Nietos, abuelos: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs
Como esta semana se han suspendido las audiencias, Carr¨¨re escribe sobre la repatriaci¨®n de j¨®venes franceses que en algunos casos han nacido en Siria
Cap¨ªtulo 23
Por lo general, las historias de radicalizaci¨®n se cuentan desde el punto de vista de los familiares, y se parecen mucho. Narro deprisa el primer cap¨ªtulo del relato que me hicieron Anne y Pierre Martinez, un matrimonio sexagenario, docentes ambos, agn¨®sticos, abiertos, tan poco preparados como cabe pensar para que su hijo Antoine, a los 18 a?os, empiece a retirar con una expresi¨®n de asco los pedazos de chorizo de la paella (Pierre es pied-noir, de origen espa?ol), despu¨¦s se deja una frondosa barba, despu¨¦s adopta el kamis [prenda similar al caft¨¢n], despu¨¦s presenta a sus padres a Safia, una chica muy joven, que usa velo, con la que se acaba de casar isl¨¢micamente y que todav¨ªa no ha terminado el bachillerato cuando da a luz a su primer hijo.
Pierre y Anne se preguntan qu¨¦ lazo podr¨¢ existir con un ni?o educado seg¨²n valores tan alejados de los de ellos, pero, contra todo pron¨®stico, las cosas no van tan mal. Antoine y Safia les conf¨ªan muy a menudo al peque?o Nadim, que adora a sus abuelos y al que ellos adoran. No se les permite beber vino delante del ni?o pero s¨ª decorar el ¨¢rbol de Navidad. Han descubierto el concepto tranquilizador del ¡°salafismo quietista¡± y se repiten que su hijo es uno de los que lo practican, si bien, evidentemente, preferir¨ªan que no lo hiciera, pero que al fin y al cabo es un mal menor, y no se alarman cuando la peque?a familia de salafistas quietistas, a la que recientemente ha llegado otro hijo, parte de vacaciones a Italia, el verano de 2015.
Comienza el segundo cap¨ªtulo, mucho m¨¢s negro que el primero. Al principio Antoine y Safia no dicen d¨®nde est¨¢n, lo que significa que no est¨¢n en Italia sino en Siria, bajo la bandera negra del califato. A continuaci¨®n, Antoine explica que es fant¨¢stico vivir bajo esa bandera, que viven en Mosul (Irak), en un piso agradable, y que s¨ª, que hay problemas, violencia, pero que dentro de unos meses todo va a estabilizarse y pap¨¢ y mam¨¢ podr¨¢n venir de vacaciones. ¡°?De vacaciones?¡±, se atraganta Pierre. ¡°?En el Estado Isl¨¢mico?¡±. A partir de ese verano, los Martinez llevan una doble vida. Colgados del tel¨¦fono, sin dormir, sin hacer confidencias m¨¢s que a quienes comparten su desgracia, entran en el mundo cruel de los padres de yihadistas que se cuentan las etapas de la radicalizaci¨®n de sus hijos, intercambian las escasas noticias que reciben y sus contactos con la DGSI [Direcci¨®n General de Seguridad Interior].
De una llamada a otra, el entusiasmo de Antoine por el califato y la perspectiva de vacaciones familiares en Mosul se desmoronan. Mientras a ¨¦l le imparten una formaci¨®n militar, Safia y los dos peque?os le aguardan en una madafa, una casa reservada ¨²nicamente a las mujeres: ¡°reservada¡± quiere decir que est¨¢n all¨ª secuestradas. A veces separados, a veces reunidos, sin que nunca sepan por qu¨¦, pronto ya no intentan ocultar que se mueren de miedo, y mucho m¨¢s del EI qu¨¦ de las tropas de Bachar. Cuando nace el tercer hijo, Antoine dice a sus padres, sollozando: ¡°No quiero que mis hijos vivan aqu¨ª, queremos volver, queremos rendirnos¡±. Encuentra un pasador, pero antes de llegar a la frontera turca, el individuo deja a los cinco en la cuneta de la carretera y se lleva el dinero. Detienen a Antoine, estamos en 2018, es el caos total, la ca¨ªda del EI, un per¨ªodo tan peligroso que a los Martinez les alivia saber que Safia y los ni?os est¨¢n ahora en un campamento de prisioneros controlado por los kurdos, en el noreste sirio.
Un campamento de prisioneros es un lugar donde est¨¢ la Cruz Roja y hay autoridades consulares: los ni?os van a ser repatriados; los padres ir¨¢n a la c¨¢rcel, desde luego, pero se gestionar¨¢. El matrimonio multiplica las gestiones en el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero les informan de que Francia ha roto las relaciones diplom¨¢ticas con Siria y no pueden hacer nada. Nada. Safia ya no tiene un m¨®vil, est¨¢ prohibido en el campamento, pero a veces le prestan uno y no la tranquiliza saber que a Nadim, el d¨ªa en que cumple ocho a?os, una banda de ni?os macilentos, salvajes, le pegan, le apedrean, le arrojan dentro de un contenedor de basura: est¨¢ aterrorizado, no sale m¨¢s de la tienda. A Safia, a la que insultan y amenazan mujeres que han permanecido fieles al Estado Isl¨¢mico, tampoco le llega la camisa al cuerpo. Los Martinez env¨ªan todo el dinero que pueden y que tiene que pasar por varios intermediarios cada vez menos legales, con el riesgo adicional de que les persigan por financiaci¨®n del terrorismo, pero es la ¨²nica soluci¨®n para que los ni?os tengan agua mineral en vez del agua insalubre que causa la disenter¨ªa en un campamento donde todo el mundo camina literalmente entre la mierda, y para que reciban complementos nutritivos y pa?ales... porque Safia acaba de dar a luz a un cuarto hijo.
Pasan todo el d¨ªa dentro de las tiendas, a ras del suelo, salen lo menos posible porque fuera es peligroso, robos, violaciones y agresiones. Como las estufas de queroseno pueden producir incendios, las apagan por la noche, cuando hace menos 10 grados en invierno pero m¨¢s de 40 en verano. En mayo de 2019, Antoine es condenado a muerte por un tribunal de Bagdad. Seg¨²n las ¨²ltimas noticias, est¨¢ en una c¨¢rcel donde se hacinan 60 o 70 presos en celdas de 60 metros cuadrados. Los Martinez hacen entonces algo audaz: se van a Siria, insertados en una ONG austriaca y, al final de un calvario que consiste en desfilar por una serie de despachos, en vasitos de t¨¦ muy azucarado y en bakshishs (propinas, mordidas), obtienen el papel sellado que les permite llegar al campamento, con sus maletas llenas de regalos y textos escolares. Dejan entrar a los austriacos pero no a ellos ni tampoco a sus maletas. Los guardias turcos son amables, lo lamentan mucho, pero no, los franceses no pueden entrar: ¨®rdenes de arriba.
Vuelven al d¨ªa siguiente y pueden ver a Nadim y a dos de sus hermanos a trav¨¦s de la alambrada, los besan desde el otro lado: no se imaginaban que padecer¨ªan en su vida algo tan desgarrador. El encuentro dura cinco minutos, luego llegan los guardias con metralletas y se llevan a los peque?os, que lloran. Antes de marcharse, Pierre rodea el campamento a pie, a lo largo de la alambrada: tarda menos de un cuarto de hora. En el interior de este per¨ªmetro se desarrolla entera la vida de sus nietos. El ¨²ltimo, nacido en el campamento, nunca ha conocido otra cosa. Los Martinez vuelven frustrados, conmocionados, pero con una esperanza porque todo se prepara en Francia, en las m¨¢s altas esferas del Estado, para repatriar a madres e hijos; las madres ser¨¢n juzgadas por tribunales franceses, los ni?os entregados a familias de acogida.
Y entonces se publica un sondeo que revela que esos retornos inquietan a la mayor¨ªa de franceses. El proceso se paraliza de inmediato. Le Drian, el ministro de Exteriores, va a Bagdad con la esperanza de endosar el expediente a Irak, que le responde que ellos no son un ¡°vertedero de yihadistas¡±. Desde 2019 las repatriaciones se hacen, seg¨²n la f¨®rmula oficial, ¡°caso por caso¡±, es decir, arbitrariamente, con cuentagotas y separando a los ni?os de las madres, cosa que no hace ning¨²n otro pa¨ªs. Quedan en el campamento alrededor de 200 ni?os franceses que no han elegido tener padres yihadistas y crecen en la miseria, la violencia y a menudo el culto a un padre al que consideran un m¨¢rtir.
Son espantosamente infelices y, por supuesto, potencialmente peligrosos, lo cual incita a pensar, a una parte de la opini¨®n p¨²blica, que m¨¢s vale dejar que se mueran donde est¨¢n. Cabe pensar lo contrario: que repatriarlos no es solo un deber humanitario, sino una precauci¨®n de seguridad. Es lo que piensan no s¨®lo los abuelos, sino tambi¨¦n decenas de magistrados, de paidopsiquiatras [dedicados a ni?os y adolescentes], de pol¨ªticos que multiplican en vano llamamientos y advertencias. Los responsables a los que abordan miran para otro lado, dicen que no es tan sencillo. Es complicado, por supuesto, nadie dice lo contrario, pero entre hacerse cargo de los ni?os, con todas las dificultades que entra?a, y abandonarlos bajo el sol mort¨ªfero de Rojava, sin otro destino que el de convertirse en bombas humanas, ciegos de odio por el pa¨ªs que los ha abandonado, pienso, como Anne, Pierre y sus amigos, que la primera opci¨®n es mejor que segunda, y aunque yo no me distingo por firmar muchas peticiones, ¨¦sta s¨ª la firmo.
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