La zapatilla ardiente
La convulsi¨®n actual de la pol¨ªtica espa?ola est¨¢ poniendo de moda la angustiada figura de Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno vuelve a estar de actualidad. Primero el actor Jos¨¦ Lu¨ªs G¨®mez llev¨® sus agon¨ªas a escena. Ahora Alejandro Amen¨¢bar ha realizado una pel¨ªcula, que se estrenar¨¢ en septiembre, sobre su tragedia personal, pero es la convulsi¨®n actual de la pol¨ªtica espa?ola la que est¨¢ poniendo de moda su angustiada figura, aunque la moda hoy solo sea esa pegatina con que se adorna la puerta del frigor¨ªfico.
Unamuno fue un intelectual que desangr¨® su inteligencia entre las paradojas y contradicciones a las que le llevaban su car¨¢cter ag¨®nico y atrabiliario. Su indiscutible talento fue zarandeado por el oleaje de unas pasiones pol¨ªticas, que se deb¨ªan m¨¢s a enconos, afrentas y envidias personales que a arraigados principios ideol¨®gicos. Cobrar un duro m¨¢s que Ortega por cada art¨ªculo era su obsesi¨®n y de Aza?a dec¨ªa: ¡°Cuidado con ¨¦l, porque es un escritor sin lectores y por resentimiento es capaz de hacer la revoluci¨®n con tal de que lo lean¡±.
Jos¨¦ Lu¨ªs Galbe, fiscal general de la Rep¨²blica durante la Guerra Civil, exiliado en Cuba, cuenta en sus memorias, que siendo fiscal en ?vila, un d¨ªa el Gobernador Civil de la provincia, Manuel Ciges Aparicio, le invit¨® a ir a Salamanca a visitar a Miguel de Unamuno. Quedaron a con ¨¦l en el caf¨¦ Novelty de la Plaza Mayor. Con Giges iban varios gobernadores civiles y funcionarios, ¡°todos intelectuales y esc¨¦pticos, como buenos republicanos¡±.
¡°Don Miguel hablaba ex c¨¢tedra, m¨¢s bien pontificando. En este caso la v¨ªctima era Aza?a, a quien, entre otras cosas, acusaba hasta de ser homosexual. Yo era el m¨¢s joven de todos y el de menor importancia, mejor dicho, no ten¨ªa ninguna. Pero marqu¨¦ ostensiblemente mi disgusto cogiendo mi caf¨¦ y mud¨¢ndolo a la mesita de al lado. Era un derecho constitucional. Pero don Miguel, que me dio la impresi¨®n de ser muy soberbio, agarr¨® mi taza y la restituy¨® a la mesa, interpel¨¢ndome muy sarc¨¢stico. ¡®?Qu¨¦ pasa, joven? ?No est¨¢ usted de acuerdo con lo que digo?¡¯. Eran ya ganas de buscarle tres pies al gato y le repliqu¨¦ muy concreta y judicialmente: ¡®Mire usted si no estoy de acuerdo, que si en vez de decir esto aqu¨ª, que estoy fuera de mi jurisdicci¨®n, donde no pinto nada, lo hubiera dicho usted en ?vila, lo hubiera metido preso¡¯. No dijo una palabra. Se call¨® y hubo un enojoso silencio general. Por cierto, a todos aquellos gobernadores civiles los fusil¨® Franco¡±.
De un bando a otro. Primero contra Primo de Rivera y la Monarqu¨ªa, despu¨¦s a favor de la Rep¨²blica, luego contra el Frente Popular, despu¨¦s a favor de Franco, luego contra los militares alzados en armas. Exaltado por unos, denostado por otros, despose¨ªdo y repuesto en sus cargos, no ces¨® de dar bandazos sin encontrarse a s¨ª mismo. Despu¨¦s de su famoso enfrentamiento con el espad¨®n Mill¨¢n Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre, D¨ªa de la Raza, Unamuno fue expulsado de su cargo de rector y qued¨® secuestrado en su propio domicilio. En la puerta hab¨ªa un falangista de guardia que no dejaba entrar a nadie. Cuenta el periodista Luis Calvo que un d¨ªa consigui¨® romper esa barrera y se encontr¨® con Unamuno dando pu?etazos en la mesa, fuera de s¨ª. Soltaba imprecaciones contra los falangistas que lo ten¨ªan amordazado y no paraba de gritar que una noche se iba a ir a pie por una carretera de segundo orden que ¨¦l conoc¨ªa muy bien hasta Portugal y desde all¨ª embarcar¨ªa a Am¨¦rica para decirle a todo el mundo que los nacionales estaban fusilando en Salamanca a muchos de sus colegas y que comet¨ªan m¨¢s animaladas que los rojos. Hab¨ªa que imaginar a este rebelde ib¨¦rico con la cabeza perdida cabalgando su propia locura por campos polvorientos de la patria hacia ninguna parte.
Otro falangista amigo suyo, Bartolom¨¦ Arag¨®n G¨®mez, sol¨ªa acudir a su casa para darle conversaci¨®n alrededor de la mesa camilla, disimulando as¨ª su arresto domiciliario. Una tarde, mientras la criada Aurelia estaba planchando, Unamuno vaciaba su c¨®lera contra los desmanes de Mola, de Mill¨¢n Astray y de Mart¨ªnez Anido, aunque no contra Franco, al que hab¨ªa visitado in¨²tilmente para salvar de la muerte a algunos de sus conocidos. Al final de su larga invectiva guard¨® silencio e inclin¨® la cabeza. El amigo pens¨® que se hab¨ªa dormido, pero en ese momento la habitaci¨®n comenz¨® a oler a chamusquina. Una babucha de don Miguel estaba ardiendo con el fuego del brasero de cisco. Hab¨ªa muerto. Era el 31 de diciembre de 1936. En ese tiempo, como la zapatilla de Unamuno, tambi¨¦n ard¨ªa Espa?a entera.
Hab¨ªa pasado la vida luchando contra esto y aquello, pero en el fondo no hab¨ªa peleado m¨¢s que contra s¨ª mismo, sin otra obsesi¨®n ¡ªnada menos¡ª que la de ser inmortal frente a la divinidad. Ese fue su destino. Total, para nada. Pero Unamuno ha vuelto a la actualidad porque el olor a chamusquina se ha apoderado del aire. El odio, los enconos y las bander¨ªas irredentas arden ahora como la babucha de Unamuno en el brasero de cisco de la pol¨ªtica espa?ola.
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