¡®I Care A Lot¡¯: mafias en las residencias de ancianos
El punto de partida, desde luego, es maquiav¨¦lico, y quiz¨¢ lo m¨¢s valiente de la pel¨ªcula escrita y dirigida por J Blakeson sea que se desarrolle en clave de comedia negra
Terror en las residencias, pero no por el coronavirus, pues es tiempo prepandemia en I Care A Lot. El miedo lo provoca una villana bella y repugnante interpretada por Rosamund Pike: la mujer que comanda una red delictiva en la que andan metidos una investigadora policial, varios directores de hogares de mayores y una doctora en medicina con el fin de desplumar a los viejos a partir de una extra?¨ªsima f¨®rmula legal estadounidense que les permite convertirse en sus tutores legales si un m¨¦dico confirma que hay s¨ªntomas de deterioro mental.
El punto de partida, desde luego, es maquiav¨¦lico, y quiz¨¢ lo m¨¢s valiente de la pel¨ªcula escrita y dirigida por J Blakeson sea que se desarrolle en clave de comedia negra, con evidentes matices de thriller. La segunda gran virtud de I Care A Lot es ese brillante colorido fotogr¨¢fico que ilustra algo tan terrible y tan poco luminoso. Casi como unos hermanos Coen con menos humanismo y m¨¢s mala leche.
Sin embargo, y aqu¨ª empiezan los problemas, la pel¨ªcula se disuelve como un azucarillo demasiado pronto. A la media hora, con su primer giro, que convertir¨¢ en central el nuevo esquema, el grupo se equivoca de objetivo y lo que parec¨ªa ser un mirlo blanco de anciana no es m¨¢s que la cima de una banda a¨²n m¨¢s profesional y criminal: una cordera convertida en le¨®n, seg¨²n la dicotom¨ªa que domina el relato desde la frase inicial.
Es entonces cuando surge el dilema en el espectador, y el problema ¨¦tico de Blakeson: ?soy un cineasta amoral o simplemente voy de malote? Porque puede darse el extremo de que los integrantes de la sanguinaria mafia rusa nos parezcan los buenos de la historia cuando el director parece intentar llevarnos, sin conseguirlo del todo, a estar del lado de la p¨¦rfida y fant¨¢stica Pike, capaz en cada interpretaci¨®n de ser un encanto ante el que rendirse o una serpiente de la que huir. Y Blakeson, finalmente, decide qu¨¦ ser: un moralista disfrazado de provocador, que bien podr¨ªa haberse ahorrado el remate final de su personaje.
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