La fiebre del oro de los juicios por plagio
Las escaramuzas de Ed Sheeran ser¨¢n ¡®peccata minuta¡¯ ante la batalla que viene por los ritmos del reguet¨®n
Son las paradojas del presente. Quiz¨¢s estos a?os, por la hegemon¨ªa de los gigantes tecnol¨®gicos, no sean el mejor momento para que los artistas aspiren a lograr una compensaci¨®n adecuada por sus esfuerzos. Sin embargo, s¨ª resulta una coyuntura espl¨¦ndida para los abogados expertos en derechos de autor, con sus cohortes de music¨®logos especializados en detectar (o negar) similitudes. Estamos viendo una oleada de demandas por plagio, con resultados aparentemente contradictorios: los herederos del soulman Marvin Gaye ganaron 5,3 millones de d¨®lares al conseguir que se considerara que Blurred lines, de Robin Thicke y Pharrell Williams, fuera considerada una derivaci¨®n de Got to give it up, un tema del difunto Gaye. Sin embargo, se han estrellado en su pretensi¨®n de obligar a que Ed Sheeran reconociera la deuda de su Thinking out loud con uno de los m¨¢ximos ¨¦xitos de Marvin, el l¨²brico Let¡¯s get it on.
Estamos ante una nueva era de los litigios por plagios. La actual ubicuidad de sitios como YouTube o Spotify facilita saltar el primer obst¨¢culo: demostrar que el acusado pudo haber conocido la canci¨®n copiada. En realidad, no poseemos datos exactos sobre las hostilidades en este frente: buena parte de los conflictos no llegan a los tribunales. Recuerden la trayectoria del grupo Oasis, cuyo compositor principal, Noel Gallagher, no ten¨ªa inconveniente en reconocer sus pillajes: hay m¨¢s de treinta ¡°pr¨¦stamos¡± localizados en la discograf¨ªa del grupo de M¨¢nchester, que en los casos m¨¢s evidentes se resolv¨ªan con acuerdos extrajudiciales (y el a?adido en cr¨¦ditos del nombre del plagiado al de Gallagher).
Lo que s¨ª se han multiplicado son las precauciones de los artistas que, por su alta visibilidad, pueden ser encausados y terminar en la picota antes de que haya una sentencia. Digamos que ahora prima el Modelo Paul McCartney m¨¢s que el Modelo George Harrison. Cuando McCartney esboz¨® el armaz¨®n mel¨®dico de lo que ser¨ªa la balada Yesterday, que supuestamente le lleg¨® en un sue?o all¨¢ por 1964, pas¨® las semanas siguientes preguntando a veteranos del negocio musical si aquello les sonaba a alguna canci¨®n preexistente. George Harrison fue uno de los compa?eros que se quejaron de la turra que daba Paul con lo que entonces se titulaba Scrambled Eggs (Huevos revueltos, para reconocer la inspiraci¨®n matutina).
Harrison no aprendi¨® la lecci¨®n. Cuando grab¨® su sublime My Sweet Lord, en 1970, no observ¨® las semejanzas con He¡¯s so fine, de The Chiffons, grupo femenino del Bronx que alcanz¨® el n? 1 en Estados Unidos en 1963. Asombra que ni el coproductor, Phil Spector, ni los m¨²sicos estadounidenses presentes le advirtieran. Parece que nadie se atrevi¨® a desinflar el ego de un beatle; hubo cr¨ªticos que comentaron All things must pass, el ¨¢lbum que conten¨ªa la canci¨®n, y s¨ª se?alaron el parecido. Pero Harrison no movi¨® ficha. Edit¨® el tema como single y, aparte de ser sometido a un prolongado calvario procesal, lo pag¨® muy caro. El ¨²nico consuelo fue que el juez neoyorquino que le conden¨® sugiri¨® que el plagio pudo ser subconsciente. Con su t¨ªpica crueldad, John Lennon se burlar¨ªa de esa excusa: ¡°George tal vez pens¨® que Dios le sacar¨ªa del aprieto¡±.
Conscientes o inconscientes, las apropiaciones son parte de la caja de herramientas de cualquier compositor (y eso incluye a los autores cl¨¢sicos). ?Problemas? El publishing de las canciones sol¨ªa ser un negocio de caballeros ¡ªno hab¨ªa muchas mujeres, lo siento¡ª donde las disputas se resolv¨ªan amistosamente, dado que los pleitos resultaban costosos y tra¨ªan mala publicidad para ambas partes. Todo eso ha cambiado con la era del clickbait, donde la palabra ¡°plagio¡± funciona como un im¨¢n. Adem¨¢s, tras insistentes campa?as de lobby, el concepto de propiedad intelectual se est¨¢ ampliando en tiempo y, atenci¨®n, en territorio.
La pr¨®xima gran batalla nada tiene que ver con las creaciones de Ed Sheeran o similares estrellas. Ahora se trata de reivindicar los patrones r¨ªtmicos, anteriormente no protegidos. Especificando, se busca el reconocimiento del ritmo de Fish Market, un instrumental que apareci¨® hacia 1990 en la cara B de un vinilo de Steely & Clevie, productores jamaicanos. Se populariz¨® con la aportaci¨®n vocal de Shabba Ranks como Dem bow, tema luego versionado por el artista paname?o El General.
Hasta entonces, aquello era otro fen¨®meno m¨¢s del dancehall jamaicano, m¨²sica digital con letras un tanto impenetrables (Shabba Ranks fue vetado internacionalmente tras saberse que recomendaba el asesinato de los homosexuales). Pero el ritmo dembow se universaliz¨® como piedra fundamental del reguet¨®n. Ahora, Steely & Clevie Productions denuncian el uso indebido de su hallazgo en m¨¢s de 50 canciones, incluyendo Gasolina (Daddy Yankee) y Despacito (Luis Fonsi). Si finalmente se determinara que se trata de un robo, la indemnizaci¨®n ser¨ªa estratosf¨¦rica.
Si va adelante, los demandantes exigir¨¢n que el asunto sea resuelto por un jurado. Muy posiblemente jueguen la carta racial: los creadores jamaicanos tienden a ser muy negros y sus disc¨ªpulos puertorrique?os son blancos o mestizos. No estamos ante una casualidad, la cuesti¨®n va m¨¢s all¨¢ de lo identitario: los artistas y productores de Jamaica son ciertamente pobres en comparaci¨®n con las figuras del reguet¨®n, con sus ingresos millonarios por regal¨ªas, giras y patrocinios.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.