Bach se divierte
Kristian Bezuidenhout, excelentemente acompa?ado por cinco instrumentistas de cuerda de primer¨ªsimo nivel, toca obras concertantes y para clave solo del compositor alem¨¢n
En Johann Sebastian Bach conviven simult¨¢nea y alternativamente varios compositores: el profesor, el funcionario, el padre, el cient¨ªfico, el marido, el improvisador, el enciclopedista, el emulador, el inventor, el transcriptor (de obras tanto propias como ajenas) y, por supuesto, el int¨¦rprete. Raras son sus m¨²sicas que nacieron desligadas de una finalidad concreta, no necesariamente p¨²blica, ni forzosamente cremat¨ªstica. Bach puede componer para ense?ar los rudimentos de los instrumentos de teclado a sus propios hijos, para mejorar la destreza de sus alumnos m¨¢s avanzados, para hacer m¨²sica en casa con su mujer, para compendiar y sistematizar los conocimientos adquiridos a lo largo de toda su vida, para absorber y familiarizarse con estilos for¨¢neos, para enfrentarse a retos t¨¦cnicos aparentemente imposibles, para rescatar del silencio a m¨²sicas nacidas en su momento para un d¨ªa y una circunstancia concretos o, simplemente, por qu¨¦ no, para divertirse.
Universo Barroco
Johann Sebastian Bach: Conciertos para clave BWV 1052, 1054 y 1058. Toccata BWV 913. Ciaccona BWV 1004. Kristian Bezuidenhout (clave), Sophie Gent y Cecilia Bernardini (violines), Donata Boecking (viola), Jonathan Manson (violonchelo) y Christine Sticher (contrabajo). Auditorio Nacional, 20 de abril.
Al escuchar tres de sus conciertos para clave, incluidos en el programa que acaba de ofrecer Kristian Bezuidenhout en Madrid, es imposible obviar la sensaci¨®n de que Bach tuvo que disfrutar tanto tocando como componiendo estas obras, que no se publicar¨ªan hasta m¨¢s de un siglo despu¨¦s de su muerte. Como casi siempre cuando hablamos de los intr¨ªngulis de su cat¨¢logo, es imposible hacer afirmaciones tajantes y cuando ha llegado hasta nosotros la misma obra con instrumentos solistas diferentes, a menudo no es f¨¢cil establecer cu¨¢l es la copia y cu¨¢l es el modelo. Dos de los Conciertos escuchados el mi¨¦rcoles en el Auditorio Nacional suelen escucharse interpretados por un viol¨ªn solista en las tonalidades de Mi mayor y La menor; esta vez se tocaron con clave y transportados una segunda descendente, en Re mayor y Sol menor. El tercero en liza, en Re menor, podr¨ªa proceder asimismo ¡ªo no¡ª de un original violin¨ªstico anterior, pero lo cierto es que la escritura para el clave solista es aqu¨ª diferente, m¨¢s elaborada, lo que difumina las fronteras entre original y transcripci¨®n.
El programa se completaba con una de las toccatas para clave, la BWV 913, obras no especialmente frecuentadas, pero que muestran la importancia que tuvo la escuela de organistas del norte de Alemania en el joven Bach, con su idolatrado Dieterich Buxtehude a la cabeza. La alternancia de secciones caracterizadas por un aire improvisatorio y otras dominadas por el contrapunto imitativo buscan un enfoque compositivo complementario, la convivencia perfecta entre libertad y rigor. Bezuidenhout toc¨® otra obra en solitario, una transcripci¨®n de la famosa Ciaccona para viol¨ªn solo realizada en el esp¨ªritu de Bach (como hiciera tambi¨¦n Gustav Leonhardt) por Lars Ulrik Mortensen, que la transporta a La menor. Acostumbrados a escuchar con m¨¢s frecuencia al piano la transcripci¨®n de Brahms (tan solo para la mano izquierda, admirablemente tocada por Daniil Trifonov hace unos meses en la Sala Sinf¨®nica del Auditorio Nacional ) o la mucho m¨¢s libre de Busoni, los nuevos ropajes ideados por el clavecinista dan¨¦s, que se limita a completar las armon¨ªas y a adecuar la escritura a las mayores posibilidades del teclado, parec¨ªan un dechado de contenci¨®n y fidelidad al original.
No es el clave un instrumento que admita una compa?¨ªa muy numerosa si es ¨¦l quien tiene que llevar la voz cantante. El pinzamiento de sus cuerdas produce un sonido tanto leve como ef¨ªmero, por lo que jam¨¢s puede competir con los instrumentos de cuerda en la producci¨®n de notas largas (facil¨ªsimas de generar y mantener con tan solo pasar el arco) o en la gradaci¨®n de din¨¢micas m¨¢s o menos fuertes, que solo pueden simularse en el clave mediante la alternancia de registros de 4, 8 o 16 pies, o el acoplamiento o no de los teclados. Kristian Bezuidenhout se ha rodeado ¨²nicamente de cinco instrumentos de cuerda: no es necesario ni uno m¨¢s para ser fiel a estas composiciones abiertamente intimistas. Contar con Sophie Gent y Cecilia Bernardini para tocar los dos violines es un lujo al alcance de pocos, ya que la australiana y la neerlandesa son dos de las mejores violinistas barrocas actuales, demandad¨ªsimas para tocar tanto en grupos de c¨¢mara como para liderar las secciones de cuerda de los grandes grupos barrocos. Jonathan Manson se halla tambi¨¦n, sin duda ninguna, en lo m¨¢s alto del olimpo de su instrumento, el violonchelo barroco, aunque es asimismo un extraordinario violagambista (como integrante estable del grupo Phantasm, por ejemplo). Contar con ¨¦l en la secci¨®n de continuo es garant¨ªa de que todo ir¨¢ bien y el edificio sonoro contar¨¢ con bases muy firmes, m¨¢s a¨²n cuando se cuenta con un refuerzo como la contrabajista Christine Sticher, l¨ªder de su secci¨®n en la Orchestra of the Age of Enlightenment. La violista alemana Donata Boecking completaba el excepcional quinteto de cuerda.
Bezuidenhout, nacido en Sud¨¢frica, pero criado en Australia y educado en Estados Unidos, toca con id¨¦ntica soltura el clave, el fortepiano (ganar el famoso Concurso de Brujas fue la espoleta de su reconocimiento internacional) y los primeros pianos rom¨¢nticos. En todos ellos deja su impronta, aunque se prodiga especialmente con el fortepiano, como acaba de hacer en un reciente concierto (dos veces aplazado) en la Fundaci¨®n Juan March, en el que rastreaba justamente la influencia de la m¨²sica de Bach en las composiciones de Mozart. En su acercamiento al Barroco, Bezuidenhout se ha mostrado siempre amigo de la objetividad y de dejar que los elementos ret¨®ricos de la propia m¨²sica hablen por s¨ª solos, sin necesidad de reforzarlos artificiosamente. Benjamin Alard, que constituye un buen elemento de comparaci¨®n porque ha sido quien ha interpretado con m¨¢s frecuencia recientemente la m¨²sica para clave de Bach en esta misma Sala de C¨¢mara del Auditorio Nacional, es, por ejemplo, un instrumentista m¨¢s contemplativo y, quiz¨¢, m¨¢s anal¨ªtico. Su colega prima, en cambio, la espontaneidad, la frescura, la fluidez constante del discurso, la fantas¨ªa inagotable de la escritura de Bach. Los dos han tocado, adem¨¢s, en Madrid el mismo instrumento: una copia construida por Andrea Restelli a partir de un original de Christian Vater de 1738, exacto coet¨¢neo, por tanto, del manuscrito aut¨®grafo de siete de sus conciertos para clave, compilado por Bach entre 1737 y 1739.
Ya desde el primer movimiento del Concierto BWV 1058, Bezuidenhout prim¨® los tempi r¨¢pidos, llenos de vida, introduciendo trinos con frecuencia para que las notas largas ganaran en audibilidad (recu¨¦rdese que estamos ante la transcripci¨®n de un posible original violin¨ªstico) y mostr¨¢ndose segur¨ªsimo en los pasajes t¨¦cnicamente m¨¢s exigentes. Pero no solo el clave concentraba las miradas y la atenci¨®n del p¨²blico: ver tocar e interactuar a Sophie Gent y Cecilia Bernardini era otra fiesta paralela, sobre todo por la manera en que la segunda buscaba adecuarse constantemente a los golpes de arco de la primera (sus t¨¦cnicas son muy diferentes), como tambi¨¦n lo era la excepcional traducci¨®n del continuo por parte de Manson y Sticher, rotunda a la par que flexible. Y cuando hubo pasajes al un¨ªsono, como sucedi¨® al comienzo y al final del movimiento lento del Concierto BWV 1058 (entre la mano izquierda del clave y el continuo) o, mejor a¨²n, de todos los instrumentos en el arranque y el cierre del Adagio del Concierto BWV 1052, pudo constatarse sin asomo de duda el perfecto entendimiento entre los seis instrumentistas. Bezuidenhout jam¨¢s ejerci¨® de director y casi, ni siquiera, de solista, sino, como mucho, de primus inter pares.
Tambi¨¦n en las piezas para clave solo dominaron la ausencia total de alambicamiento y de cualquier af¨¢n de lucimiento. Tras la influencia italiana de los Conciertos se dejaron sentir las maneras alemanas septentrionales en la Toccata y, lo que result¨® sumamente curioso, la influencia francesa de la Ciaccona, mucho m¨¢s perceptible en la transcripci¨®n de Lars Ulrik Mortensen que en el original violin¨ªstico, sobre todo en la secci¨®n central en modo mayor. Jugando con el uso de los dos teclados (como en los pasajes arpegiados) y vali¨¦ndose o no del acoplamiento de ambos, Bezuidenhout dibuj¨® la totalidad de la Ciaccona (que aqu¨ª tuvo tambi¨¦n mucho de Chaconne), un total de 257 prodigiosos compases, casi de un solo trazo, como si los ocho primeros compases buscaran incansablemente la meta de los ocho ¨²ltimos, casi id¨¦nticos. Por los instrumentos utilizados, por la manera de tocarlos, por la pureza del concepto interpretativo, lo que son¨® el mi¨¦rcoles en el Auditorio Nacional no pudo diferir mucho de lo que, para su disfrute personal, debi¨® de o¨ªrse en Leipzig cuando Bach y sus m¨²sicos tocaron algunas de estas mismas obras. No hubo propinas, por fortuna, ni se pidieron, pero a la salida era imposible ver un solo rostro que no reflejara satisfacci¨®n ante la autenticidad de lo vivido y escuchado.
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