Las bailarinas
Celebremos las p¨¢ginas que hombres y mujeres escribieron al servicio y dictado de la vida y que no leeremos jam¨¢s
S¨¦ que morir¨¦ sin leer muchos libros que me hubieran salvado la vida. Se quedar¨¢n perdidos, sepultados, escondidos, en el caos de mi biblioteca o de otras bibliotecas. Cientos de libros excepcionales no ser¨¢n le¨ªdos nunca por seres humanos excepcionales. Por eso me sonr¨ªo cuando los editores de revistas, o de peri¨®dicos, o de libros, me piden textos in¨¦ditos. Pienso: Cervantes es un escritor in¨¦dito para el 90% de los espa?oles. Toda la historia de la literatura est¨¢ in¨¦dita para millones y millones de seres humanos que no leen. Para millones de seres humanos ¡°Puedo escribir los versos m¨¢s tristes esta noche¡± podr¨ªa ser un verso escrito ahora mismo.
Me quedan muchas novelas de Gald¨®s por leer. No he le¨ªdo todo Dostoievski. Me faltan p¨¢ginas y p¨¢ginas de Dickens. Me voy olvidando de las tragedias de Shakespeare que le¨ª cuando ten¨ªa 20 a?os. Me olvido de lo que le¨ª y me acuerdo de los lomos apenas entrevistos de los libros que nunca leer¨¦. No hay melancol¨ªa en esto. Hay fascinaci¨®n. Puedo inventarme el placer moral y el deslumbramiento que me causar¨ªan esos libros extraordinarios que no conocer¨¦, porque mi vida es mortal. No podr¨¦ releer a Kafka ya nunca m¨¢s, porque si lo releo me quedar¨¢ sin leer las ¨²ltimas novelas de ?lvaro Enrigue o de Rosella Pastorino o de Carlos Zan¨®n, que est¨¢n ahora frente a m¨ª, en mi mesa, y me piden que las lea y yo quiero hacerlo. Morir¨¦ sin conocer las gran literatura rusa de la Edad Media. Porque nunca aprender¨¦ ruso. Me morir¨¦ sin saber c¨®mo sonaban hace dos mil quinientos a?os los versos de Homero. Me morir¨¦ sin saber qu¨¦ pensaban de la muerte miles y miles de personajes de novelas que hablan de la muerte y que yo no tendr¨¦ tiempo de leer porque la muerte me lo impedir¨¢.
Tambi¨¦n en la calle alumbra un sol de invierno, estamos en febrero. Madrid es una ciudad llena de vida. Ning¨²n ser humano, pasados los cincuenta a?os, puede dedicar a la lectura los d¨ªas enteros. El mismo Don Quijote, cumplidos los cincuenta, dej¨® de leer y eligi¨® vivir. Tambi¨¦n yo cierro los libros, como hizo Don Quijote, y me levanto de la mesa, y salgo a la calle. Y descubro entonces la hermosura de la vida. Y me pongo muy nervioso, porque todo es ferozmente intenso: la gente, las calles, los ¨¢rboles, las casas, los sem¨¢foros, las nubes, las tiendas. Y entonces regreso a mi casa. Y no quiero que nada se pierda. Y abro el ordenador. Y escribo, como escribieron cientos de seres humanos antes que yo, con la misma intenci¨®n de que no se desvanezca la hermosura de la vida. Somos una cadena de fantasmas enamorados. Celebremos las p¨¢ginas que hombres y mujeres escribieron al servicio y dictado de la vida y que no leeremos jam¨¢s. No leer jam¨¢s esas p¨¢ginas es belleza tambi¨¦n. Ah, la literatura y la muerte, dos grandes bailarinas en la oscuridad.
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