Un micr¨®fono, una carta y un monumento para educar sobre la Guerra Civil
Los historiadores Antonio Cazorla y Adrian Shubert recopilan relatos perdidos del conflicto en el libro ¡®La Guerra Civil espa?ola en 100 objetos, im¨¢genes y lugares¡¯
En julio de 1937, con Espa?a sumida en el horror de la Guerra Civil, lleg¨® al despacho del general Francisco Franco una peculiar misiva. La remitente era una mujer de A Coru?a que, cansada del maltrato y abandono que ella y sus hijos sufr¨ªan en casa, acus¨® a su marido de ser comunista y rog¨® al futuro dictador que lo mandase a combatir al frente. Se sabe que, como m¨ªnimo, al hombre le obligaron a hacerse cargo debidamente de su familia. Franco y su esposa, Carmen Polo, recibieron numerosas cartas como esta de mujeres que, mostrando sumisi¨®n a los principios del alzamiento, ped¨ªan ayudas y clemencia para sus seres queridos en apuros. Incluso la hija de ambos, Carmen Franco, recibi¨® escritos de otros ni?os con ruegos para que los hiciera llegar a o¨ªdos de su padre.
Estas son algunas de las muchas historias recogidas en el ensayo La Guerra Civil espa?ola en 100 objetos, im¨¢genes y lugares (Galaxia Gutenberg), que detalla un centenar de experiencias de ciudadanos que vivieron aquella ¨¦poca oscura partiendo de objetos, im¨¢genes o lugares relacionados con esas historias. Sus autores son Antonio Cazorla (Almer¨ªa, 59 a?os), catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de Europa en la Universidad de Trent (Canad¨¢), y Adrian Shubert (M¨¢nchester, Reino Unido, 68 a?os), hispanista y catedr¨¢tico de Historia en la Universidad de York, asistidos en su investigaci¨®n por nueve expertos, entre los que se cuentan arque¨®logos, profesores, archiveros y periodistas.
El proyecto surgi¨® en la universidad, cuenta Shubert: ¡°Hace varios a?os estaba buscando un nuevo trabajo para que hicieran mis estudiantes en la asignatura de la Guerra Civil. Inspirado en un libro de Neil MacGregor, exdirector del British Museum y la National Gallery de Londres, les encargu¨¦ encontrar un objeto y descubrir qu¨¦ importancia ten¨ªa para entender el conflicto. En los resultados, como siempre, hab¨ªa de todo¡±, explica el hispanista.
Con esa misma idea, Shubert y Cazorla pusieron en marcha despu¨¦s una investigaci¨®n profesional para la que reclutaron a nueve expertos. Seg¨²n Cazorla, lo m¨¢s dif¨ªcil fue encontrar las im¨¢genes de los elementos en cuesti¨®n, ya que por medio hab¨ªa ¡°cuestiones de derechos¡±. Por encima de todo, ambos autores coinciden en la importancia de un concepto que denominan ¡°historia p¨²blica¡± y que constituye la base de su obra. ¡°Que la historia se haga para el p¨²blico en general. Que sea de calidad y est¨¦ contada por buenos profesionales, pero de manera asequible¡±, resume Cazorla.
Cazorla destaca una de las historias recogidas en el libro. Junto a la ermita del monte Calvario de Cartagena hay una enorme cruz en recuerdo al hundimiento de un barco sin especificar. El naufragio en cuesti¨®n no es otro que el del buque Castillo de Olite, cuya destrucci¨®n bajo fuego de artiller¨ªa a la entrada del puerto de la ciudad se sald¨® en marzo de 1939 con 1.476 v¨ªctimas mortales (36 menos que en el Titanic). La cruz, construida en 1957 en una zona que fue convertida en cantera y que oblig¨® a reubicarla en 2001 en el monte Calvario, no es la primera erigida en recuerdo a los fallecidos, pues se construy¨® otra en 1954 frente a la bah¨ªa en la que se encuentra la isla de las Escombreras. Ese monumento original ya no existe. La cat¨¢strofe naval, fruto de un error de comunicaci¨®n causado por la radio estropeada del desafortunado nav¨ªo, que no pudo ser alertado de que Cartagena segu¨ªa bajo control enemigo, es para Cazorla una muestra del olvido en el que caen algunas historias trascendentales que afectaron directamente a las vidas de miles de espa?oles. ¡°Los restos del barco fueron recuperados por una empresa chatarrera y luego se construy¨® el muelle de la Curra encima. Ah¨ª hay una gran fosa com¨²n de marineros¡±, se?ala el historiador.
Hablar de sucesos poco conocidos de la Guerra Civil conduce inevitablemente a otro concepto clave: memoria hist¨®rica. En este sentido, Shubert destaca lo mucho que han aportado las pol¨ªticas de exhumaciones y reconocimientos de los ¨²ltimos 20 a?os, que considera ¡°cruciales¡±. Ambos autores tambi¨¦n est¨¢n de acuerdo, sin embargo, en que hablar de memoria hist¨®rica implica limitaciones. ¡°Para amplios sectores de la poblaci¨®n espa?ola es un t¨¦rmino que provoca rechazo. Hay quien lo percibe como la representaci¨®n de una visi¨®n sesgada de la historia que no tiene en cuenta la sensibilidad y experiencias de una parte importante de la sociedad¡±, explica Cazorla. Adem¨¢s, sostiene que el uso extendido de la expresi¨®n ¡°ha llegado a ser contraproducente¡± en el esfuerzo por ¡°sumar a m¨¢s sectores¡± en el inter¨¦s por la reconciliaci¨®n con la historia. Por su parte, Shubert insiste: ¡°Hay que educar sobre lo que pas¨®. Si se hace de una manera objetiva, que no equidistante, una sociedad madura puede enfrentarse a su pasado¡±.
Shubert destaca dos historias entre todas las que contiene el libro. La primera est¨¢ asociada al micr¨®fono de Uni¨®n Radio Sevilla con el que el general Gonzalo Queipo de Llano traslad¨® sus contundentes mensajes y amenazas en pro del alzamiento. Del objeto admira Shubert su bonito dise?o, representativo de la ¨¦poca, pero lo que de verdad le atrae es el relato de terror militar bajo la comandancia del golpista. Tampoco pasa por alto el valor simb¨®lico del micr¨®fono (y por ende, de la radio) como herramienta esencial de una guerra en el contexto de la comunicaci¨®n de masas.
Por otro lado, aparece la historia de un diploma de servicio en la Brigada Irlandesa. Este documento, firmado por Franco y por el brigadier Eoin O¡¯Duffy, daba fe de que un tal James Roche luch¨® en la denominada ¡°Cruzada en Espa?a¡±. Para Shubert, el valor del objeto est¨¢ en que cuenta una parte ¡°de la dimensi¨®n internacional del conflicto¡±. Concretamente, da a conocer la particular posici¨®n de Irlanda, ya que, aunque oficialmente hab¨ªa declarado su neutralidad, aproximadamente 700 irlandeses viajaron a Espa?a para luchar en el bando sublevado. La explicaci¨®n est¨¢ en la profunda convicci¨®n cat¨®lica del reci¨¦n independizado pa¨ªs en los a?os 30, que percib¨ªa el conflicto como una lucha por la supervivencia de su fe frente al bolchevismo.
Si hay algo que echan verdaderamente en falta Cazorla y Shubert en el panorama de la historia espa?ola es la existencia de un museo nacional de la Guerra Civil. ¡°Algunos piensan que eso ser¨ªa remover el fango, pero no ser¨ªa el caso si estuviera a cargo de profesionales. No ser¨ªa una exposici¨®n militante¡±, sentencian. Por ello han decidido poner en marcha otro proyecto: un museo virtual biling¨¹e que contar¨¢ en un inicio con 130 objetos relacionados con la Guerra Civil. ¡°Si el Estado ha fallado en esto, lo montamos nosotros¡±, resume Cazorla. La apertura de este espacio digital est¨¢ programada para el 15 de septiembre. Mientras tanto, 100 historias esperan al lector en el libro.
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