Otro Mayo
Alz¨¢bamos el pu?o coreando consignas y mir¨¢bamos de soslayo por miedo a que irrumpieran los polic¨ªas. Nunca entraron. No hizo falta
En Granada, en la Facultad de Letras, un conato o una sombra del Mayo lejano de Par¨ªs tuvo lugar en la primavera de 1976. Era el tiempo incierto, la tierra de nadie entre la muerte del tirano geol¨®gico y la llegada indudable de la libertad. Ahora parece que, para bien o para mal, todo estaba previsto, o que el desenlace de aquella gran confusi¨®n no pod¨ªa ser sino el que fue. La mente humana es muy proclive a las profec¨ªas retrospectivas, y confunde el hecho de que las cosas hayan sucedido de una cierta manera con la necesidad hist¨®rica de que sucedieran as¨ª. Solo unos meses antes, durante la agon¨ªa largu¨ªsima de Franco, el tiempo parec¨ªa haberse detenido, entre un pasado que no se mov¨ªa y un futuro que nadie sab¨ªa imaginar. El tiempo ten¨ªa la lentitud f¨²nebre de los comunicados del equipo m¨¦dico sobre la salud del que segu¨ªan llamando el Caudillo. Lleg¨® la noticia de la muerte y la par¨¢lisis general se hizo m¨¢s profunda, un agujero negro que tragaba sin rastro cualquier vislumbre del porvenir. Los torturadores de la Brigada Pol¨ªtico-Social segu¨ªan haciendo su trabajo. Los trajes oscuros, los uniformes, las gafas l¨²gubres de sol, las caras plomizas del nuevo Gobierno eran id¨¦nticos a los del Gobierno anterior.
Algo se mov¨ªa, pero tan despacio que uno no lo notaba. Los polic¨ªas patrullaban con los mismos uniformes grises, en los mismos Land Rover grises con rejillas de alambre que surg¨ªan al fondo de una calle, despu¨¦s de la media noche, los faros como ojos redondos de b¨²hos, las luces azules girando sobre el techo. Pero ahora hab¨ªa muchas m¨¢s pintadas que antes por las calles, porque se intu¨ªa que el peligro era menor, aunque nunca se estaba seguro. La brutalidad antigua y la nueva dudosa indulgencia se mezclaban como en un capricho cruel. A lo largo de 1976 las paredes de las ciudades espa?olas se llenaron de una efervescencia de pintadas, de estrellas rojas, de hoces y martillos, sin que pasara nada: de pronto, en Almer¨ªa, en diciembre, a un muchacho de veintitantos a?os lo mataron a tiros unos guardias civiles cuando empezaba a escribir con espray una pintada que se qued¨® sin terminar.
Mientras tanto, en Granada, en el hospital Real, una especie de Mayo retrasado empezaba. Una huelga de profesores no numerarios se convert¨ªa en una huelga tumultuosa de alumnos. En lugar de las clases suspendidas, se suced¨ªan las asambleas en las aulas o en los vastos cruceros g¨®ticos de la Facultad. La polic¨ªa ocupaba las esquinas pr¨®ximas, pero el viejo edificio a medio restaurar ten¨ªa los muros llenos de carteles pol¨ªticos, grandes lienzos de papel pintados y escritos a mano, como los dazibaos de la Revoluci¨®n Cultural china. Sobre la fachada colgaba la bandera con el aguilucho negro de la dictadura, pero bastaba cruzar las puertas para encontrarse entre hoces y martillos y banderas rojas, con siglas a veces cr¨ªpticas de organizaciones de extrema izquierda, trotskistas, mao¨ªstas, hasta comunistas de obediencia albanesa. La presencia m¨¢s poderosa era la del PCE. El PSOE, al menos visiblemente, no exist¨ªa. Contra el PCE y su revisionismo y su aburguesamiento se ensa?aban todos los otros grupos y grup¨²sculos, con m¨¢s vehemencia purificadora cuanto m¨¢s reducidos eran.
En su candidez,, uno intu¨ªa la irrealidad de todo aquello, pero se complac¨ªa en aquella libertad, en el ensayo general de algo que tal vez llegar¨ªa en el porvenir
Pero lo que importaba era la exaltaci¨®n, el j¨²bilo de la multitud, los himnos y los gritos coreados, la sensaci¨®n s¨²bita de estar asistiendo a un vuelco que parec¨ªa definitivo en el curso normal de las cosas. En los carteles, igual que en las pintadas de las calles, se ve¨ªan traducidas las consignas de ocho a?os atr¨¢s en Par¨ªs, y eso contribu¨ªa a la impresi¨®n de que se estaba repitiendo algo. Las pintadas, hasta entonces, hab¨ªan sido urgentes y pol¨ªticas: "Libertad", "Amnist¨ªa", "Presos a la calle", etc¨¦tera. Ahora algunas de ellas adquir¨ªan un aire burlesco, y hasta hedonista, que los militantes de la izquierda formal atribu¨ªan despectivamente a los anarquistas: ¡°Que se pare el mundo, que me bajo¡±, ¡°A follar, que el mundo se va a acabar¡±, ¡°Disuelve tu cuerpo represivo¡±, ¡°La imaginaci¨®n al poder¡±.
Los profesores en huelga se un¨ªan a los estudiantes en un proyecto atropellado y colectivo de cambio radical de la Universidad y de los programas de ense?anza. Era preciso acabar con la burocracia de las asignaturas, los ex¨¢menes, los apuntes, el autoritarismo sobre los alumnos. Los estudiantes ten¨ªamos que salir del limbo privilegiado de la Universidad para unirnos a los obreros en una sublevaci¨®n com¨²n. Despu¨¦s de arduas horas de debate se sacaban a votaci¨®n a mano alzada propuestas como la de dar las clases no en las aulas sino en las f¨¢bricas, sin reparar del todo en el hecho de que en Granada hab¨ªa solo dos o tres. Era verdad que la autoridad parec¨ªa haber desaparecido. En las asambleas generales se cantaba La internacional con el pu?o en alto y se escenificaban feroces disputas ideol¨®gicas entre las diversas advocaciones marxistas-leninistas, entre los partidarios de la lucha armada y los de la v¨ªa pac¨ªfica al socialismo, entre los decididos a derribar primero el r¨¦gimen franquista y luego el capitalismo y los impacientes que llamaban a los otros revisionistas y cobardes y se dispon¨ªan a derribar el franquismo y el capitalismo al mismo tiempo. Pero tambi¨¦n hab¨ªa que destruir la familia burguesa, que hacer cuanto antes la revoluci¨®n sexual, que someter al juicio de tribunales populares a los verdugos y a los c¨®mplices de la dictadura.
Nos sent¨¢bamos en el suelo, hombres y mujeres, nos exaltaba vernos en una joven multitud de melenas y barbas, de zamarras, de botas proletarias, de pu?os apretados y alzados. Era como estar en una pel¨ªcula temprana de Bertolucci, en uno de aquellos documentales confusos del Mayo de Par¨ªs, o de la otra revoluci¨®n que tampoco hab¨ªamos vivido, la de 1974 y 1975 en Lisboa. En su candidez, en su credulidad y su ignorancia, uno intu¨ªa la irrealidad de todo aquello, pero se complac¨ªa sin reparo en aquella libertad confinada e impune, en el ensayo general de algo que tal vez llegar¨ªa en el porvenir. Tambi¨¦n se empezaba a distinguir a los aspirantes a una vanagloria mesi¨¢nica, a los inquisidores voluntarios, a los truhanes ideol¨®gicos que abrumaban al adversario con un chorro incesante de palabrer¨ªa. Alz¨¢bamos el pu?o coreando consignas y mir¨¢bamos de soslayo por el miedo a que se abrieran las puertas de golpe e irrumpieran los polic¨ªas con sus porras y sus pelotas de goma, con los fusiles que disparaban balas de verdad.
Nunca entraron. No hizo ninguna falta. Termin¨® el curso, se improvisaron ex¨¢menes finales, se publicaron las notas, y todo el mundo se fue de vacaciones, igual que en Par¨ªs.
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