Lujo, mentiras y Fran Rivera
En el Starlite, los cuerpos bell¨ªsimos se retuercen bailando, hay risas, hay esa atm¨®sfera de la gente que es guapa y lo sabe
Al principio me gusta Sisi. Suena delicado, un poco bobo, muy en la onda de todos los diminutivos de grandes de Espa?a: Tita, Colate, Pipe. M¨¢s tarde concluyo que es demasiado poco, y que se me puede ver el plumero. Es como robar: si hurtas una chocolatina mirando como un desquiciado hacia todos lados, lo m¨¢s probable es que te pillen. Si, en cambio, coges una pantalla plana y sales alegremente por la puerta del centro comercial, es posible que pases desapercibido. Por ello, decido ir por la puerta grande y que esta noche, en el Starlite, me llamar¨¦ Ernestina. Es un nombre lo suficientemente incre¨ªble como para resultar cre¨ªble. Me parece, adem¨¢s, que sugiere una verdadera fortuna, clases de equitaci¨®n, gran compromiso con alguna causa solidaria y, sobre todo, muchos veranos en Marbella, en el barco de pap¨¢. ?Qu¨¦ hace pap¨¢? Negocios. ?Y yo? Soy artista.
Ernestina, un personaje bastante vago, queda m¨¢s o menos asentado cuando me visto y me maquillo. S¨¦ que no doy el pego, pero Ernestina puede ser bohemia, estar un poco pirada, no importarle una mancha en su falda larga estampada. Me miro en el espejo. Podr¨ªa ser la hermana baja, fea y descuidada de Tatiana Santodomingo. Eso es un OK. Nada m¨¢s llegar, por supuesto, mi OK se derrumba. Frente al photocall del Starlite, mujeres que no s¨¦ qui¨¦nes son muestran largas hileras de dientes blanqu¨ªsimos, melenas infinitas y brillantes, miembros bronceados, gran profusi¨®n de blancos y dorados. Tiemblo levemente. Hace tres meses que no me ti?o el pelo y la mancha de mi falda, de pronto, es inmensa. "Ernestina -me digo- solo tienes que ser t¨² misma".
Hay algo sectario en la entrada al Starlite, cuesti¨®n que creo que incluso ha sido reforzada para potenciar la sensaci¨®n de exclusividad. Los taxis llegan solo hasta un punto de la monta?a en la que se encuentra la antigua cantera en la que se celebra el festival. All¨ª hay que bajarse y esperar unos microbuses del festival, que bajan y suben gente constantemente a lo largo de toda la noche. Arriba, no puedo evitar una sensaci¨®n de claustrofobia. "Despu¨¦s del concierto de Texas, es mejor que te quedes ya hasta la pinchada de Juan Mag¨¢n, porque se va a atascar el camino y no va a haber forma de bajar", me indican en el departamento de acreditaciones. Estoy atrapada con una tonelada de gente muy pija, famosos, algunos turistas ricos y unas cuantas decenas de personas m¨¢s normales en una antigua cantera en los altos de Marbella.
Pocas veces he estado en un lugar pretendidamente lujoso que soportase la bajada del tel¨®n. En cuanto tiras de la manta que oculta la cutrez, la cutrez est¨¢ ah¨ª, agazapada. Desde las bodas de alto copete en las que trabaj¨¦ como camarera, hasta algunos hoteles a los que he ido por trabajo, pasando por unos pocos restaurantes y experiencias con el sello del lujo a los que he sido invitada como periodista: todos ellos eran simples fachadas, intentos por ocultar, en realidad, realidades mucho m¨¢s penosas y cutres que la verdadera realidad.
Cuando nada se oculta, cuando las cosas son buenas porque lo son, ah¨ª es cuando el lujo, sin ser llamado lujo, aparece. El Starlite es un tipo aparentemente guap¨ªsimo que intenta gustarte a base de insistencia, peloteo y toneladas de maquillaje. El inter¨¦s decae, los defectos brillan, no te apetece quedar. Creo que incluso Ernestina, pija bohemia, estar¨ªa m¨¢s a gusto en la cantera rojiza, sin escenarios ni grandes efectos de luces, sin tiendas de lujo ni helados dise?ados por ti que no saben a nada. El espacio, de por s¨ª, es tan bello, que no necesita esos arreglos. Claro que el concierto de Texas es impecable, con Sharleen, amor de adolescencia, derrochando simpat¨ªa y comentarios al p¨²blico, e incluso defendiendo a una chica del marcaje de un segurata.
Por supuesto, que Juan Mag¨¢n enloquece a los asistentes. Los cuerpos bell¨ªsimos se retuercen bailando, hay risas, hay copas de vino blanco y cava, hay esa atm¨®sfera inconfundible de la gente que es guapa y lo sabe, y sabe c¨®mo potenciarlo, y realmente disfruto y admiro viendo lo que han conseguido. Incluso estos adolescentes, que empiezan a aparecer en manada nada m¨¢s terminar Texas, dej¨¢ndose ver, tienen m¨¢s control y consciencia de sus cuerpos del que yo tendr¨¦ jam¨¢s sobre el m¨ªo. Algunos de los chicos fuman unos puritos finos con la camisa un poco abierta, los pantalones blancos y esas inconfundibles ondas pijas en el pelo. Ellas no son, como las chicas Medusa Sunbeach, clones perfectamente estudiados, pero clones adolescentes. En el mundo Starlite, a los 18 a?os, cada una maneja un estilo distinto, con opciones que a veces rozan el riesgo. Tanto ellos como ellas parecen ansiosos por ser mayores. Es como ver a unos ni?os jugar a las casitas de una forma tan convincente que da miedo.
En la zona del anfiteatro, cada cierto tiempo se divisa un famoso. Desear¨ªa tener un Shazam [aplicaci¨®n que identifica m¨²sica] de caras de famosos que me permitiese identificarlos, pero solo tengo una app de reconocimiento de plantas que he utilizado dos veces. Cayetano Mart¨ªnez de Irujo y Fran Rivera resplandecen, muy bronceados, no muy lejos de donde estoy. El grupo con el? que trabo conversaci¨®n tiene mi edad, trabaja, en su mayor¨ªa, en el propio negocio del lujo (y lo dicen as¨ª: trabajo en el sector del lujo) y comenta cotilleos del d¨ªa de ayer, el d¨ªa que no hab¨ªa que perderse y que Ernestina se perdi¨® "porque estaba en una reuni¨®n en Madrid, qu¨¦ pena".
Ayer Antonio Banderas estaba enfadado, ayer Antonia Dell'Atte se desmay¨® y vino la ambulancia. Creo que una de ellas me descubre buscando en el m¨®vil -mi m¨®vil con la funda destrozada; el personaje de Ernestina se va despe?ando lentamente por un barranco- "Sharleen Spiteri lesbiana" (realmente, no s¨¦ c¨®mo, a los 12 a?os, cuando estaba enamorada de la cantante de Texas, no me lo pregunt¨¦) y temo, porque mi lugar en ese grupo es precario, y s¨¦ que ya hay evidencias que hacen que me sientan muy distinta de ellos. Cuando huyo al ba?o, me encuentro con que los ba?os se han tupido y grandes bolas de papel mojado llenan las tazas. Las puertas no cierran bien y una se?ora se hace da?o en un dedo intentando cerrar el pestillo. Veo sangre y salgo instant¨¢neamente. He pasado algo de miedo al pasar bajo el anfiteatro para acceder a los ba?os, porque todo vibraba, se o¨ªa el retumbar de los pasos. A la salida, la vibraci¨®n y el derrumbe del viaducto de G¨¦nova encienden a la paranoica que hay en m¨ª. As¨ª que Ernestina, esa farsante, atraviesa el recinto para irse. Al pasar junto a un grupo de hombres con camisas pastel que toman champ¨¢n, escucho "Marichalar" y "vaya crack" en su conversaci¨®n. Llego a la entrada corriendo, justo a tiempo para coger el microb¨²s que me llevar¨¢ al mundo de abajo. Desde la ventana, miro el resplandor de la cantera y le digo adi¨®s a Ernestina.
Babelia
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