Ver¨®nica Forqu¨¦ y su ¡°Carmela y Paulino, variedades a lo fino¡±
La de actor es una profesi¨®n que abre perspectivas prometedoras, pero que nubla la visi¨®n por circunstancias que pueden tornarse adversas: promete el cielo pero puede devorarte
Tras mi cargo como director del Centro Dram¨¢tico Nacional, del que dimit¨ª en 1981, y del Teatro Espa?ol, del que dimit¨ª tambi¨¦n, quise volver a mi actividad como productor independiente y busqu¨¦ obra que pudiera afrontar econ¨®micamente en ese momento.
Me puse en contacto con Jos¨¦ Sanch¨ªs Sinisterra porque quer¨ªa dirigir y hacer su ?Ay Carmela! Despu¨¦s de alguna reflexi¨®n decid¨ª que Ver¨®nica Forqu¨¦ ser¨ªa ideal para el papel de Carmela: dulzura y coraje pod¨ªan tener en ella expresi¨®n directa. Yo asumir¨ªa la direcci¨®n e interpretar¨ªa a Paulino.
Estrenamos el 5 de noviembre de 1987 en el Teatro Principal de Zaragoza. Antes hab¨ªamos hecho dos o tres funciones en Belchite (Zaragoza), una ciudad muy significativa, destruida por la rabiosa Guerra Civil.
La obra fue un ¨¦xito extraordinario, y el proceso maravilloso porque pude conocer a Ver¨®nica a fondo. Fue una compa?era esforzada y muy amorosa en el trabajo. Recuerdo que cuando yo hac¨ªa, como es mi costumbre desde siempre, los entrenamientos antes de los ensayos, ella bromeaba y dec¨ªa que esos ejercicios despertaban mi kundalini. Dec¨ªa eso porque ella ten¨ªa inclinaci¨®n espiritual, ya entonces hab¨ªa viajado a la India y hab¨ªa entrado en las ense?anzas de un hombre santo y milagroso que se llamaba Sai Baba. Sabiendo esto, no puedo entender el final de Ver¨®nica.
En este punto, creo que cabe hacer una reflexi¨®n sobre la profesi¨®n del actor en Espa?a. A pesar de que el teatro es el lugar donde mejor se debe emitir la lengua de un pa¨ªs, y ya sabemos lo que significa la lengua espa?ola en este pa¨ªs, los actores sufren una situaci¨®n de paro pr¨¢cticamente end¨¦mico, que roza el 90%. Es una profesi¨®n que abre perspectivas prometedoras, pero que nubla la visi¨®n por circunstancias que pueden tornarse extremadamente adversas. Es una profesi¨®n que promete el cielo y que, sin embargo, puede devorarte.
Con ?Ay Carmela! viajamos al Festival Internacional de Teatro de Bogot¨¢, donde tuvo tambi¨¦n un ¨¦xito tremendo. Al volver a Espa?a, decid¨ª que mi papel de Paulino lo pasara a interpretar Manuel Galiana. Se hizo una largu¨ªsima temporada en el Teatro F¨ªgaro. Y Ver¨®nica estaba en boca de todos.
Al cabo de unos diez a?os, quise volver a trabajar con Ver¨®nica y fue con Las sillas, de Ionesco, obra emblem¨¢tica de dos personajes que dirigi¨® uno de los mejores directores de su generaci¨®n: Carles Alfaro, hijo del grand¨ªsimo escultor de Valencia Andreu Alfaro. Estuvimos dos meses en cartel en La Abad¨ªa sin salir de gira por compromisos previos. Recuerdo que Antonio Mu?oz Molina sali¨® entusiasmado. Ver¨®nica volvi¨® a ser la compa?era exquisita, una mujer amorosa y fuerte en el trabajo, a pesar de que fuera una obra agotadora porque est¨¢bamos los dos solos en escena. Ver¨®nica segu¨ªa siendo la maravilla, acrecentada quiz¨¢s en el tiempo transcurrido.
En estos ¨²ltimos a?os no nos vimos. Ella segu¨ªa con su carrera fulgurante y yo estaba dedicado en cuerpo y alma al Teatro de la Abad¨ªa y su fundaci¨®n. Mirando hacia atr¨¢s, no acierto a entender su final. Aunque uno busque cabe preguntarse si hay que buscar entender. ?Por qu¨¦ acept¨® ese papel en ese programa televisivo?
Recuerdo que a principios de los noventa o finales de los ochenta rod¨¦ una serie sobre Ernest Hemingway para la que tuve que trasladarme a Belgrado, donde hab¨ªa unos grandes estudios disponibles. En esta serie yo interpretaba a Pablo Picasso, y Bruno Ganz al poeta Ezra Pound. Bruno y yo nos hab¨ªamos conocido en Alemania, donde hab¨ªamos coincidido en el M¨±nchner Kammerspiele de M¨²nich, uno de los m¨¢s importantes teatros de la Rep¨²blica Federal, que fue el ¨²ltimo en el que estuve contratado antes de volver a Espa?a.
Pocos d¨ªas despu¨¦s me fui a cenar con Bruno. Conversamos sobre su personaje, Ezra Pound, su innegable talento y su fascismo. Bruno me inquiri¨® acerca de c¨®mo un hombre as¨ª, de tanto talento, pod¨ªa ser fascista. Le respond¨ª que hubo mucha gente de enorme talento tambi¨¦n fascista. Me pregunt¨® ¨¦l qu¨¦ era lo que en mi opini¨®n caracteriza a un fascista. Le respond¨ª que se trata de un hombre que no tiene piedad ni compasi¨®n.
Acto seguido me pregunt¨® si hab¨ªa coincidido con Annie Girardot, a quien recordaba bien desde Rocco y sus hermanos, que trabajaba tambi¨¦n en la serie como Gertrude Stein. Hab¨ªa coincidido con ella en cierto almuerzo de compa?eros de profesi¨®n en el festival de Cannes. Una extraordinaria actriz brit¨¢nica, cuyo nombre he olvidado, interpretaba a Alice Toklas, la amante en la vida real de Stein.
Le dije que coincid¨ª con ella en maquillaje y que no reconoc¨ª a la Girardot de Rocco y sus hermanos. Estaba muy ajada y se rumoreaba que era adicta al alcohol. Le refer¨ª que, al preguntarle por el personaje de Toklas, Annie, con aire ausente, me espet¨® de pronto que qui¨¦n era ¡°esa¡±. Como si no estuviera al tanto del guion o de la relaci¨®n entre Toklas y Stein. Cuando termin¨¦ de contar la an¨¦cdota de Annie Girardot, Bruno me dijo simplemente: ¡°Piedad, G¨®mez, piedad, compasi¨®n¡±.
No hace mucho, un amigo suizo, como Bruno, me coment¨® que este hab¨ªa sufrido adicci¨®n al alcohol: que se encerraba en su casa de Z¨²rich y beb¨ªa a solas. Pero que no era por inclinaci¨®n propia, sino a causa del infortunio que sufri¨® su hijo.
No hay nada que entender, compartimos fragilidad: tan solo dar rienda suelta a la piedad y a la compasi¨®n.
Descansa en paz, Ver¨®nica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.