El fantasma de la identidad
Un ensayo reconstruye la apasionante relaci¨®n filos¨®fica entre David Hume y Adam Smith
El mito de la identidad, ahora que nuestras identidades nacionales andan tan revueltas, ha vertebrado la historia del pensamiento europeo. La identidad es el sustento de toda l¨®gica y la posibilidad misma de lo racional. Sin identidad estar¨ªamos perdidos, vivir¨ªamos en un caos informe, difuminados en el abismo del paisaje. Pero hubo un ciudadano de Edimburgo, perspicaz y con un gran sentido del humor, que se atrevi¨® a cuestionarla. Huyendo del nido presbiteriano, abandon¨® pronto la universidad y se refugi¨® en Francia. Mediante el esfuerzo autodidacta, elabor¨® una nueva ciencia de lo humano, una ciencia basada en las emociones. El joven Hume redujo dr¨¢sticamente el papel de la raz¨®n en la vida humana (esa que depende tanto de la identidad) y lo equilibr¨® con los h¨¢bitos, las pasiones y la imaginaci¨®n. Una revoluci¨®n s¨®lo al alcance de alguien muy audaz e independiente. La nueva moral, que fascin¨® a Kant y lo despert¨® del sue?o dogm¨¢tico, no emanaba de una fuente trascendente, sino de los sentimientos humanos m¨¢s comunes. Apreciamos la entrega, la generosidad y la alegr¨ªa porque son ¨²tiles y agradables. El ¨²nico objeto de la moral es mejorar la vida y todo ello no guarda relaci¨®n con los designios divinos. Hume se atrevi¨® a sustituir el catecismo por Cicer¨®n y, de hecho, fue el autor de la primera edici¨®n de Inteligencia emocional. Pero su libro no fue un best seller, sino que ¡°sali¨® muerto de las imprentas¡±. No despert¨® siquiera la indignaci¨®n entre los fan¨¢ticos (que tanto apetec¨ªa). Tras ese fracaso, pasar¨¢ el resto de su vida corrigiendo y enmendando aquel libro de juventud que hoy se considera su obra capital.
Hume no s¨®lo puso en duda la existencia del mundo externo m¨¢s all¨¢ de la percepci¨®n, sino que cuestion¨®, siguiendo a Berkeley, la posibilidad misma de la abstracci¨®n (supuestamente general, emp¨ªricamente particular). Su argumento ven¨ªa a decir: cada uno se representa el infinito o el cero (por citar dos de las abstracciones m¨¢s comunes) a su manera. Dentro de esa cr¨ªtica general de la identidad (¨ªdolo de todas las abstracciones), cuestion¨® tambi¨¦n la identidad personal, el mito del ¡°yo¡±, de un modo casi budista. Y no lo hizo se?alando la dificultad de establecer los contornos del individuo, continuamente atravesados por la respiraci¨®n, la mirada, el alimento, el habla o la m¨²sica (que lo proyectan y confunden con el entorno), lo hizo desde el enfoque m¨¢s elemental de la sensaci¨®n. El argumento parece sacado de un manual de meditaci¨®n: ¡°Siempre que penetro m¨¢s ¨ªntimamente en lo que llamo m¨ª mismo tropiezo con una u otra percepci¨®n particular, sea de calor o de fr¨ªo, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o placer¡±. No es posible encontrar ese yo sin toparse con una percepci¨®n, para ello hay que crearlo, y de eso se ocupa la imaginaci¨®n. De hecho, ese supuesto yo ni siquiera es continuo, con el sue?o profundo desaparece. Lo que llamamos identidad personal no es sino un haz o colecci¨®n de percepciones (v¨¦ase a este respecto la divertid¨ªsima nader¨ªa de la personalidad de Borges). Y lo mismo puede decirse de la identidad de las naciones. Respecto al nacionalismo, Hume mantendr¨¢ una postura ir¨®nica: es la imaginaci¨®n la que nos lleva a atribuir identidad a algo, de ah¨ª que individualismos y nacionalismos sean tan sentimentales. Y sin embargo, hay ciudadanos sujetos al fisco y naciones sujetas a tratados internacionales que las vinculan mutuamente (ser naci¨®n no es un asunto propio, sino ajeno, de reconocimiento). Tanto la luz del individuo como la de la naci¨®n es luz reflejada. Y ese reconocimiento del otro es el tema de fondo de El infiel y el profesor, un minucioso recuento de la amistad entre dos grandes de la Ilustraci¨®n escocesa: Adam Smith y David Hume.
La amistad, ese espejo donde cabe toda la sencillez de la vida y donde puede reconocerse una extra?eza compartida, desde S¨®crates y Buda, ha sido el aliento de la filosof¨ªa. Entre sus episodios memorables encontramos la ascendencia de S¨®crates sobre Plat¨®n, la complicidad de Montaigne y La Bo¨¦tie, el mecenazgo de Jelles con Spinoza, la amistad fraternal entre Emerson y Thoreau, la estudiantil entre Nietzsche y Rodhe, la pol¨¦mica entre Chesterton y Shaw. Hume y ?Smith se suman a esa cita. Ambos compartieron una misma plataforma desde la que pensar, un trampol¨ªn que estaba ya un tanto desvencijado. La Escocia del XVIII, pobre y atrasada, no s¨®lo persegu¨ªa a las brujas, sino que una blasfemia pod¨ªa significar la horca. En ese ambiente avinagrado e intolerante, dominado por el esp¨ªritu de la persecuci¨®n, obsesionado con la predestinaci¨®n y la mortificaci¨®n, surgieron estos dos genios del pensamiento moral y econ¨®mico. Los dos fueron solteros empedernidos. Por sus circunstancias vitales, Smith tuvo que ser m¨¢s circunspecto (ocupaba un cargo en una universidad dominada por el clero), mientras que Hume fue rechazado en las dos c¨¢tedras que solicit¨® (por ¡°incapaz de instruir a los j¨®venes¡±). Smith escribi¨® el libro m¨¢s influyente de la historia del pensamiento liberal, La riqueza de las naciones, una defensa del comercio libre y una cr¨ªtica de los aranceles (Margaret Thatcher lo llevaba siempre en su bolso). Cuando abandono la c¨¢tedra, iron¨ªas de la historia, ocup¨® un puesto de agente de aduanas y pas¨® el resto de su vida cobrando aranceles.
Uno revolucion¨® la moral dejando aparte la religi¨®n por primera vez. El otro escribi¨® el libro m¨¢s influyente del pensamiento liberal
El escepticismo se asociaba en aquella ¨¦poca al nihilismo y la insensibilidad. Pero para Hume era el mejor modo de estar en paz con uno mismo. La humildad intelectual permit¨ªa hacerse preguntas y era eficaz para combatir el dogmatismo. A diferencia de Smith, Hume nunca tuvo una profesi¨®n estable con la que financiar su vocaci¨®n. Ejerci¨® de preceptor de un noble enajenado, de bibliotecario, de secretario en una expedici¨®n militar y de miembro del servicio diplom¨¢tico. Esa independencia de las c¨¢tedras le permitir¨ªa, como a Spinoza, pensar en libertad y convertirse en uno de los fil¨®sofos m¨¢s importantes de Occidente.
Al final del libro, Rasmussen se detiene en el affaire que rode¨® la publicaci¨®n p¨®stuma de los Di¨¢logos sobre la religi¨®n natural, la obra m¨¢s ambiciosa de Hume. La religi¨®n fue una de sus grandes preocupaciones y, en cierto sentido, todo lo que escrib¨ªa ten¨ªa que ver con ella. El volumen supon¨ªa su aportaci¨®n definitiva sobre el tema. Hume no simpatizaba con el clero, pero, a diferencia de sus amigos los philosophes, nunca fue un ateo militante. Su cr¨ªtica de las creencias religiosas, enmascarada por el humo de los di¨¢logos, era sutil y profunda. Nadie en su ¨¦poca cre¨ªa que se pod¨ªa ser ¨ªntegro sin tener fe, y que un esc¨¦ptico declarado fuera un modelo de sabidur¨ªa y virtud constitu¨ªa un esc¨¢ndalo. Cuando en la primavera de 1775 la salud de Hume empez¨® a empeorar, todo el mundo quer¨ªa saber si mantendr¨ªa su escepticismo hasta el final. El relato de lo que fueron sus ¨²ltimos d¨ªas es impactante. El fil¨®sofo demostr¨® que la moral no requer¨ªa de consuelos extraterrenales y se mostr¨® alegre y calmado, sin esperanzas o miedos injustificados. Una actitud que confirmar¨ªa Adam Smith en la conmovedora Carta a Strahan, con la que se cierra el libro y el c¨ªrculo de la amistad. ¡°Estoy muriendo tan r¨¢pido como desear¨ªan mis enemigos, si es que los tengo¡±, le dijo Hume a su m¨¦dico, ¡°y con tanta serenidad y alegr¨ªa como podr¨ªan desearme mis mejores amigos¡±.
¡®El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith, la amistad que forj¨® el pensamiento moderno¡¯. Dennis C. Rasmussen. Traducci¨®n de ?lex Gu¨¤rdia. Arpa, 2018. 382 p¨¢ginas. 21,90 euros.
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