El testigo de Alicante
Gald¨®s escribi¨® los ¡®Episodios¡¯ cuando ya eran material hist¨®rico; Aub volc¨® en su ¡®Laberinto¡¯ lo que a¨²n era puro presente
Un rasgo de los mejores libros es que al volver a ellos siempre son mejores de lo que uno recordaba: m¨¢s verdaderos, m¨¢s sorprendentes, m¨¢s desmedidos unas veces y otras m¨¢s lac¨®nicos, m¨¢s ricos en esos pormenores de observaci¨®n que son lo primero que se olvida despu¨¦s de la lectura. Es falso que uno recuerde bien los libros. La memoria de lo le¨ªdo es m¨¢s fr¨¢gil todav¨ªa que la de lo vivido. La memoria es un rese?ista distra¨ªdo que repite ideas rutinarias y que finge saber mucho m¨¢s de lo que sabe. Los mejores libros uno vuelve a abrirlos con suficiencia y de pronto le estallan entre las manos. Y la admiraci¨®n antigua que lo llev¨® a uno a regresar a ellos se convierte en asombro, en remordimiento por no haber sabido recordar bien.
Yo estaba seguro de mi recuerdo de Campo de los almendros, el volumen final del ciclo El laberinto m¨¢gico, que Max Aub empez¨® en Par¨ªs casi al mismo tiempo que terminaba la guerra espa?ola y sigui¨® escribiendo, novela tras novela, durante casi 30 a?os de su exilio en M¨¦xico. No soy coleccionista de libros antiguos o ediciones valiosas, pero los seis tomos de El laberinto m¨¢gico que public¨® Alfaguara en los ¨²ltimos a?os setenta tienen para m¨ª un valor de testimonios materiales de toda la riqueza y todo el infortunio de la obra de Max Aub. En esos a?os setenta hab¨ªa, en unas cuantas editoriales, como una fiebre de reconstituci¨®n de la cultura democr¨¢tica espa?ola. Antes todav¨ªa, a final de los sesenta, Javier Pradera hab¨ªa empezado a publicar a Aub en Alianza, en aquellas ediciones memorables con las portadas de Daniel Gil.
Cuando Alfaguara reuni¨® completo El laberinto m¨¢gico en su austera colecci¨®n gris y morada, fue como si Max Aub recuperara en parte, despu¨¦s de muerto, el lugar que le correspond¨ªa en la literatura contempor¨¢nea espa?ola. Esa alegr¨ªa Aub no pudo tenerla porque hab¨ªa muerto en 1970, muy desalentado por sus reencuentros bastante fugaces con el pa¨ªs que segu¨ªa siendo el suyo, a pesar de que casi no lo reconoc¨ªa, y de que pocas personas se interesaban por ¨¦l. Eran a?os de mucha novedad y mucho aturdimiento, de avances fr¨¢giles y retrocesos temibles, de fascinaci¨®n por los colores fuertes de una modernidad est¨¦tica tan arrolladora, y muchas veces tan superficial, que no quedaba mucha atenci¨®n para lo que tuviera que ver con el blanco y negro luctuoso del pasado.
Max Aub dec¨ªa que ¨¦l, en realidad, era un hombre de teatro, y que se hab¨ªa hecho novelista porque no le quedaba m¨¢s remedio, porque solo la novela le permit¨ªa el esfuerzo abarcador de la imaginaci¨®n necesario para dar cuenta de la amplitud y la complejidad de la experiencia de la guerra, desde el interior de las vidas de las personas arrastradas por ella. Cuando se habla de El laberinto m¨¢gico se citan siempre los Episodios de Gald¨®s, pero esa comparaci¨®n es menos iluminadora de lo que parece. En primer lugar, como dice el propio Aub, Gald¨®s escribi¨® los Episodios cuando ya eran material hist¨®rico, m¨¢s o menos asentado por el paso del tiempo. Estaba apasionadamente comprometido con los relatos que contaba, y lo exasperaban casi por igual los abusos y la cerraz¨®n de los poderes absolutistas y eclesi¨¢sticos y la inconstancia, la frivolidad, la falta de empuje de muchos de los defensores de la libertad. En las ¨²ltimas series se fue acercando ya al presente en el que escrib¨ªa, pero nunca estuvo tan cerca de su propio material como Max Aub. En el primer exilio en Par¨ªs, en el cautiverio, en la huida de Francia, a lo largo de las peripecias al final de las cuales pudo encontrar refugio en M¨¦xico, Aub ya estaba empezando a contar lo que estaba tan fresco en su memoria porque acababa de ocurrir, puro presente todav¨ªa.
Gald¨®s ensay¨® en los Episodios una variedad de t¨¦cnicas narrativas y de puntos de vista m¨¢s amplia de lo que puede parecer, pero nunca se apart¨® demasiado del modelo de la novela popular por entregas. A Max Aub se le nota, seg¨²n avanza en su escritura, que las cosas que tiene que contar son tan desmedidas, tan descontroladas, que no caben en secuencias narrativas lineales. Su modelo ¨¦tico y civil es sin duda Gald¨®s, pero ha aprendido mucho de las novelas experimentales de los a?os veinte y treinta, de C¨¦line, de John Dos Passos, de Alfred D?blin: es decir, en gran medida, de la t¨¦cnica del montaje, la simultaneidad y el collage que nacieron en la confluencia de la novela y el cine. Campo franc¨¦s, el cuarto volumen de la serie, es al mismo tiempo un experimento literario atravesado por el cine documental y la radio, y un testimonio implacable contra la frialdad de coraz¨®n y la pura crueldad con que fueron recibidos en Francia los republicanos espa?oles que hu¨ªan despu¨¦s de la ca¨ªda de Catalu?a.
Ahora releo Campo de los almendros y me doy cuenta de que es m¨¢s audaz todav¨ªa, m¨¢s innovadora, m¨¢s desgarrada que Campo franc¨¦s. La releo porque acaba de publicarla, con una calidad insuperable de dise?o, de papel, de tipograf¨ªa, de puro amor al libro, una editorial modesta de Granada, Cuadernos del Vig¨ªa, con un pr¨®logo muy bueno de G¨¦rard Malgat. Con este volumen completan la edici¨®n de El laberinto m¨¢gico. El empe?o de recuperar este ciclo de novelas en unos tiempos tan inh¨®spitos para la literatura no adherida a la moda revela una determinaci¨®n que tiene algo que ver con la que mantuvo a Max Aub escribi¨¦ndolas, una tras otra, contra viento y marea, contra el exilio, contra el olvido, contra la indiferencia, contra la duraci¨®n geol¨®gica de la dictadura, contra el temor a no encontrar los lectores que las novelas buscaban y merec¨ªan.
En la Ciudad de M¨¦xico, a mediados de los sesenta, mientras en Espa?a celebraba el r¨¦gimen sus ¡°25 a?os de paz¡±, en la soledad tenaz de su escritorio, acercando mucho al papel las gafas de cristales enormes, Max Aub reconstituy¨®, como un oratorio tr¨¢gico, los clamores, los murmullos, los gritos de los 30.000 republicanos que esperaban en el puerto de Alicante barcos extranjeros que los llevaran no sab¨ªan a d¨®nde, a la intemperie, bajo la lluvia, escuchando ya las m¨²sicas de los desfiles de las tropas que ocupaban la ciudad.
?l, Aub, no estaba en Alicante. Durante a?os hab¨ªa recogido testimonios de personas que s¨ª estuvieron, entre ellas su amigo el historiador Manuel Tu?¨®n de Lara. En la novela se escuchan esas voces perdidas.
¡®Campo de los almendros. El laberinto m¨¢gico Vol. VI¡¯. Max Aub. Cuadernos del Vig¨ªa, 2019. 752 p¨¢ginas. 37 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.