Otra forma de desembarcar en Normand¨ªa
Cualquiera puede contar su vida a trav¨¦s de los coches que ha tenido y de los lugares a donde le han llevado
Nunca se sinti¨® tan desorientado con las manos en el volante como en aquel infausto d¨ªa de febrero de 1981, cuando hacia las siete de la tarde, camino de Valencia, Miguel puso la radio del flamante volvo reci¨¦n estrenado para o¨ªr el chismorreo de alguna tertulia y se encontr¨® con que en su lugar sonaba una marcha militar. Encima se trataba de un toque de diana. ?C¨®mo es posible que toquen diana, cara a la noche, ¡ªpens¨®¡ª si en el cuartel se utiliza para despertar a la tropa? Sin saber lo que hab¨ªa sucedido en el Congreso de los Diputados, en Madrid, cambi¨® de emisora y en ese momento la voz enf¨¢tica de un locutor estaba leyendo el bando de Milans del Bosch, Capit¨¢n General de la Tercera Regi¨®n Militar, en el que se dispon¨ªa:
Art¨ªculo 5: Quedan prohibidas todas las actividades p¨²blicas y privadas de todos los partidos pol¨ªticos, prohibi¨¦ndose igualmente las reuniones superiores a cuatro personas, as¨ª como la utilizaci¨®n por los mismos de cualquier medio de comunicaci¨®n social.
Art¨ªculo 6: Se establece el toque de queda desde las 21 a las 7 horas, pudiendo circular ¨²nicamente dos personas como m¨¢ximo durante el citado plazo de tiempo por la v¨ªa p¨²blica y pernoctando todos los grupos familiares en sus respectivos domicilios.
Art¨ªculo 7: Solo podr¨¢n circular los veh¨ªculos y transportes p¨²blicos, as¨ª como los particulares debidamente autorizados. Permanecer¨¢n abiertas ¨²nicamente las estaciones de servicio y suministro de carburantes que diariamente se se?alen.
Mucho tiempo despu¨¦s, en cualquier tertulia, siempre hab¨ªa una pregunta obligada. ?Qu¨¦ hac¨ªas la tarde del 23-F cuando el golpe de Estado? Miguel contaba que se dirig¨ªa a un pueblo del Mediterr¨¢neo donde al d¨ªa siguiente iba a enterrar a un amigo, que hab¨ªa muerto por fumar demasiado. En mitad del camino hab¨ªa o¨ªdo el bando de guerra del general Milans del Bosch sin saber que el Gobierno de la naci¨®n permanec¨ªa secuestrado en el Congreso por el teniente coronel Tejero, y al llegar a Valencia se encontr¨® con la ciudad completamente vac¨ªa bajo un silencio opaco. Ya eran m¨¢s de la nueve de la noche, de modo que estaba quebrantando el toque de queda. Si le hubieran disparado, no habr¨ªa pasado nada, de modo que se hallaba a merced del capricho de cualquier francotirador como si fuera una perdiz roja.
Al volante del Volvo color antracita que hab¨ªa estrenado en ese viaje, Miguel se adentr¨® en el laberinto de calles desiertas. Ten¨ªa que atravesar la ciudad para buscar una salida y, de pronto, le sorprendi¨® un estruendo que parec¨ªa salir del fondo de la tierra. En una bocacalle de la Gran V¨ªa tuvo que detenerse porque en ese momento pasaban varios carros de combate. En la radio del Volvo sonaba la marcha militar Los Voluntarios y pese al p¨¢nico que lo envolv¨ªa, Miguel record¨® que aquella m¨²sica era la que cerraba, cuando era ni?o, el final de la pel¨ªcula El Alc¨¢zar no se rinde con todos los espectadores saludando brazo en alto la imagen del caudillo que llenaba la pantalla. Ahora dentro del coche parec¨ªa que el tiempo se hubiera fundido. ?Era otra guerra o era la misma guerra que su familia le contaba junto a la chimenea cuando era un ni?o?
Ignoraba que el golpe de Estado del teniente coronel Tejero en Madrid estaba en v¨ªas de fracasar, pero en Valencia el golpe hab¨ªa triunfado y Miguel se consideraba una hormiga perpleja, en medio del silencio de la ciudad partida por la oruga de los tanques. Ahora ve¨ªa lo que era un tanque de verdad que pasaba ante sus ojos con la cola hirsuta como un alacr¨¢n de hierro.
Cualquiera puede contar su vida a trav¨¦s de los coches que ha tenido y de los lugares a donde le han llevado. Aquel Volvo estar¨ªa para siempre unido a la memoria de un golpe de Estado que pudo torcer en negro el destino de su vida. Pese a todo, ese coche le acompa?¨® durante los a?os dorados en los que el pa¨ªs cambi¨® de pelaje. La d¨¦cada de los ochenta fue nuestro Mayo Franc¨¦s, que en lugar de constituir una llamarada que se quem¨® a s¨ª misma en una semana, se hab¨ªa extendido durante varios a?os en los que Espa?a dej¨® atr¨¢s la caspa ib¨¦rica y se convirti¨® en una sociedad moderna.
En ese coche Miguel cruz¨® toda Francia, desde la puerta de La Californie en la Costa Azul donde hab¨ªa vivido Picasso hasta Aix-en-Provence y all¨ª atraves¨® el monte Victoria que si hubiera entrado en un cuadro de Cezanne; lleg¨® hasta los territorios de Gustave Flaubert en Ruan y en sus calles, en torno a la catedral que pint¨® Monet, todas las se?oras con el bolso de la compra en la mano le parec¨ªan Madame Bovary; sigui¨® el viaje hasta Cabourg, se hosped¨® en el Gran Hotel en busca de la desaparecida Albertine de Marcel Proust; luego lleg¨® con Erik Satie a Deauville y Honfleur y, finalmente, Miguel con este bagaje a cuestas como ¨²nico armamento realiz¨® a bordo del Volvo su propio desembarco en la playa de Omaha de Normand¨ªa y, para celebrar su triunfo sobre la vieja caspa, se tom¨® un calvados fabricado con manzanas benedictinas.
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