Secci¨®n de viajes imaginarios
Visto el destino de nuestro mundo globalizado, quiz¨¢ fueron m¨¢s l¨²cidos quienes nos recuerdan los grandes descubrimientos impl¨ªcitos en el deber de quedarse en casa
Justo cuando se aceleraba la Revoluci¨®n Industrial y el colonialismo europeo exploraba y explotaba los lugares m¨¢s remotos del planeta (remotos, seg¨²n para qui¨¦n, desde luego), se aviv¨® a finales del XVIII una nueva sensibilidad art¨ªstica que empieza a desconfiar y sospecha que la proliferaci¨®n de mapas y planos, de carreteras y canales, de aviones y sat¨¦lites, facilitar¨¢ el desplazamiento, pero dificultar¨¢ el viaje verdadero. En ese sentido fue inaugural y prof¨¦tico el Viaje alrededor de mi cuarto de Xavier de Maistre. Su relato no fue s¨®lo (y ya es mucho) un soberbio pasatiempo, sino el pionero de todo un g¨¦nero moderno: la literatura de viajes imaginarios. Justo esa que ahora puede servirnos de mapa y hoja de ruta del nuevo territorio.
Result¨® que las promesas de aventuras enmascaraban las intenciones depredadoras de nuestro turismo de masas. Antes de los basurales y las colas en el Everest, los viajeros inm¨®viles y las viajeras mentales entendieron algo fundamental: no urge cambiar de sitio, sino de mirada. En un planeta exhausto y finito, la terra incognita deja de situarse lejos para regresar al punto de partida: al cuarto de al lado y la ventana de enfrente y la propia alcoba, a nuestro fuero interior sin ventilar.
Aparecen as¨ª paisajes min¨²sculos y tan variopintos como sus nuevos top¨®grafos. Con toda Espa?a confinada en casa y espiando de noche la tos del vecino por el patio de luces, viene al caso el m¨¢s hermoso cuento metaf¨ªsico de Clar¨ªn, El d¨²o de la tos. Sus protagonistas podr¨ªan muy dignamente compartir portal y escalera con el Bartleby de Melville y el Wakefield de Hawthorne, otros dos autoconfinados ilustres que descubren mapamundis insondables en sus cuarentenas autoimpuestas. En su trama casi inm¨®vil, Clar¨ªn describe a un hombre y una mujer enfermos de tuberculosis, confinados en cuartos contiguos de un hotel sanatorio. Durante una noche de duermevela febril olvidan sus males y miedos e imaginan una voz consoladora y un canto de amor a dos voces (o dos toses) en el ruido de la tos del otro al otro lado de la medianera. La ilusi¨®n se desvanece a la ma?ana siguiente, porque, dice Clar¨ªn, ¡°en estos tiempos, ni siquiera los t¨ªsicos son consecuentes rom¨¢nticos¡±.
Otro aprendizaje: el encierro f¨ªsico y, peor, el miedo, no tienen por qu¨¦ llevar a la par¨¢lisis. A veces se compensan liberando la imaginaci¨®n. En el Berl¨ªn nazi, la escritora jud¨ªa L¨¦a Goldberg, escondida en su buhardilla, escribe Cartas desde un viaje imaginario (1937) como una novela a base de cartas franqueadas desde toda Europa: ¡°A¨²n estoy aqu¨ª, a¨²n no me he ido. ?Es posible cerrar por un instante los ojos, o¨ªr el zumbido de la estufa y pensar que ¨¦se es mi tren? Las ciudades sobre las que escribo son pompas de jab¨®n nacidas de la imaginaci¨®n cuando la temperatura del alma sube a 39,9 grados¡±. D¨¦cimas de fiebre an¨ªmica, de alucinaciones contagiosas, pero, estas s¨ª, benignas y curativas.
Y ahora que s¨®lo pensamos en cadenas de contagio y medimos con regla lo que nos separa del vecino, estar¨ªa bien releer el Viaje alrededor de mi cr¨¢neo (1936) que escribi¨® durante una convalecencia el h¨²ngaro Frigyes Karinthy. Fue ¨¦l quien enunci¨® la famosa teor¨ªa de los seis grados de separaci¨®n que, por personas interpuestas, nos unen a todos los convecinos de la Tierra.
Si nos ponemos anacr¨®nicos y art¨ªsticos, llamaremos conceptuales a estos viajes: m¨¢s juguet¨®n, entre la escritura y la performance secreta, inm¨®vil y camuflada, en Francia, Perec se acodaba a la mesa en la plaza Saint-Sulpice y anotaba ¡°lo que no se anota, lo que se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, coches y nubes¡± en su Tentativa de agotar un lugar parisino. ?l se apostaba en el velador de una de esas terrazas de bar que hoy a?oramos, pero cumpl¨ªa a rajatabla con la regla fundamental del viaje inm¨®vil: aprender a mirar de nuevo las cosas ya muy vistas. Porque con el af¨¢n de viajar lej¨ªsimos y pisar Marte hab¨ªamos dejado de prestar atenci¨®n a lo m¨¢s cercano (y aun, ay, a lo microsc¨®pico).
Hasta ayer mismo, Baudelaire parec¨ªa revolucionario reivindicando el derecho a irse que ahora ejercen los siniestros superricos de Silicon Valley en b¨²nkeres e islas privadas. Pero visto el destino de nuestro mundo globalizado, m¨¢s interdependiente y vulnerable que nunca, quiz¨¢ fueron m¨¢s l¨²cidos quienes siguieron la ruta de De Maistre y nos recuerdan los grandes descubrimientos impl¨ªcitos en el deber de quedarse.
En casa, por ahora.
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