El ni?o que quer¨ªa dirigir el deporte
Muere a los 89 a?os Juan Antonio Samaranch, presidente de honor del COI tras dirigirlo entre 1980 y 2001.- Logr¨® que los mejores deportistas, aun profesionales, participasen en los Juegos
Juan Antonio Samaranch (Barcelona, 17 de julio de 1920-21 de abril de 2010), presidente de honor del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional (COI) tras haberlo presidido desde 1980 hasta 2001, ha fallecido a los 89 a?os de una parada cardiorrespiratoria a las 13.25 de este mi¨¦rcoles en el hospital Quir¨®n, de Barcelona, donde estaba ingresado desde el domingo a causa de una insuficiencia coronaria aguda. La capilla ardiente se instalar¨¢ hoy por la ma?ana en la Generalitat de Catalu?a y la misa de funeral por la muerte del ex presidente se celebrar¨¢ a las 18:00 horas en la catedral de Barcelona .
?Cu¨¢ntos espa?oles han tenido una presencia mundial tan importante como ¨¦l? S¨®lo pensar en esa pregunta, sin siquiera intentar contestarla, da pie para empezar a valorar lo que ha sido Samaranch. Como todo personaje, pudo tener sus luces y sus sombras, pero nadie podr¨¢ discutir su universalidad, algo s¨®lo al alcance de los elegidos. Ha sido el presidente del olimpismo m¨¢s influyente desde el fundador, Pierre de Coubertin, y hasta logr¨® con su carisma, habilidad y poder astutamente administrado, que su ciudad, Barcelona, ganara los Juegos de 1992, hito que cambi¨® muchas cosas, pero especialmente puso al deporte espa?ol, al fin, sin complejo entre los grandes. E incluso estuvo a punto en 2005, en Singapur, de que Madrid obtuviera los de 2012. Un est¨²pido error de un miembro griego lo estrope¨® todo. Ya s¨®lo era presidente de honor y, realista siempre, no confiaba en su poder de convicci¨®n. Pero a¨²n mantuvo lealtades que no esperaba. Por algo, un ejemplo, ha quedado como el espa?ol m¨¢s famoso y querido en China y en los antiguos pa¨ªses del Este. Pero tambi¨¦n en muchas partes.
Porque Samaranch no s¨®lo fue grande en los grandes foros, contra muchos vientos y mareas, sino tambi¨¦n en las distancias cortas. Bastantes periodistas -¨¦l tambi¨¦n lo fue- pueden atestiguarlo. Pocos dirigentes son capaces de salir de primera clase y acercarse a la econ¨®mica sin c¨¢maras ni alharacas. Sin necesitarlo absolutamente desde su posici¨®n. Los gigantes lo son porque saben ser entra?ables cuando nadie los ve. Es muy posible, imperceptible para quienes pudieron estar cerca de ¨¦l, que su astucia, su inteligencia, moldeara tanto su manera de ser que le permitiera pasar de las decisiones m¨¢s duras a las posturas m¨¢s entra?ables sin el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo.
21 a?os al frente del COI
Samaranch ha muerto a pocos meses de los 90 a?os tras una vida que habr¨ªa firmado desde muy joven. Y, como los bravos guerreros, por la ¨²ltima secuela de las heridas que le provoc¨® la batalla final, hace casi nueve a?os, cuando se despidi¨® de la presidencia del COI en Mosc¨², donde hab¨ªa sido elegido. Por tratar de dejar todo en orden y con el barco a toda vela, despu¨¦s de tomar el tim¨®n varado y en la calma m¨¢s chicha. A la extenuaci¨®n se uni¨® el imponderable de un fallo m¨¦dico. Desde entonces ha luchado contra la edad y el desgaste tras 21 a?os considerados de los m¨¢s cruciales de la historia ol¨ªmpica.
Asombroso bagaje para el ciudadano de un pa¨ªs que hace siglos dej¨® de ser muy grande, pero al que los primeros mandatarios del mundo hac¨ªan siempre un hueco en su agenda para recibirle sin esperas ni disculpas, a diferencia de tantos otros presidentes. Fue bien simple para ¨¦l. S¨®lo el fruto de alguien que vale y hace lo que le gusta, venga de donde venga. En 1981, cuando s¨®lo unos meses antes hab¨ªa recogido un COI casi en ruinas y ten¨ªa ante s¨ª la dif¨ªcil tarea de reconstruirlo, dijo unas palabras muy significativas: "Yo soy como el ni?o al que le preguntan '?qu¨¦ quieres ser de mayor?' y dice 'dirigir, mandar en el deporte'. Y lo he conseguido. Soy feliz".
Ya en aquellos primeros momentos confes¨® que el mundo anglosaj¨®n no perdonaba ni admit¨ªa que un espa?olito fuera el jefe. Realmente raro con el poco peso espec¨ªfico internacional de un pa¨ªs que sal¨ªa del franquismo para buscarse un hueco de respeto democr¨¢tico en el mundo. Con un protagonista, adem¨¢s, reconvertido de aquella dictadura. En el aristocr¨¢tico olimpismo se le fue perdonando, pero el catal¨¢n de familia acomodada, con altos cargos pol¨ªticos en su anterior andadura, sufri¨® muchos ataques al llegar a la cumbre. Y despu¨¦s. Siempre. Como si hubiera sido el ¨²nico caso a escudri?ar de las dos Espa?as. ?Sombras? Cuando en 2010 a¨²n siguen en las cunetas v¨ªctimas del franquismo y hay tantos que no se han cambiado ni de camisa, resulta, como poco, injusto tirar cualquier primera piedra contra alguien.
Visto en la distancia, a Samaranch, hijo de la alta burgues¨ªa catalana, millonario textil, parece dif¨ªcil haberle pedido en cualquier tiempo militancias de izquierda. Pero, en todo caso, su vida pol¨ªtica s¨®lo fue siempre encaminada a figurar en el deporte, su gran pasi¨®n. Portero discreto de hockey sobre patines, ya empez¨® siendo un gran delegado de equipo porque su brillo estaba en los despachos. Lo iba a demostrar sobradamente. Fue muy amigo y admir¨® a Raimundo Saporta, otro ejemplo de habilidad suprema entre bambalinas, aunque de actor secundario, como Anselmo L¨®pez, un caso similar.
Samaranch, peque?o en estatura, pero con un cerebro privilegiado, sab¨ªa perfectamente cu¨¢l era su camino, aunque fuera tortuoso y complejo. Y lo recorri¨® con una meticulosidad exquisita. Las altas esferas de deporte s¨®lo son un remedo de la pol¨ªtica y ¨¦l se supo mover como pez en el agua. Hizo el trabajo y, por si fuera poco, estaba predestinado. Por eso contaba con orgullo c¨®mo Avery Brundage, presidente del COI entre 1952 y 1972, le predijo en una visita a Roma que ¨¦l tambi¨¦n lo ser¨ªa alg¨²n d¨ªa. Pero no adivin¨® que iba a ser precisamente el que desmontara su trasnochado amateurismo, la gran decisi¨®n que salv¨® el olimpismo. Samaranch no s¨®lo acab¨® con la hipocres¨ªa de los deportistas funcionarios estatales, sino que abri¨® la puerta a los mejores profesionales, reconvertidos en "aficionados puros" durante la tregua ol¨ªmpica. F¨¢cil de entender ahora, pero bien complicado de llevar adelante en un mundo como el ol¨ªmpico, donde ¨¦l consigui¨®, con otros ¨¦xitos, convertir el COI en un negocio pujante.
Incluso dribl¨® las sombras de la corrupci¨®n, siempre sabidas, pero tambi¨¦n enrevesadas para hincarles el diente hasta que se lo puso en bandeja el esc¨¢ndalo de Salt Lake City. ?S¨®lo lavado de cara? Samaranch, que debi¨® incluso torear delante del Congreso de Estados Unidos, como si el resto del mundo no fuera en absoluto corrupto, siempre coment¨®: "Todo por un mill¨®n de d¨®lares en becas y viajes a miembros de pa¨ªses tercermundistas que lo toman como algo normal de ayuda a su condici¨®n. Una propina para lo que hay, ha habido y habr¨¢ en el mundo financiero y pol¨ªtico". El olimpismo, con sus defectos, como los de la sociedad de consumo, no deja de ser en la mayor¨ªa de los casos el mal menor emocionante de los esfuerzos y sentimientos humanos m¨¢s nobles. Y Samaranch, un espa?ol, catal¨¢n, barcelon¨¦s, fue su estandarte. Un lujo.
En 1993, un d¨ªa antes de que el COI no se atreviera a elegir a Pek¨ªn para los Juegos de 2000, ganados por Sydney, coment¨® mientras ve¨ªa los grandes yates del puerto, desde su habitaci¨®n del hotel en Montecarlo: "No me gustan". Samaranch, rico de familia, ni se aprovech¨® del COI ni lo necesitaba. S¨®lo para gestionar el deporte, lo que m¨¢s le gustaba. Por eso pas¨® casi cuatro a?os de su vida como primer embajador en Mosc¨² preparando el asalto a la presidencia. Mat¨® as¨ª varios p¨¢jaros de un tiro. Se alejaba de la Espa?a en transici¨®n a la democracia y preparaba su terreno. Mon¨¢rquico hasta la m¨¦dula, s¨®lo eso le derret¨ªa. Don Juan Carlos ser¨¢ de los que m¨¢s sientan su desaparici¨®n f¨ªsica. Pero Juan Antonio Samaranch siempre quedar¨¢ en la mejor historia de Espa?a. De la grande. De aquella que cualquiera dif¨ªcilmente no puede sentirse orgulloso.
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