¡®La habitaci¨®n de al lado¡¯, de Pedro Almod¨®var: un ¨²ltimo adi¨®s sin emoci¨®n
Que la parroquia se sienta feliz. En este acercamiento a la muerte deseada no falta nada de lo habitual, la marca de f¨¢brica. Aunque esta vez ni siquiera me irrita
Debe de ser cuantiosa la gente de mi generaci¨®n, tambi¨¦n personas m¨¢s viejas y m¨¢s j¨®venes, que han sufrido la atroz experiencia de acompa?ar a personas queridas, enfermas y despu¨¦s agonizantes, convertirse en testigos impotentes del sufrimiento ajeno, aunque intentando dar un poco de alivio, escucha y compa?¨ªa a los que van a dirigirse a ese pa¨ªs del que no existe testimonio de viajero alguno, en palabras de Shakespeare. O sea, ese territorio tan temido o anhelado llamado muerte. Y el pesar de los que acompa?aron a los moribundos es duradero. Y el recuerdo de ello sigue removiendo las entra?as mucho tiempo despu¨¦s.
Se supone que la representaci¨®n de esas experiencias tr¨¢gicas mediante im¨¢genes y sonidos va a provocarte sensaciones fuertes, a despertar sentimientos, a implicarte emocionalmente en lo que te est¨¢n narrando, a sentir la cercan¨ªa del escalofr¨ªo y de la l¨¢grima. De eso trata La habitaci¨®n de al lado, dirigida por Pedro Almod¨®var, se?or que comenz¨® su carrera pretendiendo seguir la ruta de John Waters y del cine underground y empe?ado en su vejez en que a?adan su nombre al de creadores que investigaron con arte (y a veces, con pretensiones espesas y fallidas) los misterios y las turbulencias del alma. Directores en el Olimpo de la cultura como Ingmar Bergman y Carl Theodor Dreyer. Curiosa evoluci¨®n. Pero ya hay unos cuantos ex¨¦getas incondicionales de su obra que no enrojecen de verg¨¹enza al situarlo en la misma trascendencia del alma que lograron aquellos maestros n¨®rdicos.
Me ocurre algo alarmante con el desarrollo de esta pel¨ªcula. Y es que salgo de la sala con el mismo estado sentimental que cuando entr¨¦. La historia m¨¢s triste me deja indiferente, no me asalta la emoci¨®n en ning¨²n momento, concluyo la historia sinti¨¦ndome como un t¨¦mpano de hielo. No s¨¦ si sufro alguna incurable patolog¨ªa, pero los sufrientes personajes, sus confidencias, la amistad que se profesan, las confidencias sobre su pasado, la cercan¨ªa del monstruo, la forma de enfrentarse a ¨¦l, el torrente comunicativo entre ellas, el afloramiento de los recuerdos, incomprensiblemente no me regalan esa sensaci¨®n impagable llamada emoci¨®n. Igual es que soy un tarado. O que me parece artificial, aunque pretenciosa (como casi siempre) la forma como est¨¢ contada por parte de Almod¨®var, alguien progresivamente artificioso, que no me lo creo, aunque desde hace tiempo se dedique al profundo retrato del alma.
Almod¨®var dispone de dos actrices notables. Saben mirar, hablar, escuchar, potenciar el silencio, mostrar naturalidad ante la c¨¢mara. Siempre he estado enamorado de la presencia y el trabajo de Julianne Moore. Y albergo numerosos prejuicios con Tilda Swinton, su cultivado aspecto andr¨®gino y la veneraci¨®n que siente por ella el cine de vanguardia logran que no me desviva por observar sus interpretaciones, pero veo su encarnaci¨®n de una ejecutiva tramposa y neur¨®tica en la excelente Michael Clayton, y no tengo m¨¢s remedio que admitir su talento y disfrutarlo.
Ellas, filmadas en infinitos planos medios, plano y contraplano, merecen que se las observe y escuche. Una es reportera de guerra y la otra escritora (profesiones muy normales). No se han visto durante cantidad de a?os, pero, al parecer, su relaci¨®n contin¨²a siendo entra?able. Una debe ayudar a morir a la otra, siguiendo sus comprensibles, leg¨ªtimos, racionales y muy humanos deseos. Pero antes de la larga y definitiva catarsis, la parte inicial tiende a lo lamentable. Tambi¨¦n son absurdas secuencias como la casa incendiada o el melifluo personaje que interpreta John Turturro. Y me cuesta entender qu¨¦ co?o pintan ah¨ª.
Pero que la parroquia se sienta feliz. En su universo no falta nada de lo habitual, la marca de f¨¢brica. O sea, referencia a artistas tan sublimes como ¨¦l. No me pegaba que Faulkner y Hemingway fueran escritores que idolatrara, aunque sospecho que en su tributo intuye que pueden volver a ponerse de moda. Y Edward Hopper, el pintor que retrataba a gente muy sola, preferentemente mujeres. Y la pintora Dora Carrington, a la que desconozco. Y leen la pagina final del hermoso libro de James Joyce Dublineses, con la nieve cayendo sobre la ciudad. Huston retrat¨® con maravilloso lirismo, el de verdad, en su testamentaria e inolvidable Dublineses. Y para demostrar que sigue siendo el m¨¢s progresista de Occidente tambi¨¦n hay referencias al cambio clim¨¢tico y al siniestro poder¨ªo de la ultraderecha. Y el caprichoso relato de dos monjes carmelitas, en un lugar donde se desarrolla una guerra, que follan mogoll¨®n entre ellos para aliviar su tensi¨®n. O sea, que no falte de nada, que todos los fans est¨¦n contentos. Lo habitual en su cine. Y me cuesta un esfuerzo ingente recordar con nitidez algo de La habitaci¨®n de al lado. Sal¨ª fr¨ªo de ella. Solo unos d¨ªas despu¨¦s, ya la he olvidado. Normal. Esta vez, ni siquiera me irrita.
La habitaci¨®n de al lado
Dirección: Pedro Almodóvar.
Intérpretes: Tilda Swinton, Julianne Moore, John Turturro, Raúl Arévalo, Juan Diego Botto, Alessandro Nivola, Melina Matthews.
Género: drama. España, 2024.
Duración: 107 minutos.
Babelia
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