad no quita lo valiente de estas mujeres, verdaderas hero¨ªnas de su tiempo y de la epopeya, siempre a salto de riesgo, del arte de la danza.
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