La revoluci¨®n del ni?o que no quer¨ªa consejos
Seve se hizo a s¨ª mismo gracias a un car¨¢cter tan fuerte como su pasi¨®n por el golf
Sentado ante el hermoso campo de Pedre?a, Ram¨®n Sota recordaba hace unas semanas para este peri¨®dico los primeros pasos de su sobrino Severiano: "Era un ni?o, pero ya se pod¨ªa adivinar en ¨¦l un genio. Como yo, hab¨ªa mamado el golf a escondidas, jugando donde no estaba permitido para un chico como ¨¦l, en las noches de luna llena, por los caminos, cuando se escapaba del colegio... Ten¨ªa el mismo amor que yo por el golf. Pero hab¨ªa en ¨¦l algo diferente, ¨²nico, una imaginaci¨®n para el deporte que no hab¨ªa visto en nadie. Era capaz de ver cosas que pasaban desapercibidas para todos".
Sota fue el gran pionero del golf espa?ol, el primero que tute¨® a las grandes figuras como Arnold Palmer y Gary Player. Su sobrino Severiano, igual de rebelde y cabezota que ¨¦l, tan duro como la piedra que da nombre a Pedre?a, tan fuerte como sus gentes curtidas en el mar y el campo, fue mucho m¨¢s all¨¢. Fue un revolucionario. Naci¨® al abrigo de la bah¨ªa de Santander el 9 de abril de 1957, hijo de una familia que viv¨ªa del campo y de cuidar el verde de los greens. Sus primeros palos fueron improvisados, casi artilugios caseros con los que incubar el gusanillo del juego. Solo unas manos prodigiosas y una cabeza que ve¨ªa m¨¢s all¨¢ de lo obvio podr¨ªan dar vida a objetos tan rudimentarios. Las 40 pesetas que cobraba por hacer de caddie de los arist¨®cratas de la zona infundaron en el chico el valor del trabajo duro, la garra que le acompa?ar¨ªa toda su carrera y su vida. Seve, como su t¨ªo Ram¨®n, aprendi¨® a hacerse a s¨ª mismo, autodidacta hasta el punto de no querer consejos de nadie, ni de su propio t¨ªo Ram¨®n, orgulloso para saber quienes le ayudaron en aquellos a?os, como su mecenas, el cardi¨®logo C¨¦sar Campuzano, y quienes no. Sus ¨¦xitos ya le dar¨ªan luego la oportunidad de pasar cuentas y de dejar claro qui¨¦nes hab¨ªan sido sus amigos.
El ni?o que jugaba en la arena de la playa, y cuando pod¨ªa en los greens de los se?oritos, en aquellos ¨²ltimos momentos del franquismo, se hizo profesional con 16 a?os y su palmar¨¦s engord¨® tan pronto empez¨® a competir. El Open de Vizcaya, los primeros campeonatos de Espa?a... Pronto recorri¨® el pa¨ªs la noticia del chaval de Pedre?a que era un as en un deporte de nombre extranjero y con denominaci¨®n de origen inglesa. El joven Seve se rebel¨® contra todo y se hizo un hueco partiendo desde cero. Principalmente, en el extranjero. De ah¨ª que fuera sobre todo en las islas brit¨¢nicas donde el nombre de Seve (Sevi, como lo pronuncian all¨ª) comenz¨® a inundar las portadas. Aquella soledad que en Espa?a sinti¨® Ballesteros hacia sus ¨¦xitos, y el amor que enseguida le ofreci¨® Inglaterra marcaron al golfista y a la persona. Su segundo puesto en el Open Brit¨¢nico de 1975 fue el espaldarazo definitivo para arrancar su mito. Sus tres t¨ªtulos posteriores en el British, adem¨¢s de dos Masters de Augusta, el Pr¨ªncipe de Asturias de los Deportes, dos Ryder como jugador y otra como capit¨¢n, y un lugar en el Sal¨®n de la Fama del Golf edificaron una leyenda eterna. Seve siempre se sinti¨® m¨¢s pr¨®ximo golf¨ªsticamente a Inglaterra que a Espa?a, y fue en las islas donde se sinti¨® como en casa y donde anunci¨® su retirada.
Su trascendencia, sin embargo, fue mucho m¨¢s all¨¢ de su inmensa colecci¨®n de campeonatos. Seve fue un revolucionario rebelde, alguien que jam¨¢s se sinti¨® inferior a nadie. Ese orgullo fue el que inyect¨® en la sangre a los jugadores europeos para hacer frente a los estadounidenses, arrebatarles la Copa Ryder -como en la m¨¢gica Valderrama en 1997- y convertir esta competici¨®n en un acontecimiento mundial. Fue Seve quien se plantaba negociando premios y fijos m¨ªnimos para los golfistas, construyendo as¨ª parte de lo que es el golf hoy en d¨ªa. Fue el que cambi¨® para siempre el golf al convertirse en la referencia de todas las generaciones posteriores, no solo nacionales, sino extranjeras. Seve fue el maestro de todos. Capit¨¢n, s¨ªmbolo y genio. Que Phil Mickelson sirviera paella en el ¨²ltimo Masters en su honor no es solo una an¨¦cdota. Aquel ni?o que con nueve a?os se las apa?aba para inventarse un palo, una pelota y un agujero en las tardes de Pedre?a, el ni?o que no quer¨ªa consejos para nadie, alguien cuya dureza de car¨¢cter solo era comparable a su pasi¨®n por el golf, se convirti¨® en una de las leyendas del deporte mundial.
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