Derrota a fuego lento
Una victoria deportiva tiene pocos colores psicol¨®gicos. Los del j¨²bilo y la celebraci¨®n, y pare usted de contar
Una victoria deportiva tiene pocos colores psicol¨®gicos. Los del j¨²bilo y la celebraci¨®n, y pare usted de contar. Sus consecuencias ac¨²sticas, por mucho que hieran los t¨ªmpanos, tampoco son nada del otro mundo. La cosa se deja expresar, en l¨ªneas generales, con lenguaje corporal festivo y masa sonora de escasa densidad sem¨¢ntica.
Otro asunto bien diferente es la derrota, motivo de una rica gama de reacciones. Se puede perder un partido de f¨²tbol de muchas maneras y por muchas razones, y no todas duelen con la misma intensidad. Me refiero, por supuesto, a la derrota de quien la asume como propia por haberla padecido el equipo que goza de su simpat¨ªa.
Hay derrotas en el ¨²ltimo minuto que son como accidentes fatales, lo que deja en los afectados una sensaci¨®n brusca de destino injusto. Las hay tan obvias ya en la primera parte del partido que se puede uno aliviar de ellas con el b¨¢lsamo de una temprana resignaci¨®n.
Existe una modalidad de la derrota caracterizada por una mayor sutileza en los tormentos que suscita. Una derrota que juega cruelmente con la paciencia y las emociones del aficionado, someti¨¦ndolo en su paulatina consumaci¨®n a la angustia de unas expectativas que van mermando poco a poco, al modo como se vac¨ªa un reloj de arena.
Mientras suena el himno patrio, parece como si estuvieran ligeramente macerados los rostros de los jugadores llamados a perder. La c¨¢mara enfoca sucesivamente las facciones alineadas. Alg¨²n que otro entrecejo fruncido delata una excesiva y desde luego innecesaria actividad mental. Se ve que este chico ha salido a jugar con mirada de gacela, no de fiera depredadora, y que ese otro muestra un sesgo levemente melanc¨®lico. Se vislumbran indicios de dejadez en los cuerpos. Ninguno bromea o se permite un gesto de extraversi¨®n. Mala se?al.
Se puede perder un partido de muchas maneras y no todas duelen con la misma intensidad
Por fin rueda la pelota y el equipo, como las locomotoras pesadas, se toma un tiempo para ir cogiendo velocidad. Total, noventa minutos son un vasto recorrido. Ocurre, sin embargo, que esta situaci¨®n de provisionalidad se alarga m¨¢s de la cuenta. A los cinco minutos de comenzado el partido, el delantero centro a¨²n no ha intervenido en el juego, mientras que el rival ya ha creado dos ocasiones de gol. Menudean los pases imprecisos. En casa, delante del televisor, el aficionado percibe un regusto agorero en sus patatas fritas y en su vaso de cerveza. Ha empezado para ¨¦l una lenta cocci¨®n de padecimiento.
Ve que, pasado un cuarto de hora, de los suyos s¨®lo corre el que lleva el bal¨®n. El resto anda o mira parado, mientras los adversarios, incluso los que se hallan lejos de la jugada, no cesan de ir y venir, interactuando veloces sobre la hierba como las piezas de un bien acoplado engranaje.
El primer gol confirma al espectador en sus dotes prof¨¦ticas. Se ve¨ªa venir, piensa. Y desentendi¨¦ndose de los bailes y moner¨ªas celebratorias del equipo rival, dirige una mirada anal¨ªtica al marcador del tiempo, en la parte superior de la pantalla. En adelante se entregar¨¢ a regulares y cada vez m¨¢s inquietantes c¨¢lculos. Falta tanto, falta cuanto, a¨²n podemos empatar.
Comienza para ¨¦l un desazonante borboteo de esperanzas. Quiz¨¢ el gol despierte a su equipo. No hay m¨¢s que ver c¨®mo el portero ha dicho: ?vamos, vamos! El entrenador, puesto de pie en la banda, bate palmas como transmitiendo ritmo al colectivo y acaso tambi¨¦n para comunicar a sus jugadores que no ha perdido la confianza en ellos.
Ahora que el marcador es desfavorable, se dir¨ªa que los minutos transcurren a mayor velocidad, que ya no duran los sesenta segundos de toda la vida, sino treinta y cinco o, como mucho, cuarenta, y no digamos cuando se produce el segundo gol y ya los jugadores han dejado de mirarse los unos a los otros, y este levanta la cara al cielo, y ese apoya la frente en la palma de la mano, y aquel resopla moviendo los labios a la usanza de los caballos.
Tras el descanso y una primera sustituci¨®n, parece que el equipo reacciona. Ahora s¨ª que corren y pelean; pero son no m¨¢s de diez minutos de corajina desesperada, durante los cuales los garbanzos se revuelven en la olla hasta entrar en la definitiva fase de reblandecimiento que los har¨¢ f¨¢cilmente digeribles.
Transcurre el tiempo sin piedad. Llegan las patadas habituales de los frustrados y los impotentes, y el fallo garrafal que nunca falta en estos partidos desgraciados. Ya el portero no inicia las jugadas pasando el bal¨®n a un defensa cercano, sino que lo tira a donde caiga. En el banquillo se entristecen las cejas. El entrenador tiene cara de estar examinando un pat¨ªbulo. A cada rato, uno u otro jugador se lleva las manos a la cabeza.
En casa, la cerveza tiene ahora un sabor de amarga decepci¨®n. Quedan diez minutos, cinco, lo que a?ada el ¨¢rbitro, para lograr al menos un heroico empate. El malvado rival, ?qu¨¦ listo es perdiendo tiempo! Se acaba una hora y media de martirio minucioso. Con pueril incredulidad, el espectador comprueba por ¨²ltima vez el resultado en la pantalla. Y ocurre por desgracia que la realidad es verdad, que no ha sido so?ada la victoria de Chile por dos a cero.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.