No es necesario escribir para ser escritor
Cada historia particular, por muy vulgar y anodina que sea, est¨¢ formada con un mill¨®n de nudos a merced del azar
La vida, como el viol¨ªn, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una mara?a de sue?os y pasiones, que el tiempo macera a medias con el azar. Despu¨¦s de rascar y rascar con el arco las cuatro cuerdas de este viol¨ªn, algunos escritores extraen grandes melod¨ªas en forma de novelas y relatos llenos de personajes que proceden de su imaginaci¨®n. Por mi parte, no llego a tanto. A m¨ª solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, gente que he conocido, sucesos que he presenciado, pero sin duda a la hora de escribir lo m¨¢s inquietante es lo que uno tiene sumergido en la memoria, tal vez en el inconsciente bajo la tapa de la quesera, y de pronto aparece en la p¨¢gina en blanco como ese insecto deslumbrado en la oscuridad de la noche que uno descubre aplastado en el parabrisas al final del viaje.
Un d¨ªa, el escritor Bioy Casares, durante las dos horas que estuve con ¨¦l tomando un t¨¦ en su casa de la Recoleta, en Buenos Aires, me pidi¨® que no le hablara de literatura. Solo estaba dispuesto a conversar sobre perros, coches, m¨²sica, mujeres, deportes, viajes. As¨ª lo hice. De hecho, a trav¨¦s de los perros que hab¨ªa tenido, de los coches que hab¨ªa conducido, de los viajes que hab¨ªa realizado, de las partidas de tenis que hab¨ªa jugado, de las mujeres que hab¨ªa amado o seducido, supe m¨¢s de su vida que de sus libros que hab¨ªa le¨ªdo. Al final me di cuenta de que, en realidad, no hab¨ªamos hablado m¨¢s que de literatura trasformada en la salsa concreta de la vida. Cada historia particular est¨¢ formada con un mill¨®n de nudos a merced del azar. Por muy vulgar y anodina que sea esa historia, cada nudo constituye una gran encrucijada. Olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y all¨ª te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino.
Sucede a menudo que hay escritores que ya lo son sin haber escrito un solo libro. La primera vez que sent¨ª que un d¨ªa este ser¨ªa mi oficio fue debido al olor a salitre y calafate que desped¨ªa una barca varada en la playa donde mis padres veraneaban. Era una barca humilde de pescadores. Tumbado en la arena a su sombra, con toda la luz del mediod¨ªa reverberando en mis p¨¢rpados cerrados, imaginaba que yo era capit¨¢n e iba en ella rumbo a la isla del tesoro. Acababa de leer la novela con 15 a?os, pero en ese momento para m¨ª significaba lo mismo leerla que escribirla. Otras veces era el silbido del tren que cruzaba la oscuridad de la noche; siempre lo o¨ªa desde la cama cuando estaba a punto de vencerme el sue?o. Pensaba que alg¨²n d¨ªa ese tren me llevar¨ªa muy lejos hacia pa¨ªses ex¨®ticos donde habr¨ªa tigres y elefantes, papagayos, misioneros, cazadores, aventureros e ind¨ªgenas en taparrabos cantando en torno a una hoguera. Bastaba con un cuaderno y un l¨¢piz para ser escritor, porque la historia ya estaba escrita al despertar por la ma?ana al final del sue?o. Las barcas, los trenes, la pantalla llena de h¨¦roes a caballo que ve¨ªa en el cine Rialto del pueblo, no eran sino formas de escapar, de realizar un largo viaje fuera de mi cabeza. Los ni?os y adolescentes que sue?an con escribir tienen el alma dividida, una que huye y otra se queda en casa y sin salir de su habitaci¨®n tumbado en la cama crea un mundo imaginario.
El primer recuerdo de mi vida es con dos a?os. Una carreta llena de enseres dom¨¦sticos, sillas, colchones, palancanas, s¨¢banas y mantas tirada por la yegua Maravilla, trasladaba a mi familia a Villarreal para alejarnos del frente de la guerra. Yo iba sentado dentro del capazo y me ve¨ªa rodeado por todas partes de una textura trenzada de esparto que brillaba al sol. Arriba estaba el cielo azul sin poder escapar salvo con la mirada. Despu¨¦s de tantos a?os de escribir lo que he visto, o¨ªdo y so?ado, ahora siento que estoy dentro del mismo capazo, solo que los mimbres ya no son de esparto, sino de ondas electromagn¨¦ticas que a trav¨¦s de las redes sociales me tienen rodeado.
Durante una temporada he escrito a modo de autobiograf¨ªa todo lo que recordaba de mi vida, desde aquel tiovivo en el que yo a los cinco a?os me qued¨¦ solo dando vueltas y vueltas, montado en un caballo blanco de crines doradas que sub¨ªa y bajaba. Los titiriteros estaban cerrando ya los barracones y tinglados de la feria. Por un favor especial ante mis s¨²plicas, el due?o del tiovivo me dej¨® dar unas vueltas de m¨¢s hasta que acabara la canci¨®n que sonaba todav¨ªa a trav¨¦s de un altavoz gangoso. La brisa helada de un anochecer de enero se llevaba los papeles. La noria estaba parada. Ol¨ªa a guiso de coliflor. Con aquellas vueltas que el feriante me concedi¨® de regalo he dado la vuelta al mundo y he llegado al final del viaje.
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