Amigos, familiares y cientos de lectores con sus libros despiden a Almudena Grandes
El entierro de la escritora se convierte en una reivindicaci¨®n de sus s¨ªmbolos: la literatura, la m¨²sica, la amistad y el Atl¨¦tico de Madrid
No eran las once de la ma?ana y en el cementerio civil de la Almudena de Madrid ya ondeaban algunos libros como banderas. A las 12.00 estaba previsto que llegara el cuerpo de Almudena Grandes (que falleci¨® el pasado s¨¢bado a los 61 a?os) acompa?ado de su familia. Pero mucho antes, por los alrededores del nicho que la escritora hab¨ªa reservado hac¨ªa tiempo, ya se apostaban los lectores, los amigos, los colegas... Todos los que se han quedado hu¨¦rfanos de sus palabras.
Poco antes apareci¨® el presidente del Gobierno, Pedro S¨¢nchez, y una nutrida representaci¨®n del Ejecutivo, con la vicepresidenta segunda, Yolanda D¨ªaz, y las ministras Mar¨ªa Jes¨²s Montero e Irene Montero, adem¨¢s del secretario general de Comisiones Obreras, Unai Sordo. Todos ellos se unieron en las primeras filas a su viudo, el poeta Luis Garc¨ªa Montero, y los tres hijos de ambos.
Los abrigaba una multitud que previamente hab¨ªa ido leyendo p¨¢rrafos de sus obras al azar, convocados desde ayer domingo por redes sociales para rendir un ¨²ltimo homenaje. Se suced¨ªan los aplausos desperdigados por ¨¢reas entre los nichos de un espacio en el que descansan escritores como P¨ªo Baroja, tres presidentes de la Primera Rep¨²blica, como Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall o Nicol¨¢s Salmer¨®n junto a miembros fundadores de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza como Francisco Giner de los R¨ªos y Gumersindo de Azc¨¢rate, y algunos suicidas a los que se negaba cristiana sepultura. A todos ellos se une ahora la escritora madrile?a, que trat¨® de dignificar el lugar de los derrotados y vivi¨® ¨¦xito y gloria en vida sin elevarse, pegada a la tierra y a la alegr¨ªa, ajena a la sinraz¨®n del rencor, siempre en busca de la reconciliaci¨®n.
Almudena Grandes sab¨ªa ampliar las dimensiones m¨¢s peque?as de lo cotidiano, pero tambi¨¦n conoc¨ªa la importancia de los s¨ªmbolos. Seguramente imagin¨® que en su entierro algunos portar¨ªan la bandera republicana y otros, bufandas del Atl¨¦tico de Madrid, el club de sus amores. No fallaron las previsiones. Todo ello la defin¨ªa. Tampoco faltaron c¨¢nticos y consignas. De Gr?ndola, vila morena, himno de la revoluci¨®n portuguesa de los claveles, a La Internacional, quien se quisiera unir a unos sones u otros, hubo para todos. Hasta un padre nuestro, rezado a pie de tumba, que ella hubiera celebrado sin complejos dentro de una liturgia espont¨¢nea y cargada de emoci¨®n en la que primaban el llanto y los abrazos.
Algunos gritos certeros pod¨ªan resumir lo que durante la ¨²ltima etapa de su carrera literaria persigui¨®: ¡°?No hay democracia sin memoria!¡±, clamaban algunos. Antes de que Garc¨ªa Montero depositara un libro de poemas en su f¨¦retro, Ana Bel¨¦n ley¨® Por una falda de pl¨¢tanos, un relato de la escritora en el que describ¨ªa la dificultad de encajar ciertas piezas en la mirada de una ni?a. Ya pronto, Almudena Grandes hab¨ªa comprendido, escrib¨ªa, ¡°que el progreso no es una l¨ªnea recta¡±. Y que el hecho de ver a una mujer desnuda sobre un escenario como Jos¨¦phine Baker escandalizaba el doble a generaciones m¨¢s pr¨®ximas a ella que las de su abuela. Contra ese mundo al rev¨¦s supo pronto que deb¨ªa actuar con su escritura para encontrar, si cabe, la l¨®gica del progreso y la concordia.
As¨ª que se aplic¨® con arte a acelerar el redescubrimiento de la modernidad y muchos as¨ª se lo han reconocido al tiempo que otros, sin cesar, se lo echar¨¢n en cara. Tras el relato le¨ªdo por Ana Bel¨¦n, el actor Miguel del Arco enton¨® La ausencia es una forma del invierno, uno de los poemas que Garc¨ªa Montero dedic¨® a su mujer: ¡°Pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte¡¡±.
Su canci¨®n favorita
La tristeza disminuy¨® m¨¢s tarde, cuando desde los altavoces sonaba Noche de bodas, su canci¨®n favorita de Joaqu¨ªn Sabina a d¨²o con Chavela Vargas. El cantante la escuchaba sentado, roto por el dolor de una despedida demasiado temprana. As¨ª, de golpe, la muerte de Almudena Grandes ha sacudido un territorio que entendemos ahora mejor, cuando lo descubrimos desmenuzado entre la cartograf¨ªa de sus historias y la piel de sus personajes. Se ha ido demasiado pronto en un pa¨ªs que llega casi siempre tarde a los m¨¢s justos reconocimientos. Sin embargo, ha legado un buen pu?ado de obras enjundiosas en las que a bordo del rigor hist¨®rico tambi¨¦n navegan la emoci¨®n y las contradicciones entre universos cercanos y distantes.
En las manos de sus lectores se enarbolaban los t¨ªtulos de la autora: de Las edades de Lul¨² a El coraz¨®n helado, de Los besos en el pan a Malena es un nombre de tango, as¨ª como todos los pertenecientes a la serie Episodios de una guerra interminable, del primero de ellos, In¨¦s y la alegr¨ªa, a La madre de Frankenstein, la ¨²ltima novela que public¨® en 2020. En los brazos en alto de sus fieles, los vol¨²menes eran estandartes de papel, universos de celulosa, m¨¢s sanos y provechosos que muchas telas.
Cuando el f¨¦retro entr¨® en el nicho, todos los libros se alzaron. Vol¨® tambi¨¦n un ¨²ltimo aplauso y su cuerpo qued¨® en paz acompa?ado de esa m¨ªnima representaci¨®n de una Espa?a a la que le ha costado mucho hallar su propio lugar. Ah¨ª, dentro del cementerio civil, donde lo mismo caben rezos y versos, canciones y prosas que, como la de Almudena Grandes, hacen justicia a los desheredados.
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