La ¨²ltima batalla del castillo carlista: la familia que lo ocupa desde hace d¨¦cadas consigue su propiedad
Una mujer y su hijo logran que se les permita habitar legalmente una vieja fortaleza a las afueras de Santander donde residen desde hace d¨¦cadas
Las se?ales de tr¨¢fico dejan claro que esta no es una simple zona residencial con casitas y prados. ¡°Castillo¡±, dicen los r¨®tulos por unas estrechas calles de las afueras de Santander, con el rumor del mar de fondo, guiando a una imponente fortaleza de piedra que ha vivido tiempos mejores. Las hiedras crecen salvajes por sus muros, donde en algunas partes faltan bloques. Un panel informa de que se trata de un fuerte de 1874. Es el castillo de Corbanera y se construy¨® para proteger a la ciudad de posibles ataques durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Por su pasado hist¨®rico y valor arquitect¨®nico, la fortaleza fue declarada Bien de Inter¨¦s Cultural (BIC) en 2012 por el Gobierno de Cantabria.
Pese a que la normativa obliga a las autoridades a velar por la protecci¨®n de los BIC, ninguna instituci¨®n se ha ocupado de su conservaci¨®n desde entonces. La raz¨®n es que hasta ahora no estaba claro a qui¨¦n pertenec¨ªa el monumento. Seg¨²n los archivos locales, la fortificaci¨®n est¨¢ en suelo municipal, pero el Ayuntamiento no ha podido intervenir nunca en la fortaleza porque una familia vive all¨ª desde hace d¨¦cadas. Tanto tiempo lleva morando all¨ª que el pasado 23 de marzo un equipo de investigadores de la Universidad de Cantabria, tras solicitar el Consistorio un informe sobre la propiedad del castillo, dictamin¨® que los herederos de quienes lo habitaron por primera vez son legalmente sus due?os, ampar¨¢ndose en una figura jur¨ªdica llamada usucapi¨®n, que otorga la titularidad de un bien despu¨¦s de poseerlo de manera pac¨ªfica durante m¨¢s de 30 a?os.
Dado que no es suyo, el Ayuntamiento ha pasado la pelota ahora al Gobierno c¨¢ntabro, pues la normativa establece que es la comunidad aut¨®noma la que est¨¢ obligada a ejercer las funciones de protecci¨®n de los BIC de propiedad privada. Adem¨¢s, sus habitantes deben ocuparse de su mantenimiento y abrir sus puertas al p¨²blico ciertos d¨ªas al mes. Pero el port¨®n principal de acceso al fuerte est¨¢ cerrado a cal y canto y nunca se han permitido visitas. Adem¨¢s, el timbre ha dejado de estar operativo para evitar el bombardeo medi¨¢tico que se ha desatado desde que el Consistorio dio a conocer el informe de la Universidad de Cantabria. Los contadores de los suministros de la vivienda est¨¢n instalados fuera para que ning¨²n extra?o tenga que traspasar sus lindes y nadie responde a los golpes en el port¨®n met¨¢lico.
El silencio que emana del castillo contrasta con la locuacidad de sus vecinos. Adriana Cel¨ªs, que tiene como tapia trasera uno de los muros del fuerte, asegura ser pariente lejana de la familia que habita el castillo y cuenta que ¡°hace m¨¢s de 100 a?os¡± que muchos como ellos comenzaron a instalarse en las proximidades y a levantar viviendas, algunas colindantes con la fortaleza. ¡°Ten¨ªamos miedo de que nos lo quitaran por estar pegados¡±, se?ala, agradecida por poder mantenerse all¨ª.
La palabra tab¨² contra la que se sit¨²an los vecinos es ¡°ocupaci¨®n¡±. Reyes Lastra, que descansa en su porche con varias amigas, pide que no se use esa palabra por las connotaciones que tiene. ¡°Es una familia muy maja, est¨¢n all¨ª desde toda la vida¡±, relata. Adem¨¢s, da algunos detalles sobre los habitantes del castillo: se trata de una mujer mayor y su hijo, pintor de profesi¨®n, que residen en la casa de los antiguos guardeses. Asegura que en la construcci¨®n defensiva no hay nada m¨¢s. ¡°Yo entr¨¦ hace un tiempo para coger flores, es un castillo no residencial, simplemente un fuerte¡±, describe, y ense?a v¨ªa Google Maps la distribuci¨®n de la construcci¨®n.
Un vistazo a¨¦reo a las casas de la zona da una idea de la falta de planificaci¨®n con que se fueron edificando las viviendas de la zona, sin m¨¢s criterio que ir ocupando los verdes terrenos pr¨®ximos al Cant¨¢brico. El barrio es tranquilo y solo altera la calma el intenso debate del S¨¢lvame que sale del sal¨®n de Manolo Caro, que ha dejado unos garbanzos en unos platos para los gatos callejeros. ¡°Llevo 74 a?os aqu¨ª y esta familia nunca ha dado problemas¡±, recalca el vecino, aunque admite que haya debate sobre su ocupaci¨®n. ¡°Entiendo que quieran darle uso p¨²blico, pero tambi¨¦n que ellos sean due?os si llevan tantos a?os dentro¡±, reflexiona Caro, mientras recomienda rodear la fortificaci¨®n con cuidado por las ovejas que pacen alrededor, ajenas al debate: ¡°Cuidado, que amochan¡±.
Alguna de ellas amaga con embestir mientras los forasteros se acercan a mirar los muros, pero pronto se aburre y vuelve a su vida contemplativa. Fuera de esos pastos, una parada de autob¨²s llamada ¡°Castillo¡± recuerda la naturalidad con la que se asume en el barrio el hecho de que una familia habite en un castillo carlista. La ¨²nica persona que no quiere dar su nombre al periodista es una mujer que vive justo pegada al monumento y que cuida de unas gallinas y un huerto anejo. ¡°?Es gente normal y corriente!¡±, exclama para reivindicar a los moradores del fuerte, con los que dice mantener buena relaci¨®n. Tambi¨¦n le duele, confiesa antes de volver a sus quehaceres, adem¨¢s de las duras cr¨ªticas en redes sociales o medios de comunicaci¨®n contra esa madre y ese hijo que viven en Corbanera desde que tiene memoria, que haya quienes piensen que ella es la inquilina ilegal. La amable se?ora, cansada de las c¨¢maras que merodean por el lugar y filman su casa, ejemplifica su precisi¨®n: ¡°Como dec¨ªan Epi y Blas, estoy fuera y no dentro¡±.
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