Tiempo de camisas de seda muy apretadas
Espa?a estaba de moda y unos a?os despu¨¦s de ser admitida en Europa los espa?oles parec¨ªan ser m¨¢s altos, tener el cuello m¨¢s largo y haber perdido el pelo de las orejas
Con el tiempo a Miguel incluso le parec¨ªan maravillosas aquellas noches de verano en que la brisa del mar tra¨ªa de una fiesta lejana los ecos del pasodoble Y viva Espa?a que cantaba a coro un grupo de turistas alemanes, quienes despu¨¦s de una cena de paella con sangr¨ªa se pon¨ªan a bailar la canci¨®n Los pajaritos de Mar¨ªa Jes¨²s y su acorde¨®n. Con m¨¢s de 100 kilos en canal, rubios y felices, se daban con los codos en las costillas como moviendo las alitas, dispuestos a volar. Espa?a estaba de moda y unos a?os despu¨¦s de ser admitida en Europa los espa?oles parec¨ªan ser m¨¢s altos, tener el cuello m¨¢s largo y haber perdido el pelo de las orejas, pero el gobierno de Felipe Gonz¨¢lez se estaba quedando sin bater¨ªa y la arrancada de la Transici¨®n parec¨ªa estar agotada. El desencanto unido a una c¨®lera difusa acababa de llegar.
Nada de un pa?uelo con cuatro nudos en la cabeza; ahora tocaba ser ricos y guapos. Parte de los socialistas hab¨ªan sido bien recibidos en Marbella por las huestes de Gunilla y de Alfonso de Hohenlohe; sab¨ªan moverse con soltura entre las mesas de Puente Romano y en los pantalanes de puerto Ban¨²s saludando a los amigos en las popas de yates. Miguel Boyer fue el primero en capitanear este desembarco, siempre dos pasos detr¨¢s de Isabel Preysler, como suelen caminar con las manos en los ri?ones los consortes reales.
Un Julio Iglesias torrefacto con el micr¨®fono a un lado de la boca y con una mano planchada sobre el h¨ªgado le balaba Soy un truhan, soy un se?or a un p¨²blico muy contento de estar en este mundo, ellos con camisas de seda muy apretadas a punto de disparar una r¨¢faga de botones; ellas cargando en las espaldas desnudas un sol marbell¨ª de tercer grado. El espect¨¢culo de Marbella consist¨ªa en ver volar en parapente a un cachalote llamado Camilo Jos¨¦ Cela, a quien el premio Nobel le sirvi¨® para enfrentarse a una generaci¨®n de j¨®venes novelistas espa?oles que en los a?os ochenta ocupaban con todo derecho las mesas de novedades en las librer¨ªas y que por primera vez eran aceptados por los lectores en castellano. Tambi¨¦n hab¨ªa triunfado en el extranjero un grupo de pintores, m¨²sicos y cineastas. Era un fruto natural de la libertad conquistada en la calle.
En la memoria de aquellos a?os, al final de la d¨¦cada de los ochenta, Miguel recordaba la imagen del alcalde Tierno Galv¨¢n bailando con una mulata espectacular en una verbena de la Paloma o asomado con una risita de conejo a la pechuga de la actriz Susana Estrada. Ten¨ªa aquel profesor unos ademanes abaciales, el cuello blando, la chaqueta cruzada y parec¨ªa que se dispon¨ªa a impartir siempre una bendici¨®n despu¨¦s de cualquier discurso pol¨ªtico. En su entierro, una carroza tirada por seis caballos con crespones negros atraves¨® el gent¨ªo de un mill¨®n de madrile?os desde el ayuntamiento hasta el cementerio de la Almudena. Miguel recordaba la imagen de unos travestis que se hab¨ªan quedado llorando sentados en el bordillo de una acera de la calle Alcal¨¢ cuando el cortejo f¨²nebre ya hab¨ªa pasado.
?Qu¨¦ fue de aquellos pol¨ªticos que durante un tiempo acapararon todos los titulares de los peri¨®dicos? ?Qui¨¦n se acuerda de ellos? Pasados los a?os Miguel conservaba apenas algunas siluetas de aquellas figuras y cre¨ªa ver a Fraga Iribarne como un toro nacional engallado en medio del ruedo ib¨¦rico, siempre dispuesto a cornear el burladero, ese mismo toro que luego se ver¨ªa en las banderas espa?olas sustituyendo al escudo constitucional. Recordaba a Carrillo con el pitillo en la boca, mordaz e ir¨®nico junto a Pasionaria en las fiestas que el partido comunista celebraba en la Casa de Campo el Primero de Mayo llena de tenderetes donde crepitaban sardinas, chuletas y chorizos a la brasa y entre las decenas de miles de gente se ve¨ªa a viejos braceros del campo, fresadores de la Pegaso llevando de ac¨¢ para all¨¢ tortillas de patatas o removiendo una caldera de chocolate; a obreros muy curtidos soplando matasuegras, tocados con gorros de romer¨ªa, con caretas y narizotas. Y al atardecer cuando el sol se iba por las mansiones de Somosaguas los discursos de Carrillo con tres ecos de meg¨¢fono sonaban con palabras que ya comenzaban a estar gastadas, pero todav¨ªa entrar en la carpa donde se expon¨ªa Dolores Ib¨¢rruri era la mejor distinci¨®n que pudiera so?ar un comunista.
Y entonces vino la guerra del Golfo y despu¨¦s la derecha sin complejos lleg¨® al son de la canci¨®n de la Macarena. Las tiendas de lujo ten¨ªan tres filas de monovol¨²menes aparcados enfrente con un conductor armenio o ucraniano, eran los mismos cochazos que llevaban a sus due?os alternativamente a misa y a matar marranos con solo ponerlos en marcha. Comenzaron las banderitas espa?olas en las pulseras del reloj y en collar de los perros. Bajo el reinado de la Macarena que deb¨ªa dar al cuerpo alegr¨ªa, se impuso llevar el pelo lorailo lailo con caracolillos aceitados en el pescuezo. Miguel ya ten¨ªa una edad que le obligaba a taparse por primera vez la nariz a la hora de votar.
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