Lo que desvelan las 59 cartas de amor de Mario Levrero a su princesa
Se publica un volumen epistolar in¨¦dito del genio uruguayo, ¡®Cartas a la princesa¡¯, testimonio de una inigualable historia de amor
Entre 1987 y 1989, Mario Levrero, el genio maldito de la literatura uruguaya, le escribi¨® una carta pr¨¢cticamente cada dos d¨ªas a Alicia Hoppe, la que acabar¨ªa siendo su mujer y su doctora. Hasta entonces, Hoppe hab¨ªa sido la pareja de Juan Jos¨¦ Fern¨¢ndez, un amigo de infancia del escritor. De hecho, el volantazo en su relaci¨®n, puramente protocolaria al principio, luego pasional y dependiente, aparece en la enfebrecidamente novel¨ªstica correspondencia in¨¦dita que acaba de publicarse, Cartas a la princesa (Penguin Random House). Un artefacto de alto voltaje literario, psicoanal¨ªtico, experimental, en el que el estilo del escritor que amaba a Franz Kafka y anotaba sue?os empieza a brillar con la intensidad con la que brillar¨¢, al final, en su obra magna, esa casa que construy¨® para contenerse a s¨ª mismo: La novela luminosa.
Cartas a la princesa podr¨ªa considerarse ¡°el eslab¨®n perdido entre Diario de un canalla ¡ªel primer libro de Levrero, que rompe con la ficci¨®n y empieza a buscarse a s¨ª mismo¡ª y El discurso vac¨ªo¡±, seg¨²n el cr¨ªtico Ignacio Echevarr¨ªa, responsable de la edici¨®n de estas cartas, que le colocaron en el camino hacia La novela luminosa. El pr¨®logo de ese libro supera con creces, triplica, de hecho, a la novela en cuesti¨®n, y es un proleg¨®meno en forma de diario apasionantemente rid¨ªculo: el diario de la lucha de un escritor por no sucumbir a sus absurdos vicios, y escribir, una lucha en la que solo se fracasa, cada vez, mejor. ¡°Anticipa esta especie de escritura que no es ficci¨®n ni tampoco es autoficci¨®n, abre un mundo que le asegura un lugar ¨²nico, utiliza la escritura como herramienta de conexi¨®n consigo mismo¡±, dice Echevarr¨ªa.
Hace diez a?os, Echevarr¨ªa recibi¨® de las manos de Hoppe, la exmujer del escritor, y albacea literaria, un paquete con las 59 cartas aqu¨ª reunidas, y algunas m¨¢s. Al instante supo que deb¨ªan formar parte de su obra. Pero, ?c¨®mo: como correspondencia, incluyendo las respuestas de Hoppe; o como obra sin m¨¢s, atendiendo a la construcci¨®n del personaje que en ellas se da? Al final, se decant¨® por esto ¨²ltimo, porque, como pieza casi arqueol¨®gica de una literatura honesta y feroz, vio en esas cartas, como la propia Alicia le hab¨ªa anticipado, esa ¡°b¨²squeda de su alma¡± que Levrero (Montevideo, 1940- 2004) hab¨ªa empezado, t¨ªmida y a¨²n torpemente en Diario de un canalla, y que aqu¨ª se expand¨ªa hasta alcanzar una cima que continuar¨ªa explorando hasta el ¨²ltimo de sus d¨ªas. ¡°Levrero es el escritor m¨¢s kafkiano que ha existido desde Kafka¡±, apunta el aqu¨ª editor.
Levrero profes¨® por el autor de El castillo una grand¨ªsima admiraci¨®n. Le imit¨®, sin complejos, dice Echevarr¨ªa, en sus primeras tres novelas, antes de que se produjera el giro hacia ese otro tipo de levrerismo, el confesional y diar¨ªstico, en el que, admiradoras de su obra como la escritora Sara Mesa, no pueden evitar ver tambi¨¦n lo alargado de la sombra del escritor checo. ¡°Creo que ¨¦l es muy Kafka todo el tiempo. En su primera etapa lo es expl¨ªcitamente, y m¨¢s adelante lo es en esp¨ªritu. La parte m¨¢s m¨ªstica, m¨¢s espiritual que tiene Levrero, tiene mucho que ver con Kafka¡±, dice. ¡°Recuerdo que, adem¨¢s de a Kafka, veneraba a Faulkner¡±, dice Alicia Hoppe, en el d¨ªa en que, para ella, se cierra eso que se abri¨® hace diez a?os cuando le entreg¨® las cartas a Echevarr¨ªa, un viaje hacia s¨ª misma tambi¨¦n, o hacia la parte de s¨ª misma que form¨® parte de ese universo en marcha.
¡°No siento pudor por la persona que aparece en esas cartas, no me siento expuesta, porque, de alguna forma, es otra. Yo estoy del otro lado. Esa que se ve ah¨ª es solo la Alicia que ¨¦l ve¨ªa, la que utiliz¨® para construirse, o para buscarse¡±, apunta Hoppe, que revela que ley¨® las cartas con emoci¨®n, reencontr¨¢ndose con una ¨¦poca ¡°muy bonita¡±, la del nacimiento del ¡°encantamiento¡± que se dio entre los dos, y que fue derivando en algo, hasta cierto punto, monstruoso. ¡°Levrero requer¨ªa de una atenci¨®n extrema. Era como un ni?o. Nunca ten¨ªa suficiente¡±, dice. En el tiempo en el que se escribieron esas cartas, ¡°me llamaba cada noche, siempre a las 23 horas, y habl¨¢bamos durante al menos media hora¡±. ¡°Yo no era su musa, yo era la pared, el dique que lo conten¨ªa. El mundo real¡±, se?ala. El espejo en el que intentaba fijar la realidad que le rodeaba.
Hoppe era testigo de c¨®mo se buscaba a s¨ª mismo desde que se despertaba. ¡°Lo primero que hac¨ªa al levantarse, siempre tard¨ªsimo, hacia mediod¨ªa, era tomar un caf¨¦ mientras anotaba los sue?os de esa noche¡±. ¡°Era su primer contacto consigo mismo¡±, desvela. Hoppe, y Echevarr¨ªa, relacionan su aterrizaje en el mundo real ¡ªa los 44 a?os, con un primer empleo importante, en una publicaci¨®n de Buenos Aires, en 1984, y el abandono de la casa de sus padres, y Montevideo¡ª con la sensaci¨®n, casi instant¨¢nea, de la p¨¦rdida de su alma. ¡°Al principio le divirti¨® tener su propia casa, y su despacho, pero al cabo de un tiempo, se sinti¨® perdido, y empez¨® a buscarse¡±, apunta Echevarr¨ªa. ¡°Nunca pens¨® en s¨ª mismo como un escritor¡±, a?ade Hoppe. No se adjudic¨® esa condici¨®n, pues era ¡°por completo al¨¦rgico a ella¡±, al¨¦rgico a la pose, y a su peso.
¡°Siempre le repugn¨®, y en parte por eso es un escritor de culto. No quiso tener carrera, pero tampoco pod¨ªa tenerla. Es muy dif¨ªcil irradiar una posici¨®n importante como escritor cuando provienes de un pa¨ªs peque?o¡±, considera Echevarr¨ªa. Mario Levrero, o Jorge Mario Varlotta Levrero ¡ªsu nombre completo¡ª sigue, sin embargo, muy vivo en Uruguay. Gabriela Escobar (Montevideo, 34 a?os), Premio Onetti en 2021, dice que lo descubri¨® con ¡°sorpresa y alivio¡± y que se le hizo ¡°obvio, aunque antes no lo supiera, que alguien as¨ª ten¨ªa que haber salido de Montevideo, una ciudad llena de libros usados, de muchos tesoros. En mi cabeza, Levrero est¨¢ vinculado a eso¡±. Y s¨ª, ¡°sigue vivo mucho m¨¢s all¨¢ de los libros, a la manera de alguien que pudo percibir el espacio entre mundos¡±, dice tambi¨¦n. Y sin embargo, su literatura a¨²n no tiene hijos.
Relanzamiento de su obra
Se republican sus cuentos completos, El discurso vac¨ªo, La novela luminosa y las novelas, kafkianas, de la Trilog¨ªa involuntaria. ¡°Su producci¨®n es inacabable y est¨¢ bastante repartida, pero nuestra intenci¨®n es la de centralizarla, y recuperarla¡±, explica su editora en Espa?a, Roberta Gerhard. A lo que Hoppe ¡ªa quien, por cierto, apel¨® Princesa, en may¨²sculas, por su obsesi¨®n con El Principito, pero tambi¨¦n por devolver al sapo, ¨¦l, su aspecto humano¡ª, a?ade que a¨²n hay ¡°mucho¡± material in¨¦dito por llegar. Empezando por los sue?os ¡ªun volumen considerable¡ª, y m¨¢s cartas, art¨ªculos, y relatos.
?Llega, en este 2024, Levrero a un mundo m¨¢s apto para su narrativa delirantemente solipsista, de una iron¨ªa encantadoramente salvaje, feroc¨ªsima consigo mismo? Tal vez s¨ª, aunque tal vez no, porque todo gran narrador escribe para un futuro indefinido, que tal vez nunca llegue. ¡°Levrero no dejar¨¢ de ser un autor de culto porque su genialidad, su enorme singularidad y su talento, su capacidad de seducci¨®n, tienen que ver con algo muy poco universal. Tienes que tener una mirada un poco similar a la suya para que consiga enamorarte su modo de ver el mundo. Tiene que caerte bien Levrero. Porque su obra es ¨¦l, es su alma y no todo el mundo la entiende¡±, opina Sara Mesa. Y, sin embargo, a?adir¨ªa, como Manuel Vilas, otro gran admirador de Levrero, que no puede dejar de leerse porque supone ¡°un m¨¢s all¨¢ imprescindible¡± de la literatura en espa?ol.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.