Las ra¨ªces profundas del n¨®mada irreductible
A punto de cumplir 70 a?os, el escritor y fot¨®grafo Jordi Esteva escribe unas memorias emocionantes y conmovedoras en las que pasa revista sin tapujos a su vida, sus extraordinarios viajes, su sexualidad y sus sue?os
El viaje m¨¢s emocionante de Jordi Esteva ha resultado ser el de sus recuerdos. A punto de cumplir 70 a?os (en julio), el viajero, escritor, fot¨®grafo y autor de documentales barcelon¨¦s se despacha con unas memorias, El impulso n¨®mada, a¨²n in¨¦ditas, en las que pasa revista sin tapujos a su vida, sus extraordinarios viajes, su sexualidad y sus sue?os. El autor de Los oasis de Egipto, Los ¨¢rabes del mar o Socotra, la isla de los genios, nos lleva ahora de Villa Rosa, la casa de los veranos de la infancia en El Figar¨®, a los peligros del Sud¨¢n, a las catacumbas de Kom el Shogafa en Alejandr¨ªa o al oasis de Siwa. Lo hace desgranando con arrebatadora franqueza y su acostumbrado gran pulso literario una aventura vital que incluye el descubrimiento y asunci¨®n de su homosexualidad ¡ªtras ser sometido a tratamiento m¨¦dico en los a?os setenta para reprimirla¡ª, la experiencia con las drogas (desde las luminaletas de ni?o a la mescalina y al opio) y la psicodelia hippy, el viaje inici¨¢tico de rigor a Afganist¨¢n y la India en camioneta, el amor por cualquier lugar en el que crezca el hinojo, haya gatos y ruinas y te den leche de camella, y al final del camino (de momento), la expulsi¨®n a la fuerza de Egipto, su hogar de elecci¨®n, acusado de actividades subversivas por la polic¨ªa secreta del pa¨ªs.
¡°Durante el confinamiento viv¨ª una etapa muy reflexiva, y me puse a recordar y a escribir; no sab¨ªa que con los recuerdos se lo pudiera pasar uno tan bien¡±, explica Esteva, que poco despu¨¦s de la entrevista, al morir su hermana mayor, Rosa, se march¨® a Egipto ¡ªdonde ya puede volver a entrar¡ª y se ha instalado una temporada en El Fayum, vagando por los templos solitarios. ¡°Repas¨¦ mi infancia, mi juventud y mis primeros viajes y lo reviv¨ª todo en el papel, desde el otro lado del espejo¡±, contin¨²a.
Las memorias del que es seguramente nuestro mejor escritor de viajes, pendientes a¨²n de publicaci¨®n y que incluyen fotograf¨ªas impagables, arrancan con un ni?o enamorado de los atlas, los libros de geograf¨ªa y los mapas, un ni?o que so?aba con viajar a los confines del mundo y que repet¨ªa como un mantra una frase: ¡°Un d¨ªa me ir¨¦ y no me ver¨¦is m¨¢s¡±. El peque?o Jordi Esteva, seg¨²n se describe a s¨ª mismo el escritor, era un ni?o sensible (escuchaba tocar a Frederic Mompou el piano escondido con la hija de Montsalvatge en la casa del compositor), con flequillo a lo Marcelino, pan y vino pero tambi¨¦n de la estirpe de Guillermo Brown, de familia burguesa barcelonesa, de casa bona, con piso junto a la plaza Molina, chicas de servicio, Citro?n 11 Pato y vacaciones en la monta?a y en la Costa Brava. Sorprende el detalle con que se acuerda Esteva de las cosas. ¡°Mi memoria es muy visual¡±, explica, ¡°y tiro del ovillo, y va saliendo todo, hay como mojones en la vida desde los que puedes recordar muy bien. Adem¨¢s, ten¨ªa notas, carnets y textos dispersos en los que me he apoyado¡±.
Envenenado de aventuras de papel y celuloide, de El ladr¨®n de Bagdad y Las aventuras de Simbad, y de los relatos de su padre, que hab¨ªa viajado a Alejandr¨ªa por negocios, anhelaba que lo raptaran los gitanos ¡°para deambular por esos mundos de Dios¡±, como su admirado primo mayor, el c¨¦lebre cineasta Jacinto Esteva, la oveja negra de la familia, entre alminares y palmeras. El sexo entra pronto en el relato de Jordi Esteva. La directora del colegio que lo somet¨ªa a un jadeante ¡°arre caballito¡± que desagradaba al ni?o; el herrero del pueblo de veraneo, el d¨ªa que le acarici¨® la cara Sara Montiel, el alba?il Manuel al que entrevi¨® desnudo, o el coronel Alc¨¢zar de Tint¨ªn, ¡°que me erotiz¨® tempranamente¡±. ?Cu¨¢nto hay de reinvenci¨®n en El impulso n¨®mada? ¡°Invenci¨®n cero, hay reelaboraci¨®n, reconstrucci¨®n, y hay una selecci¨®n de episodios, claro: lo que ha contribuido m¨¢s a hacerme quien soy; no es una biograf¨ªa, todo gira en torno a ese impulso del t¨ªtulo¡±.
El impulso de huir
Para ser alguien tan enamorado del mundo ¨¢rabe, el escritor tuvo la mala pata de que su padre, enviado de joven a la fuerza a la legi¨®n en Larache, detestaba todo ¡°lo moro¡±. Adem¨¢s, trat¨® de inculcarle el gusto por la caza, algo que Esteva, ferviente animalista, ha odiado toda su vida. Tras pasar por la ¡°org¨ªa s¨¢dica¡± de los curas de las Escuelas p¨ªas de Sarri¨¤ y ser expulsado de monaguillo por beberse el vino de misa, a los 15 a?os recal¨® en Dubl¨ªn para aprender ingl¨¦s. ¡°Tuve una educaci¨®n constrictora, cat¨®lica¡±, subraya el autor, ¡°y eso contribuy¨® a mi impulso de huir, hacia donde fuera¡±. Llegaron luego Herman Hesse, Pink Floyd, el cine de arte y ensayo. A los 17, en 1968, viaja a una comuna hippy en el Atlas marroqu¨ª, donde experimenta con tr¨ªos y drogas, y escucha por primera vez cantar a Um Kulzum, la diva egipcia que ser¨¢ uno de los faros de su vida. En 1970 acude al festival de la isla de Wight, apoteosis del hipismo, atravesando Francia en un dos caballos. Su vida luego es la propia de los esp¨ªritus libres de la ¨¦poca, viviendo aqu¨ª y all¨ª, viajando (T¨²nez, Argelia, Libia, L¨ªbano, Siria, Turqu¨ªa¡), experimentando.
Outsider del mundo burgu¨¦s de la ¨¦poca y de la lucha pol¨ªtica, Esteva vive mal su descubierta homosexualidad. ¡°Fue un proceso muy doloroso, opaco y triste¡±, recuerda. Al sincerarse un d¨ªa con su padre, este le dice, ¡°si quieres, se puede curar¡±. Es el inicio de una experiencia tremenda: el especialista que lo trata lo atiborra de pastillas que lo convierten ¡°en un zombi¡±, le inyecta Pentobarbital, y le hace ir a discotecas a ligarse a mujeres. No da resultado. Tras un a?o, en 1973, huye a la India con un grupo de amigos. Es su Grand Tour, una peregrinaci¨®n en camioneta, durmiendo en caravasares e incluso en las ruinas de Pers¨¦polis, recorriendo la ruta de la seda; en Bam, ¡°un laberinto dorado donde el viento ululaba sin descanso acompa?ado del graznido de los cuervos bajo uno de los cielos m¨¢s azules que jam¨¢s haya visto¡±, queda aturdido por tanta belleza. Baluchist¨¢n, Lahore, Cachemira¡ Descubre que le encantan las gentes ¡°sencillas y nobles¡± que encuentra por el camino y ¡°el universo de miradas y complicidades del mundo isl¨¢mico que pod¨ªan resultar equ¨ªvocas¡±.
Sexo sin gazmo?er¨ªa
Siguen a Katmand¨², claro. En Bombay se enrolla con Hakim, una de las numerosas apasionadas relaciones que describe sin ambages en sus memorias. De esa naturalidad con que habla del sexo, Esteva, que nunca ha prodigado el yo en sus libros, dice que no est¨¢ ya para gazmo?er¨ªas: ¡°Tengo casi setenta a?os, me muestro como soy; la gente es muy p¨²dica, y m¨¢s los homosexuales, parece que si eres gay tengas que callarte en cuestiones de sexo; en nuestro pa¨ªs, desgraciadamente, hay que seguir siendo reivindicativos, para conjurar la homofobia que siempre est¨¢ ah¨ª¡±. Se?ala, sin embargo, que para hablar de sexo ¡°no hace falta hablar de miembros, se puede ser m¨¢s sutil, ser muy expl¨ªcito tampoco aporta nada¡±. Del asunto del tratamiento recalca que en realidad su padre siempre fue muy comprensivo con su homosexualidad, ¡°pero, hombre de su ¨¦poca, le daba miedo que yo fuera a ser infeliz, ¨¦l no sab¨ªa en qu¨¦ consist¨ªa esa pretendida cura que inclu¨ªa electroshock¡±.
Desubicado de vuelta en la Barcelona de los setentas, de Nazario, Oca?a, Mariscal, Alberto Card¨ªn, vuelve a marcharse, esta vez al peligroso Sud¨¢n en busca de su primo Jacinto, ¡°el antih¨¦roe¡±, a la manera de Marlow tras Kurtz. En Jartum vive una vida nocturna inesperada. En la ciudad hay derviches s¨ª, pero tambi¨¦n se baila en los clubes con m¨²sica de Bob Marley y se fuma bango, la potente marihuana sudanesa. Viaja al sur, pura aventura de tr¨®pico, cocodrilos, picozapatos y pastores guerreros. ?Ten¨ªa sensaci¨®n de riesgo?, el lector sufre por ¨¦l. ¡°Creo sinceramente que uno recibe lo que da, y si vas con buenas intenciones, de buena fe, no suele pasar nada. No siempre es as¨ª, por supuesto. Pero siempre he viajado sin miedo, y, bueno, he tenido suerte¡±. Pilla la malaria y pasa al Yemen, descubriendo en los navegantes del Mar Rojo a los ¨¢rabes del mar.
Un momento fundamental en la vida de Esteva es su llegada a El Cairo, donde residir¨¢ cinco a?os felic¨ªsimos viviendo como un cairota m¨¢s, imbricado en la cultura egipcia, perfeccionando el ¨¢rabe que ya chapurreaba ¡ª¡±el egipcio coloquial fue una varita m¨¢gica¡±¡ª y haciendo amigos. Desde all¨ª vivi¨® el 23-F. Viaj¨® por todo el pa¨ªs, enamor¨¢ndose de esa tierra, y de alg¨²n soldado de grandes ojos lujuriosos o un capit¨¢n copto. Las descripciones de esa vida cairota son una verdadera cima de la literatura de viajes. Pocas veces se ha visto a un occidental realizar una inmersi¨®n tan profunda y afectiva en la cultura egipcia, de lo alto a lo m¨¢s bajo. Pero sus amistades, entre ellas personajes inolvidables ¡ª¡°me dicen que siempre me he hecho amigo de lo peor, que es lo mejor, los exc¨¦ntricos, los contestatarios, los distintos¡±, bromea¡ª, y sus actividades no eran las m¨¢s recomendables a los ojos de la polic¨ªa secreta, el temido muhabarat.
Arcadia ar¨¢biga
La culminaci¨®n de la experiencia egipcia de Esteva fue su descubrimiento de los oasis (Jarga, Dahla, Farafra, Bahariya, Siwa), en 1982. Ese fue el gran viaje que cambi¨® definitivamente su vida. All¨ª, tras el Mar de Arena, conoci¨® a las gentes que m¨¢s le conmover¨ªan, los amigos definitivos. Su Arcadia ar¨¢biga, su casa verdadera, donde se ba?aba desnudo de noche contando estrellas fugaces, ¡°sin ataduras ni a?oranza¡± y tratando de borrar su pasada identidad. Muy poco despu¨¦s de conseguir la mejor foto de su vida, en una tempestad de arena cerca de Dahla, tres individuos armados irrumpieron e su habitaci¨®n en Mut, en el oasis, y lo esposaron. Fue a parar a una c¨¢rcel de alta seguridad acusado de conspirar contra el r¨¦gimen. Entre sus supuestos delitos, ense?ar karate a c¨¦lulas subversivas, ¨¦l que se hab¨ªa librado de la mili. Por suerte, todo acab¨® en una expulsi¨®n inmediata: 24 horas para largarse y no regresar nunca. Un batacazo que marca un antes y un despu¨¦s, ¡°la ruptura del c¨¢ntaro de la felicidad, la p¨¦rdida de la gracia¡±.
Ah¨ª acaba El impulso n¨®mada, que cuenta con un ep¨ªlogo, una puesta al d¨ªa, en el que Esteva explica someramente lo sucedido a partir de entonces y c¨®mo treinta a?os despu¨¦s pudo por fin volver a Egipto, como autor invitado por la Feria Internacional del Libro de El Cairo, llevando bajo el brazo, como una postrer victoria, Arab el Baher, la traducci¨®n al ¨¢rabe de Los ¨¢rabes del mar¡
Babelia
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