El pueblo que convirti¨® una iglesia profanada por los franceses en su tumba monumental
Villaluenga del Rosario restaura su cementerio, transformado ahora en el principal atractivo cultural de esta localidad gaditana

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Isabel y Miguel encontraron su reposo final encaramados al gozne de la puerta, a m¨¢s de dos metros de altura. Francisca acab¨® en el recoveco de lo que, anta?o, fue el camar¨ªn de un retablo. La ni?a Isabelita, en un agujero abierto en la pared de la sacrist¨ªa. El fulgor de sus nichos blanqueados contrasta con la hipn¨®tica decadencia de las ruinas de la iglesia que los acoge. Con muerte, cal y flores, el pueblecito gaditano de Villaluenga del Rosario resarci¨® la profanaci¨®n cometida durante el asedi¨® franc¨¦s de 1808. Sin pretenderlo, centenares de vecinos convirtieron los vestigios de su templo en una tumba monumental.?
La lluvia suave y constante cala en el cementerio de Villaluenga, un pueblo de la sierra de C¨¢diz de apenas 430 vecinos. Huele a pintura fresca y a romero h¨²medo dentro de lo que otrora fue la iglesia de San Salvador, levantada en 1722 en uno de los extremos de la villa. El agua acent¨²a los elementos arquitect¨®nicos desnudos: los primitivos colores de la portada semiderruida, los altares perdidos o las pechinas levantadas al aire, ya sin c¨²pula y b¨®vedas que soportar. Dos turistas despistados miran embobados el entorno, mientras Rafael Pi?a, de 87 a?os, se encarama a una escalera para recolocar las tejas de un nicho: ¡°Viene mucha gente sorprendida. Yo es que no he conocido m¨¢s cementerio que este¡±.?
Pero el Ayuntamiento ha descubierto el encanto de lo que, en el pueblo, no es m¨¢s que su ¨²nico camposanto desde principios del siglo XIX. ¡°En los ¨²ltimos a?os est¨¢ atrayendo a un turismo importante, por eso hemos decidido restaurar el monumento en s¨ª mismo, sin reconstruirlo, claro est¨¢¡±, tercia el alcalde, Alfonso Moscoso. As¨ª es como el municipio ha invertido m¨¢s de 60.000 euros en recuperar el antiguo campanario y ultima una inversi¨®n de 100.000 euros ¨Ccon la ayuda de la Diputaci¨®n de C¨¢diz¨C para estabilizar las pechinas de la c¨²pula. Con todo, pese a lo curioso y monumental del espacio, el recinto no goza por ahora de protecci¨®n alguna, seg¨²n su ficha en la Gu¨ªa del Patrimonio Cultural de Andaluc¨ªa.?
La idea es que San Salvador siga en pie como principal monumento del pueblo y testigo de la resistencia que los vecinos de principios del siglo XIX opusieron al asedio napole¨®nico durante la Guerra de la Independencia. ¡°Villaluenga no quiso capitular y vinieron los franceses y quemaron el lugar¡±, reza un refr¨¢n popular de la localidad. El ahora cementerio fue uno de esos lugares que ardi¨® en 1808, despu¨¦s de que el municipio repeliese tres ataques anteriores. ¡°Se quemaron y saquearon muchos bienes, entre ellos esta iglesia¡±, rememora el investigador local Antonio Ben¨ªtez.?
Nadie sabe a ciencia cierta cu¨¢ndo comenzaron las ruinas de San Salvador a acoger a los primeros finados, aunque se conservan l¨¢pidas desde, al menos, finales del siglo XIX. Hoy, los nichos invaden cualquier m¨ªnimo espacio disponible: los bajos de los muros, las antiguas hornacinas de retablos o los recovecos de la sacrist¨ªa. ¡°Aqu¨ª se aprovecha el espacio¡±, bromea Ben¨ªtez. Gracias a ello y las rehabilitaciones recientes, el camposanto tiene garantizado espacio para los pr¨®ximos 20 a?os. ¡°Tampoco es que tengamos muchos entierros, no m¨¢s de tres o cuatro al a?o¡±, asegura el investigador.?
Aunque eso tiene visos de cambiar, seg¨²n afirma Ben¨ªtez: ¡°Hay gente que se fue y vuelve para enterrarse. Incluso gente que no es de aqu¨ª, pero tiene pedido un sitio¡±. Tendr¨¢n que buscarse a alguien que les mantenga sus nichos, justo como hace Pi?a al reparar el enterramiento de los fallecidos de una familia que se march¨® a vivir a Ronda. ?l no es el ¨²nico que desaf¨ªa a la ma?ana encapotada en la v¨ªspera de la fiesta del D¨ªa de los Difuntos.?
Vecinas mayores, de dos en dos, entran y salen pertrechadas con cubos y flores, en un constante goteo. Las hermanas Mar¨ªa y Rosario Ben¨ªtez traen claveles rojos y blancos para sus padres, abuelos y suegros. No faltan ni un a?o, aunque saben que su rito est¨¢ en v¨ªas de extinci¨®n: ¡°Se est¨¢ perdiendo. El d¨ªa que faltemos, ?qui¨¦n vendr¨¢? Yo por eso quiero que me quemen, para no dejar cargos ningunos¡±, apostilla Rosario entre risas.
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